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5. Bienvenidas


El dolor palpitante de mis sienes me despierta.

Siento todo mi cuerpo dormido, mis extremidades no reciben las órdenes que les envío y mis sentidos no responden a estímulos. Como si algo se hubiera adueñado de él y no me permitiera ser la dueña de mis propios movimientos.

Pasan los minutos, que parecen horas y poco a poco comienzo a sentir un hormigueo que recorre todas las partes de mi ser.

Comprendo entonces, que mi cuerpo está empezando a recuperar los sentidos y la movilidad.

Muevo las puntas de mis pies con cuidado, teniendo miedo de hacer cualquier gesto que me haga retorcer de dolor. Al fin y al cabo nunca había estado muerta.

Espera, ¿qué? ¿Había muerto de verdad?

Los recuerdos del día y la noche anterior habían pasado por mi cabeza como una leve brisa mientras moría.

En mi cabeza esperaba que todo fuera un mal sueño como los que tenía en casa, y que en algún momento de la noche Rea se levantara de su catre a ahuyentar los fantasmas por mí, una última vez.

Cuando por fin mis ojos se dignan a recuperar la visión, veo que no es así.

Ya no estoy en casa.

Entonces, noto por primera vez que estoy recostada sobre mi espalda en un mar inmenso de hierba verde. Sigo haciendo pequeños movimientos con mis extremidades mientras mis ojos y mis oídos se dedican a investigar el paisaje.

Estoy rodeada, por un lado de un gran bosque de hayas, y por otro, por un estanque en el que los peces se dedican a saltar una y otra vez, como si supieran que estoy ahí y me saludaran.

Bañando el paisaje se encuentra el cielo del color más azul que existe, la posición del sol me indica que serán las doce del mediodía. Aunque no sé a ciencia cierta cómo funciona el tiempo en el cielo.

Espera, espera. ¿Dónde demonios estoy? No puedo dar por hecho que estoy en el cielo, he hecho bastantes cosas malas en mi vida - me interrumpo a misma.

—Tranquila querida, no estás en el cielo ni en el infierno. No te preocupes.

La voz del extraño me sobresalta, pero no me asusta. Total, ¿Qué pude hacer? ¿Matarme?

El extraño se ríe.

—Tienes sentido del humor chica, no se puede decir lo mismo de todos los nearoí.

—¿Podrías dejar de leerme los pensamientos y ayudarme a levantarme?

El extraño se acerca y lo alcanzo a ver por primera vez. La inmensidad de su figura hace sombra sobre mí. Tiene el pelo color cobrizo y los ojos más oscuros que el mismísimo aderno.

—Oh claro, todos nos paralizamos cuando nos salen las alas, no me daba cuenta de ello. Tarda un par de horas en desaparecer por completo la sensación, no te asustes.

Mientras el extraño me levanta del suelo mi cara se desfigura al comprender lo que está diciendo.

—¡¡¿ALAS?!!

Antes de que el desconocido me deposite en el prado comienzo a dar vueltas sobre mi misma, con la clara intención de conseguir ver plumas, o sea lo que sea la atrocidad que me está destrozando la espalda.

Esto provoca que caiga al suelo al trastabillarme y enredárseme los pies.

El desconocido no duda en reírse.

—¿Qué crees que somos? ¿Gallinas? No son simples plumitas.

Se coloca frente mí  de nuevo y despliega unas imponentes alas rojo fuego de su espalda. Al ver mi cara pone una gran sonrisa de superioridad.

Está claro que no son simples plumitas.

Entonces me tiende una mano y nuevamente me ayuda a levantar mi asqueroso culo del suelo.

—Impresionada ¿eh?

—Para nada, las he visto más grandes.

Lo digo intentado imitar un tono de desdén, pero esto sólo provoca más risa en el desconocido. Parece que soy lo más divertido que ha pasado por aquí en siglos.

—No creo que ahí abajo abunden muchas alas—dice señalando con su dedo índice.

Entonces recuerdo la conversación original, no sé cómo nos hemos llegado a desviarnos tanto del tema principal teniendo en cuenta la situación en la que estoy.

Noto el mal humor apoderándose de mí.

—Si esto no es cielo ni el infierno, ¿dónde estamos?—le inquiero.

La paciencia nunca había sido mi fuerte, y después de muerta no iba a molestarme en desarrollarla.

—Querida humana, esto es la bóveda celeste que contemplabas desde tu mundo. Te encuentras en La Cúpula.

Me quedo un poco perpleja.

¿Entonces los dirigentes de La Cúpula eran ángeles?

—Y demonios, pero no te preocupes. Créeme cuando te digo que nosotros somos mucho mejores que ellos.

Vaya, parece que ni las criaturas divinas se libran de los piques.

—¿Eres un demonio?

No voy a negar la idea de que me asusta tener a un ser infernal frente a mis narices.

—¿Sólo sabes preguntar, no? Claro, te presentaste a la prueba para asistir a nuestra escuela.

Analizo la información que me da, y claramente tiene toda la razón. El problema es que cuando nos explicaron el premio no caí en la idea de que sí, aquí había demonios.

—Si estuvieras en mi situación, créeme que es lo único que harías—le digo irritada.

—Si estuviera en tu situación siendo una nearoí, créeme que lo único que no haría sería enfrentarme a un demonio.

—Lástima que no eres yo—le digo con suficiencia.

Me mira con aprobación y sacude la cabeza.

—Me caes bien humana, eres valiente, espero que elijas el bando correcto cuándo llegue el momento.

Sus palabras me hacen sentir sorprendidamente bien, quizás encaje en este lugar después de todo.

Estoy segura que a Loras le encantaría estar aquí.

Loras.

Me había olvidado completamente de él. Estaba aquí por su insistencia, y no está para disfrutarlo conmigo. ¿Qué clase de amiga era?

—Tranquila pronto olvidaras tu vida terrenal.

Lo que dice el demonio me asusta, yo no quiero desprenderme de los recuerdos que tengo en la Tierra. Al fin y al cabo, ¿Qué somos nosotros sin ellos?

—No quiero, tengo gente de la que cuidar ahí abajo.

—Amiga, si lo que querías es ser ángel guardián te has equivocado de escuela.

—Que gracioso—le digo rodando los ojos.

—Te lo digo en serio—dice rotundamente.

Oh claro, se me olvidaba estoy en La Cúpula hablando con un demonio.

Aún no logro entender en que momento mi vida se había descarrilado de esa manera.

—Creo que deberíamos ir yendo hacía la escuela, me han mandado recogerte, y ya llevamos aquí más de cuarenta y cinco minutos. Si se nos hace tarde enviaran a Thas, y créeme que no pienso soportar una bronca de ese dragón malhumorado; así que ya puedes ir moviendo ese culo.

Se da la vuelta y observo que en su espalda ya no están las alas.

—¿Y tus alas?

—Si no las necesito desaparecen, no las voy a llevar encima siempre.

Lo dice como si fuera lo más lógico del mundo, pero a mí me suena a syphidiano antiguo.

—Tú tampoco llevas tus desagradables alas de pollito.

Tenía razón, y me daba rabia no poder haberlas visto.

Tenía gracia, parece que Loras había adivinado desde el primer minuto mi destino al bautizarme como pajarito.

—Venga, vamos nos esperan.

Empieza a caminar y yo lo sigo como un patito sigue a su mamá. A saber que criaturas puede haber entre las ramas de aquel tupido bosque.

Avanzamos por un camino de tierra, adornado a su alrededor por pequeñas florecillas rojas que desprendían su polen con cada uno de nuestros pasos.

Calculo que caminamos  veinte minutos hasta llegar al frente del majestuoso castillo rodeado por un riachuelo, que el extraño llamaba escuela.  Se componía por un edificio central de dos plantas, del que salían dos grandes torres con cientos de ventanas.

A las puertas de él había un gran jardín con estatuas de dioses repartidas por todas partes, sin ningún tipo aparente de orden o patrón.

—Bienvenida a Dalyrion, Escuela de Ángeles y Demonios.

Y ahí estaba, ese era el nombre de mi nuevo hogar.

—Por cierto, mi nombre es Idril. No le digas a nadie que te he tratado bien; tengo una reputación que mantener.

—Menos mal, pensaba que te llamarías Hades o Lucifer—digo intentado sonar graciosa.

—Ah no, tranquila. Hades es mi padre.

Genial, he conocido al hijo del Diablo.

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