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7. Torre Oeste

La habitación en la que me disponía a entrar se veía fuera de lugar en este sitio tan pulcro y cuidado.

La estancia daba la apariencia de estar en estado de semi-abandono.

Los techos de la sala medían más de cuatro metros de alto y del colgaban cadenas sueltas sin ningún orden en específico tintineando con la leve brisa que entraba desde el portón abierto.

La descuidada piedra que hacía de suelo parecía no haberse limpiado desde que se colocó. Aunque gran parte de ella estaba cubierta con una vasta alfombra roja con despuntes negros, se seguía viendo la dejadez provocada por años de abandono.

La única fuente de luz visible provenía de un gran ventanal con cortinas raídas, que se encontraba justo detrás del escritorio gris marchito desde el que me hablaba mi interlocutor.

—Pasa niña, pasa. Te estaba esperando.

El viejo se levanta y bordea su escritorio a paso lento, haciéndome gestos con la mano invitándome a entrar.

Mis pies responden mucho antes que mi cabeza, y antes de darme cuenta me encuentro avanzando en su dirección.

—Creo que ya has conocido a uno de nuestros alumnos estrella, pensé que era el más adecuado para que te recogiera.

—¿Idril?

—Sí, espero que hicierais buenas migas, te vendría bien tener un amigo aquí antes de empezar. Los ascendidos no suelen ser bien recibidos de primeras aquí.

El extraño, se apoya sobre el escritorio detrás de sí y señala una silla.

—Por favor siéntate, tenemos que hablar sobre las normas de Dalyrion antes de que empieces.

Le hago caso. Al fin y al cabo debía saber las normas antes de empezar la instrucción, así que asiento y me siento.

—Muy bien, lo primero es la asignación de la habitación. ¿Tienes alguna preferencia?

—¿Preferencia?

—Cada grupo tiene asignada una torre de dormitorios, los ángeles el lado este y los demonios el oeste. Al haber tan poca cantidad de ascendidos no vemos necesario crear otra solo para vosotros. Así que, ¿Alguna preferencia?

Lo pienso, y lo cierto es que me da igual. Vaya donde vaya seré la nueva y me mirarán mal, no soy una de ellos.

­—Me da igual, asígneme dónde usted crea conveniente.

El viejo parece contento con la respuesta y prosigue:

­—Está bien, te asignaré a la torre oeste. Compartirás habitación con Talivy, es un demonio menor, también es su primer año así que seguramente os podréis llevar bien.

Vaya, parece que voy a tardar en conocer a mi primer ángel.

­­—Me parece bien—digo rotundamente, aunque en realidad siento un poco de miedo por tener que dormir con un demonio, aunque él afirme que es uno menor.

—Pasemos al punto siguiente, pocos seres en el mundo tienen el poder de leer la mente a los mortales. Pero desgraciadamente, aquí habitan todos ellos, son seres de categoría superior así que te convendría beberte eso.

Me ofrece un frasco con un líquido amarillento burbujeante dentro y una pegatina en la que dice Repellus Majoris.

—Hará imposible la lectura de tu mente, no te voy a obligar a bebértelo; aunque yo lo haría.

Abro el corcho de madera del frasco inmediatamente. Por supuesto que me lo voy a tomar, no es nada cómodo que alguien constantemente se meta en mi cabeza y averigüe lo que pienso. Si tengo que elegir, elijo la intimidad.

Así que abro mi boca y vació el frasco con la misma. Sabía asquerosamente mal, parecía una combinación de huevo podrido con tierra húmeda.

Necesito hacer grandes esfuerzos para retener el grumoso mejunje en mi estómago.

El anciano se ríe, haciendo que se le marquen más las profundas arrugas alrededor de sus ojos.

—Vaya, parece que ni siquiera necesitabas que te convenciera.

—Usted no lleva dos días aguantando que extraños se le metan en la cabeza—digo de mal humor.

—Parece que no te sobra la simpatía, querida.

Hago una mueca con la boca y niego.

—Me parece que te vas a llevar muy bien con los demonios.

—Lo único que espero de ellos es que no me maten el primer día.

El señor abandona su posición y gira dirección a la butaca que se encuentra detrás del escritorio, separando más nuestros cuerpos.

—Tranquila, yo me ocuparé de eso. Por último la norma más importante de todas, los nearoí tenéis completamente prohibido establecer vínculos amorosos o carnales con cualquiera de las criaturas que estudian en la escuela.

La última norma me deja un poco en shock. No era algo que pensara hacer, yo esperaba a que Loras ascendiera al igual que yo. Pero eso no quitaba que semajante prohibición me pareciera un poco ilógica y petulante por parte de la dirección.

Como pretendían que los estudiantes nos respetaran si ellos eran los primeros en excluirnos.

El arcaico señor que tengo ante mí parece percibir en mi cara la incomprensión que me genera esta regla, pues no tarda un instante en abrir la boca y responderme.

—No se trata de exclusión, simplemente no sabemos a qué bando os uniréis al final de todo, y la historia antigua nos ha enseñado que los hijos nacidos de la unión de ángeles y demonios resultan fatales. Por eso cortamos el problema de raíz, evitando que se rompa una de las reglas más sagradas de los Cielos.

Con cada cosa que descubro sobre la historia de este lugar y las criaturas que aquí habitan, más me sorprendo. Cuantas guerras y cuantos horrores habrán visto estos muros.

—Está bien, lo entiendo. Esa regla es inviolable.

—Espero que así sea, por ahora hemos terminado. Llamaré a Idril para que te guíe hasta la torre oeste y te lleve a tu habitación.

No sé cómo se pone en contacto con él, pero Idril tarda escasamente dos minutos en materializarse en la puerta.

—Elodie, ya puedes irte.

Me levanto rápidamente y me despido de él con un simple gesto con la cabeza. Cuando llego a la altura de mi acompañante oigo detrás de mí.

—Por cierto Elodie, me llamo Elden. Si tienes algún problema o necesitas cualquier cosa me encontraras en la segunda planta del edificio. En el despacho de dirección.

—Muchas gracias—le digo mientras giro sobre mis pies viendo como la puerta se cierra sola tras nosotros.

Idril me invita a seguirlo de nuevo, atravesamos el trecho que queda de jardín y llegamos a lo que parece ser la entrada principal. La puerta está enmarcada en un gran arco de piedra del que las enredaderas se han hecho dueño.

—¿A dicho Elden?—le digo cuándo estoy segura de que hemos salido de la zona de escucha del viejo del despacho.

Me mira y se ríe de nuevo. A mi entender soy la persona más graciosa que ha pasado por la vida de este chico.

—A mi tío le gusta mucho presumir de su linaje, le encanta impresionar. Le ha faltado decir "Encantado, soy Elden el protector del Reino de los Mortales y guardián de la Paz de Shyphide"

Esto lo dice imitando la voz ronca del viejo, lo que hace que empiecen a brotar lágrimas en mis ojos de la risa. El me mira con aprobación.

Mientras tanto entramos dentro del gran castillo, y una vez más me quedo ensimismada con la belleza de este mundo. Se parece mucho al despacho del que acabo de salir, pero mucho mejor cuidado. Tanto el alto techo, como las paredes y el suelo están hechos de piedra y de ellos también se ha apropiado la naturaleza.

Me recuerda un poco al lugar abandonado dónde me reuní con Loras tantas noches, cuando nuestra vida aún era normal y estábamos juntos.

Idril se para justo enfrente de unas estrechas escaleras y me mira.

—Escúchame bien humana, solo tienes una oportunidad para impresionarlos. Que no huelan tu miedo, ya apestas a mortal lo suficiente como para sumarle eso. Sé firme, no vaciles.

—¿Apesto a mortal?

—Oh querida créeme que lo haces, pero eso no es importante. Haz lo que te digo, míralos a los ojos. Que vean que no eres débil y todo saldrá bien, te lo prometo.

—Está bien.

—Muy bien, yo subo ya. Tu habitación es la tercera de la sexta planta, suerte novata.

—Espera, ¿Me vas a dejar sola?

—Como te dije antes, tengo una reputación que mantener.

Antes de darme tiempo a replicar sube las escaleras y desaparece de mi vista.

Muy bien Elodie, este es el momento. No tengas miedo, para ellos eres un igual ahora.

Subo el primer tramo de escalera que dan a la primera planta y cruzo el pasillo, que me lleva al próximo piso. Mientras lo hago, miradas curiosas se asoman a las puertas de las habitaciones y me miran con escepticismo, está más que claro que no me consideran uno de ellos.

La misma situación se repite planta tras planta, hasta llegar a la sexta.

—Sexta planta, tercera habitación—me recuerdo.

Es la última planta de la torre, y solo tiene seis puertas.  De nuevo, todos los habitantes de la planta salen a recibirme y darme sus miradas de odio.

En la primera entrada reconozco a Idril, que me mira con aires de superioridad apoyado en el marco.

—¿Que miras mortal? ¿Nunca has visto a un demonio?—me dice con hostilidad.

Mientras se mete de nuevo en su habitación y cierra la puerta, no sin antes guiñarme uno de sus ojos.

Me dirijo rápidamente a mi habitación y cierro la puerta, apoyándome en ella al hacerlo. No estaba preparada para enfrentarme a otro de esos demonios tan pronto.

Unos ojos amarillos me miran sentados desde la cama derecha.

—¡Bienvenida a la Torre Oeste!

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