2. La Elección
Cuando por fin llego al bloque, me encuentro a Rea preparándose para salir. Ya está vestida, hoy es el único día al año que se nos permite llevar ropa no reglamentaria así que tiene puesto un vestido de flores que le queda un poco justo.
Sobre mi cama descansa un bonito vestido de tul rojo, supongo que Rea ha decidido que no me verá el último día enfundada en este mono desgastado y sucio.
—¿Seguro que quieres que me lo ponga?—le pregunto, sé que la ropa de su madre es lo último que conserva de ella.
—Me ofende la duda—me responde ella riéndose—. Además, quiero desenmarañarte ese pelo, parece que hace 2 semanas que no te peinas.
—Es que creo que ese es el tiempo justo que hace que no lo hago.
Rea se ríe, mientras comienza a peinarme. Está muy guapa cuando lo hace, pero no es algo que ella haga a menudo.
—No me reconozco—le digo mientras miro el espejo frente a mí.
—Estás preciosa Elodie, cuando te vea Loras se va a quedar pasmado.
Le doy un toque con el codo en el abdomen. Nunca he podido decir en voz alta lo que siento por Loras; quizás porque ni yo misma sé cuáles son mis sentimientos. Pero a ojos de Rea está claro que llevo enamorada de él desde que nos conocimos.
Me levanto y la abrazo, sé que este día será terrible para ella. A los dos años de entrar aquí se quedó huérfana así que no tiene a nadie en el mundo salvo a mí, y el destino de cada una tras la hoguera irá por caminos separados.
—Nos volveremos a ver fuera, te lo prometo.
—Eres todo el desastre que necesita este sitio Elodie—me dice mientras afloja el agarre del abrazo—. No dejes que nadie te cambie.
A las ocho menos cuarto nos dirigimos hacia el centro de la ciudad.
Salimos con tiempo para despedirnos del que había sido nuestro hogar durante tantos años. Recorremos con lástima cada paso que nos acerca al final de nuestra estadía aquí; observamos los grandes edificios de hormigón de las afueras, cada parque y cada árbol. Sería un lugar triste y para nada acogedor, pero era nuestra casa.
A las ocho menos cinco nos encontramos frente al parque de Asteria, podría ser perfectamente el lugar más bonito y colorido de todo el Círculo, pero permanecía cerrado todo el año a excepción del día de la Hoguera.
En su interior se encontraba una gran estatua de la Diosa que ponía nombre al sitio, rodeada de grandes flores violetas y otras más pequeñas de color negro; el pasillo de grava que llevaba a ella estaba protegido por grandes arces que juntaban sus copas y daban sensación de oscuridad al lugar.
En la entrada se encontraba una mujer rapada comprobando los nombres de los participantes y frente a ella una larga cola de nearoí esperando su confirmación para entrar. Saludo a unos cuantos con un gesto de la cabeza y me pongo al final de la cola esperando encontrar a Loras en algún momento, pero muy probablemente el haya entrado ya.
El parque en esta ocasión no tenía ninguna silla, supongo que preveían que la ceremonia iba a ser corta teniendo en cuenta la escasa población que cumplía dieciocho este año. Me coloco en la tercera fila, entre un chico un poco más alto que yo y una chica que conozco de la instrucción de medicina natural. Diviso a Rea un par de filas por detrás de mí y a Loras en la primera, ya no tengo opción de decirle mi respuesta, así que la conocerá cuando vea caer mi sangre a las brasas.
A las ocho y dos minutos el único miembro que conocemos de La Cúpula sube al estrado improvisado que han construido a los pies de la estatua, es un señor de avanzada edad que perfectamente podría ser el más longevo del continente. Entonces empieza con el mismo discurso que da todos los años a los egresados de la ciudad.
Empieza a enumerar los grandes disturbios que se produjeron en los inicios de La Gran Guerra de Los Siete Cielos hace ya más de treinta años, y como la única solución que encontró la Cúpula fue salir de las sombras e intervenir en el conflicto, estableciendo un nuevo orden social que lograra frenar la gran devastación a la que habíamos sometido al mundo. Siendo resultado de este que todas las familias deberían entregar a los niños al cumplir los nueve años con el fin de ser instruidos como ciudadanos útiles para la sociedad.
Siempre he creído que en realidad lo hacen para recordarnos que ellos son los dueños de nuestras vidas y que si querían podrían arrebatarnos todo aquello que amamos.
—Ha llegado el momento, que suban al estrado en orden de llamada los nacidos en Enero.
Empiezan a subir chicos que no había visto nunca sin dar ninguna sorpresa, excepto uno, que se arriesga decidiendo vivir como montaraz y tendrá que abandonar la ciudad inmediatamente después de bajar de la tarima.
Esto tampoco es algo que ocurra muy a menudo.
Para La Cúpula si eliges vivir fuera de sus leyes eres un traidor y si te pillan dentro de la Ciudad acabada la hoguera serás condenado a la máxima pena.
Siguen pasando chicos por el estrado sin pena ni gloria, atemorizados por la idea de otra vida distinta a la que han conocido. Y entonces lo veo; al final de la cola de los nacidos en Marzo esta él, Loras. Siempre tan tranquilo, tan correcto.
Cuando me doy cuenta es su turno, el con total impasividad y decisión se hace un corte en la mano y la dirige hacía la hoguera que tiene más a su derecha. Entonces la sangre cae, y el sin saberlo a decidido por los dos.
El lugar explota en un grito de sorpresa, que un egresado eligiera someterse a la Prueba de las Hespérides es algo que no ocurre con demasiada frecuencia y mucho menos frecuente sería que dos nearoí del mismo año lo hicieran.
Pasan los meses y con ellos los chicos. Entonces llega mi turno; subo al estrado junto los nacidos en Junio y antes de darme cuenta estoy delante del fuego. Sin pensarlo demasiado, pongo la hoja del cuchillo sobre mi mano y sigo los mismos pasos que Loras.
El lugar estalla, es un hecho insólito, así que se dan el lujo de saltarse las recatadas normas de la ceremonia y rompen por segunda vez el pulcro silencio. El viejo que preside la reunión se acerca a mí y me pide que salga fuera del parque junto a Loras para darme las instrucciones después.
Mientras salgo, lo único que consigo ver es la cara de tristeza de Rea entre la multitud, leo en sus ojos que cree que he roto mi promesa.
"Hasta pronto" le susurro, y espero que entienda que esto no es una despedida.
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