Relato 2: Fiesta de máscaras
El sonido de la música tiene mi cuerpo temblando de lo alto que está el volumen, pero no importa, me gusta. Muevo mi cuerpo a su compás y me olvido de todo, de mis problemas familiares, mi falta de trabajo y el estrés que he estado enfrentado en la última semana, olvido todo.
Soy una más en la horda de personas que llenan la discoteca, la temática de hoy es fiesta de máscaras y la gente se ha esforzado en cumplirlo, absolutamente todos tienen una máscara adornando su rostro, incluyendo el mío.
Bailo sola en medio de la pista, siento mi cuerpo flotar y me dejo llevar. No he tomado ni un solo trago de alcohol. No lo necesito, ya estoy embriagada, con la música pop es suficientemente, con dejarme llevar y relajarme es suficiente.
Me muevo al ritmo de la música por un largo rato, hasta que mis pies duelen y decido tomar un respiro. Pero unas manos se posan en mi cintura en el mismo instante en el que la canción cambia, mi piel zumba ante el contacto y la nueva canción me incita a seguir bailando con el desconocido a mi espalda.
Acerca su cuerpo al mío y siento su aliento en mi nuca, los vellos de mi sudorosa piel se erizan.
—Me gustaría que siguieras bailando para mí —murmura una voz profunda y grave en mi oído.
Me quedo paralizada procesando la exquisitez de su voz, en mi vida he escuchado algo tan excitante, casi gimo mientras una pequeña corriente se posa entre mis muslos.
Volteo y tengo que levantar la cabeza para poder verlo a la cara, es alto, muy alto, lo primero que veo son sus ojos que me roban el aliento en cuestión de segundos. Son de un azul intenso, oscuros, como el océano en la noche, la poca iluminación hacen que resalten bastante. Una máscara dorada tapa sus rasgos, solo deja descubiertos sus ojos, que me miran como si quisiera devorarme, consumirme desde dentro hacia afuera.
No le he visto la cara y estoy completamente segura de que es igual de devastadora que su mirada.
—¿Bailas para mí? —me pregunta al oído, está vez su olor llega a mi nariz y mi centro palpita.
«Joder, ni lo conozco y ya me estoy excitando con su voz y olor».
Mi cuerpo empieza a moverse solo, sigue el ritmo sensual y erótico de la música mientras se contonea contra el cuerpo de un desconocido. Un suave gruñido llega a mis oídos cuando cumplo su deseo, no estoy segura cómo llegué a escucharlo con lo alta que está la música o si fue mi imaginación, pero sin duda alguna es exquisito y puso mi centro a temblar.
Pongo mis manos en sus hombros, y las bajo hasta su pecho de mármol sin dejar de tocarlo, tiene músculos duros y sin poder evitarlo lo imagino desnudo, sé que sin ropa los podré apreciar mucho mejor que con ella.
—Solo un poco —digo a unos centímetros de su oído sin dejar de moverme—. Estoy cansada.
—No me sorprende, tienes más de una hora bailando.
Aprieta su agarre en mi cintura y empieza a moverse, siguiendo mis pasos.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto.
—Robaste mi atención desde que entraste, pequeña, la mía y la de todo el maldito mucho —dice antes de deslizar sus manos hasta mis caderas y pegarme a su cuerpo.
Mi pecho se presiona con el suyo y así, tan cerca de él puedo oler aún mejor su perfume y siento sus más mínimos movimientos, hasta su respiración.
—¿Me estabas acosando?
—Más bien estaba siendo hechizado por ti.
—No soy una bruja para hechizarte.
Con un ágil movimiento me pone nuevamente a espaldas y con una mano acaricia mi abdomen, tentándome, seduciéndome con sus lentos movimientos y caricias.
—No, eres algo mucho peor.
Me restriego contra su duro cuerpo y le sigo la corriente en su juego de seducción. Mi trasero se presiona contra su entrepierna y un estremecimiento me recorre los huesos cuando siento algo duro. Tiene una erección. Cuando vuelvo a presionarme contra su miembro gimo por lo bajo, una de sus manos viaja hasta mi garganta y aprieta, no mucho, pero lo suficientemente fuerte como para que la humedad entre mis muslos aumente.
Un respingo me recorre elcuerpo cuando siento unos dedos fríos rozar mis muslos, no lo detengo, si fuera un día normal hace rato que lo hubiera rechazado, pero algo en mí lo desea, una parte que mayormente está dormida y que hoy decidió despertar.
Sus dedos acarician mi piel desnuda en los bordes de mi corto y ajustado vestido, los bellos se erizan ante cada toque, él no suelta mi garganta ni afloja su agarre alrededor de ella. Un suspiro se escapa de mis labios cuando sus aventureros dedos se deslindan por la parte interna de mis muslos.
Desde que terminé con mi exnovio hace unos pocos meses no he estado con ningún otro hombre y mi cuerpo pide a gritos que lo dejé sucumbir ante los deseos carnales.
Olvido por completo que estamos rodeados de gente y dejó de escuchar la retumbante música, solo me concentro en el calor que desprende su cuerpo, en su olor que me embriaga más que el mejor whisky y en su toque que me está volviendo loca en cada segundo que pasa.
—Si sigues frotándote así contra mi polla te voy a follar contra la primera pared que encuentre, pequeña.
Mi núcleo se contrae abre sus palabras que más que asustarme ante la advertencia me excitan aún más.
Sus dedos llegan asta el borde de mis bragas y por inercia separo mis piernas otorgándole más acceso a mi intimidad. Me sobresalto cuando siento que roza mi clítoris a través de la fina tela de mi ropa interior.
—Joder, pequeña, estás tan húmeda para mí, no me aguanto las ganas de saborearte.
Mi respiración se agita cuando un torrente de imágenes invaden mi mente, de él dándome placer con su boca.
Arqueo la espalda y muevo las caderas contra sus dedos que tocan la piel húmeda de mi coño, un suave gemido se escapa de mis labios y sus movimientos aumentan contra mi clítoris hinchado.
—Para, por-por favor —le ruego.
—¿Por qué, pequeña? Explícame por qué debo parar de darte placer y hacerte retorcer en mis brazos.
—Estamos en público, hay mucha gente.
—Lo sé, lo sé. Pero nadie lo notará no te preocupes —me penetra con dos dedos y tengo que morderme la lengua para no gritar por encima de la música —eso es, pequeña, mantente bien calladita y nadie notará que un desconocido no está follando el coño en medio de la discoteca.
—Por favor.
—¿Por favor qué, pequeña? ¿Qué quieres?
—Más, dame más —suplico contradiciendo lo que le pedí anteriormente.
El placer es tan fuerte que no me importa que él sea un completo desconocido que le hizo mojar con apenas olerlo, o que estemos en medio de un montón de borrachos y gente bailando. Yo solo quiero obtener esa tan ansiada liberación que mi cuerpo y alma me piden a gritos. Así que la busco, follando sus dedos que me desmoronan con cada embestida.
Rodeo su cuello con mis brazos buscando la estabilidad que mis rodillas no me dan. Con cada penetración, la palma de su mano golpea mi clítoris intencionalmente. Mi respiración es errática y ya no sé qué hacer para contener mis gemidos y gritos.
Sus movimientos aumentan la velocidad y pierdo la capacidad de respirar o pensar, mi corazón galopa en mi pecho, mi piel vibra y mis rodillas pierden fuerza, casi por completo.
El orgasmo me sacude los huesos y me deja jadeando en busca de aire, sus embestidas siguen durante unos segundos, luego saca los dedos de mi coño y ropa interior.
—Que buena chica eres, pequeña —dice en mi oído—. Acabas de venirte en los dedos de un desconocido.
Me voltea en un ágil movimiento, su mano ya no está en mi garganta, ambas están posadas en mi cintura.
—¿Qué tal si ahora vamos a un lugar más privado? —pregunta mirándome a los ojos, sus palabras tienen un trasfondo en el que promete que me hará pecar.
Me tomo unos segundos en responderle, aun con el letargo de mi liberación causando estragos en mi cuerpo. Ya lo dejé follarme con los dedos, ¿Por qué no terminar la noche en alguna habitación de motel y disfrutar de lo que este desconocido me puede otorgar?
—¿Qué tan rápido vamos a llegar a ese lugar más privado? —interrogo, inclinando la cabeza e insinuando mi respuesta a su pregunta.
—Tú solo sígueme, llegaremos en pocos minutos.
Me suelta y empieza a caminar entre el tumulto de gente y lo sigo, sin saber a donde voy, pero con la certeza de que tendré un buen sexo en meses, quizá sea una terrible decisión de mi parte, pero dicen por ahí que una vez al año no hace daño y dudo que pase algo malo.
En poco llega al inicio de unas escaleras y mira hacia mi dirección, me guiña un ojo y empieza a subir las escaleras hasta que llegamos a un pasillo lleno de puertas. Él se para delante de una de ellas y saca una tarjeta de su bolsillo y la abre.
—Es la última oportunidad que tienes de arrepentirte y darte la vuelta —dice—, porque una vez que entre ahí te voy a devorar y disfrutaré de tu coño como ningún otro.
Sus palabras más que asustarme, me hacen apretar los muslos y tragar saliva, expectante, deseosa…
No digo nada y entro en la habitación. La iluminada es escasa, solo hay luz suficiente como para poder notar la silueta de una cama en medio. A mis espaldas escucho el sonido de la puerta cerrarse.
La música se acaba y quedamos sumidos en un silencio donde solo se puede escuchar mi agitada respiración.
—Desnúdate y acuéstate en la cama con las piernas abiertas y tu coño al aire —demanda con la voz profunda.
Sin pensarlo dos veces empiezo a caminar en dirección a la cama mientras me deshago de mi vestido y mis bragas, dejo los tacones puestos, me acuesto boca arriba en el colchón y separo las piernas mientras miro el techo.
Escucho pasos y segundos después lo siento delante de mí. Un sonido sordo de algo caer en el piso irrumpe la estancia, antes de sentir algo suave rozar mi coño. Me sobresalto y vuelve a lamer, solo que está vez más largo.
—Joder, tienes un sabor divino —chupa mi clítoris y gimo alto, no intento controlarlo como cuando estábamos abajo—. Creo que me puedo venir solo por comerte el coño.
Sus palabras son olvidadas cuando se sumerge entre mis piernas y él lame desde mi apertura hasta mi clítoris, mi cuerpo tiembla y mi espalda se arquea cuando vuelve a lamer. En cuestión de segundos sus caricias se vuelven más fuertes y devastadoras.
Cada que me saborea un gruñido primitivo se escapa de sus labios enviando vibraciones en todo mi ser. Yo no hago nada aparte de gritar y apretarlo contra mi coño con las manos y pies.
Me folla con la lengua, dedos y tortura mi clítoris con lametazos y succiones que me dejan sin razón. Grito por lo alto, sin pudor alguno, muevo mis caderas con frenesí.
El desconocido me come el coño como si tuviera hambre, como si fuese un manjar y lo demuestra con cada una de sus caricias.
Gimo pidiendo algo que ni siquiera estoy segura de que es, y él responde dándome más, aumentando la velocidad y dejándome hecha papilla.
El placer se acumula en mi centro hasta que exploto y quedo hecha pedazos, con las extremidades temblando y mi corazón y respiración agitada a no más dar. Aflojo mi agarre contra su cuello y cabeza, inhalo bocanadas de aire.
Luego, cuando yo ni siquiera uiera he logrado recuperarme me penetra con su miembro sin aviso alguno y me folla como nadie lo ha hecho jamás. Usa mi cuerpo a su antojo, con el único fin de enloquecerme, y lo logra.
Me hace venir incontables veces, hasta que casi me desmayo. Mis gritos rompen las paredes y él parece nunca saciarse. Él me usa durante toda la noche sin descanso alguno, como un poseso hambriento y yo lo disfruto, porque sé que esto es cosa de una sola noche y no se volverá a repetir.
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