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6. Fábulas para niños

Idril me mira desconcertado mientras me río.

Pero es que siendo sinceros, lo que he vivido en estos dos últimos días ha sido surrealista.

Toda mi vida he crecido pensando que esos cuentos que me contaba mi madre para dormir eran simple fantasía, y de repente resulta que son más reales que mi propia existencia.

Asumir eso era un poco difícil para mi pobre mente.

Tenía ahí delante al hijo del mismísimo Hades, y no sabía si me perturbaba más que fuera el hijo del Diablo o que me hubiera caído bien.

—No sé qué encuentras tan gracioso la verdad.

Cruza los brazos y se me queda mirando mientras se apoya en una de las estatuas y continúa:

—La gente suele tener una reacción distinta cuándo le digo que soy el primogénito del diablo.

Me tomo un momento para recomponerme mientras él me mira algo aburrido, se nota que no está acostumbrado a no ser tomado en serio.

—Lo siento, pero entiende que para mí todo lo que ha salido por tu boca desde que nos conocimos suena a fábula para niños.

—Anda vamos, tengo que llevarte ante el director para que te asigne un cuarto y te explique cómo funcionan las cosas aquí.

Caminamos entre las estatuas mientras bordeamos la escuela. En este lugar todo parece estar cuidado hasta el más mínimo detalle, desde cada uno de los adoquines que componen el paseo, hasta las cientos de estatuas que nos miran mientras avanzamos.

Y cuando digo que nos miran, no lo hago en sentido figurado. De verdad noto como esas estatuas nos observan mientras caminamos entre ellas.

—No siempre fueron estatuas, alguna vez albergaron la magia en su interior—me explica, y noto la tristeza en su voz, aunque sé que él se esfuerza en esconderla.

Lo miro inquiriendo una respuesta, mientras el sigue observando con nostalgia el océano de estatuas que tenemos a nuestro alrededor.

—Vosotros no fuisteis los únicos que sufristeis en la Gran Guerra de los Siete Cielos, nosotros también pagamos un alto precio y es el que tienes ante ti.

—¿Peleaiste entre vosotros?

—Peleamos por vosotros, que es muy distinto. Los demonios nunca creímos que fuera buena idea el sistema que se estableció después de la victoria. No es justo para vosotros negaros ser dueños de vuestro propio destino. Me parece atroz, los humanos fuisteis creados para ser libres; ese es vuestro legado.

—Y entonces, ¿Por qué se estableció?

—Porque aunque según el Libro Sagrado ángeles y demonios somos iguales, eso nunca ha sido así. El aderno y sus habitantes aún pagan la primera rebelión de mi padre contra Veldy.

—¿Veldy?—jamás en ningún libro de historia había escuchado ese nombre.

—Veldy es el creador, originó la tierra que tú conoces a partir de uno de sus cabellos. Al ver la belleza del mundo que había creado derramó siete lágrimas. De cada una de ellas surgió un círculo celestial, y cada uno de ellos fue otorgado a los siete primeros hijos que caminaron sobre Syphide.

—Siento sonar estúpida, pero en ningún momento de mi escolarización me enseñaron nada sobre Veldy o esa rebelión.

—¿Si tu fueras parte de La Cúpula te gustaría que enseñaran como casi fuiste vencida?

—Claro que no, pero es un completo engaño. No sabemos ni quien nos dirige—le digo.

—Sólo omiten la verdad, les asusta que podáis empezar la misma rebelión abajo.

—¿Y por qué comenzó esa rebelión?

El suspira y me mira mientras andamos a paso lento por el camino de relucientes adoquines. Tengo claro que no esperaba ejercer de profesor de historia hoy.

—Cómo te decía, entregó cada uno de ellos a los primeros siete mortales. A Elden le entregó el primero de ellos, y le encomendó reinar y velar por la paz en el mundo de los humanos. A Idrian y Aruen les entregó el segundo y el tercero, a Idrian se le encomendó abasteceros de alimento y a Aruen de agua, y así fue como crecieron los árboles y nacieron los ríos y los mares.

Son como los dioses de los que se hablaba en Mitología de Las Ciudades.

—A Darius y Ulder se les concedieron el cuarto y el quinto, y a cada uno de ellos se les otorgó el poder de implantar en los humanos el amor y la inteligencia respectivamente, y así fue como empezasteis a reproduciros y evolucionar.

Oír esta historia de boca de un inmortal podría ser perfectamente lo más excitante intelectualmente que podría haberme pasado en mi vida.

—A Malder se le encomendó el sexto, y su tarea fue iluminar cada uno de vuestros días, haciendo que el sol salga por el este y se ponga por el oeste. Así creando los días y las noches.

El vuelve a suspirar, y comprendo que la parte de la historia que le queda no es de su agrado.

—Por último, a Hades, su hijo favorito, le encomendó el séptimo y la más difícil de las tareas, la protección del cielo de los mortales.

Para de caminar un segundo y me mira comprobando que lo escucho, entonces prosigue su alegato.

—Como último regalo, les concedió la inmortalidad y sus alas a cada uno de ellos. Todo fue bien durante decenios, hasta que un día Hades se enamoró de una las humanas que arribó a su Círculo y concibieron un hijo. Veldy enfurecido, arremetió su ira contra la mujer y la condenó a vagar sola el resto de la eternidad.

Notaba como la tristeza pasaba a la furia en su rostro, pero sabía que no era momento para interrumpirle. Además no sabía si alguien volvería a contarme esta historia de nuevo.

—Hades, junto con tres de sus hermanos emprendieron una rebelión contra él, puesto que después de ese episodio la dureza de Veldy contra el mundo humano creció. Mandaba plagas y tormentas e incluso quemaba sus cultivos, matándolos de hambre. La Rebelión de Los Ángeles duró casi un milenio y al vencerla creo un octavo círculo, El Infierno.

—¿Y mandó a Hades allí por instigar la Rebelión, verdad?

—Exactamente, también mando a todos los humanos que murieron durante la Rebelión creando así a los primeros demonios. Lo único que quería era ver a su hijo predilecto sufrir al ver a todas las almas que había condenado.

—Suena horrible—le digo horrorizada.

—Es que lo es.

Avanzamos un par de metros más hasta dar con un gran portón de madera gris con un pasador de alas de ángel.

—Bueno, parece que hemos llegado. Tendremos que continuar con las fábulas para niños otro día—dice sarcásticamente—Buena suerte, la vas a necesitar.

Me guiña un ojo y se va dejándome sola ante el portón.

Con miedo, toco dos veces con mi puño la puerta. Esta se entreabre y visualizo una figura bajita y regordeta sentada en una mesa al fondo de la estancia.

—Oh, Elodie querida, pasa. Estaba deseando verte de nuevo, sabía que pasarías la prueba.

El desconcierto me desfigura la cara. Allí frente a mí tenía al viejo bigotudo que nos había abandonado a nuestra suerte a las puertas del Jardín de las Hespérides.

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