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Capítulo 7


AIMEÉ

Suspiraba cada media palabra mientras pasaba las páginas del libro una por una. Sus ojos barrían las hojas con rapidez, salteándose algunas descripciones que creía innecesarias, mientras sonreía ante el evidente nerviosismo del señor Darcy frente a Elizabeth, o ante los diálogos de la señora Bennet.

Volvió a exhalar, leyendo el último diálogo una vez más.

"He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo apasionadamente."

—Ugh. Te odio, te odio, te odio... —Se acercó el libro a la cara—. ¿Por qué no puedo odiarte?

Quizá le haría bien dejar el libro de lado por un rato.

No era la primera vez que lo leía, y sabía que tampoco sería la última. Tampoco era su libro favorito, aunque cada tanto se encontraba volviendo a él.

Su problema era que solía emocionarse más de lo que debía. Cada tanto se encontraba gritándole a los textos o llorando con ellos de manera desconsolada, como si eso fuera a cambiar algo de lo que ocurría entre las páginas. Y es que sentía que nada más sería capaz de transmitirle todas las emociones que le transmitían los libros. Ni las películas, ni las series... ni sus parejas.

Nada. Nunca.

Sacudió la cabeza.

Volvió a echarle un vistazo a su celular, solo para encontrarse con un mensaje de Célestine resplandeciendo en la pantalla.

La mejor agente del mundo <3: Estoy saliendo.

Se lo había enviado hacía quince minutos, lo que significaba que no tardaría demasiado en...

El timbre sonó, interrumpiéndola.

Tomando las llaves, Aimeé salió del departamento y bajó las escaleras de caracol de a saltitos. Cuando le abrió la puerta del edificio a Célestine, ella le dio dos besos con rapidez, uno en cada mejilla y pasó de largo, en su usual caminata apresurada en la que comenzaba a echarle en la cara todo lo que debían hacer. Ella la siguió como pudo, con sus piernas cortas y pasitos frenéticos.

—Tenemos temas serios de los que hablar —comentó su agente, sin quitar la mirada de su teléfono.

—Eh... sí, sí.

—Primero que nada, ¿Qué te dije sobre llamar la atención?

Siquiera la estaba mirando, y de todas formas Aimeé sintió la necesidad de encogerse como un gatito asustado.

—Eh...

—Que no lo hicieras —completó ella.

Cuando por fin llegaron a su piso, Célestine pasó primera, dejando su bolso sobre el sofá y sus papeles sobre la mesa de la sala, comenzando a rebuscar entre sus cosas. Con una lentitud que parecía casi insoportable a su lado, la pelinegra cerró la puerta.

—Lo del bar fue un accidente —se excusó.

—Obviamente fue un accidente, no me imagino por qué querrías ponerme de los nervios a propósito.

Se sintió mal de inmediato.

Célestine era una mujer de treinta y seis años, que cuando no se encontraba dando órdenes y masajeándose las sienes por los nervios, podía ser muy encantadora. De hecho, era encantadora, y a diferencia de los demás representantes que había buscado, no le hablaba con condescendencia, ni la trataba como una niña ingenua. Sin embargo, Aimeé no era la única persona que representaba, y en los últimos meses, la había visto más cansada que de costumbre.

Necesitaba unas vacaciones.

Lástima que Aimeé no podría ni arreglárselas un día sin ella.

Célestine manejaba todas sus comunicaciones profesionales. Era su contacto con el mundo exterior. Se encargaba de organizar sus exposiciones, de contactar con las galerías, de organizar sus entrevistas... de todo. En fin, lo que hacían todos los managers, aunque Aimeé no la admiraría tanto si no fuera porque aún se continuara perdiendo a la hora de enviar mensajes.

«Y ni hablar de twitter».

—Lo siento.

Su representante le entregó su celular, en donde una imagen casi desenfocada la mostraba en el baño de la discoteca junto a Monet. Ya la había visto, a esa y a todas las demás. Se había pasado una buena cantidad de tiempo haciéndolo, leyendo artículos y artículos... por más de que no quisiera. La curiosidad le picaba y le pedía que buscara hasta la última foto.

Todas eran un desastre. Y ella parecía que la acababa de arrollar un camión.

¿Con esas pintas la había visto Gabriel?

—No es una imagen muy halagadora. Tú, borracha, con sangre en el mentón en el baño de una discoteca. Es muy poco profesional —la riñó—. Pero creo que podremos manejarlo.

— ¿Sí?

—Sí. Tu exhibición es la próxima semana, así que hasta entonces, intenta evitar los escándalos. Hablando de eso, ¿Tienes todos los cuadros?

Ah... los cuadros.

Aimeé mordió su labio inferior de manera nerviosa.

—Sí, ejem... hablando de eso...

Célestine bajó su celular, y alzó la cabeza para darle una mirada severa.

— ¿Qué pasó ahora?

—Tengo todos menos uno.

«Mala respuesta».

— ¡Eso me dijiste la semana pasada!

Dejó caer ambos brazos, haciendo un puchero.

— ¡Es que es complicado terminarlo!

Y lo era. No sabía que había en ese último cuadro, que cada vez que se paraba frente al caballete, con la pintura fresca y el pincel en la mano, la drenaba de toda energía. Y sabía que cuando pintaba sin energía, nada le salía bien. Lo había intentado todo, escuchar música, despejarse, ignorarlo... y nada parecía funcionar.

—Bueno... termínalo. Y si no puedes, comienza uno nuevo.

Asintió con la cabeza.

—Está bien.

—Y bueno, ¿Puedo ver los demás cuadros? Quiero echarles una mirada antes de llevarlos a la galería.

Asintiendo con la cabeza, Aimeé la condujo hacia el estudio en el que solía trabajar. Una pequeña habitación al final del pasillo, a un par de metros de la puerta de su dormitorio. El piso era de madera, como en el resto del departamento, y las paredes blancas, repletas de luces. Un enorme ventanal dejaba entrar toda la iluminación natural posible, a la vez que mostraba una preciosa vista de la ciudad.

Y dentro, todo era un desastre.

Por lo general, Aimeé tendía a ser una persona ordenada. Lo mostraba en su habitación, en la sala de estar y en su vida. No obstante, detrás de esa puerta, todo era caos. Célestine no se mostró sorprendida al verlo puesto que llevaba años acostumbrada. Pinturas sin terminar se arremolinaban contra las esquinas, pinceles sucios en una mesa, los limpios en la otra. Todas clases de oleos y acrílicos en sus estuches, repletos de etiquetas; y un centenar de esculturas, porque eran su pasatiempo favorito.

Eso sí, los cuadros que tendría que presentar, que había preparado por meses, se encontraban colocados de manera meticulosa en una esquina, alejados del desorden.

—Un placer entrar aquí, como siempre.

Sin perder mucho tiempo, Célestine comenzó a hojear las pinturas, una por una. Entre todas sus obras, siempre predominaban los paisajes, porque jamás terminaba de maravillarse por la ciudad que la rodeaba, proviniendo de un pueblucho lejano en el sur del país. Aunque también le gustaba pintar los paisajes que la acompañaron en su adolescencia, cuando se sentía nostálgica, y cuando podía recordar lo suficiente.

Su última pintura había sido sobre la Opera Baudelaire, a la que había asistido para la fiesta de año nuevo. Con aquellas escaleras, los detalles en el techo, las columnas... se había sentido como una princesa en su castillo.

Su representante escudriñaba los cuadros uno por uno, sin quitar su ceño fruncido, a medida que iba haciendo comentarios al respecto. Cada año eran menos, porque por lo general aprendía de sus errores. Que si uno era demasiado apagado, que si el otro era demasiado vibrante, que si el portarretrato se veía demasiado rígido... hasta que llegó a una pintura que no le gustó para nada.

La señaló con el dedo.

— ¿Esto es a propósito?

Ella parpadeó.

— ¿Qué cosa?

—El cielo.

— ¿Qué tiene?

Célestine suspiró, asintiendo con la cabeza.

—Ya veo que no.

— ¿Qué tiene? —repitió.

—Para empezar, que está verde.

—Oh.

Dando un paso adelante, examinó la pintura con el labio inferior entre sus dientes, apretando con fuerza. Los valores eran muchísimo más claros, debería haberse dado cuenta.

«Tonta, tonta, tonta».

Suspiró.

—Bueno, ya tengo otra cosa más que arreglar antes de la exhibición.

Ella le dedicó una mirada severa.

—Los demás cuadros están bien —comentó—. Solo arregla ese, ¿Sí? Y por favor, no te olvides de la última pintura.

Aimeé asintió con la cabeza.

—Está bien.

...

GABRIEL

—Y... ¡Corte!

La famosa actriz Gianna Sabbatini, se levantó de su asiento de inmediato, sin darle siquiera una segunda mirada, y se alejó ni bien las cámaras se apagaron.

Nadie se asombró, no era una reacción poco común en su estudio.

Gabriel, por el contrario, se tomó su tiempo para desperezarse —porque llevaba hora y media muriéndose de aburrimiento— mientras la observaba caminar con furia a su representante, y luego volvía para escupirle que debería sentirse culpable.

Obviamente no lo hacía. ¿Por qué era su culpa que hubiera decidido engañar a su novio? ¿Y por qué era su culpa que hubiera decidido hacerlo tan públicamente que internet se había llenado de fotos de ambos en menos de un par de horas?

No era su culpa si era estúpida.

Quizá si era un poco culpable de sonsacarle le verdad, hasta que acabó admitiendo que su amorío llevaba meses ocurriendo, pero, ¿Qué esperaba cuando decidió aceptar la entrevista?

Gabriel no era conocido por lanzarles rosas a sus invitados.

Se le escapó una sonrisa cuando se levantó del asiento, y se dirigió a su camerino, pasando cerca de Gianna. Quizá más de cerca de lo necesario.

Se sentía mejor que nunca. Volvía a estar en racha, y el fin de semana, todo el mundo olvidaría su penosa entrevista con Salomón, porque tendría algo más fuerte con lo que sorprenderlos. Luco parecía haberse contagiado su entusiasmo, porque le dio un par de palmadas en la espalda que intentó esquivar cuando pasó por su lado.

Virginia lo siguió a pasitos apresurados, y cerró la puerta detrás de ella ni bien estuvieron dentro.

—Vuelves a hacer maldades —le comentó, extendiéndole un café, mientras él tomaba asiento en el pequeño sofá junto a la mesa ratona.

Sonrió de lado, dándole un sorbo a su bebida.

—Por suerte.

La adolescente negó con la cabeza.

— ¿Sabes? A veces no entiendo cómo es que me agradas.

En el fondo, él tampoco lo entendía, aunque creía que se debía a su necesidad de agradarle a todo el mundo.

—Ojalá me odiaras, así no tendría que soportar tus chistes malos.

Aunque internamente, esperaba lo contrario. Los chistes malos de Virginia hacían su semana un poco más ligera.

No pensaba admitir aquello en voz alta jamás.

—Los adoras. ¡Y hablando de chistes malos! ¿Quieres oír el de esta semana?

—No.

Ella asintió con falsa obediencia.

—Gracias, te lo diré de todas formas. ¿Cuál es el café más peligroso del mundo?

Suspiró, y alzó los párpados con pereza para observarla.

— ¿Cuál?

—El ex-preso —respondió, haciendo fuerza para contener la risa.

—No sé cómo, pero este es peor que el de la semana anterior.

Virginia lo golpeó en el hombro sin fuerza, y tomó la taza de café, ahora vacía, porque acababa de terminarse la bebida.

—Eso es porque eres un amargado y la única forma de hacerte sonreír es arruinando a la gente.

Nadie nunca lo había descrito tan bien.

—No lo niego.

—Esperaba que la patada que te dio Aimeé Salomón te bajara un poco el ego, ya veo que no.

Intentó ocultar que su nombre acompañado por la mención de su entrevista fallida se sintió como una patada en el estómago. Durante los últimos días, solía olvidar aquel suceso. Se encontraba pensando en Aimeé como la chica dulce que se había llevado una mesa por delante en un restaurante, o la que se moría de cosquillas apenas alguien aterrizaba un dedo sobre ella. No como la que lo había vencido en su propio juego, a base de mentiras. La que con la misma dulzura letal con la que hablaba, había evitado todas sus preguntas y sus confrontaciones.

Odiaba no poder tener presente a toda hora, que no se trataba de nada más que un engaño.

Sacudió la cabeza, intentando parecer como si no le importara.

—Bueno, no podía permanecer invicto por siempre.

—Ya, ¿Pero que te venciera la persona más encantadora de todo Francia? Te observó a los ojos con florecillas en el vestido y te ganó. —Ella sonrió, apretándose las manos contra el esternón—. Creo que la adoro más todavía.

No tenía florecillas en el vestido. Por lo menos, no esa noche. La noche de la entrevista había llevado un simple vestido negro que ocultaba la gran parte de su figura. Aunque suponía que no había sido su decisión, porque tal como Virginia resaltaba, le encantaban los patrones de azúcar, flores y muchos colores. Tenía cientos de fotos dando vueltas por internet utilizando distintos vestiditos con el mismo estilo.

Hizo un ademán con su mano derecha, dando por cerrado el asunto.

—Vete ya.

Ella asintió con la cabeza

—Buenas noches, señor —comentó, encaminándose hacia la salida del camerino.

—Buenas noches.

Se detuvo en el marco de la puerta, y se giró para observarlo con una sonrisita.

—Ojalá tengas horribles pesadillas.

Gabriel tragó grueso.

«Eso seguro».

Ni bien Virginia volvió a cerrar la puerta detrás de ella, sacó su celular, que llevaba pesándole en el bolsillo de su pantalón desde que habían apagado las cámaras. Entre sus mensajes, justo debajo de Channel y Evan, resplandecía aquel que le había enviado Aimeé hacia una semana, y que no había contestado.

Salomón: Gracias por asegurarte que no muriera por intoxicación.

Sacudió la cabeza, juntando sus cosas. Era tarde, y tenía que volver a su departamento, a pesar de que no le apetecía demasiado. Cuando salió de su camerino, caminó directo hacia la salida, como siempre. Se metió en el elevador y aguardó recostado contra la pared metálica hasta llegar a la planta baja.

Por Dios, cuanto necesitaba dormir.

Ni bien estuvo dentro del asiento de su coche, detrás del volante, soltó todos los suspiros que había acumulado durante la tarde, y recostó la cabeza contra la butaca.

Aunque no encendió el motor.

No quería volver a casa, ni seguir la misma rutina de siempre. Huir de todo el mundo, llegar a un departamento vacío e irse a dormir solo para despertarse a las pocas horas. Intentó llamar a Evan, pero su mejor amigo no contestó el teléfono. Pensó en Channel, aunque lo descartó de inmediato. No mantenía la misma relación con ella que con Evan, y en aquella noche en particular, no le apetecía enredarse en las sábanas igual que siempre.

Volvió a observar el teléfono.

«Gracias por asegurarte de que no muriera por intoxicación».

¿Y si...?

No, no.

¿No?

«Sabes que te conviene. Sabes lo que puedes obtener de esto».

Tomó el celular con los dedos temblorosos y el corazón acelerando sus latidos. Su índice aterrizó en la pantalla, y enseguida comenzaron a oírse pitidos. Sentía la boca seca, tuvo que tragar para aligerar la sensación.

— ¿Gabriel?

No la oía del todo bien, el ruido de fondo se lo impedía. Pareció alejarse de dondequiera que estuviera, porque este se redujo.

—No, para nada, por eso estoy llamando de este número. —Bueno, quizá soltar lo primero que se le había venido a la cabeza no había sido la mejor idea—. ¿Te desperté?

—No, no. Es que no me esperaba que llamaras.

«Ya, yo tampoco».

«Ni esperaba que respondieras».

Se aclaró la garganta.

— ¿Estás ocupada? ¿Con algo?

«Ajá, Gabriel, la gente suele estar ocupada con cosas».

—Eh, no. Estoy sola, mirando una película...

«Sola» resonó por su mente durante más tiempo del que debería haberlo hecho.

—Paso por ti en veinte minutos.

— ¡¿Qué?! —Ella respondió tan alto y en un tono tan agudo, que tuvo que alejarse el celular del oído—. ¿A dónde?

Inspiró con fuerza.

—Es una sorpresa.

Para el momento en que cortó, su corazón continuaba latiendo como si hubiera corrido una maratón.

Y lo haría por el resto de la noche. 






N/A:

Awww son mas lindos kasjasj <3

Gabriel pasó de ser super malo a un cachorrito en 10 segundos y eso me encanta.

Llego un día tarde porque WATTPAD NO ME DEJABA ACTUALIZAR AYER >:C 

Este capítulo es un poco cortito, pero prometo que el próximo es mejor y lo estoy empezando a escribir temprano. 

Hoy no tengo mucho que comentar así que les dejo esta preciosidad que hice y me despido (me voy a leer el tercer libro de shadow and bone).



Besitos <3

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