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Luna: Acciones.

    Transcurren las semanas y lo único que logro es que las Valquirias me acepten el hierro como pago para la compra de comida. Me molesta que tenga tanta tierra y no poder utilizarla ni siquiera para plantar un miserable trigo. Es molesto que la mayoría de los productos que utilizamos tenga que importarla. Me concentro en impulsar el primitivo mercado de mi reciente reino. Mi rutina consiste en buscar por cualquier medio un ingreso para cubrir la mayor parte de gastos. No quiero subir los impuestos porque sería mi ruina, la situación es precaria, incluso estando con los Einars.

Me reúno con los jefes de las tribus terminado el invierno, también con mis asesores militares para mejorar el sistema de defensa. Tenemos que mejorar las rutas que conectan con las demás tribus y las fronteras de cualquier fuerza enemiga. Debatimos sobre cuántos hombres están disponibles en cada tribu. Arem no da buenos números debido a que los hombres que tienen prefirieron irse a trabajar a las minas, y los que quedan se encargan de la vigilancia de la tribu.

—Puedo ordenar la construcción de zonas de control con la frontera de la tribu del señor Fergus —Arem comenta observando al señor Fergus.

—Podría enviar algunos hombres para fortalecer la frontera —el señor Fergus acepta la solicitud de Arem. El señor Olaf se une y se planifica los lugares estratégicos para los puntos de control.

La reunión termina, pero ordeno que el señor Fergus se quede.

—¿Qué desea de mí, señora Luna? —él me mira sin emoción. Aún me odia un poco, sin embargo, no le doy importancia.

—Muchas cosas —me siento de nuevo en mi silla, que se encuentra en la punta de la larga mesa, el señor Fergus se sienta en la suya por el lado izquierdo a cuatro sillas lejos de mí—. La primera es ¿Cómo van mis barcos?

—Van bien, ya se está terminando el primero —él habla tranquilo.

—¿Cómo están las cosas por su tribu? —pregunto sincera. Es cierto que me hicieron la guerra, aunque no tengo nada personal contra ellos

—Gracias a que abrió el camino para la comida, nos está yendo bien —él asiente relajado.

—¿Y en cuanto a materia económica, les va bien? —pregunto tranquila, aunque temerosa.

—Comerciamos con nosotros mismos, nos va bien con la creación de telas —él se endereza en la silla de madera—. Comerciamos a veces con la tribu de los Sigurd, pero no con los Einars, no tenemos permitido entrar.

—Ya veo —hablo pensativa—. Voy a ver cómo podemos arreglar esa situación, por los momentos tenemos que generar cualquier tipo de ingresos entre nosotros mismos.

—Está bien señora —él se levanta—. ¿Me puedo retirar?

—Sí, ya se puede ir —él asiente y se retira. Me quedo sentada un rato hasta que entra Stephan.

—Ya me había preocupado que no saliera el señor Fergus —él se queda firme en la puerta observándome de forma discreta.

—Solo quería un tiempo a solas —confieso distraída—. Como sea —me levanto de la silla—. Tenemos trabajo que hacer.

Él asiente y salgo de la sala de reuniones, él me sigue junto a otro pequeño grupo de guardias. Prácticamente mi vida transcurre de esta manera, reunirnos con personas que no les agrado, buscar por debajo de las rocas un ingreso el cual pueda generar lo suficiente para no declararme en bancarrota. Los meses transcurren y lentamente se van construyendo los puestos de control fronterizos lo que dura la primavera, aunque solo sea para marcar un momento en el calendario porque estamos en un invierno sin fin. Aunque solo se puede diferenciar en que en ciertas épocas haga más frio que otras. Las cosas van a un ritmo extremadamente lento para mí, recuerdo que mi padre decía que un reino no se construye en un día, pero siento un gran peso en mis hombros. No quiero defraudar a nadie, quiero hacer las cosas bien por el bien de todos y el mío.

Llego a mi habitación luego de haber pasado todo el día recorriendo las tierras de los Einars. Me siento en la cama abatida y con un dolor inmenso en los pies. Los tacones son hermosos, pero no son los más idóneos para recorrer gran parte del trayecto a pie. Mis doncellas entran a mi habitación y me alistan para dormir, espero a que ellas se vayan para poder levantarme de la cama. Camino con mucho dolor a la chimenea y lanzo una piedra del collar al fuego.

—Quiero verte —hablo apresurada. La verdad no sé porque estoy haciendo esto, ya han pasado seis meses desde de que lo vi en mi coronación. Me voy a mi cama apresurada, no me importa dejar mi invocación en el fuego, no lo pude sacar. Me quemaría la mano si intentara tal estupidez.

—Pudiste congelar el fuego —Aimar comenta desde su pedestal que está al lado de mi cama.

—Sabes que hablas... —no termino la frase porque sale una intensa luz desde la chimenea. Me levanto de inmediato con una espada que acabo de crear con mis poderes. La luz desaparece, pero en su lugar se encuentra Sol con un traje rojo con un exquisito brocado dorado, combinado a juego con unos pantalones negros sencillos, pero elegantes.

—Ya recuerdo el frío que hace en este lugar —él se frota las manos y se las lleva a la chimenea. Él me observa aterrado al verme con la espada—. Tranquila, no vine hacerte daño.

—Es cierto —desaparezco la espada en el aire—. Lo siento, no debí haberte llamado.

—¿Y por qué lo hiciste en primer lugar? —él se acerca hasta mí, pero se detiene en el pie de la cama—. Yo escuché que querías verme, así que vine. La verdad me había preocupado ya, han pasado creo que seis meses desde que nos vimos. Pensé que solo era algo pasajero lo que tuvimos.

—No fue pasajero —me siento en la cama—. He estado ocupada con todo esto —señalo a mi alrededor, me siento en la cama y él se sienta cauteloso—. Ha sido...

—Una pesadilla —él termina la frase—. Te entiendo. Cuando terminó mi coronación, ahí vi realmente la realidad de poseer una corona. El estrés de complacer a la mayoría de las personas, buscar métodos para no quedar rezagado ante los demás reinos, que esperan silenciosamente tu caída.

—No quiero decir que fracasé —miro mis manos agobiada.

—No fracasaste, no ha pasado un año desde que eres reina —Sol me toma de la mano y con la otra me levanta el mentón—. Eres una mujer inteligente, fuerte y decidida. Está bien sentirse de esta horrible forma, está bien querer dejarlo todo, pero no lo harás porque eres la clase de persona que obtiene lo que quiere sin importar nada. Lograste ponerte en el trono, ahora te toca pelear con todo lo que tienes para mantenerlo.

—Necesitaba escucharte —le sonrío.

—Ahora sabes que no puedes tardarte tanto en llamarme —él bromea y yo me río—. Me gustas cuando sonríes.

Él se acerca a mí y me besa en los labios. Yo le correspondo, me acerco a él y le acaricio su suave cabellera dorada. Él me sienta en sus piernas.

—Hasta aquí nos quedamos la última vez —susurro en sus suaves labios.

—¿Quieres que nos quedemos así o...? —él pregunta mientras que juega con un mechón de mi blanquecino cabello. Lo empujo y cae de espalda en la cama, me acomodo en sus piernas sentándome un poco más arriba, quedando junto en su entrepierna—. Debo admitir que la vista no me desagrada.

—La vista desde aquí tampoco es decepcionante —recorro su pecho y desabrocho los botones dorados de su chaqueta, queda la vista una camisa de seda color crema—. Me gusta mucho esta tela.

—Si quieres puedo ordenar que te confeccionen bastantes vestidos de seda —su mano se va mi muslo un poco desnudo.

—Me encantaría, aunque no me servirían con este clima —comento triste.

—No me importa, quiero verte con vestidos de seda —él se sienta y me acomoda bien para no dejar de sentarme en su verga, ya puedo sentir su erección debajo de mi—. Les ordenaré que lo confeccionen con mangas largas y que le pongan piel. Pediré diseños exclusivos solo para ti.

Sol empieza a besarme el cuello, busca la forma de descender hasta el escote del camisón. Él empieza a subirlo por mi cuerpo y se deshace del camisón, quedo desnuda delante de él. Sus calientes manos se van a mis pechos y los aprieta duramente. Hago una pequeña mueca, pero él no le presta atención. Él me arrastra fuera de la cama, me mantengo aferrada a su cintura con mis piernas. Para luego dejarme en la parte superior de la cama, él se desviste. Su cuerpo se queda completamente desnudo y sin ningún pudor se sostiene la verga mientras se monta la cama. Con la mano izquierda me separa las piernas, lo miro nerviosa.

—No te voy a lastimar, no va a pasar nada si no lo quieres —él me sostiene el rostro con sus dos manos. Su verga queda colgando lista para penetrarme.

—¿Puedo estar arriba? —pregunto más tranquila.

—¿Sabes lo que vas a hacer? —él pregunta frunciendo el ceño.

—Más o menos —contesto, él maldice en su mente. Se acuesta a mi lado y yo me subo a su cuerpo—. Quiero que siempre sea así ¿De acuerdo?

—Como te sientas cómoda —él sonríe. Tomo su verga y la introduzco lentamente en mi interior, bajo con cuidado hasta quedar sentada.

—Así duele un poco más —él habla preocupado al ver mi rostro.

—Quiero que sea así —lo miro seria. Él asiente, con sus manos toma mi cintura.

—De acuerdo ¿Al menos puedo guiarte en el proceso? —él cuestiona cauteloso. Asiento—. ¿Es tu primera vez? —asiento—. De acuerdo, sé que duele un poco de esta forma así que vamos lento para que sea una experiencia agradable para los dos —vuelvo asentir—. Al principio duele, pero con lentos movimientos se va transformando en algo maravilloso. Tu vagina se tiene que adaptar a mi pene, lo que quiero que hagas son pequeños movimientos circulares con tus caderas ¿De acuerdo?

Obedezco a sus palabras. Me muevo cautelosa, él me ayuda al moverme la cadera.

—Lo estás haciendo bien —él me felicita excitado. Sol se sienta y me abraza—. Eres hermosa y valiente ¿Sí? —él me susurra en el oído—. No quiero que te detengas, quiero que me tomes, que me hagas tuyo.

Lo miro a los ojos y lo beso. Muevo mis caderas un poco más rápido, siento sacudidas en mi interior, la respiración se me acelera.

—Vamos, carajo —él mueve mis caderas con más fuerza—. Quiero que me hagas tuyo, maldición.

Él me levanta y me acuesta en la cama. Tengo su rostro en mi cuello y su pene en mi interior. Chillo un poco al sentir una explosión de emociones que poco a poco invade mi cuerpo. Sol cae a mi lado cansado y con la respiración deficiente.

—Eso fue bastante liberador —él confiesa mirándome a los ojos—. ¿Te gustó? —asiento. Él me atrae hacia a él, entrelazamos nuestros cuerpos, él me toca el trasero; lo masajea suavemente—. No me puedo quedar por mucho tiempo.

—Lo sé —sonrío débil—. Me gustó.

—Me alegro —él me besa la frente. Me suelta después de un rato y sale de la cama. Se viste rápido—. Espero volver a verte —comenta apresurado. Me acerco a él y le doy un beso en los labios, Sol sonríe y desaparece dentro de la chimenea.

—¿En serio era necesario eso? —Aimar cuestiona preocupado desde la ventana.

—Necesito obtener su corazón —me volteo hacia la cama, la cual está hecha un desastre. Tiene unos pequeños puntos de sangre. Quito la sábana con sangre y con las manos la hago jirones obteniendo la parte ensangrentada. Me acerco a la chimenea y la quemó conjurando un pequeño hechizo de unión.

—Sol será mío —sentencio apagando la chimenea. Me vuelvo a poner mi camisón y me acuesto en mi cama cansada. Aimar se acerca a mí y dormimos juntos. Rogando a los dioses unos lindos sueños.

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