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Luna: El Mar No Tolera Y Yo Tampoco

El verano arrollador de Solaria me invade. Me encuentro en un barco que había enviado Sol junto a un grupo de su guardia, el personal del barco. Por supuesto mi propia guardia personal me acompaña. Llevo dos semanas de intenso viaje solo para concretar lazos comerciales y por qué no, amorosos. Estoy en la habitación principal, sentada y amarrada a una silla para no rodar por todos lados y romperme el cuello. Nunca me ha gustado viajar en barco y mucho menos distancias tan largas, adoro los carruajes por su estabilidad y por supuesto el control que puedo ejercer.

 Stephan se encuentra a mi lado, maldiciendo en todo el viaje. A la tercera semana ya entrabamos en territorio de la luz y por supuesto el calor hace su acto de presencia. Stephan se desabrocha las correas de su asiento y procede a quitarme las mías.

—Iré a ver cómo están los demás y vuelvo con usted mi señora —él habla sereno a pesar de las increíbles nauseas que intenta ocultar. Asiento y él se retira del camarote principal. El lugar está perfectamente decorado y resguardado para evitar las complicaciones durante el ajetreado viaje. Las pocas vitrinas están ocupadas por libros y uno que otra decoración. Me acerco a la gran ventana, la cual abro un pequeño recuadro y el olor a mar inunda mis fosas nasales. Tenías años que no venía de una buena forma al reino de la luz. Mi padre siempre me traía en sus viajes a Vulcan a visitar a mis tíos, a mí me enviaba a ir con mi tía Venus a su templo. Me gustaba estar allí, a pesar de las razones de mi estadía.

 Era un cambio que disfrutaba, me sentía segura estando lejos de esas desgraciadas sombras. El alivio que me provocaba y todavía lo hace, es que con el más mínimo toque de la luz significa su muerte, esa idea la llevo por siempre. La luz puede desaparecer hasta lo más espantosa y malvada criatura.

 Pienso en Sol, pienso que lo quiero para mí. Lo necesito, sí, pero también lo quiero. Lo quiero para ser mi futuro esposo, lo quiero para pasar una vida entera. Quiero formar una alianza con su reino de manera comercial y por supuesto, matrimonial. Me aparto de la ventana, la cual cierro. Me dirijo hacia el escritorio que mira hacia el muro izquierdo, saco de la bola de nieve los documentos que la espía de Stephan recopiló para mí durante todo este tiempo. Me sorprende lo detallada que es, con que empresas debo comerciar y con cuáles no. Nombres, direcciones y puestos de poder, cuales son los mejores en pagar sus deudas y cuáles son los peores. Precios de mercado y con cual empresa utiliza la materia prima que poseo. Sol me envió las empresas con las cuales trabaja y solo una me convenció por el informe de la señorita Calore.

 Stephan me dijo la condición que le impuso la señorita Calore para ayudarnos. No pidió dinero, no pidió un favor divino, pidió venganza. Sé de antemano que todas las mujeres o la mayoría que se quedan en el templo de mi tía Venus, son mujeres abusadas por cualquier motivo asqueroso. El caso de la señorita Calore es indignante, fue abusada sexualmente por un hombre que se aprovechó de la confianza de la familia Calore y como esta no hizo nada debido a que, el padre de la joven mantenía lazos comerciales con su abusador y no podía perder esa oportunidad de aumentar su fortuna. Todo esto lo narra la señorita Calore en una carta que me entregó Stephan.

Buenos días, su majestad.

 Me llamo Miranda Calore, soy la cuarta y última hija de los señores Carlos Calore y Silvia Calore. Mis padres se dedican a la fabricación y exportación de licores, su especialidad son los vinos. Sus ganancias son considerables, mi padre nos ha dado a mis hermanos y a mí una vida de lujos, los caprichos que hemos querido los hemos conseguido. Sin embargo, ningún capricho se compara con las mayores de las traiciones, mi padre no me dio lo que más quería y necesitaba. Justicia y respeto.

 Como le habrá comentado el señor Nieves, yo fui abusada sexualmente por la escoria del señor Bon Káiser. Él y mi padre tiene una larga historia comercial, el señor Káiser se encarga de la distribución de los productos de mi padre en los reinos del norte del reino de la luz. Tiene influencia en los gobiernos de su majestad el rey Sol y el rey Marte Godness. El señor Káiser siempre visitaba todas las tardes la hacienda de mi familia (y mi residencia) a visitar a mi padre por asuntos de negocios.

 El día de mi ataque, yo estaba organizando el papeleo de la hacienda en el ala este de la mansión de la hacienda; allí se encontraba las oficinas de mi padre y hermanos. Cabe recalcar que el lugar donde estaba no tenía ventanas, y solo existía una salida, era un sótano. Estaba terminando de arreglar unos papeles cuando la puerta del sótano se cierra, al voltear me encontraba con el señor Káiser observándome de forma lasciva y asquerosa. El señor Káiser empezó a decirme cosas fuera de lugar, estaba incomoda, asustada porque él estaba bloqueando la salida y yo no quería estar allí con ese señor.

 El señor Káiser se acercó a mí para tocarme, yo me aparté, pero él me tomo por los brazos y me empujó contra la pared. Grité, lo golpeé, quise prenderme en fuego (poseo esa habilidad), pero el señor Káiser me amenazó que arruinaría a mi familia si no le daba lo que quería. No le hice caso, eso lo enojó aún más y me golpeó el rostro con sus puños, me arrojó al suelo he hizo sus cochinadas conmigo.

 Yo solo sentí asco, asco de él, asco de mí. Solo quería que terminara, solo quería que se fuera y me dejara en paz. No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que después de un rato, él se fue como si nada. Yo como pude me levanté del suelo y salí de allí. Cuando estaba subiendo las escaleras, mi hermano Cesar (el tercero de los cuatro) me vio asustado y me llevó a mi cuarto, ordenó a una sirvienta que me atendiera. Pero antes de que mi hermano se fuera, yo le dije lo que había sucedido. No tenía miedo en decir la verdad, quería justicia, creía que iba a tener justicia. Él estaba enojado, furioso y así se fue a buscar lo que quería.

 La sirviente me bañó y me vistió. Me acosté en mi cama porque no podía sentarme en una silla por el dolor que aumentaba en mi vagina. Pasaron las horas y mi padre con mis hermanos aparecieron. Mi padre se vía afligido, mis hermanos se les notaba la tristeza combinada con la rabia, pero aun así no dijeron nada. Mi padre me pidió que le contara lo que había sucedido y eso hice, pero no esperé en ningún momento que me dijera que lo que había ocurrido en ese sótano, nunca pasó, que el señor Káiser jamás había pisado la hacienda en todo el día. Que lo que me había ocurrido fue que me caí de mi dragona guardián.

 Lo miré perpleja, le dije que no, que él me había violado. Que Cesar me había visto. Me paré de mi cama y les mostré mi cuerpo todo magullado y mi entrepierna toda ensangrentada. Ellos por decencia o no sé por qué, mirando hacia otra parte. Mi padre intentó explicarme que no podía hacerle ninguna demanda o algún daño al señor Káiser debido a que se echaría a perder todos los planes comerciales que habían pactado. Estaba histérica, enojada, pero creo que la decepción ganaba. Mi padre y mis hermanos me encerraron en mi cuarto por dos semanas. Solo entraban mi madre y mi sirvienta a cuidarme, pero yo no quería cuidados, quería justicia.

 Dos meses habían pasado y fui al centro de justicia del reino a levantar una denuncia contra el señor Káiser por haberme violado. Pero el guardia que me atendió me dijo que no podía tomarme la denuncia porque había dejado pasar mucho tiempo, que necesitaba un testigo para tomar mi denuncia como válida, que tenía que estar acompañada por un familiar masculino o en su defecto mi madre, pero si esta había enviudado. Y cuando dije el nombre de mi atacante, el guardia me miró asombrado y me dijo que no perdiera mi tiempo en denunciar a ese sujeto porque los tipos como ellos nunca pagan sus crímenes, ya que alguien de arriba los protegía. Me dijo que lo olvidara y siguiera con mi vida, porque nadie iba a mover un dedo por mí.

 Salí de ese lugar tan decepcionada, tan impotente, pero con un objetivo claro. Nadie te protege, nadie te cree, nadie te ayuda, y por eso iba a vengarme. Quiero venganza y ya sé que, que la venganza envenena el alma, pero esa escoria ya me había quitado todo lo que creía, ya no había nada de inocencia en mí.

 Quiero que esa escoria pague lo que me hizo y otras más que le hizo lo mismo que a mí. Quiero que pierda hasta lo más valioso que tenga, que sienta lo que yo sufrí, pero peor. Quiero verlo suplicar por su vida, que se arrodille y pida perdón. Tengo una idea de dónde empezar, pero necesito de su influencia para poder ejecutar mi plan.

 Aquí le envío los documentos que tiene que saber al respecto de la minería y su comercialización aquí en Solaria y en Vulcan. Como prueba de buena fe. Espero su respuesta, su majestad.

Su fiel servidora, Miranda Calore.

 Al leer su carta por primera vez hace dos meses, rompí en llanto. Lloré por la decepción que me causaba la injusticia hacia esa chica, lloré por mí también. Desde que esa desgraciada sombra me atacó, muchas de mis emociones las guardé para mí. Mi dolor era mío y nadie podía verlo, una reina nunca se muestra afligida por nada. Odiaba cada instante que veía una sombra pasar, odiaba haber sido débil. Mis padres, me decían que no era mi culpa, que había sido una falla de la seguridad del castillo y todo por culpa de Tristan; él y sus malditas sombras. Él dejaba entrar a cualquier criatura que se le antojaba para practicar, sin embargo, su imprudencia me causó tanto sufrimiento.

 Mis padres lo cubren, lo defienden, defienden su insensatez e inmadurez. Lo había visto pocas veces después de mi ataque, mi padre lo tenía encerrado en su habitación. Yo a veces pasaba al frente de su puerta, había un guardia que la custodiaba, este me decía que no tenía permiso para ver a mi hermano. No quería ver a esa escoria, no tenía nada que decirle o al menos no tenía las palabras para expresar mi disgusto hacia a él. Una vez él había salido de su habitación, se había dirigido al jardín donde me encontraba con mi padre; me había arruinado ese maravilloso día. Había logrado una sesión con mi padre sin quedar inmóvil, pero él no entendía que no lo quería ver, porque en cuanto nos vio empezó a defender su postura respecto a su disque inocencia.

 ¿Cómo se atrevía a salir de su encierro? ¿cómo se atrevía a dirigirme la palabra? Mi padre no permitió que hablara porque de inmediato se lo llevó halándolo por un brazo, Tristan protestaba porque mi padre era muy brusco. Me quedé sola en el jardín a contemplar las nuevas flores. Mi padre volvió después de un rato y se disculpó conmigo y seguimos con nuestra caminata.

 Recuerdo el día que Tristan había sido llevado hacia el calabozo, era el día de su cumpleaños, creo que estaba cumpliendo catorce años. Lo había visto salir de su habitación con nuestra madre tomados del brazo, ¿por qué ella había ido a verlo antes que a mí? No resistí la rabia y envíe un mensaje rápido a mi padre diciéndole que Tristan había salido de forma arrogante de su habitación, que había amenazado al guardia de introducirle una sombra si no lo dejaba salir. Mi padre respondió rápido a mi mensaje y envió a su guardia a arrestar a mi hermano por su disidencia.

 Vi como se lo llevaban al calabozo, mi madre estaba desconsolada. Suplicaba y exigía una respuesta clara, no entendía por qué se estaban llevando a Tristan si no habían hecho nada malo. Lo vi desde la distancia, no iba a permitir que él se saliera con la suya. Mi madre estaba tan enojada ese día que destruyó medio jardín absorbiendo su energía, todo el lugar estaba marchito y muerto. Mi padre había llegado esa noche y la discusión que tuvieron fue escalofriante, nunca los había visto pelear así. Los gritos que provenía de la habitación de mis padres eran descomunales.

 Yo estaba aterrada en mi cuarto, tal vez me había pasado, pero no me iba retractar, una reina no da paso atrás en sus decisiones.

 Antes de irme a El Páramo, fui a ver mi hermano a su celda. Jugué con la mente de los guardias y de los reclusos para que nunca me vieran. Vi a mi hermano tirado en el suelo, tenía ratas encima de su cuerpo. La imagen me da asco recordarla, lo que hice fue acentuar un poco más sus pesadillas. Solo un poco, sé de sobra los problemas de sueño de Tristan, solo por eso no los hice tan fuertes.

 Recuerdo todo muy bien, recuerdo que acentué el odio de mi padre hacia Tristan. Recuerdo haber causado que mis padres se hayan separado por un año. Recuerdo lo que hice motivada por el odio hacia mi hermano; pongo todo en la perspectiva de mi yo adulta. Sé que jugué de forma perversa, manejé la situación de una mala forma, pero ¿cómo lo haría? ¿cómo pude hacerlo? ¿cómo controlaba lo que sentía si vivía con la sola idea que ese mal nacido iba a volver a abusarme? Lo veía en todas partes, su rostro me perseguía en todos lados. Odiaba estar en mi cuarto porque allí había sido el inicio de mi sufrimiento.

 Le dije a mi padre que quería otra cama, que la quemara si era necesario. No quería volver a dormir allí, eso desencadenó que empezara a dormir con él todas las noches. Él no le molestó en lo absoluto, mi madre estaba tan enojada por lo de Tristan que había empezado a usar la recamara de la reina, y luego de su encierro en el calabozo empezó a dormir en su templo, a las afueras del reino. Solo venía a visitarme solo en el castillo porque mi padre había ordenado que no me podía llevar a ningún sitio sin su autorización. Y como era de esperarse, otra discusión más. Era más el tiempo que discutían que el que pasaban juntos.

 Mi madre se resignó a discutir con mi padre, simplemente lo dejó ser. Ella solo tenía ojos en Tristan, no podía expresar lo que sentía porque ella una y otra vez defendía a Tristan. Que Tristan sufre, que Tristan llora, que Tristan es mi hermano y los hermanos bla, bla, bla. Solo quería que me escuchara sin meter a mi hermano a colación.

 Puedo entender que Tristan no haya metido la sombra a propósito, puedo entender que probablemente él no haya tenido nada que ver. Puedo entenderlo ahora, pero maldición ¿Quién me entiende a mí? ¿Quién me escucha por un solo momento sin decirme que Tristan no tuvo nada que ver?

 Alguien toca la puerta, guardo todo en la bola de nieve y la guardo en un cajón.

—Adelante —digo un poco agitada. Stephan entra y cierra la puerta.

—El capitán dijo que podíamos subir a cubierta, que ya desde este punto, el viaje va a ser tranquilo —él habla serio, aunque en su mente siente un gran alivio—. También dijo que para llegar a Solaria solo faltaba un día y medio de viaje.

—Perfecto —expreso aliviada—. Necesito que le escribas a la señorita Calore para concretar una reunión a dos días después de que pisemos tierra, también que solicites su dirección.

—Por supuesto, pero creo que ya se verían en la reunión con el señor Mario Calore ¿no es así? —él mantiene su semblante sin emoción.

—Sí, pero no quiero que nadie sepa que la señorita Miranda esté trabajando para mí —paseo por mi camarote—. Quiero mantener todo oculto Stephan.

—Comprendo mi señora —él asiente apenado—. Le escribiré hoy mismo.

—Maravilloso —me volteo hacia la ventana y luego hacia Stephan—. Creo que me vendría bien un poco de aire fresco.

 Salgo de mi habitación, afuera se encuentran varios de mis guardias, los cuales hacen una reverencia y me siguen a una distancia prudencial hacia las próximas escaleras para salir a cubierta a respirar una cálida brisa de verano. Uno de los lacayos del capitán me guía a través del lugar para almorzar, el capitán ha sido un buen hombre y me ha hablado con respeto, y explicado las reglas básicas del mar.

—Me alegro tenerla de nuevo con nosotros mi señora —su rostro moreno y marcado, con una breve barba y ojos oscuros. Su porte firme y uniforme rojo impecable, me agrada. Por supuesto no de forma romántica, sino más bien de forma amistosa.

 El lugar es pequeño, pero bien decorado. Con una carpa blanca con dorado cubriéndonos de la potente luz. La mesa se encuentra adornada con un cesto de frutas exóticas. Tomo asiento y mi búho hace lo mismo en la tercera silla desocupada.

—Gracias a usted por su cálido trato —respondo honesta. Aunque me da un poco de risa debido a que, al ver su mente, veo como Sol le ordena que todo sea perfecto y de mi agrado.

 Almuerzo con el capitán, duramos como una hora conversando. Hasta que un grito de uno de los marineros del barco nos interrumpe.

—¿Qué fue eso? —pregunto conmocionada, pero el capitán Oswald les ordena a mis guardias que me lleven adentro.

 Stephan irrumpe en la carpa y me levanta. Mis guardias me cubren por todos los flancos, pero aun así veo una gran embarcación que se aproxima a toda velocidad hacia nosotros. Sin embargo, es detenida por una gran ola que impacta contra ellos. El mar forma una especie de remolino a su alrededor y empieza a destruir el barco, mientras que su tripulación pide un grito de auxilio.

 El señor Oswald, me contó la última regla del océano. La piratería o cualquier incursión ilícita cometida en el mar no será perdonada y sus cómplices pagarán con su vida sus acciones. En pocas palabras, no es bueno perturbar la paz del mar o de su futura reina. 

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