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13. Ilusionismo

Cuarenta y cinco minutos han pasado desde que Rea se fue.

Cuarenta y cinco.

Los minutos comienzan a inquietarme como el sonido de un martillo sobre un yelmo.

Sentado en el suelo a mi lado se encuentra Idril, que después de haberme incordiado un rato había decidido pasar los últimos cuarenta minutos haciendo montículos de tierra en el centro de la plaza.

—¿Puedes parar ya?, me estás poniendo de los nervios.

Idril me mira levantando una ceja y se levanta, sacudiendo a la vez los restos de polvo que han quedado en sus manos.

—Creo que deberías relajarte un poco, si le hubiera pasado algo ya lo hubiera sabido.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Llámalo sexto sentido.

Lo miro escéptica, sé que detrás de ese "sexto sentido" se esconde algún poder extraño. Al fin y al cabo, es el hijo del diablo y nieto directo del creador.

Podría tener omnisciencia absoluta, percepción extra sensorial o quien sabe que más.

—Está bien, pero si dentro de cinco minutos no está aquí, iré a preguntarle al mercader su dirección.

—No hará falta, sé dónde vive. Te lo dije cuándo el portal nos dejó aquí.

Oh claro, se me olvidaba que siempre lo subestimo.

Ruedo los ojos, Idril puede ser perfectamente la persona más petulante del universo. Además de ser la más voluble que he conocido; un minuto es un príncipe encantador y servicial, y al siguiente le molesta que respire el mismo oxígeno que él.

Hombres, que seres tan ilógicos, pienso.

Ese era el motivo porque el que siempre había escogido la amistad de las mujeres, bueno, a excepción de Loras.

El había sabido ganarse mi confianza paso a paso, sin ninguna prisa, y eso era algo que siempre valoraría de él.

Logró calmar el mar de mis demonios; para mí él era ancla,  mi refugio en medio de la tormenta y el lugar al que regresar cuando todo estaba perdido.

Coleccionábamos cicatrices juntos.

—Creo que ahora si será mejor que vayamos a buscar a Rea—dice Idril preocupado.

—¿Por qué? ¿Pasa algo?— le inquiero.

—Fíate de mi instinto y corre.

Como ya era costumbre, me cogió por el brazo y empezamos a correr por el mercado como alma que lleva el diablo.

Já, que ironías. Literalmente era un alma que se llevaba el diablo.

Avanzamos entre la multitud hasta alcanzar el centro de la ciudad, no sabía en qué dirección vivía Rea, pero poco a poco comencé a divisar el gran muro que separaba El Círculo del Territorio Libre de los Montaraces, y recordé a Idril diciendo que vivía a escasamente tres kilómetros de allí.

Estamos llegando.

Al doblar la esquina tuve un mal presentimiento, el silencio de las calles de la periferia estaba corrompido por los increpantes gritos roncos de un hombre, y el llanto de una mujer.

Si ese malnacido había puesto un solo dedo sobre la piel de Rea, juro por mi vida que no tendría continente por el que correr para salvar la suya.

—¿Es ahí verdad?

—Es ahí—responde Idril—, pero por favor compórtate. No podemos llamar la atención.

Lo escucho, pero no contesto. No puedo prometer algo que no voy a cumplir, y el parece entenderlo.

—Está bien, si no me vas a hacer caso por lo menos deja que me ocupe yo. A mí no me pueden expulsar de la escuela, a ti sí.

—De acuerdo.

—Además, yo impongo mucho más que una enclenque como tú.

No me queda otra opción que reírme, parece que Idril se estaba olvidando de un pequeño detalle.

—¿Lo dice el canijo con gafas?

De inmediato parece comprender que su rostro no es el mismo, porque las facciones de su cara cambian inmediatamente.

—No por mucho tiempo.

Una sombra ennegrece su mirada y su rostro comienza a cuartearse hasta romperse, dejando que los pedacitos que caen tintineen en el suelo como porcelana. Literalmente, los restos de Idril estaban a mis pies.

Genial, ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Barrer los trocitos?

Antes de que me diera tiempo a ponerme histérica, por arte de magia los trocitos comenzaron a revolotear rápidamente en el aire como un remolino. Juntándose para crear algo nuevo.

Del batiburrillo de piezas emergió la figura de Idril, la misma que me había recogido mi primer día frente al lago.

Si la misión era no llamar la atención me parece que hemos fallado, pienso.

—¿Y ahora qué? ¿Impongo más que antes?

—Me gustabas más de enclenque—contesto—, te hacía menos arrogante.

—Lo tomaré en cuenta—me guiña un ojo—, pero ahora me parece que hay una damisela a la que salvar.

Me tuve que reír, Idril utilizaba el lenguaje más arcaico que había escuchado.

—Si lo hieres de gravedad, te deberé algo toda mi vida—le contesto.

Él sonríe y me enseña los colmillos mientras comienza a andar conmigo a su vera, protegida por el amparo de su sombra.

—No puedo prometerte nada.

Los gritos provenían de una modesta casa de dos plantas, con un tejado a dos aguas carcomido por las heces de las palomas y ratas que lo habían convertido en su lecho.

La voz de Rea pedía auxilio, y por una de las ventanas se asomaba el cabello rubio de mi amiga. Su marido estaba intentando tirarla a la calzada.

Si no eres mía, no serás de nadie—oí en el segundo piso.

Nunca he sido tuya, ni nunca lo seré—exclamó la voz de Rea—. Si estamos juntos es por ese estúpido sorteo de matrimonio, nunca me hubiera fijado en ti de haber sido de otro modo.

La valentía de mi amiga me sorprendía cada vez más, de haber estado yo en esa posición hubiera dicho cualquier cosa para salvar la vida.

Pero ella no era así. Bajo esa piel de cordero se escondía un león.

—Espérame aquí, no te muevas—dice Idril.

—No me moveré de la casa.

Idril se toma esto como algo positivo, y tira la puerta de la casa abajo sin vacilaciones sumergiéndose en ella.

Tras la puerta descolgada logré atisbar unas escaleras al fondo. Cuando el moreno las sube y me pierde de vista hago lo mismo y subo tras él.

Le había prometido no moverme de la casa, y técnicamente no lo estaba incumpliendo.

Peldaño a peldaño, las escaleras me acercaban más y más al centro de la trifulca ahora formada por tres personas.

En el centro de la roñosa habitación estaba el demonio dándome la espalda, y frente a él estaba el malnacido de Martius acorralando a Rea contra la ventana.

Leí sus intenciones antes de que abriera la boca.

—Esto solo puede acabar de dos maneras—asegura Idril acercándose más—, y sólo una es medianamente agradable para ti.

—¿Crees que te tengo miedo?

—Serías un necio si no lo tuvieras.

El hombre lo mira al tiempo que Idril despliega sus alas.

Su cara se desencaja, y se obliga a sí mismo a soltar a Rea de su agarre.

—¿Qué demonios eres?

—Te has contestado tú mismo—dice Idril aun dándome la espalda—, ahora sólo tienes la posibilidad de escoger una opción. O huyes o mueres.

Sin que una palabra saliera de su boca agarró su chamarra y salió de la habitación dando trompicones con los pies, intentando evitar una caída.

El silencio inundó la habitación cuándo los pasos del hombre se habían alejado lo suficiente de nosotros, dejándonos solos y apabullados en la tarima maltrecha de ese segundo piso.

Rea seguía pegada al marco de la ventana observándonos con cara de terror, a Idril se le había pasado por alto que en esa habitación había una humana a la que no deberíamos aterrorizar.

—Bueno dejemos el dramatismo—carcajea Idril mientras hace que sus alas desaparezcan—, como buen ilusionista es mi trabajo hacer que la gente crea en lo que hago.

Para ser un demonio se le da fatal mentir, bufo en mi mente.

Rea lo mira levantado una ceja y camina hasta estar frente a frente con él.

—No sé quién eres, pero si de verdad eres ilusionista debes de ser el mejor de todo El Círculo. Esas cosas—dice señalando a la espalda de Idril—, son la cosa más impresionante que he visto.

Lo cierto, es que no comprendo si de verdad se ha creído lo que Idril le cuenta, o simplemente ha elegido creerse la mentira peor contada de la historia moderna de la humanidad.

—Oh gracias, algunas personas dicen que no son lo suficientemente impresionantes—exhala girándose hacía a mí—. Le doy mis bendiciones al creador por dejar en este mundo personas con el sentido del gusto.

Me río, tengo que hacerlo. Sus padres tuvieron que poner una dosis de dramatismo extrema en la concepción de este ser para crear algo semejante.

—Rea, ha llegado el momento de irnos. Prefiero no tener que volver a cruzarnos con tu marido—le explico.

—Yo tampoco.

Dicho esto se apresura a recoger los enseres que había regados por el suelo y meterlos en una bolsa de cuero.

Debe ser bastante antigua y muy valiosa, hace ya casi diez años desde que se ilegalizó el tráfico y consumo de materia prima de animales sin previo consentimiento del gobierno.

Por lo que aquello que mi amiga sostenía en sus manos era un auténtico lujo y  su firma para la pena de muerte.

—No me mires así—me espeta—, te prometo que no he matado ningún ternero para arrancarle la piel. Es lo único que me queda de mi familia, cuando nos casamos Martius se encargó de quemar todas mis pertenencias, solo se salvó esto.  Y solo porque él creía que lo podría vender en un futuro.

Su voz rota me quiebra el cuerpo y llega a la parte más irracional de mí, a mi lado animal. Haciéndome prometer a mí misma que ese hombre pagaría con sangre lo que le había hecho a mi compañera.

—Lo siento—le digo.

—Tranquila, no me conocías—dice quitándole importancia al tema—. Por cierto, ¿Dónde está Ivar?

Claro, ella conocía a Ivar no a Idril.

Ha llegado el momento de vengarme, pienso.

—Oh, no podrá acompañarnos. Su madre se ha puesto enferma, pero en su lugar ha mandado a su primo Ititus.

Rea estalla en una carcajada.

—¿Ititus? ¿Cómo el picor ya sabes...ahí?—dice señalando a su entrepierna.

—Exactamente.

Ella solo puede volver a reírse.

—¿De qué os reís tanto?

Idril se acerca por fin a nosotras, los últimos minutos se había dedicado a recoger las cosas que Martius había sacado de la bolsa de Rea.

—Siento decirte que no fuiste un nacimiento querido por tus padres—dice Rea—, tu nombre lo confirma.

—¿Mi nombre?

—Sí, Ititus—explica Rea.

El aparta la mirada de Rea y dirige sus ojos a mí, dónde puedo leer que esto no se quedará así y que lo voy a pagar muy caro.

—La verdad es que no fui deseado—dice volviendo a mirar a Rea, y noto verdad en su tono de voz—, quizás ese sea el porqué de mi nombre. Pero dejando a un lado eso, creo que deberíamos marchar antes de que anochezca.

Rea asiente y yo la sigo.

—Se dice que cerca del muro abundan las criaturas desconocidas esperando a su presa en la profundidad de la noche—le digo.

Ella misma me contaba esas historias sobre el lugar cuando éramos niñas.

Cuando ella terminaba sus relatos yo sentía que me llevaba a esos monstruos alados conmigo a la cama, a sobrevolar conmigo el mundo de los sueños.

—Son cuentos de niños—dice Rea.

—¿Y quién ha dicho que los cuentos de hadas no se basen en la realidad?

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