Togas y birretes
El día de las famosas fotos con togas y los birretes llegó y como resultado, todo quinto año estaba emperifollado (dícese de muy arreglados), las muchachas tenían maquillajes súper bonitos y el cabello arreglado; todos los muchachos tenían cortes recién hechos, las barbitas ―si tenían― arregladitas y los zapaticos pulidos. Si no es porque igual vestíamos uniformes, he de admitir que parecíamos muñequitos de torta.
Ese día fue todo un ajetreo, pero confirmamos algo: estábamos cerca de culminar la etapa colegial para adentrarnos al capítulo llamado universidad.
Nos tomamos muchísimas fotos, desde todos los ángulos posibles, con nuestra toga y birrete azules y la medalla alrededor del cuello, a mí personalmente me costó caer un poquito en cuenta de que ya lo que faltaban era ¿que? ¿Tres meses de clases? El tiempo había transcurrido demasiado rápido.
Y ese día tuve la lección de que las etapas finales siempre traían sabores agridulces y, ese cierre en específico quizá sería uno de los más agridulces.
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