Capítulo 25
Nota importante: Le cambié el nombre a Leonora y ahora se llama Monet jaskjas, aviso por si se confunden. Voy a estar editando los capítulos anteriores para cambiarlo también.
AIMEÉ
Soltó una baja risita cuando Gabriel tiró de su boina hacia bajo, tapando sus ojos y despeinando su cabello. La pelinegra se quejó, lanzándole un manotazo, y volvió a acomodarse el gorro en su lugar.
—Te ves como una turista con esa cosa —señaló él.
—Deja mi gorro en paz —se quejó—. Es lindo.
Si estaba de acuerdo o no, Gabriel no comentó nada. Tan solo la estudio por un par de segundos, con su expresión inalterable y manos en sus bolsillos.
— ¿Ya estás lista?
Se dio una mirada a sí misma. Llevaba unos pantalones —para sorpresa de todos— largos, y anchos en los tobillos. En la parte superior del cuerpo, traía varias capas de suéteres y un enorme abrigo color café. Aun así, sentía que al pisar la calle iba a congelarse de inmediato.
Se encontraban en la mitad del invierno, y aquel día hacía tanto frío, que incluso el pronóstico del tiempo había soltado la posibilidad de nieve.
—Mmm... creo que sí.
Tomó su bolso, su celular, y sus llaves; esperando no estarse dejando nada en el departamento. El castaño sostuvo la puerta abierta para ella, y luego la cerró cuando ambos estuvieron en el pasillo.
—Tendremos que pasar por Léon y Monet —comentó, bajando las escaleras—. Te guiaré hasta sus departamentos.
—Gracias, pero prefiero vivir. Tan solo dime la dirección.
Rodó los ojos.
«Exagerado».
Aunque de todas formas hizo con exactitud lo que le había pedido. Le explicó de antemano donde se encontraba el edificio en el que vivía Léon —donde se encontraban él y su hermana— cerca de que barrios y zonas de la ciudad. Cuando hubo terminado, él asintió con la cabeza, y Aimeé supuso que se había ubicado sin problemas.
El reloj dio las nueve en punto cuando ambos se subieron al auto del castaño, Aimeé estando tan nerviosa que sentía que podía vomitar. Era un domingo por la mañana, y su plan era llegar a Reims antes del mediodía, donde los esperaban Edouard y Adéle, los padres de Léon y Monet. Tenían un viaje de dos horas, mas el castaño había estado sorprendentemente abordo con su idea.
Gabriel le dio una mirada de reojo mientras encendía el motor.
— ¿Estás nerviosa?
—Mmm... Un poco. ¡Aunque no te preocupes, todo saldrá...!
—Bien —interrumpió él, asintiendo con la cabeza. Había repetido la misma frase durante toda la semana, quizá para calmarse más a sí misma.
—Sí, eso —murmuró.
Todo iba a estar bien.
Iba a ser perfecto.
Y si no, no iba a importarle la opinión de los Roux.
Gabriel le dio un leve apretón al dorso de su mano, y comenzó a conducir. La entristeció un poco que no sostuviera su mano durante todo el camino, como en los libros. Sin embargo, Aimeé aprendió rápido por qué: en una ciudad tan densa y activa como Paris, el castaño necesitaba ambas manos para conducir. Tocaba la palanca de cambios por lo menos dos veces por minuto. Todo el tiempo había otros autos interrumpiendo su camino, y ni hablar de los semáforos.
Se alegraba de no tener una licencia. Sería incapaz de soportar aquella tortura.
Aimeé no pudo soltar muchas palabras en el viaje, ni aunque lo intentara. No solía ponerse nerviosa muy seguido, mas aquella situación estaba comenzando a superarla. Cuando llegaron al departamento de Léon, la pelinegra le envió un mensaje a su mejor amiga, y en un parpadeo, ambos hermanos se encontraban fuera del edificio, caminando hacia el auto.
Tomó una profunda respiración.
En aquella ocasión, Gabriel acunó por completo su mano con la suya, entrelazando sus dedos y apretando con más fuerza. Aunque el gesto tan solo duró un par de segundos, fue una manera de recordarle que estaba allí para ella.
— ¡Buenos días!
Monet se adentró al asiento trasero del coche, y dejó un sonoro beso en la mejilla izquierda de Aimeé. Luego, saludó a Gabriel con una sonrisa y un asentimiento de cabeza. Léon hizo más o menos lo mismo, con menos entusiasmo.
Una vez que los cuatro se encontraron en sus asientos, el silencio que los rodeaba se volvió imposible de ignorar. Por lo menos Monet lucía como si estuviera haciendo un intento.
La pelinegra carraspeó, mientras Gabriel volvía a encender el motor.
— ¿Tienen todo?
—Sí —respondió la castaña, alzando una canasta repleta de bebidas y lo que parecía eran... tortas recién horneadas.
—Lástima —interrumpió su hermano— que alguien dejó mi departamento hecho un desastre.
— ¡No me diste tiempo a limpiar!
— ¡Porque empezaste tarde! ¡Si te dejaba hacerlo, íbamos a llegar a casa para la cena!
Monet rodó los ojos.
—Exagerado.
Aimeé le regaló su mejor sonrisa a Gabriel, como intentando decir «Lo siento, este es el paquete que viene conmigo». Él le sonrió de vuelta. Cuando le devolvió la mirada a sus amigos, la castaña los estudiaba con curiosidad.
El resto del viaje trascurrió de la misma manera: Los hermanos Roux discutiendo por cualquier pequeñez que encontraran, y Aimeé teniendo que intervenir cada tanto. Gabriel no soltó muchas palabras. De hecho, la única vez que abrió la boca, fue para preguntar si alguien quería poner música, y Aimeé sospechaba que era porque ya no podía soportar a los hermanos peleando, y no encontraba otra manera de hacer que se callaran.
Cuando llegaron a Reims, los nervios en su estómago volvieron a intensificarse.
—Um... —murmuró Gabriel, dando una mirada por el espejo retrovisor antes de doblar a la derecha—. No sé dónde es la casa.
—Oh, yo te guío.
Gabriel, Léon y Monet hablaron a la vez.
—No.
El castaño sonrió de lado.
—Ah, ¿Así que no solo me has intentado matar a mí? —murmuró Gabriel, girándose hacia ella. Le dio ternura lo mucho que sonaba a un reproche.
—Aimeé es pésima para dar indicaciones —se sumó Léon—. Desde que casi chocamos por su culpa, no la hemos dejado volver a hacerlo.
Se estaban relacionando... por su pésima habilidad para dar indicaciones. Por lo menos era algo. Progreso.
—Yo te guío —ofreció su mejor amiga.
Así que eso hizo.
El camino hasta su destino no fue muy largo. Los Roux vivían en una pequeña casa a un par de calles del centro de la ciudad. Tenía un precioso jardín delantero, paredes de piedra y estaba repleta de ventanas y balcones. Aimeé adoraba esa casa. Era cálida y acogedora.
Sin embargo, en aquella ocasión, cuando se detuvo frente a ella, mientras los hermanos Roux bajaban las cosas del coche, todo lo que pudo sentir fue una sensación de presión sobre su pecho. Tomando una profunda respiración, se repitió a sí misma que todo iba a salir bien. Y si no, no iba a importarle.
Para nada.
Gabriel golpeó su hombro con el suyo, a su lado, y en cuanto alzó la cabeza, se encontró con esos ojos claros puestos en ella.
— ¿Todo bien?
Se limitó a responderle con un asentimiento de cabeza y una sonrisita que, por alguna razón, no lo tranquilizó ni un poco. Él se mantuvo en su lugar, sin cambiar su foco de atención, y alzó apenas una de sus cejas, como diciendo «no te creo ni un poco».
Monet la salvó, por suerte, acercándose a ambos y rodeando la muñeca de Aimeé con sus dedos, tan solo para continuar caminando y arrastrar a la pelinegra con ella hasta la puerta principal.
— ¡Vamos! —Se quejó la castaña—. Me estoy muriendo de hambre.
Apenas tocaron la puerta, unos pasos frenéticos se escucharon detrás de esta, y en menos de un parpadeo, la señora Roux se encontraba frente a ellos. Primero saludó a su hija, claro. Adéle rodeó a la castaña con sus brazos, y apretó tan fuerte que podría haberla dejado sin aire. Luego siguió Aimeé, y Léon después de ella.
— ¿Cómo es que parecen más grandes que la última vez que los vi? —Cuestionó la mujer, acunando a la pelinegra por las mejillas—. Siento que tan solo visitan una vez por año.
—Visitamos para navidad.
—Eso fue hace mucho.
Carraspeando, Aimeé se hizo a un lado, recordando que todavía quedaba un miembro por saludar. Gabriel se encontraba a la derecha de Léon, con sus manos entre sus bolsillos y una expresión indescifrable. Casi vacía. La pelinegra caminó hasta llegar junto al castaño, llevándole la atención de la mujer con ella.
—Ah, este es Gabriel —murmuró, nerviosa. Podía sentir el sudor en sus palmas—. Es mi... eh... Gabriel.
El mencionado alzó su comisura derecha de una forma casi tímida.
—Soy su Gabriel —se presentó.
Adéle parpadeó.
— ¿El de la entrevista? —balbuceó.
Monet sonrió de lado. Su madre alternó la mirada entre Léon y Aimeé un par de veces.
—El mismo.
—Oh... a... bueno —murmuró, dándole un beso en cada mejilla. Luego, volvió a girarse para enfrentar a los demás—. Pasen, pasen. Su padre estaba poniéndome de los nervios.
Los cuatro siguieron a la mujer dentro de la casa, sin decir ni una sola palabra. El señor Roux se encontraba sentado en un sofá individual en la sala. Sus hijos se acercaron a saludarlo, con un beso en cada mejilla, como siempre, y luego les siguió Aimeé. Cuando se hubo separado, volvió a colocarse junto al castaño para llevar toda la atención hacia ambos.
—Mmm... este es Gabriel. Gabriel, él es Edouard.
El mayor ladeó la cabeza, y lo observó con curiosidad.
—Sí, papá —comentó Monet, antes de que él pudiera siquiera hacer la pregunta—. El de la entrevista.
Gabriel arrugó la nariz.
Aimeé nunca se había sentido tan incómoda.
—Bueno... —la pelinegra se giró hacia Adéle—. ¿Necesitas que te ayudemos con algo?
—Oh, no. Estoy cocinando, sabes que odio que los demás se metan con mi comida. Pueden sentarse mientras tanto.
Asintiendo con la cabeza, los cuatro caminaron hacia los asientos. Aimeé se dejó caer en un sofá junto a Gabriel, mientras que Léon y Monet tomaron el que estaba justo frente a ellos. El silencio los rodeó por un par de segundos, en los que Aimeé se dedicó a limpiar sus palmas contra sus pantalones.
Nada iba a estar bien. Todo iba a ser un desastre.
—Así que... ¿De qué nos perdimos? —Inquirió Adéle desde la cocina, que no estaba demasiado lejos de donde se encontraban, por lo que podían escucharla con claridad—. La última vez que estuviste en casa, no te agradaba tanto este muchacho.
Con el rostro ardiendo, giró la cabeza hacia Gabriel, aunque el castaño no parecía demasiado sorprendido, o afectado por las palabras de la señora Roux. Monet, sentada en el sofá frente a ella, articuló un «lo siento» con los labios, y se encogió de hombros.
—Pues... uh... nada. Nos conocimos.
—Lo usual —comentó su mejor amiga, intentando aligerar la tensión—, Meé le regaló una rata.
Adéle no respondió, mientras continuaba picando la cebolla.
Ay, Dios. Aquello era un desastre. Adéle Roux era la mujer más amorosa que había conocido nunca, aunque también era demasiado expresiva cuando algo no le gustaba. No le había sonreído a Gabriel, ni lo había llamado «cariño» como lo hacía con todo el mundo.
Tomó el celular para escribirle a Monet.
Aimeé: ¿Qué les dijiste para que lo odien tanto?
Mon <3: Nada, lo juro. Ya sabes que papá no lo soportaba desde antes.
Cuando alzó la mirada para mirarla, su mejor amiga le dedicó su mejor expresión angelical.
Mon <3: Dales tiempo, ya se acostumbrarán. Es verdad que no es tan malo cuando te acostumbras. Énfasis en tan.
Aimeé sonrió un poquito.
—Así que, Gabriel —Adéle pronunció su nombre como si fuera un insulto—. ¿Cuáles son tus intenciones con Aimeé?
—Ay por Dios —balbuceó, girándose al castaño—. No tienes por qué responder eso.
Él parpadeó despacio, y asintió una sola vez con la cabeza.
—Está bien.
Y no respondió.
No la estaba viendo, sin embargo, la pelinegra podía sentir el ceño fruncido de la señora Roux intensificándose a cada segundo que trascurría.
Su teléfono vibró sobre sus mulsos.
Mon <3: Dile que conteste esa pregunta si valora su vida.
Aimeé: ¡No! No tiene que responder si no quiere.
Mon <3: Mamá lo está asesinando con la mirada.
Mon <3: ¿Te da miedo lo que pueda responder?
No contestó aquel último mensaje.
— ¿Por qué no? —Insistió Adéle—. Nos interesa saber sus intenciones con una persona a la que le tenemos mucho cariño, en especial con la reputación que se trae.
¿Por qué estaba hablando como si Gabriel no estuviera presente en la sala?
El castaño chasqueó la lengua.
—No me interesa mucho la opinión que tengan los demás de mí.
—Se nota.
El señor Roux bufó.
— ¿Podemos prender la televisión? El partido comienza en cinco minutos.
Eso los calló a todos. Léon encendió la televisión, y todo el mundo se mantuvo en silencio mientras las palabras del relatador llenaban el lugar. Mordiéndose el labio inferior, Aimeé dejó caer su espalda contra el respaldo del sofá, y estudió sus manos como si fueran lo más interesante en toda la habitación.
No estaban funcionando. Ella y él. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil?
Gabriel empujó su muslo contra el suyo, intentando decirle... siquiera sabía que. Mas Aimeé no le devolvió el toque. No sabía por qué. No tenía derecho a enfadarse con él cuando Adéle lo estaba atacando sin razón. Aunque a la vez, ¿No podía ser la persona más madura de los dos, y no responderle con comentarios pasivo-agresivos?
No. No era su culpa. Y Aimeé sabía que no tenía derecho a enfadarse con él. Pero quería enfadarse con alguien.
Su celular volvió a vibrar.
Mon <3: Viendo lo mal que te pones me siento terrible por no haber sido más abierta con él al principio.
Aimeé: Está bien.
No estaba bien.
Mon <3: ¿Quieres que hable con ella?
Aimeé: No, iré yo.
Dándole una última mirada a su mejor amiga, se levantó del sofá y caminó hasta la cocina, donde se encontraba la señora Roux. Entendía que la querían mucho. Aimeé también los adoraba. Pero era una adulta, no una adolescente a la que necesitaban proteger. Podía tomar sus propias decisiones y Gabriel era una de ellas.
Adéle alzó la vista para mirarla por encima del hombro cuando se encontraba a tan solo dos pasos, y luego continuó picando la cebolla.
Estando tan cerca, sintió la picazón en los ojos.
—No me gusta ese muchacho para ti —murmuró la mujer, quizá incluso más alto de lo necesario. Quizá esperando que Gabriel las escuchara desde la sala de estar.
La pelinegra intentó con todo su ser no ser grosera.
—Me di cuenta.
—Es que te queremos mucho, linda. No me gustaría verte sufrir por alguien que no vale la pena.
Aimeé parpadeó.
—No sabes nada de él...
La señora Roux negó con la cabeza.
—Se lo suficiente. No es una buena persona, y además...
— ¿Además que? —insistió cuando Adéle se detuvo a sí misma, mordiéndose el labio inferior.
—Teniendo a Léon justo ahí...
No otra vez.
Cerró los ojos y soltó un suspiro en cuanto la escuchó soltar aquello. Durante gran parte de los últimos años, en especial cuando era más pequeña, la señora Roux siempre había insisto en que ella y Léon harían una bonita pareja. Aimeé siempre sonreía y la ignoraba porque, ¿Qué iba a decirle? Había dormido en la misma cama que Léon, había llorado junto a él y pasado cada festividad posible con su familia. Y, a pesar de años de cercanía, jamás había sentido nada que no fuera amistad por él.
—Léon es mi amigo —aclaró despacio.
La mujer frente a ella negó con la cabeza. Otra vez.
—Harían una pareja tan bonita. Y él te trataría bien. Dale una oportunidad...
No podía creerlo.
—Les presenté a Gabriel porque es importante para mí —insistió.
Por Dios, esperaba que no pudiera escucharla desde la sala.
—No te acostumbres —replicó la señora Roux, y Aimeé comenzó a sentir su rostro calentarse—. Hombres como él no duran demasiado tiempo sin arruinar las cosas.
— ¡Si apenas has hablado con él!
Ella hizo una mueca.
—Todo el mundo sabe cómo es.
No iba a llorar.
No pensaba llorar por una tontería como aquella, se lo había prometido a sí misma. Que no iba a importarle la opinión de los Roux si no les agradaba Gabriel. Más los ojos le ardían y el nudo en su garganta se sentía como si estuviera perforando la zona. Estaba segura de que todo era culpa de esa estúpida cebolla.
Tomando una profunda respiración, murmuró un bajo «está bien» y caminó con lentitud hasta la puerta trasera, que daba con el jardín. Avanzó a pasos cortos, como si temiera moverse muy rápido y alterar a alguien. Una vez que estuvo afuera, dejó caer su espalda contra la pared.
Y entonces no pudo aguantarlo más.
Rompió en un llanto silencioso.
Una lágrima cayó, luego la otra, y otra... cuando quiso darse cuenta, no podía detenerse, y seguro que había arruinado todo su maquillaje. Odiaba eso. Ser tan sensible que cualquier cosa lograba hacerla llorar. Porque ahora no tenía ni idea de cómo podía volver adentro.
Se colocó una mano sobre los labios, para evitar hacer ruido, y con la última limpió sus mejillas empapadas, esperando no estar haciendo un desastre con su rostro. Cuando la puerta trasera sonó, indicando que alguien más había salido detrás de ella, la pelinegra bajó la cabeza, esperando con todas sus fuerzas que fuera cualquiera menos Adéle. O Gabriel, o Léon, o Monet, o... cualquiera.
Los pasos se acercaron hasta quedar frente a ella. Aimeé no alzó la mirada, aunque con tan solo un vistazo a los zapatos de la otra persona —lo único en su rango de visión— supo con exactitud quien se encontraba allí.
— ¿Estás llorando? —La voz de Gabriel llegó tensa hasta sus oídos.
Ella negó con la cabeza, todavía sin alzar la mirada.
—N-no... es por la cebolla.
—Oye...
Supo lo que estaba por pasar cuando sintió sus dedos contra su barbilla. Estos empujaron, despacio, hacia arriba, obligándola a alzar la mirada. Cuando el castaño dio con su rostro, seguramente rojo y repleto de lágrimas, hizo una mueca.
—P-perdón —balbuceó entre hipidos—. No quería llorar es que... s-soy muy sensible y...
Él negó con la cabeza, pasando las yemas de sus pulgares por su piel. Creyó que iba a agregar algo más, pero Gabriel se mantuvo en silencio, limpiando su rostro con todas sus facciones fruncidas. Era inútil, porque ella no podía parar de llorar.
—Aimeé...
La pelinegra negó con la cabeza y dejó caer su frente contra el hombro del castaño, esperando no ensuciar su camisa. Los hipidos continuaban escapando sus labios sin control, sus hombros temblaban y todo su cuerpo se sacudía. Presionó su puño con fuerza contra su pecho, esperando poder, de alguna manera, aliviar el ardor que rodeaba la zona.
Nada funcionaba, y ella no conseguía calmarse.
Estaba empapando la camisa de Gabriel con lágrimas.
—Para, por favor —pidió él—. Me estás matando.
—No puedo.
No podía detenerse. De haber podido, lo hubiera hecho. Odiaba llorar en situaciones que no lo ameritaban. Le molestaba ser tan sensible que era inoportuno.
El castaño alzó una de sus manos para acariciar su cabello, despacio, y habló en susurros.
—No llores.
— ¡No puedo parar de llorar a comando! —respondió, exasperada—. No es así como f-funciona.
Por un latido, dejó de sentir la presencia de Gabriel, que había dado un paso hacia atrás. Al siguiente, notó las manos sobre sus mejillas, y en cuanto abrió los ojos, lo encontró un par de centímetros debajo de ella, con una de sus rodillas clavada en el césped del jardín.
Oh.
Se había arrodillado frente a ella.
Eso la calló por un par de segundos.
—Lo siento —murmuró él, acariciando sus mejillas en un ritmo lento, suave—, sé que esto era importante para ti.
—S-son... como mi familia —explicó, dándole la razón—. No entiendo por qué no pueden... levarse bien.
Gabriel hizo otra mueca.
—En parte es mi culpa.
Negó con la cabeza.
—No han hecho m-más que atacarte desde...
—Pero no lo he puesto fácil, ¿No? —interrumpió él—. Entiendo que quieran protegerte...
—No necesito que me protejan.
No sabía por cuánto tiempo más podía soportar aquella dinámica. Estaba bien cuando Monet se preocupaba por ella. La entendía, la veía como una hermana menor. Léon y Adéle, por otro lado, podían llegar a ser asfixiantes por momentos. La trataban como si fuera una niña que no sabía tomar decisiones.
No solo con Gabriel.
Sin embargo, no tuvo tiempo a decirle eso, porque él comenzó a hablar otra vez.
—Mira, sé... que no soy la persona más accesible del mundo. Sé que soy... amargado, antipático...
—Y grosero —agregó.
Él ladeó la cabeza.
—Sí, y eso. No soy bueno con las primeras impresiones, ni las segundas, o las terceras. La verdad es que tiendo a rechazar a cualquiera a mí alrededor por temor —explicó, frunciendo el ceño, y sin apartar sus ojos de los suyos—. Porque prefiero ser el antipático que odia a todo el mundo a que al que rechacen primero. Se ha vuelto una costumbre, y ya no puedo hacer nada distinto. Así que lo siento si a veces empeoro las cosas. Pero voy a hacer el esfuerzo para llevarme bien con ellos, Aimeé. Porque es importante para ti.
Oh.
Le ardía el pecho. Ahora de una manera completamente distinta.
—Conmigo nunca has hecho eso —fue lo único capaz de pronunciar.
— ¿Mmm?
—Ser... inalcanzable y antipático. Jamás sentí que me estuvieras alejando.
Quitando aquella vez durante la gala benéfica, pero no iban a hablar de eso.
Gabriel sonrió con ternura.
—Siquiera tuve tiempo de prepararme, Aimeé. Te metiste debajo de mi piel antes de que pudiera levantar mis barreras.
No pudo evitarlo.
Volvió a llorar.
Las lágrimas se deslizaron otra vez por sus mejillas porque... siquiera sabía por qué. No era lo más bonito que le habían dicho, mas por alguna razón, algo en su pecho se ablandó, y Aimeé sintió la inmensa necesidad de abalanzarse sobre Gabriel.
El castaño parpadeó. Una, dos veces.
— ¿Qué...? ¿Qué hice ahora?
Se le escapó una risotada.
—Nada —murmuró, sonriendo. Él no pareció muy convencido, porque continuó observándola con sus cejas fruncidas—. Estoy bien, de verdad.
— ¿Segura?
Aimeé asintió con la cabeza, animada. Sonreía un poco más cada vez que pensaba en lo repleto de barro que iba a encontrarse el pantalón de Gabriel en la zona de la rodilla. Como si estuviera leyendo sus pensamientos, el castaño se incorporó a los pocos segundos, sacudiendo la tela. Cuando estuvo frente a ella, de vuelta contemplándola desde su altura, sus manos volvieron a sujetarla por sus mejillas, como si hubiera descubierto una zona que le gustaba.
Él carraspeó.
—Podemos volver a intentarlo otra vez...
—No.
Gabriel tragó grueso.
— ¿No?
—Quiero irme —aseguró, dándole una última mirada a la puerta trasera—. No quiero estar aquí.
La culpa le estaba carcomiendo el estómago, mas no sentía que tuviera la energía para quedarse. Menos cuando estaba segura de que la señora Roux no sentía que hubiera hecho nada mal.
Él la estudió por un par de segundos.
—Acabamos de llegar —objetó.
—No me importa.
—Léon y Monet no tienen como volver.
—Tomarán un taxi.
La estudió un poco más, y luego, finalmente, sonrió. No la sonrisa ladina que había mostrado más temprano, sino una más íntima. Una que le gustaba pensar, tan solo ella y otros pocos afortunados lograban presenciar.
Adéle había dicho que Gabriel no valía la pena. A Aimeé le parecía que el castaño valía, y valía mucho.
—Soy una pésima influencia —murmuró él, negando con la cabeza.
La pelinegra se encogió de hombros. Aunque gran parte de ella estaba ardiendo en culpa, la otra estaba haciendo todo lo posible para ignorar aquella sensación. Porque Aimeé tenía todo el derecho a largarse luego de lo que Adéle acababa de hacer. Y no iba a importarle lo que los Roux pensaran. No iba a poner los sentimientos de los demás por encima de los suyos otra vez más.
— ¿Podrías... entrar y avisar que nos vamos? —pidió, mordiéndose el labio inferior.
— ¿Por qué tengo que ser yo el portador de malas noticias?
Aimeé batió sus pestañas empapadas.
—Porque yo estoy llorando —argumentó.
Gabriel rodó los ojos, pero ya se encontraba dando un paso hacia atrás.
—Excusas.
El castaño avanzó hacia la puerta trasera y desapareció por el umbral, volviendo hacia el interior de la casa. Aimeé se tomó el tiempo que tuvo sola para tomar profundas respiraciones e intentar tranquilizarse. Pasaron un par de minutos hasta que Gabriel volvió a encontrarse en el jardín, más pálido que antes, y con todas sus pertenencias entre sus brazos. Él le extendió su abrigo, y la pelinegra se lo agradeció con una sonrisa.
— ¿Cómo se lo tomaron? —indagó, mientras ambos comenzaban a caminar en dirección al coche. Gabriel volvió a entrelazar sus manos, mientras fruncía la nariz.
—Mal.
Por supuesto, no había esperado nada diferente.
Ya en el auto, su celular volvió a vibrar, indicando que tenía un mensaje. Era de Monet.
Mon <3: No sé qué te haya dicho mamá para ponerte así, aunque supongo que está relacionado con Gabriel. Para contrarrestar, que sepas que tan solo por la forma en que te mira, y por el hecho de que aceptó venir hoy, se nota que está enamorado hasta los huesos.
N/A:
Holii, ¿Cómo están?
Ya sé que tardé un montón para escribir este capítulo :( tuve un bloqueo bastante largo y empecé las clases todos los días. Espero poder escribir el próximo más rápido (siempre digo lo mismo jaskajs perDON)
Jajskas al final le cambié el nombre a Leonora por Monet, espero que no se les haga raro. Pero es que MONET ROUX suena tan bien.
¿Qué les pareció el capítulo? Ya puedo ver venir el odio a Adéle.
PERO GABRIEL ARRODILLÁNDOSE EN FRENTE DE AIMEÉ???? *se desmaya*
Ah, y casi me olvido. Mil gracias por los 40K <333 en especial a los que me leen aunque tarde un monton en actualizar. Los tkm
Nos vemos en el próximo capítulo.
Con suerte actualizo temprano.
Besitoss <33
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