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Capítulo 6


GABRIEL

Se le escapó un suspiro ante el sonido de la puerta cerrándose frente a sus narices.

Parpadeó con rapidez intentando deshacerse de... todas esas imágenes que lo perseguían en su cabeza, mas se le hizo imposible. Había aprendido más de Aimeé Salomón en cuestión de minutos de manera accidental de lo que lo había hecho a propósito.

Y continuaba sin saber si debía alegrarse o no.

Sacudió la cabeza, volvía a bajar por las mismas escaleras de caracol por las que había subido. No se hubiera esperado que aquel fuera su hogar. Era un edificio viejo, con humedad en las paredes y puertas viejas de madera. Y si bien eso era común, podría haber elegido cualquier sitio en la ciudad.

Y había elegido aquel.

Aquel que, repetía, tenía humedad en las paredes y carecía de ascensor.

«Quién entiende a los artistas».

Escondió ambas manos en sus bolsillos, comenzando a avanzar en dirección a su auto. Gracias a su repentino ataque de amabilidad, tendría que caminar tres cuadras bajo el viento helado, solo para llegar a él.

Tener que recorrer todo el camino en silencio con sus pensamientos no parecía ayudar mucho más. Cada vez que intentaba olvidarla, la imagen de todas esas novelas eróticas en su estantería volvía a su cabeza. No la había tomado por alguien que disfrutara de aquel tipo de lecturas... aunque no sabía que se estaba esperando cuando puso un pie dentro de su departamento.

Y luego... el recuerdo de un simple tirante deslizándose por su hombro lo atormentaba desde que lo había vivido.

«Patético».

Abrió la puerta delantera del coche, olvidándose de medir su fuerza la hora de cerrarla. Se colocó el cinturón de seguridad, como era usual, antes de echarse un último vistazo en el espejo retrovisor.

Encendió el motor y se largó de allí.

Colocó algo de música, al igual que lo hacía siempre, para llenar el silencio y esperando que algo lo distrajera mientras se dedicaba a evadir los demás autos y tocar bocina más veces de las necesarias. Odiaba conducir por el centro de Paris, en una ciudad tan poblada y donde a tan poca gente le importaban las normas de tránsito.

Se hubiera contratado un chofer, de no ser porque no le confiaría su vida a nadie que no fuera él mismo.

...Y a Channel, muy probablemente.

En cuanto estuvo dentro de su departamento, se despojó de su abrigo con rapidez, dejándolo caer sobre el sofá. La imagen de Aimeé, parada frente a él, con la mitad del rostro escondida en las sombras y una barbilla ensangrentada volvió a golpearlo mientras se quitaba los zapatos y encendía la luz.

Tendría que estar prohibido que alguien se viera bonito en semejante estado.

Y lo que vio después... continuaba volviéndolo loco. No se lo había imaginado, ¿No? Una línea casi diagonal recorriendo el área de su pómulo hasta llegar a su comisura derecha. Apenas era visible, con la poca cantidad de maquillaje que se le había corrido, y la escasa fuente de luz que no ayudaba para nada su visión. No la había visto durante la noche de la entrevista, o del baile... o nunca. Jamás se le hubiera ocurrido que llevaba maquillaje encima en aquellas ocasiones. No lo parecía.

Sabía a la perfección que iba a obsesionarse con aquella parcela de piel, hasta descubrir lo que yacía sobre ella.

Luego vería que haría con aquella información.

«Ejem, ¿Y ese vestidito?».

Se negaba a pensar en aquel vestido minúsculo.

De la misma forma en que no había pasado días obsesionándose por el que llevaba puesto en la noche de año nuevo.

No.

De ninguna manera.

Debía ser tan tarde que siquiera se molestó en mirar la hora. Se quitó la camisa y los pantalones de vestir, quedando solo en ropa interior. Se lavó los dientes y la cara antes de dejar caer su reloj sobre la mesa de noche, y se metió bajo las sábanas.

Al principio, fue incapaz de calmar su mente. Sus pensamientos eran tan altos, y navegaban por tantos lugares distintos, que era casi como dormir con música a todo volumen. Haciendo una mueca, tapó sus oídos con su almohada, como si eso fuera a servirle de algo. No lo hizo, claramente, mas conforme pasaba el tiempo, sus párpados comenzaron a sentirse pesados, su ceño fruncido se relajó y antes de esperado, se encontraba sumido en un sueño profundo.

Tampoco supo qué hora era al despertar. Solo que la luz tenue proveniente de la ventana, teñía de tonos rosados y violetas la habitación. Tragó grueso cuando sintió aquella conocida opresión en el pecho, y levantó su mano derecha para pasársela por el rostro y despejarse... cuando notó que no podía.

«No, no, no, no».

Volvió a intentarlo. Y otra vez... y otra más. Sin embargo, falló en cada oportunidad. Era como si sus extremidades no respondieran a su cerebro. Lo mismo ocurrió con su cuello, cuando quiso voltear el rostro, y con sus piernas, cuando trató de utilizarlas para bajar de la cama. El pánico trepó por su garganta de inmediato, haciéndolo sentir desesperado.

Movía los párpados de un lado a otro en la habitación, repitiéndose a si mismo que necesitaba calmarse, solo para que su cuerpo reaccionara de la forma opuesta. El hedor a moho le inundó las fosas nasales, asqueándolo de inmediato, de tal forma, que quiso vomitar. Sabía que luchar no servía de nada, que la tensión en sus músculos no haría más que empeorar si continuaba de esa forma, aun así, decirlo era muchísimo más fácil que implementarlo.

Se encontraba hiperventilando, incapaz de respirar cuando reparó en la figura que lo observaba debajo del umbral de la puerta. Todo estaba tan oscuro, que era incapaz de ver su rostro, o alguna característica distintiva. Solo podía prestarle atención a sus hombros anchos, sus brazos robustos cruzados entre sí... y esa mirada que, a pesar de no poder verla, sentía la forma en que lo atravesaba.

El pecho se le hundió todavía más, si eso era posible.

Gabriel luchó tanto como pudo, dejando que el pánico lo consumiera. Una mano revolviendo las sábanas y un llanto masculino sonando de fondo no ayudaron a calmarse.

Nada lo ayudaba a calmarse.

«No es real... No es real... Nada de esto es real».

Acabó por cerrar los ojos con tanta fuerza que comenzaron a dolerle. Con sus cinco sentidos estando más alerta que nunca, se sintió como si estuviera en medio de una película de terror. Se repitió que todo pasaría... y eso fue lo que acabó ocurriendo. Con el transcurrir de lo que parecieron horas, y una lentitud exasperante, por fin pudo comenzar a mover los dedos de sus manos. Luego, le siguieron los pies, el cuello, los brazos... a medida que los sonidos a su alrededor se iban apagando.

Cuando quiso darse cuenta, ya tenía de vuelta el control total sobre su cuerpo.

Y los monstruos de su habitación habían desaparecido.

Se levantó de un salto, y se dirigió hasta el balcón sin pensarlo. Necesitaba aire fresco. Y fumar. Tomó el paquete de cigarrillos que reposaba sobre la mesa de la sala, junto a uno de los encendedores que siempre llevaba consigo. Cuando estuvo afuera, el viento le puso la piel de gallina, mas no volvió adentro.

Solo entonces le dio un vistazo a la pantalla de su celular, para saber la hora. Casi las ocho de la mañana. Desafortunadamente, sabía que no sería capaz de volver a dormirse. Alzando la mirada, se encontró con el sol escondiéndose detrás de los edificios, tiñendo las nubes de rosado. Se tomó un par de segundos más de los necesarios para admirar la vista.

Y luego, por fin, se prendió un cigarrillo.

Odió que, por más que lo intentara, no pudiera parar de pensar en ese par de ojos oscuros, más brillosos que nunca y que cada vez que lo observaban, lo dejaban descolocados. O en esos labios delgados, y la forma tímida en que mordía el inferior con sus paletas.

Odió no poder parar de pensar en ella.

Se preguntó si se encontraría bien. Después de todo, estaba ebria cuando la dejó. ¿Habría vomitado? Esperaba que no. Gabriel solo había tenido el disgusto de hacerlo una vez, y no había querido volver a beber por meses luego. Sacudió la cabeza cuando comenzó a pensar más y más. ¿Qué le importaba a él como se encontraba? De ser por él, podría intoxicarse.

No le importaba.

«...».

De todas formas... No iba a intoxicarse, ¿No? No la había visto tan mal. Nada más un poco más suelta y avergonzada que de costumbre. Sí, «De costumbre» porque a pesar de que apenas la conocía, se había dedicado un par de semanas a estudiar su comportamiento para la entrevista.

Resolvió que estaba bien, y que no le importaba. Y si no estaba bien... Seguro alguna amiga se pasaría al día siguiente, y se encargaría de ella.

Seguro.

Le dio una calada a su cigarrillo.

Y otra...

Y otra más...

—Joder.

Volvió a tomar su teléfono, irritado, y buscó entre su lista de contactos hasta encontrar el nombre que estaba buscando. Dos pitidos y Luco respondió.

— ¿Qué...? —Su voz somnolienta le dio la bienvenida—. ¿Gabriel? Son las siete de la mañana.

—Ya sé.

— ¿Para qué estás llamando a esta hora? —le reprochó—. ¿No sabes que tienes que dormir?

—Ya dormí.

— ¿Las ocho horas?

Una mentira piadosa no le haría daño a nadie, ¿No?

—Sí, las ocho horas.

Del otro lado de la línea, Luco soltó un suspiro, no muy convencido. Cuidaba su horario de sueño porque no le gustaba que se paseara con las bolsas oscuras debajo de sus ojos. Debería haberse rendido hacía años, y aceptar que sus ojeras eran como una especie de accesorio personalizado que lo acompañaba a todas partes.

—Está bien. ¿Qué necesitabas?

— ¿Quién se encargó de llamar a la señorita Salomón para que viniera a mi programa?

Silencio.

— ¿A qué viene esto?

—Responde —ordenó.

Su productor suspiró.

—Fui yo, ¿Por qué?

— ¿Tienes su número?

Otra vez, Luco tardó en contestar.

—No. No contacté de forma directa con ella, sino con su agente, Céles... ¿Para qué quieres su número?

¿Qué no era obvio?

—Para hablar con ella.

—Como sigas dándome esas respuestas condescendientes voy a cortar, Gabriel.

Se pasó las manos por la cara, frustrado. ¿En qué estaba pensando? No debería haberlo llamado. No debería pedir su número. ¿Qué le importaba si se intoxicaba o vomitaba? Mejor para él, que sufriera un poco por el infierno al que lo había condenado desde la noche de la entrevista.

—Mira, es una larga historia, pero lo necesito. ¿Puedes conseguírmelo?

— ¿Para qué?

— ¿No te fías de mí?

—No.

«Vaya, gracias».

—No es para nada malo.

A ver, igual tendrían que aclarar su definición de «malo»...

Lo oyó soltar otro suspiro antes de responder.

—Mira, luego de la entrevista, creo que lo mejor sería que no hubiera contacto entre ustedes.

Tarde.

¿Cómo le explicaba que ya la había visto dos veces? Y que planeaba llamarla, cosa que podría contar como una tercera.

—Ya todo el mundo sabe que me ganó en esa entrevista. Que me aleje o no de ella no va a cambiar nada.

— ¿"Que me aleje"? —Aunque no podía verlo, juraría que tenía el ceño fruncido y la nariz arrugada, como cada vez que algo no le gustaba—. ¿Te acercaste en algún momento?

¿Sí? ¿No? Sus únicos encuentros habían sido accidentes, no era como si se moviera por el mundo buscando su compañía. Y aun así... sabía que podría haberse negado. Que se podría haber alejado de ella en año nuevo —de hecho, que debería haberlo hecho—, y haberla dejado sola la noche anterior. Sin embargo, no lo había hecho, porque ella formaba parte de sus asuntos.

Y no podía explicarle eso a Luco... ¿O sí?

Lo haría luego.

—Consígueme el número, Luco.

—No hasta que...

—Y Gracias.

Cortó la llamada, aun sin saber si estaba haciendo lo correcto.

...

—Menos mal que te veo, ya iba a pensar que habías desaparecido.

Rodó los ojos ante las palabras de Evan. Su mejor amigo lo observaba contra el umbral de la puerta, del que se alejó para dejarlo pasar. Gabriel lo saludó con un asentimiento de cabeza, y se adentró en su departamento.

—Podrías haber llamado.

— ¿Para qué no me respondieras, como lo haces siempre?

«Touché».

Dejándose caer sobre una de las sillas, se giró para observarlo. Evan llevaba uno de sus vaqueros oscuros puestos, y se encontraba enfundado un uno de los jerséis que su abuela Josette le había regalado, esos que le quedaban tan grandes que si los estiraba, le rozaban los muslos.

—Eh, que mal que veo esas ojeras —comentó Evan, sentándose frente a él—. ¿Dormiste algo anoche?

—Como cuatro horas.

— ¿Otra pesadilla?

—Sí...

No. No eran pesadillas. Siempre lo sabía, y, sin embargo, no se atrevía a verbalizarlo del todo. Gabriel olvidaba sus sueños con frecuencia. Lo que había vivido aquella mañana... lo que había vivido durante varias mañanas y madrugadas de su vida, no lo olvidaría nunca.

Había comenzado en la adolescencia, y cada vez que le ocurría, tenía la estúpida esperanza de que fuera la última vez.

Su mejor amigo no le dio mucha importancia.

—Bueno, ¿Qué has hecho en las dos semanas en las que no me has dirigido la palabra? Espero que algo bueno te haya mantenido ocupado.

Se encogió de hombros.

—Nada.

Él le puso mala cara.

— ¿Ves por qué no me dejas otra opción más que ir a tus espaldas y preguntarle a Channel por tu vida? Me dijo que fuiste a una fiesta por año nuevo.

Gabriel suspiró.

Evan era la única razón por la cual había conocido a Channel Samaga. Llevaban siendo amigos mucho más tiempo desde antes que él los conociera a ambos, y en momentos como aquel, lo odiaba. Podrían contarse toda su vida a sus espaldas que él jamás se enteraría.

—Sí.

—Y que... ya sabes quién estaba ahí.

—Aimeé Salomón. Puedes decir su nombre. No me voy a descomponer.

«Bueno...».

Evan alzó ambas cejas, con sorpresa, y se echó hacia atrás con ligereza.

—Guau. Eso es progresar. La última vez no estabas tan contento con su existencia.

Se encogió de hombros, sin darle mucha más respuesta que esa. Luego del programa, Evan había sido la primera persona con la que había hablado. Quizá porque había tenido la mala suerte de llamarlo al día siguiente de la grabación, y chocarse con todo su malhumor y antipatía.

Sin embargo, su mejor amigo no se contentó con su respuesta.

Continuó insistiendo.

— ¿Pasó algo en las últimas dos semanas para que cambiaras de parecer?

No había cambiado su opinión por ella, simplemente le había tomado tres semanas volver a acostumbrarse al sabor de la derrota. Estuvo a punto de aclarárselo, cuando un sonido proveniente de su celular le indicó que tenía un mensaje. Y no cualquier sonido, sino aquel que le había asignado a Luco en específico, porque sabía que a él no podía ignorarlo como al resto.

El primero de los mensajes, era una serie de números.

Sonrió.

Luco: Utilízalo con responsabilidad.

Se paró de la silla, ignorando la voz de Evan de fondo, y marcó lo que supuso era el número de Aimeé. Enseguida comenzaron a sonar los pitidos, indicando que estaba llamando. Sonaron durante tanto tiempo, que creyó que no respondería, y que lo enviaría al buzón de voz.

Sin embargo, lo hizo.

Su dulce voz no tardó en llenar el silencio.

— ¿Hola?

Por un segundo, se paralizó. La timidez lo abrumó, y fue incapaz de responder.

Se aclaró la garganta.

—Hola.

Evan lo observaba desde su asiento como si se hubiera vuelto loco. Le hacía señas con los dedos, mientras arqueaba ambas de sus cejas, sin tener ni idea de lo que estaba ocurriendo. Gabriel le restó importancia con un ademán con su mano derecha, no obstante, él continuó insistiendo.

—Eh... ¿Quién habla?

«Que déjà vu».

Sonaba adormecida. Aunque estaban a punto de dar las cuatro de la tarde, no dudaba que era posible que se acabara de despertar. No todo el mundo tenía la capacidad de dormir cuatro horas diarias y continuar su vida como si nada.

Volvió a carraspear.

—Es, eh... Gabriel.

En un principio, solo fue capaz de oír su pesada respiración. La de ella. Supuso que no había acabado de despertarse del todo, y que necesitaba tiempo para procesar la información.

— ¿Qué...? ¿Cómo conseguiste mi número?

Otra vez, se le escapó una sonrisita ladina. Aquella no fue capaz de disimularla —tampoco se molestó en hacerlo—, y el ceño fruncido de Evan solo se acentuó más todavía en el momento en que lo notó.

—Un caballero tiene sus trucos.

—Yo no veo ningún caballero.

—Me alegro ver lo mucho que aprecias no haberte dejado caer por las escaleras anoche.

Su mejor amigo comenzó a toser, abriendo los ojos con fuerza.

—Bueno ya —insistió—. ¿Con quién estás hablando?

Gabriel tapó el micrófono de su teléfono, y estiró el rostro hacia Evan.

—Cállate.

— ¡Quiero saber!

—Tienes razón. —La voz de la pelinegra lo devolvió a la llamada—. Gracias por... lo de anoche. Todavía no me llegan todos los recuerdos. ¿Por eso llamaste?

—Sí, quería asegurarme de que no te murieras por una intoxicación.

Aimeé soltó una baja risa, apenas audible, que le burbujeó en el pecho. Esa tenía que ser la primera vez en su vida que hacía a alguien reír. Evan no contaba, porque se reía de él y de sus desgracias; no con él.

—No había tomado tanto...

«Bonita, me contaste que oyes a tus vecinos tener sexo todas las noches».

—Creí que podías mentir mejor que eso.

Y podía, sin duda. Él había sido testigo de ello.

—No tomé mucho, de verdad. Pero es que soy de peso ligero, y si a eso le añades que llevaba bastante tiempo sin tomar... no es una muy buena combinación.

—Ya veo —asintió de forma inconsciente con la cabeza—. ¿No hay resaca del día siguiente?

Caminó hacia el balcón al que daba la sala, esperando, de esa forma, poder perder de vista a Evan. No le sirvió, sin embargo, porque él lo siguió pisándole los talones.

«Quien me mandó a hacerme su amigo».

—Ugh, acabo de tomarme una aspirina para detener el dolor de cabeza. Aunque con todos los escándalos que provoqué anoche, no creo que se detenga.

Se detuvo.

— ¿Qué escándalos?

—Internet está lleno de fotos mías borracha hasta la médula, con el mentón ensangrentado, y sosteniendo a mi mejor amiga en el baño de una discoteca.

—Oh... no las había visto.

—Mejor, son un desastre.

Se aseguraría de verlas luego.

¿Qué? No era por nada personal. Todavía no se había olvidado las palabras que había compartido con su asistente la noche de la entrevista. Aimeé Salomón era una mentirosa, y por más que se encargara de ocultarlo bajo una personalidad encantadora, Gabriel sabía que no descansaría hasta saber qué ocultaba.

Se le escapó una sonrisita cuando recordó algo de todo lo que había pasado la noche anterior.

—Así que... El Principito.

Aimeé volvió a quedarse en silencio, ofreciéndole nada más que su pesada respiración acompañada por el sonido de la televisión de fondo.

—... De alguna manera esperaba que hubieras bloqueado eso.

—No creo que eso sea posible.

Evan no entendía nada. En algún momento de la conversación, se había dado por vencido, y se había apoyado sobre el barandal para observar el horizonte. Sin embargo, Gabriel sabía que estaba escuchando su conversación, por muy disimulado que quisiera parecer.

—Aimeé Salomón, la famosa y adorada pintora, ¿Disfruta de leer literatura erótica en su tiempo libre? No me había visto venir semejante secreto.

No supo que reacción fue peor. Si la de Aimeé, o la de Evan. El moreno comenzó a toser, otra vez, golpeándose el pecho con la mano como si se hubiera atorado con algo. Luego, volvió a observarlo con los ojos desorbitados.

— ¡¿Que estás hablando con quién?!

Volvió a tapar el micrófono del teléfono para responderle.

—Cállate.

— ¡No me calles!

— ¡No es un secreto! —replicó la pelinegra—. Nada más es una parte de mí que no me interesa contar en entrevistas.

Se la imaginó, como se vería en ese preciso instante. Por la manera en que sonaba, podía asegurar que aquel brillo furioso volvía a cruzar por su mirada, como cada vez que se sentía amenazada. Lo había visto pocas veces, siempre en su presencia. También se imaginó que había alzado la barbilla con orgullo.

—Ajá.

Su mejor amigo volvió a interrumpirlo, cruzándose de brazos, y reclamando atención al ponerse frente a él.

—Eh, ¿Estás hablando con mi celebrity crush de los últimos dos años? No es bonito, Gabriel.

Lo ignoró.

— ¿Qué tiene de gracioso? La literatura erótica es un género muy interesante...

—Mmh.

No la estaba escuchando del todo, se mantenía ocupado intentando esquivar a Evan, que lo perseguía como si quisiera interponerse entre el teléfono y él.

— ¡Y encima me vengo a enterar que le gusta la literatura erótica! —insistió.

— ¡Que te calles!

Él abrió la boca para reclamar, mas la voz de Aimeé del otro lado de la línea exigió toda su atención.

— ¿Y qué si me gusta leer sobre sexo? Me gusta tenerlo, también, así que no hay mucha diferencia.

Gabriel se congeló por un segundo.

Algo en su expresión debió indicarle a Evan que no interrumpiera, y debió ser lo suficientemente convincente, porque su mejor amigo cerró la boca, y se dedicó a observarlo, como si le hubieran dado la peor noticia del mundo.

El corazón comenzó a latirle como si volviera a ser un chiquillo atravesando la pubertad. No dijo nada. ¿Qué se suponía que tenía que soltar después de aquello? No, no se sorprendía de que una mujer de veintitrés años tuviera sexo y disfrutara de ello, pero tampoco había esperado que se lo soltara a la cara.

Ella se aclaró la garganta.

—Bueno, olvida que he dicho eso último.

Más le valía.

— ¿Decir qué? —fingió.

—Así me gusta.

Tragando grueso, centró la mirada en los edificios, para tranquilizarse. A su cabeza volvía la imagen de lo bien que le había sentado ese minúsculo vestido la noche anterior. La manera en que se ceñía a sus curvas, en que destacaba sus hombros, lo bien que quedaba con sus ojos oscuros...

Carraspeó.

— ¿Ves como si puedo ser un caballero cuando quiero?

—Ya, cuando quieres —se burló. Ambos permanecieron en silencio por un par de segundos. Él, por su parte, sin tener ni idea de qué decir—. Bueno... creo que tengo que irme. Tengo un escándalo que solucionar. Otro.

—Bueno... Suerte.

«O no».

—Gracias, la necesitaré. Mmm... Adiós.

Una parte de él no quería despedirse, porque no quería terminar la llamada. Sacudió la cabeza, que estúpido.

—Adiós.

Y cortó.

No tuvo tiempo de pensar en nada, porque ni bien devolvió su celular a su bolsillo, Evan lo acorraló contra el balcón, colocando sus manos sobre la baranda. Lo enfrentó con esa mirada que sabía que ponía cuando lo exasperaban de más.

Gabriel lo empujó por el hombro para alejarlo.

—Ahora sí, ¡¿Qué acaba de pasar?!

Se encogió de hombros.

— ¿Qué?

—"¿Qué?" —repitió, atónito—. ¿Eres imbécil? ¿Hace una semana la odiabas y ahora sonríes cuando hablas con ella? ¿De qué me perdí?

—No sonreí.

Su mejor amigo estiró una de sus comisuras, observándolo con curiosidad. Probablemente él fuera la persona que más lo conocía en todo el mundo, mas lo que fuera que estaba pensando en ese momento... estaba equivocado.

—Sonreíste más de lo que te he visto hacerlo en mi vida.

Gabriel volvió a apartarlo de un manotazo, y avanzó de vuelta al interior de su departamento. Evan lo siguió, por supuesto.

—Exagerado —murmuró.

—Pero... ¿Qué pasó? ¿Te gusta ahora? ¿Mi amor platónico? Que pésimo amigo que eres.

Se giró a observarlo.

Evan no estaba enamorado de Aimeé. De hecho, dudaba que supiera la mitad de cosas sobre ella que él. La había visto por primera vez en televisión, en alguna de sus primeras entrevistas y, al igual que gran parte de Francia, había quedado embelesado por ella. La consideraba una de las famosas más atractivas del mundo y no sabía que otra cosa más. Cuando Gabriel había mencionado que la entrevistaría, Evan le había rogado que lo dejara acompañarlo al estudio.

Gabriel le había dicho que no.

—No me gusta.

—Ya.

No sabía por qué, su amigo lo observaba como si no le creyera nada.

—Estoy hablando enserio —insistió.

—También yo. Nunca te había visto aceptar la llamada de alguien, menos con una de esas sonrisitas tontas que tanto odias. No sé qué pasó, aunque bien por ella si logra ponerte así.

Rodó los ojos. «Sonrisitas tontas», no había soltado ninguna de esas. De todas formas, quiso explicarle a Evan lo que estaba ocurriendo. Era la única persona, además de Luco —incluso más que Luco— en la que confiaba.

—No estoy hablando con Aimeé porque me guste.

— ¿Entonces?

Se encogió de hombros.

—Nadie es perfecto, y muchísimo menos ella. Todavía no sé qué es, pero sé que esconde algo.

Evan comenzó a negar con la cabeza.

—No me digas que...

—Y pienso descubrirlo. 






N/A:

Holi

Feliz día del amor y la amistad <3 

Estoy un poquito (muy ahre) nostálgica hoy, porque hace dos años publiqué la sinopsis de Desastrosa perfección, y hace un año de la Perfecta Persuasión porque publicar historias en fechas especiales is my passion. 

Este capítulo me llevó un montón de tiempo escribirlo, seguro porque narra Gabriel y Gabriel es aburrido >:(. Anyways, ¿Qué les pareció? Les juro que Evan estaba escrito para que fuera completamente diferente jaskajs me salió super dramático. 

De curiosa, ¿Qué hicieron/van a hacer por San Valentín? Yo me voy a juntar con mis amigas y las voy a obligar a ver Star Wars (como se debe). 

Nos vemos en el próximo capítulo.

Besos <3

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