16. El chico entre las ramas
La oscuridad aún nos rodeaba, apegándonos más a ella con cada paso dentro de la gruta, e impidiéndonos ver más allá de nuestros propios pies mientras avanzábamos.
— ¿Cuánta profundidad tiene esta gruta?—pregunta Rea, agitada aún por el esfuerzo físico que supone arrastrar el cuerpo de Idril.
Llevábamos andando dentro de la grieta que nos habían señalado los Skalmers al menos seiscientos metros, y la luz que provenía desde el otro extremo aún se veía lejana.
Lo único que le rogaba a los dioses era que esos bicharracos no nos hubieran engañado y vendido como comida al mejor postor.
—Calculó que al menos novecientos metros, ya hemos recorrido más de la mitad. Solo queda un último empujón—la animo, pese que mis fuerzas también están empezando a flaquear.
Noto la mirada de Rea en las sombras y sé que está apunto de rendirse, la razón le está diciendo que pare y descanse. Y eso es algo que yo no puedo permitirle, quedan pocas horas hasta el anochecer y a saber que criaturas nocturnas se esconden hambrientas entre las paredes de esta cueva.
—Tu puedes con esto Rea—le digo, más como una súplica que cómo un grito de ánimo.
Ella guarda silencio, e inmediatamente después sin aflojar el aplome sobre el cuerpo de Idril comienza a andar de nuevo.
—Gracias—susurro.
—No pienso dejarte sola en esto—contesta.
Arrastramos el cuerpo de Idril sobre el lecho de rocas durante los metros que nos quedaban hasta la salida, haciéndole más daño en la espalda con cada piedra que se interponía en nuestro camino.
—Un par de pasos más—dice Rea.
Hacía un par de metros que la luz nos había vuelto a acompañar y me había permitido ver el semblante de Rea, ahora demacrado y envejecido pese a las pocas semanas que hacía que nos habíamos separado.
La inocencia en sus pupilas se había apagado y había dejado paso a la determinación. Se había convertido en una mujer fuerte en mi ausencia.
Me hacía feliz no verla desvalida, había resurgido de sus cenizas como un Ave Fénix, y yo estaba orgullosa de ello.
—Ya se ve el verde del bosque —me interrumpe.
Tenía razón, a escasa distancia de nosotros ya se dejaba entrever una pradera rodeada por árboles de los cuáles pendían frutos de todas clases imaginables.
El llano en el que nos adentrábamos parecía un festival de la primavera, flores de color del arcoíris crecían por todo el prado y miles de mariposas blancas revoloteaban por todo el espacio, formando figuras en grupo mientras volaban.
Al salir de la cueva, ambas soltamos el cuerpo de Idril y nos arrodillamos, permitiéndonos descansar al fin.
— ¡Por fin! Necesitaba descansar— digo mientras acaricio la verde hierba.
—Y que lo digas, pensaba que me iba a morir de agotamiento mientras cruzábamos ese túnel.
Me rio, yo también lo pensaba. Llevábamos sin dormir casi un día, y el camino hasta aquí no se había tornado fácil. Demasiados inconvenientes juntos nos habían atrasado, y eso repercutiría en nuestra nota de Intervención Mundana.
Idril me lo va a estar recordando por toda la eternidad.
A lo lejos, el sonido de un río me despista y me recuerda mi sed. Llevábamos sin beber nada mucho tiempo, y aunque hasta ahora no lo había notado, tenía la lengua seca y los labios despellejados. Mi boca había dejado de producir saliva bastante tiempo atrás.
—Agua—murmura Rea.
—El nacimiento de un río está cerca, como a cien metros—le señalo.
—Iré a buscar un poco de agua para los tres.
—Está bien, gracias, yo cuidaré de él mientras vuelves. Ten cuidado por favor—le advierto.
Ella asiente y saca de su bolsa una bota para guardar el agua.
—Volveré enseguida.
Veo como comienza a alejarse y me dirijo hacía Idril, que no se ha movido un milímetro desde que llegamos a la pradera.
Las heridas infligidas por el Fennir aún son visibles, pero ya estaban cerradas, la caspa se había ocupado de ello. En cambio, seguía tiritando, no había parado desde que sucedió el ataque.
La fiebre se estaba apoderando de él, y en muchas ocasiones durante mi aprendizaje de curandera tuve la ocasión de ver los estragos que produce en la cabeza.
Él es inmortal, pero ¿ser inmortal lo libraba de las secuelas?
Ruidarde, pienso, es un antitérmico.
Me alejo de él sin perderlo de vista, y comienzo a buscar entre las plantas que crecen en la pradera una con seis hojas puntiagudas, verde musgo y porosa al tacto. Suele crecer a los pies de los árboles, en su cara norte.
Es imposible confundirla.
Unos animalillos con grandes orejas danzaban a mí alrededor, acompañándome en el camino mientras buscaba la hoja.
Conejos idiota, ¿por qué nunca te acuerdas de ellos?
Revisé cada pie de los árboles, y justo cuando estaba a punto de rendirme la divisé. Estaba media roída por los dientecillos de los conejos pero serviría. Solo debía hacer una pastas con ella y dársela. La fiebre comenzaría a bajar enseguida.
— ¿Pretendes matarlo?—suena una voz masculina, metida entre las ramas el árbol— ¿Sabes acaso que es lo que has cogido?
Lejos de asustarme miro la hoja, es ruidarde, estoy segura.
—Mira al conejo que la mordisqueó—la cabeza del chico asomó boca abajo y señaló hacía el suelo—, está muerto. Lo que tienes en la mano se llama Salvia Venenosa.
La suelto inmediatamente y miro en la dirección que él extraño dice, en el camino encuentro la figura del animal yerta en el suelo, con los ojos inyectados en sangre y una especia de baba blanca saliendo de su boca.
Quizás no sea tan buena curandera como creía.
El extraño da un salto y aterriza sobre sus pies a pocos metros de mí. Es bajito, y tiene una complexión robusta. Me llama la atención su tez, nunca había visto a nadie con piel color cacao, por lo menos no que yo recordara.
A simple vista el chico no alcanzaría aún los veinte años.
—Soy Dorien —extiende su mano—. Bienvenida al Territorio Libre del Este.
Extiendo mi mano y le doy un apretón.
—Soy Elodie —señalo la posición de mis acompañantes—, y ellos son Rea e Ititus.
El chico que apareció entre las ramas lucha por contener la risa, creo que en el fondo si me he pasado un poco con el nombre ficticio de Idril.
—Parece que tu amigo está herido.
—Lo atacó un Fennir anoche.
— ¿Y ha sobrevivido al ataque? —dice sorprendido.
Asiento.
—Tuvimos suerte, un Skalmer nos ayudó a huir durante toda la noche. El Fennir nos alcanzó casi a la hora del alba.
— ¿Habéis visto a un Skalmer?
Ojalá solo hubiese sido uno, pienso.
—A una familia entera.
—Increíble, yo nunca he visto uno. No sabéis la suerte que tenéis.
—La verdad es que son un poco pesados.
—Son los espíritus guardianes del bosque de Aldars, os eligieron. Pocos en la historia de este bosque pueden decir eso.
Estoy segura de que dices eso porque no los has conocido nunca.
—Pues si somos unos afortunados entonces —digo quitándole asunto al tema—, por cierto ¿sabes si en este prado hay ruidarde?
— ¿Tiene fiebre?
Asiento, y el comienza a acercarse hacía el punto donde descansa Idril. Aún inmóvil y en estado de seminconsciencia.
—Tiene mala pinta, la fiebre está muy alta. Vuelvo enseguida, quédate con él.
El chico corre hacía el río y se posiciona cerca de Rea, a quién parece explicarle la situación puesto que juntos comienzan a escarbar en la orilla y a sacar unas raíces.
—Te pondrás bien Idril—digo pasándole la mano por el cabello enmarañado—, te lo prometo.
El demonio se revuelve nervioso en el pasto, la fiebre ya habrá dado paso a las alucinaciones.
—Te pondrás bien...—repito, más para él que para mí.
Antes de darme cuenta Rea y Dorian ya están junto a nosotros. En las manos de Rea, embarradas tras escavar en la orilla del río descansan tres raíces violáceas exactamente iguales.
— ¿Qué son?
—Raíces del árbol de Karime, funcionarán enseguida—dice el recién llegado—hay que exprimirlas hasta sacarles el jugo.
Asiento y le arrebato a Rea las raíces de las manos.
—Abridle la boca.
Comienzo a apretar aquellos forúnculos gastando hasta la última gota de fuerza que me quedaba en el cuerpo, haciendo que el líquido comenzara a brotar entre mis manos.
Gota tras gota fue cayendo sobre los labios de Idril, y con cada una de ellas yo rezaba a todos los dioses que conocía y a los que no para que despertara.
Y mis plegarias fueron escuchadas, una tos salió de la garganta de Idril y abrió los ojos, aún encarnizados y llorosos por el veneno del Fennir.
—Creí que había muerto y regresado al infierno—dijo entre golpes de tos aun delirando.
Los dos chicos se miraron confundidos.
—No creas que morirte hará que te libres de mí—digo aliviada.
—Eso lo último quiero.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro