14. Iliadas y Monstruos
Salimos de la casa minutos después, casi cuando el sol estaba en la posición del ocaso.
Segundos antes de que el día nos diera su último rayo de luz dejamos atrás el término de la propiedad, y nos sumergimos en dirección a la vereda rocosa que nos alejaba cada vez más de la periferia de la ciudad, zambulléndonos en el bosque de los Aldars.
La oscuridad nos envolvía, pero esperar más no era una opción. No cuando la vida de Rea estaba en peligro.
Cada paso nos alejaba más de la tintineante luz que emanaba de la ciudad, haciendo que la noche nos acogiera como una madre que abraza por primera vez a un recién nacido.
Los sonidos del bosque cada vez se hacían más presentes, el eco del llanto de los lobos y el tintineo de los carpinteros sobre los abedules eran la principal melodía del lugar.
A lo lejos ya se divisaba el muro, y cuanto más nos acercábamos más grande parecía su envergadura. Cientos y cientos de metros de hormigón reforzado que separaban nuestra civilización de la tan ansiada libertad.
—Cómo pretendes que crucemos eso?—pregunta Rea.
—Según mis fuentes hay una abertura en el flanco este, los montaraces la usan para traficar en el mercado ilegal con pieles.
—¿Con pieles? Pensaba que no quedaban animales en libertad—digo.
—Dentro del Círculo no, pero Syphide es mucho más grande que estos cuatro muros. Hay territorios que no sabes ni que existen.
Tenía razón, los libros de geografía no mostraban otra cosa que no fuera El Círculo. No teníamos conocimiento real de cuán grande era el continente, ni de cuanto abarcaba el territorio libre.
Mi cabeza seguía despotricando contra El Círculo a medida que avanzábamos. Los ruidos cada vez más estremecedores, se hacían un hueco en nuestra mente, abriéndose paso en nuestra memoria y quedándose grabados en ella.
Entonces, el gutural gorgojeo salival de un animal escondido entre la flora nos estremeció los huesos, su olor se encubría con el de la tierra húmeda y sus pasos, pesados, retumbaban a nuestro alrededor.
Sea lo que sea, nos está acorralando, pienso.
—Nos estamos metiendo en la boca del lobo—les susurro con miedo a que la bestia nos oiga, si es que no lo ha hecho ya.
Idril me mira, y Rea me agarra del brazo en un intento desesperado de buscar protección.
El tacto de algo peludo contra mi pantorrilla, acompañado de la voz titubeante que proviene de la misma me sobresalta, haciéndome ahogar un grito y aferrarme más a Rea.
La pequeña criatura peluda que ahora se abrazaba a mi pierna me pide que guarde silencio con el dedo.
—No ser lobo, ser fennir. Fennir mucho más peligroso y cruel que lobo—susurra.
Tener a eso pegado a mi pie me provoca un tambaleo y siento que dentro de muy poco mí cara estará conociendo al suelo del bosque de los Aldars.
Idril al contrario de parecer asustado, mira a la criatura con curiosidad, examinándolo con la mirada.
—Es un Skalmer—pronuncia con un acento raro.
La criatura suelta mi pie y se dirige a Idril, contento de que lo haya reconocido y esté al tenerlo cerca se agacha, hasta ponerse casi nariz con nariz con la criatura.
—¿Puedes ayudarnos a salir de aquí?—pregunta amable.
—Ayudar querer. Humanos seguir a Skalmer.
Idril le da las gracias y toma a la criatura de nariz chata por la garra.
—Vamos—dice Idril.
Pero Rea y yo nos quedamos ahí de pie mirándolos como estatuas.
¿Como puede confiar en una criatura así?
Aún incrédulas e impresionadas, el aullido del animal que nos acecha nos hace dar un respingo.
—Si humanas desear morir, Skalmer no impedir.
—Vamos—repite Idril ansioso.
Y eso basta para ponernos en marcha, con Rea aún agarrada de mi brazo comenzamos a andar fuera del camino delimitado del bosque, adentrándonos en la maleza tupida de ramas y arbustos que formaban el monte bajo.
—¿Dónde nos lleva?—pregunto.
—Shhhh... Fennir tener hambre, fennir cerca.
Avanzábamos cada vez más rápido, la espesura del bosque casi no nos dejaba ver dos palmos al frente.
Intentábamos no mirar atrás, pero a cada segundo que pasaba podía sentir en mi nuca cada vez más cerca el aliento de la bestia que nos buscaba.
Caminamos durante cerca de una hora.
La luz de los primeros rayos del sol del día estaban a punto de aparecer, las estrellas ya habían desaparecido del firmamento y la luna cada vez era menos visible.
—Casi estar, casi estar...—repetía continuamente el Skalmer.
De pronto se hizo el silencio, la canción repetitiva de la criatura ya no sonaba. Su voz había sido sustituida por el estremecedor sonido del crepitar de unas garras afilándose contra el suelo frente a nosotros.
—Fennir encontrar. Todos morir. Rezar al dios sol por su luz.
¿Rezar al dios sol por su luz?
La figura de un gran lobo negro emergió de las sombras, tenía el tamaño de un caballo y unos dientes y garras más afilados que cuchillos.
Inmediatamente empecé a buscar algo con lo que defendernos e Idril repitió mi movimiento, aunque era inútil. Nada que tuviéramos a mano podría hacerle una mínima herida a lo que teníamos ante nosotros.
El animal se acercaba cada vez más y poniéndose en posición de ataque, reptó hasta hacer que la distancia entre nosotros fuera absurda.
El Skalmer se escondió entre los pies de Idril y comenzó de nuevo su canción «casi estar...casi estar... dios sol protegenos con tu luz»
Una chispa se encendió dentro de mí y entendí la cantaleta del animal.
Es una criatura nocturna, el sol le hace daño.
Quedaban apenas dos minutos hasta que saliera el sol, pero muy difícilmente saldríamos todos con vida. A los colmillos del Fennir les sobraría tiempo para descuartizarnos.
El animal se puso sobre las dos patas y dio un salto para acabar sobre el torso de Idril. El moreno gritó y empezó a revolverse bajo el animal buscando una escapatoria.
Y yo, sin pensarlo me abalance sobre su lomo armada con una gran piedra dispuesta a que los sesos del animal quedaran gravados en ella para toda la eternidad.
Con cada golpe el animal rugía, pero no soltaba sus colmillos del cuerpo de mi amigo.
Aguanta un poco Idril, está a punto de salir el sol, pensaba para mí misma intentado reconfortarme.
Y así fue, cuando los primeros rayos del sol cayeron sobre el pelaje del animal este gimió y soltó su agarre, huyendo hacía la espesura del bosque en busca de refugio y dejando al demonio mal herido sobre el pasto lleno de su sangre.
—¿Estás bien?—pregunté en medio de un sollozo.
Pero de su boca no salió ni palabra, ni aliento alguno.
Estaba claro que en este juego de iliadas y monstruos, yo había perdido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro