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Tristan: Posiciones De Poder.

La semana que pase con los Hoffman fue bastante provechosa. Hablé con los hijos del señor Hoffman, cada uno tenía una opinión distinta de cada problemática. Dominik, el señor Hunt y yo nos tardamos más de lo esperado. Dominik le pareció bien el hecho de haber parado el incremento de los impuestos, pero que tarde o temprano me veré en la obligación de incrementarlos.

—En eso estamos de acuerdo —nos reunimos en la sala de estar del castillo—. Pero ¿estará de acuerdo que poner en un solo impuesto a todos los servicios acabaría con el bolsillo de las personas? Las personas no quieren pagar, y no es que no tengan, sino porque cada vez es más la cantidad de dinero que se le exige para lo poco que se le da.

—Estamos de acuerdo en eso señor Godness, pero los gastos son más de lo que se recibe —el señor Dominik me mira serio, su cabellera negra un poco desordenada, pero sin perder elegancia. Sus ojos serios y castaños, con una mandíbula marcada. Parece más un guerrero que un contador.

—Por eso el señor Godness le plantea dividir los impuestos en tres sectores en específico —el señor Hunt interrumpe en mi defensa—. El impuesto de la tierra, los cultivos, y a la defensa. Cada impuesto se pagará en distintos meses para que las personas piensen que están pagando por lo mismo, pero no sería así.

—¿Quieren crear uno para la defensa? —Dominik pregunta intrigado.

—Es bien sabido que la delincuencia en el planeta es insostenible —recuerdo al señor March—. Que no hay lo suficiente recursos como para afrontarla o por lo menos desde que llegué. Quiero crear ese fondo con el propósito de invertir en la creación de armas y mejorar la paga de los soldados de todas las ciudades, no solo de la capital.

 El señor Dominik se queda intrigado con mi idea, cosa que llega a oídos de los dos hijos Hoffman, Bernadette y Fabian. Me di cuenta después que eran mellizos. Eso explicaba muchas cosas.

—¿Explíquenos cómo invertirá en la seguridad de este planeta señor Godness? —me interroga la señorita Bernadette. De todos, ella es la que me pone más nervioso. Sus ojos color azul claro, los ojos de su madre, me miran de forma crítica y poco amigable a comparación del señor Fabian.

—Como habrán escuchado, el señor March falleció hace dos semanas por lo mismo —me acomodo en mi asiento—. Tengo pensado atacar de una vez por todas, y yo no puedo hacerlo solo. Allí entrarían ustedes dos. Me ayudan a formar una buena armada y yo los ayudo a ustedes.

 Los mellizos se miran intrigados, cambiando ciertos gestos faciales. Un lenguaje entre hermanos que han desarrollado con los años. El leguaje con mis hermanas era más fácil porque Luna nos leía la mente y transmitía el mensaje entre nosotros, éramos una sola mente; lástima que nunca más lo seremos.

—Lo ayudaremos señor Godness, siempre y cuando usted nos prometa el puesto de ministro de defensa —la señorita Bernadette habla con una confianza un poco irritable.

—Pero solo le puedo dar ese puesto a una sola persona —los confronto, el señor Hunt y Barnes me miran alarmados. Los hermanos se vuelven a mirar, pero esta vez no tardan como la primera vez.

—El puesto sería para mí, señor Godness —la señorita Bernadette sonríe maliciosa. Su cabello castaño, recogido en un moño perfecto. Tiene un collar de perlas que me recuerda a Lina—. No se preocupe, piénselo, consulte con sus ministros y me avisa. Pero recuerde que nos necesita más a nosotros que nosotros a usted.

 Ellos se levantan y se retiran. Los tres nos quedamos debatiendo si es buena idea ponerla en el puesto. Otros ministros, concejales o militares me enviaban cartas, regalos, incluso dinero para escogerlos a ellos.

—Los Hoffman han convertido la ciudad de Concordia en un paraíso a comparación de la capital, eso es de admirar y si traemos a la señorita Bernadette como ministra sería un acercamiento beneficioso para nosotros —explica el señor Barnes.

—No lo sé James —el señor Hunt debate si es buena idea, no quiere provocar a los otros ministros.

—Yo digo que sí —expreso, ambos me observan. Y terminamos aceptando.

 Le dimos la noticia a la familia y ellos estaban entusiasmados. Les propuse que la señorita Bernadette viva conmigo mientras que se le construye una residencia. Eso les sorprendió, pero aceptaron. A mi partida de la ciudad de Concordia, para dirigirme a la ciudad de Cardan. Envié una sombra a mi casa con la orden de que desalojen las tres habitaciones que le di a los hombres de Cedric, y que los envíen a las habitaciones de servicio. Tengo que resolver esa situación. Cuando venga el arquitecto Maxwell, le ordenaré ampliar la casa para albergar al personal de una mejor manera.

 La señorita Bernadette se viene con nosotros, con ella se viene un ejército de cuarenta hombres y mujeres. Un pequeño regalo dice ella. Ella dice que albergará a su ejército en las bases militares de la capital. El viaje a Cardan consistió en ponernos de acuerdo para dispersar y optimizar los ejércitos, el gasto y su mejoramiento. Me siento optimista, el señor March no me incluía en sus planes; siempre era firme esto y apruebe aquello. Me gusta que me consulte, que me incluyan, que aporten a mis ideas.

 James y Victor descansan, mientras que me tomo la libertad de leer un libro de poesía que tenía tempo que no tomaba.

—¿Le gusta la poesía? —pregunta la señorita Bernadette, ella me mira intrigada.

—Sí, me encanta leerla. Aunque las novelas de aventuras me gustan más —confieso, es curioso que me guste leer las aventuras de personajes entrañables, pero que mi vida sea un poco aburrida. He tenido mis aventuras, pero no creo que sean muy buenas.

—¿Qué tipo de aventuras le gusta leer, señor Godness? —ella pregunta curiosa.

—Me gusta las historias que transcurren en el mar, me gusta que estén cargadas de misterios; como las búsquedas del tesoro y que estén plagadas de mucho ingenio —confieso alegre.

—No he conocido a muchos hombres que les encante la lectura —confiesa decepcionada.

—La lectura es algo mágico y poderoso, con una sola frase puede cambiar tu sistema de creencias —hablo entusiasmado, aunque en voz baja para no molestar a los ministros que están durmiendo—. Puede ser tu mayor amiga en los momentos de soledad, y tu mayor fuente de conocimientos.

—Es usted un hombre bastante ilustrado, señor Godness —ella sonríe—. Supongo que tuvo una de las mejores educaciones.

—Por un momento sí la tuve, pero todo cambió y bueno —me recuesto en el espaldar. No quiero hablar de mi adolescencia, y lo menos que quiero es recordarla.

—Discúlpeme, no quise incomodarlo —ella se disculpa nerviosa

—No se preocupe, hay cosas de mi vida que no me gusta hablar —la tranquilizo—. Y cuénteme de usted ¿cómo fue que escogió la vida militar?

 Ella me cuenta que su hermano Fabian le gustaba siempre pelear con ella, su padre no le gustaba que cualquiera de sus hijos perdiera o se sometieran ante nadie, incluso si eso significaría enfrentarse hacia su familia. Le gustó la disciplina, el hecho de ser poderosa, el poder defenderte sin que tu debilidad te hiciera flaquear. Ella y su hermano fueron entrenados en el mismo arte de la guerra, ella enfrascándose en el ámbito político y su hermano en la protección de los suyos.

—Es curioso como se puede unir una sola mente, como funcionamos es lo que mi padre califica que, a pesar de estar fuera del vientre de nuestra madre, nosotros pareciéramos que estuviéramos unidos por un cordón. Un vínculo irrompible —ella declara orgullosa.

—Me alegra que se lleven bastante bien —comento alegre. No sé si tengo ese nivel de unidad con mis hermanas; sé de sobra que, con Luna jamás lo tuve. Teníamos una relación normal de hermanos, ella tenía sus actitudes de superioridad, pero no me molestaban en lo absoluto. Con Estrella era más unido, pero no al nivel de los hermanos Hoffman. Me dolió cuando se fue, una parte de mí la odiaba por llevarse a sus amigos y no a mí; yo la necesitaba más que ellos. Yo era su hermano, éramos amigos.

 Tengo una relación cordial con Estrella. Ella me trata como ese niño que dejó atrás en el castillo de sus padres, sin darse cuenta que ese niño la necesitaba más que a nadie. Que ese niño pedía a gritos que alguien lo defendiera, que alguien le importase, que alguien le creyera.

 Después de cuatro días agotantes, llegamos a la tercera gran ciudad del planeta, Cardan. El planeta tiene otras ciudades y pueblos, pero el tamaño de la capital, de Concordia y de Cardan, son descomunales. Cardan es la ciudad agrícola del planeta, sus cultivos son cruciales para el mantenimiento del planeta. Egil es un planeta joven, no es tan poblado como los demás.

 Llegamos al castillo de la familia Hunt. Al parecer Victor es el segundo hijo y único varón de cuatro hermanas. Al llegar al castillo nos reciben el señor Patrick Hunt y su esposa Esmeralda Hunt. Victor se encuentra en casa y eso se nota por el recibimiento que nos brindaron. Padre e hijo se parecen, mirada marcada, pero amable; cabello oscuro, ojos claros, preferiblemente altos. La señora Esmeralda tiene el cabello más claro, pero sin llegar a ser rubio; ojos marrones, no muy bien agraciada, pero con un buen porte.

 El castillo de los Hunt es acogedor, el sonido del arroyo me reconforta. Me recuerda a Lina, quisiera comunicarme con ella, pero me encuentro trabajando; creo que ella estará igual que yo de ocupada. El padre de Victor nos preparó un banquete, el cual estoy agradecido. Cuando salí del calabozo, no volví jamás a despreciar la comida; todo lo que me pongan me lo comeré, porque no hay una sensación más desagradable que pasar hambre, y que tu cuerpo se convierta en un saco de huesos rotos.

 Las hermanas de Victor se ofrecen cada una de enseñarme el castillo, las cosechas, el río y demás cosas interesantes de la ciudad. El señor Patrick no les pone freno, supongo que cada una se quiere ganar mi afecto para convertirla en la futura señora Godness. Cosa que no pienso hacer con ninguna, no son feas; tienen su encanto, eso lo admito. Pero no estoy buscando esposa, creo que el matrimonio es algo bastante serio como para enfrascarme con la primera mujer que me parezca atractiva; pero, sobre todo quiero estar profundamente enamorado de esa persona, no voy a querer pensar en otra que no sea ella. Que sea ella la dueña de mis pensamientos y la reina de mi corazón.

 Lo prometido es deuda, las hermanas de Victor al día siguiente me llevan por todas las cosechas de la ciudad; les agradezco que cada una se haya turnado en escoltarme y no se hubieran puesto como mocosas a pelear por mí. Cada una me explican como funciona los procesos de la recolecta de las cosechas, como funciona cada planta, como la luz es necesaria para que crezcan y demás cosas. Agradezco que sean mujeres preparadas en su campo. Las hermanas se llaman Angélica (la mayor), Sara (la tercera), Bertha (la cuarta), y Brunilda (la quinta y última)

 Después de un mes y medio en recorrer las ciudades, me puedo devolver a la capital con un nuevo ejército y con una nueva ministra. Al llegar a la capital convoco una reunión con mis ministros para presentar a la señorita Bernadette como la nueva ministra de defensa del planeta. Algunos estuvieron decepcionados, otros disgustados y otros que la ira hizo sacar lo peor de ellos.

—Salga de la habitación señor Anton y regrese cuando aprenda a respetar —le hablo firme, él me mira con cara de odio, pero obedece mis órdenes—. ¿Alguien más quiere acompañar al señor Anton?

 Los presentes no dicen nada. Les ordeno que me informen de todo lo sucedido en el último mes, cada uno habla desde su competencia. El consejo de ministros transcurre todo el día hasta el atardecer, los mismos problemas, aunque disminuido solo por un porcentaje mínimo.

 Me voy a mi oficina a ponerme a trabajar, le ordeno al personal del capitolio que preparen la oficina del ministro March para que la señorita Hoffman pueda tomar posesión. Ella me acompaña a mi oficina.

—Supongo que muchos querían mi puesto —ella habla parada en el centro de la oficina.

—Sí —la miro fijo—. Estaría más que decirte que vigiles al ministro Anton y que te cuides de él.

—No se preocupe señor Godness, he lidiado con ese tipo de hombres la mayor parte de mi vida —ella se acerca a mi escritorio—. La pregunta aquí sería ¿si usted también me hará la vida imposible?

 Me quedo plasmado, ella me mira fijo, seria y calculadora. La quiero de mi parte, la necesito de mi parte.

—No, señorita Hoffman —me levanto—. La quiero de mi lado para sacar a este planeta adelante.

 Ella estira su mano y sellamos el trato.

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