12. Llamad al Mercader
Aunque sé que no llevo mi rostro, mis facciones se desencajan. Había deseado tanto volver a verla, explicarle el porqué de mi decisión y ahora que la tenía frente a mí no podía revelárselo.
Idril notó de inmediato la tristeza en mis ojos y dio un paso para adelantarse a mí. Se posicionó justo delante de Rea, y me miro por encima de su hombro para hablarme en voz baja.
—Yo me ocupo, preciosa—dice guiñándome un ojo.
Oírle llamarme preciosa me revolvió el estómago, pero acaté sus órdenes sin rechistar.
Mi estado mental no era el adecuado para enfrentarme a aquello en ese momento. Así que me retiré y dejé que los mayores hicieran su trabajo.
Me dediqué a observar aquella parte de la plaza del Mercado de las Telas, mientras esperaba que Idril la convenciera para venir con nosotros.
Las paredes que lo bordeaban estaban hechas de piedra como en todos los lugares del territorio.
En cambio si se miraba al suelo de tierra, aún se apreciaban sobre-elevaciones de asfalto por dónde antaño circulaban los vehículos que ahora solo puede permitirse el Círculo.
El lugar dónde nos instruían era el más moderno de todo el territorio con mucha diferencia.
Ellos habían ocupado todos los recursos que quedaban para construirlo, grandes edificios de hormigón con ventanales, parques, aceras y asfalto por el que circulaban los coches.
Se apropiaron de todo, y dejaron al resto sin nada. Sumidos en la más austera de las miserias, mendigando por las sobras de otros.
—¿Quieres seguir despotricando contra el mundo en tu cabeza o te unes a nosotros—pregunta Idril a mis espaldas.
—No estaba despotricando contra nadie—, susurro airada—¿Lo has conseguido?
La sombra de la muchacha aparece tras la figura de Idril.
—Lo ha conseguido—dice Rea con felicidad en sus labios.
No puedo contenerme y corro a abrazarla. No sé cómo Idril lo había conseguido, pero le deberé un gran favor por el resto de mi vida.
—¿Para mí no hay abrazo?—pregunta Idril haciendo un puchero.
—Eres idiota I...—me corta antes de acabar la palabra.
—Ivar—arquea las cejas y yo de inmediato lo comprendo.
—Oh, sí. Ivar—asiento de forma exagerada—. Creo que deberíamos empezar ya con el viaje.
—Bueno Elaria, quiero pasar antes por casa para recoger algunos enseres para el camino—dice Rea.
¿Elaria? ¿No se le había ocurrido un nombre mejor a esa vaca burra con gafas?, pienso irritada.
—Sí, sin ningún problema. Te acompañaremos—le digo.
—No, mejor quedaros aquí. No quiero que Martius os vea esperando, se dará cuenta.
Afirmo con la cabeza.
Cada vez tengo más ganas de estrujarle la cabeza a ese tipo hasta que se le salgan los ojos de las cuencas, y grite de dolor suplicando clemencia.
—Si no vuelvo en una hora, preguntadle al mercader del puesto en el que me encontráiste mi dirección, e id a buscarme.
—Está bien, no tardes—contesta Idril.
—Intentaré no hacerlo.
Dicho esto, Rea comienza alejarse dejando atrás la plaza sin mirarnos.
Cualquiera diría que las semanas que hemos pasado separadas han cambiado por completo su alma, la veía más audaz que nunca.
Su inocencia había desaparecido.
—Tu amiga es una chica fuerte—me dice Idril.
—Mucho más de lo que ella cree—contesto.
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