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10. Intermundos

Recuerdo una vez en la que estuve durante horas escondida, inmóvil en lo alto de la tabica de un edificio a medio construir, esperando pacientemente a que los guardias del Círculo dejaran de buscarme por haberme saltado el toque de queda. Pasaron tantas horas, que me quedé dormida al alba y caí al suelo desde una altura de cinco metros.

Mi cuerpo se quedó aturdido por el impacto, y mis pulmones olvidaron el reflejo automático de respirar; pasaron varios minutos hasta que los logré volver a enseñar a inspirar y expirar.

Justo así es como me siento ahora. Con cada paso que doy que me separa de la cama, mis pulmones luchan por volver a llenarse de aire.

—Muy bien Elodie, ya estás lista para volver a tu habitación—me dijo la peli violeta con una gran sonrisa—. He llamado a alguien de tu próxima clase para que te acompañe.

Lucho por mantenerme de pie sin ayuda mientras espero a mi acompañante. No puedo permitirme mostrar debilidad, la enfermera me mandaría reposo por otras dos semanas y quiero volver a clase de inmediato, he estado semanas sin asistir y supongo que ya estoy bastante atrasada respecto al resto.

Además, lo último que necesito es que me vean como a una blandengue.

—¿Me has mandado llamar Aurien?—una cabellera rubia asoma por la puerta de la enfermería y yo no puedo evitar maldecir por lo bajo.

Oh no, él no por favor, pienso.

Queda claro que los dioses me han abandonado.

—Claro Elker, te tengo una sorpresa—, hace un gesto con la cabeza invitándolo a entrar—alguien necesita que la acompañes a la próxima clase.

Una rápida visual a mí alrededor me indica que no hay escapatoria posible.

El me mira, y lo observo caminar hacia mí, cada paso que da hace que el pelo rubio ceniza le retumbe sobre la cara. 

Noto en sus facciones como lucha por mantener escondidos sus sentimientos de arrepentimiento, y en sus ojos azules visualizo una disculpa.

No lo iba a tener tan fácil, no después de casi desmembrarme.

—¿Me acompañas?—me tiende un brazo—, te prometo que esta vez no habrá nada de auras.

Lo miro con desidia, sopesando si sería capaz de llegar a la puerta por mi propio pie sin antes desmayarme.

—Por propia experiencia sé que no podrás llegar a la salida sin descansar—me dice en voz baja aún con la mano extendida hacía mí.

Sin mirarlo me agarro a su brazo, es mejor perder un poco de mi dignidad ahora que tiempo después.

—No te tomes esto como que te he perdonado—le digo—, ahora mismo eres mi única baza para salir de aquí.

Elker me mira y puedo ver un atisbo de sonrisa en su rostro.

—Eres demasiado orgullosa.

Comenzamos a caminar hacía la puerta, al llegar al mostrador de la enfermería la pelivioleta me sonríe y me despide con la mano.

Soy libre, pienso.

Y así era. Con cada paso, me alejaba más de aquella cama que había sido mi cárcel durante semanas.

—¿Bueno entonces quieres ir a tu próxima clase?—me mira—¿O prefieres que te lleve a tu Torre a descansar?

¿En serio me está preguntado esto?

—¿De verdad me lo estás preguntado?—digo rodando los ojos.

El chico ríe, y en algún lugar del castillo oigo a la multitud rompiendo el sepulcral silencio que siempre abunda en él.

—Está bien, entonces vamos a Intervención Mundana—, me agarra con más fuerza él brazo y continúa—espero que esos huesecillos enclenques hayan soldado bien, porque tenemos prisa.

¿Qué problema tienen estos estúpidos con llegar tarde?, pienso.

Cuándo vivía en El Círculo era una de las pocas infracciones que no tenía un castigo instantáneo.

Comprendían que muchos vivíamos bastante lejos del centro de la ciudad y sabían que la red de ferrocarriles no era que funcionara a la perfección, debido a eso cuando Rea y yo compartíamos instrucción nos permitíamos el lujo de llegar tarde.

—Bueno, comprobémoslos—le digo con seguridad.

A paso rápido, comenzamos a descender por pasadizos estrechos de piedra, iluminados únicamente por antorchas esparcidas en distancias uniformes.

Descendimos durante al menos cinco minutos por aquellos callejones, hasta llegar al fin a un aula circular de mármol macizo.

El lugar era subterráneo, por lo que la existencia de las antorchas seguía siendo necesaria.

En realidad no me había parado a pensar que en lo que llevaba ahí, no había visto nada que funcionara con electricidad.

Unas manos me abrazan por detrás, obligándome a salir de mis pensamientos y enfocarme en ellas.

—No sabes todo lo que te he echado de menos—dice una afligida Talivy obligándome casi a soltar el brazo de Elker—, casi no nos han dado tiempo para conocernos bien.

Ella mira a Elker de arriba abajo, veo el odio en su mirada mientras lo analiza.

—¿Primero casi la matas y ahora la acompañas a sus clases?—le espeta—, ¿Te lo ha encomendado tu padre verdad?

Había oído hablar tantas veces del padre de Elker como de Veldy mientras estaba aquí, y aún no tenía ni idea de quien era, parecía que decir su nombre estaba prohibido o era un sacrilegio.

—Aunque no lo creas, yo y mi padre no somos almas conjuntas. Tengo pensamiento propio, y tu sabes mejor que nadie que no soy una mala persona—dice el rubio.

Talivy se queda callada mientras lo mira, y me agarra del brazo.

—Vamos Elodie—me dice mientras lo mira—, me ocupo yo de ella de aquí en adelante. ¿Queda claro?

Y eso no sonó a sugerencia, si no a amenaza.

Elker asiente y gira sobre sus talones.

—¿No debería estar más enfadada yo con él que tú?—le digo.

Ella me mira y sonríe.

—Tengo la obligación de contarte muchas cosas, aunque no por ahora.

Antes de tener tiempo a replicar, un chirriante sonido hace eco en la habitación y una pared se desliza sobre sí misma dejando un hueco del tamaño de la misma.

De entre las sombras, aparece un señor muy mayor que parecía haberse trasplantado los pelos de la cabeza en la barba, que le llegaba casi a la altura de la cadera.

—Bienvenidos, bienvenidas—dice moviendo con cada palabra las arrugas que se enmarcaban alrededor de su rostro—, como ya os explique en la primera clase, hoy formaré las parejas y tendréis vuestra primera clase práctica.

Espera, ¿clase práctica de qué?, pienso asustada.

Debería haberle preguntado a Elker por la clase a la que nos dirigíamos en vez de estar ocupada odiándolo en sepulcral silencio.

—Muy bien chicos, poneos en dos filas—prosiguió el señor—, en la derecha los de categoría inferior y los de primer año.

Automáticamente me sitúo detrás de Talivy, teniendo la remota esperanza de que Veldy me acompañe en esta ocasión  y nos ponga de compañeras.

—A la izquierda los de categoría superior, y el resto de alumnos de los otros cursos—continúa—. Muy bien chicos, comencemos entonces.

El profesor comenzó a emparejar a los de mi fila con los de la izquierda, y la ilusión de estar junto a Talivy se desvaneció.

—Oh, la mortal—dice mirándome con ojos de asombro—, me alegro de que te hayas recuperado muchacha.

—Muchas gracias señor—le digo con una sonrisa.

—No hay de que, aunque debido a tu condición creo que lo mejor será que tu acompañante sea uno de los alumnos más sobresalientes de la clase.

Asiento, más que nada porque no tengo ni idea de en qué consistirá la práctica y prefiero tener a alguien a mi lado que entienda la misión.

No quiero morir por tercera vez.

—Muy bien—dice—, Idril acércate aquí.

El demonio se acerca y me mira.

—Ella será tu compañera por el resto del curso.

—Yo ya tengo una pareja asignada señor Dodder—dice señalando a una morena exuberante detrás de él.

—Me parece que la señorita Virdian podrá arreglárselas solas con alguien de primer año, al igual que usted­—dice esto poniendo fin a la conversación.

—Está bien—gruñe.

El profesor se aleja de nosotros y se pone al frente de la clase.

—No hace falta que muestres tanta felicidad—le digo en un susurro.

—No es por estar contigo, es que necesito una buena nota y Virdian es la mejor en esta asignatura. Así que concéntrate y mira al frente, ya se va a abrir el portal intermundos.

¿Portal intermundos?

Vaya, nosotros ahí abajo teníamos un ferrocarril oxidado y aquí se desplazan con portales.

—Buenos acercaos en orden, os daré las instrucciones a cada pareja.

Idril no espera y se coloca el primero de la fila, esperando recibir las órdenes cuanto antes.

—¿Ansioso eh?—dice el profesor Dodder.

Idril asiente.

—Bueno, como ya sabéis vuestra misión es interceder en la decisión de un mortal que se debata entre dos opciones. Vosotros elegiréis que opción queréis que tome y lo encaminareis a ella.

Ninguna explicación me había parecido nunca tan confusa, ¿pretendía que interfiriéramos en la vida de alguien que no conocíamos o yo lo había entendido mal?

—Además, cuando bajéis se os será asignado otro rostro. Los humanos no pueden conocer las caras de los inmortales a no ser que asciendan. ¿Entendido?

Asiento, aunque aún no tengo muy claro cual es el fin del ejercicio.

El hombre zarandea sus manos en movimientos circulares y de ellas salen partículas de luz verde que se asientan unas sobre otras frente a nosotros, creando un círculo.

—Está bien, vuestra humana es Rea Mikkelson. Se le ha asignado como compañero a un hombre que la golpea, ella duda entre seguir con el matrimonio, o abandonarlo y desertar junto con los montaraces. En vuestras manos está el destino de la joven.

El hombre sigue hablando, pero yo ya no lo escucho. En mi mente solo resuena el nombre de la chica.

Porque para mi no es una simple desconocida.

Rea está en problemas, y yo no estoy ahí para ayudarla.

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