Capítulo 23
GABRIEL
A cada momento que trascurría, se volvía cada vez más evidente que nadie lo quería en ese departamento. Quizá la amiga morena de Aimeé siendo la única excepción, lo que lo hacía sentirse todavía peor porque no conseguía recordar su nombre. ¿Adelle? ¿Ophelie? Había estado demasiado ocupado lanzándole miradas a Aimeé y sintiendo el peso de su regalo contra sus dedos.
Su regalo. Por Dios. No era bueno para hacer las cosas bien, ni siquiera cuando lo intentaba. No debería haberle comprado esas estúpidas gafas ni aparecerse en su departamento sin dar señal de vida antes. No debería haber hecho muchas cosas.
Mientras Aimeé bajaba por las escaleras, Gabriel sintió las miradas de Léon y Monet en él, no sabiendo cual era peor. Léon estaba celoso, estaba más que seguro que tenía sentimientos por Aimeé, y por más que le molestara, se repetía a sí mismo que no era su problema. La mirada de Monet, sin embargo, era la peor de todas. Porque ella tenía razones para estar enfadada con él. Aimeé era su amiga, y le importaba. Y él la había lastimado más de una vez.
—Así que... —Una voz masculina sonó a sus espaldas. Cuando se giró, se encontró al amigo rubio de Aimeé cuyo nombre tampoco recordaba. Era el mismo que la había levantado del suelo al saludarla. Lo estudiaba con una sonrisita insoportable—. ¿Hace mucho tiempo que Aimeé y tú...?
Alzó una ceja.
— ¿Qué?
El rubio sonrió un poco más, ladeando la cabeza. Sabía lo que estaba preguntando, aunque tampoco tenía una respuesta exacta. De hecho, no tenía ninguna respuesta en absoluto. El amigo de Aimeé volvió a abrir la boca cuando un grito lejano los interrumpió.
— ¡No puedes subir! —Era la voz de la pelinegra—. ¡Para!
Todos se miraron con el ceño fruncido. Monet estuvo a punto de salir del departamento cuando otra figura masculina cruzó el umbral de la puerta. Otra persona que Gabriel desconocía, aunque no le costó intuir que, al igual que a él, nadie lo quería en aquel edificio.
—Ah —el recién llegado soltó un suspiró—, buenos días.
Monet se cruzó de brazos, juzgándolo con la mirada de la misma manera en que lo había hecho con Gabriel más temprano. A los pocos segundos, llegaron Aimeé y su amiga rubia, Isabeau.
— ¿Qué estás haciendo? —interrogó la castaña.
Isabeau dio un paso hacia adelante, mordiéndose el labio con fuerza.
—Perdón —soltó de golpe—. Él insistió y...
—Vine a desearle un feliz cumpleaños a mi ex novia, ¿No puedo?
Ex novia.
Ah.
Era el anterior novio de Aimeé. El hermano de Isabeau.
«Salí con su hermano mayor» Recordó que le había dicho. «¡Hace mucho tiempo! No tienes por lo que preocuparte».
Aimeé tomó aire con fuerza.
—No.
La había engañado también, ¿No? Algo parecido había mencionado Monet cuando Gabriel y Aimeé habían tenido que llevarla a su departamento, borracha. La pelinegra se había visto mortificada entonces y se veía aún más mortificada ahora.
—Por Dios, nada más quería pasar a saludar.
—Ya saludaste —intervino Monet—, ahora puedes irte.
Aimeé lucía como si fuera a romper en llanto por pura frustración en cualquier momento.
—Llevas dos años sin dirigirme la palabra, y estábamos bien así, ¿Por qué vas a hacerlo ahora?
—Te he estado viendo en todas partes, perdona si se me da por hablar contigo.
— ¿Me has estado viendo en todas partes? —La pelinegra arrugó la nariz—. ¿Esa es tu razón para venir y... intentar arruinar mi cumpleaños?
El ex novio de Aimeé rodó los ojos, y soltó un bufido repleto de cansancio, como si no fuera él mismo el que se había metido en aquel departamento por su cuenta y ahora se rehusaba a irse.
—No seas tan exagerada.
Ella se cruzó de brazos.
—Claro, porque eso es lo que piensas de mí, ¿Recuerdas? —respondió, molesta. Su pecho se encogió ante su tono. No sonaba lastimada, ni triste. Tan solo repleta de rencor, y ese era un sentimiento que Gabriel conocía muy bien—. Que soy una niña caprichosa y lo único atractivo de mí es mi fama.
—Yo no dije eso.
—Dijiste eso. Palabra por palabra.
— ¡Estaba ebrio!
Era insoportable escucharlo hablar. Como si estuviera determinado a negar toda palabra que saliera de la boca de Aimeé.
—Beaufort, vete.
¿Beaufort? ¿Cómo alguien con un nombre tan feo podía tener tanta confianza?
El mencionado rodó los ojos, una vez más.
— ¿Por qué tienes que hacer de todo un escándalo? Nada más quería pasar a saludar...
—Dijo que te vayas.
La voz de Monet lo interrumpió antes de que Beaufort pudiera repetir por lo que tenía que ser la quinta vez que tan solo pasaba a saludar. Con los brazos cruzados y una mirada que hubiera espantado a la misma reina de Inglaterra, dudaba que alguien pudiera contradecirla.
Quizá le agradaba un poco.
Cuando no estaba empleando toda esa energía contra él.
— ¿O qué?
Por Dios. Si no cerraba la boca pensaba alzarlo el mismo y depositarlo fuera del departamento. Dudaba que pesara mucho.
Aimeé abrió la puerta en su totalidad, apuntando al pasillo.
—Vete, o Mon va a echarte a patadas.
—Monet no le pondría un dedo encima a nadie si eso significa arruinar su manicura.
Gabriel no se dio tiempo a pensar dos veces lo que hizo después. Dio tres pasos hacia adelante, quedando justo frente al tal Beaufort, y sin dar ninguna señal, lo tomó por las axilas y lo alzó hasta que sus pies se despegaron del suelo.
—Eh, ¿Qué mierda te pasa?
Había sido una mala idea. Pesaba más de lo que había supuesto.
Aguantando la respiración, avanzó hasta cruzar el umbral de la puerta y depositó al ex novio de Aimeé justo detrás de este. Apenas dio un paso hacia atrás, la puerta se cerró con fuerza, casi aplastándolo a él o dejándolo afuera. Cuando giró su cabeza hacia la derecha, Monet lo observaba con una sonrisita.
A su izquierda, Aimeé clavaba su mirada en él y su rostro se encontraba repleto de perplejidad.
—Ah... mmm... Gracias —balbuceó.
Incómodo, una de sus manos subió para frotar la parte trasera de su cuello. Podía sentir las miradas de los demás en ambos. En él.
—Es que no se callaba —se excusó—. Estaba comenzando a irritarme.
—Y por fin coincidimos en algo —murmuró Monet.
Sin embargo, no volteó a mirarla. Su vista continuaba fija en Aimeé, aunque ella no le devolvía la mirada. Mantenía la cabeza gacha, como si algo cerca de sus pies fuera de lo más interesante en aquel momento. Se veía igual de afligida que la noche en que su mejor amiga, ebria, había mencionado a Beaufort por primera vez. No conocía nada de ellos, aun así, no le había costado leer entre líneas. Dentro y fuera de la industria, había una gran cantidad de personas que tan solo buscaban fama.
Su ex novio era un imbécil y no la merecía.
Monet dio una palmada en el aire, distrayéndolos a todos.
—Bueno... Creo que este es el momento perfecto para decirte qué haremos por tu cumpleaños —comentó.
La pelinegra alzó la cabeza, no tan entusiasmada como la había estado hacía un par de minutos.
— ¿Qué?
— ¡Reservé lugares en Libertino! Nos dieron un lugar especial en el segundo piso, para que nadie nos moleste.
— ¿De verdad? —inquirió la pelinegra, una pizca de emoción brillando en sus ojos. Luego bajó la mirada para contemplar su cuerpo, frunciendo el ceño—. ¿Tengo que cambiarme? ¿Estoy muy informal?
—Estás perfecta.
Traía puesto otro de sus vestiditos, tan cortos, que dudaba que pasara la mitad de su muslo. La tela se ceñía a su cintura y se soltaba al llegar a las caderas. El vestido estaba sostenido por dos tirantes finos y a pesar de que era blanco, la tela estaba estampada con una serie de pequeñas ¿Flores? ¿Frutillas? No podía estar seguro a la distancia. Aros y collares dorados adornaban su cuello y orejas, mientras unos zapatos chatos cubrían sus pies.
Seguro que no era lo más elegante que la había visto vestir, pero nadie que la viera podía pensar que se veía informal.
Se veía perfecta, tal y como había puntualizado Monet.
La castaña volvió a hablar, distrayéndolo de sus pensamientos.
—Y nuestro horario de reserva comienza en veinte minutos —anunció—, así que cuando estés lista, podemos irnos.
Asintiendo con la cabeza, Aimeé se giró para murmurarle algo a su amiga, cuyo nombre todavía no lograba descifrar. Solo sabía que era muy entusiasta, y le gustaba su programa. Por lo menos tenía a alguien a su favor. Su otro amigo, el rubio, alternaba la mirada entre él y la pelinegra con la misma sonrisita que antes.
Iba a ponerlo nervioso.
Cuando los hermanos Roux comenzaron a discutir la manera en que se repartirían los pasajeros, Gabriel supo que era su momento de irse. No servía de nada permanecer en el edificio si ni siquiera la cumpleañera lo quería en él.
Dando un paso hacia adelante, para estar más cerca de Aimeé, e inclinando levemente la cabeza para quedar más cerca de la suya, carraspeó.
— ¿Podemos hablar un segundo?
Mordiéndose el labio, ella asintió con la cabeza.
—Sí.
Retrocediendo un par de pasos, Gabriel los alejó a ambos lo suficiente como para que pudieran tener una conversación algo privada. Aunque le hubiera gustado colocar una pared entre ellos y los demás. Nunca se había sentido tan observado, y él trabajaba en televisión.
—No tenemos por qué hacer esto hoy —comenzó—. No quiero molestarte ni arruinar tu día... —«Como tu ex novio». Ladeó la cabeza—. Puedo irme si quieres.
Ella pareció pensárselo un par de segundos.
—No, está bien. Puedes venir —aceptó—. Aunque todavía estoy enfadada contigo así que tendrás que encontrar alguna forma de que te perdone. —Cruzándose de brazos y alzando la barbilla, como siempre que decidía enfrentarse a él, Aimeé esbozó una sonrisita ladina, traviesa, que lo desorientó por un segundo—. Quizá si te arrodillas algunas veces y ruegas, lo considere.
Imitando su gesto, se inclinó más todavía, de manera en que su boca descansaba a centímetros de su cien. Cuando habló, lo hizo en un susurro.
—Encontraré una ocasión en la que pueda arrodillarme y rogar.
Una en particular se le hacía más que atractiva.
Aimeé soltó una baja risita, y se alejó de él pegando su oreja contra su hombro.
—Perdón —murmuró—. Cosquillas.
Un día de estos iba a lograr que le explotara el corazón.
Soltando una respiración temblorosa, y sintiendo una parte de su pecho aliviarse, Gabriel escondió ambas manos en los bolsillos de sus pantalones, antes de preguntar:
— ¿Entonces estamos...?
Aimeé no lo dejó terminar.
—Sh... No —lo cortó, colocando un dedo sobre sus labios. Y tan rápido como había aparecido, desapareció—. No estamos bien.
—Pero-
—Como dije, tendrás que arreglártelas para que te perdone —continuó ella, sonriendo—. Y eso incluye ganarte a mis amigos. Si no, pues allá está la puerta.
— ¿Y si al final de la noche todavía me odian? —cuestionó. Necesitaba saber las reglas antes de someterse a ellas.
—Oh, no me importa lo que ellos piensen —respondió, restándole importancia con un ademan—. Nada más quiero verte intentarlo.
Dando otro paso hacia adelante, ladeó la cabeza.
— ¿Disfrutas hacerme sufrir?
La satisfacción en sus facciones lo decía todo.
—Mucho.
Alguien carraspeó detrás de ambos.
Gabriel recordó entonces que tenían un público, y volvió a erguirse, sintiendo la tensión en sus extremidades. Aimeé sonrió, sus mejillas comenzando a tornarse rojas. Monet suspiró, alzando una ceja.
— ¿Podemos irnos? —interrogó.
No era muy complicado leerla. Si algo podía atribuirse al castaño, era lo observador que podía ser cuando quería. Monet no lo odiaba, de hecho, incluso dudaba que le disgustara. Mas Aimeé era su mejor amiga, y era normal que fuera protectora con ella.
—Sí —anunció la pelinegra, sujetándose de su brazo—. Y cambio de planes, Gabriel será uno de los conductores designados.
— ¿Tengo que agradarle a la gente y me prohíbes beber? —murmuró—. Eres maldad pura y los tienes a todos engañados.
—Me descubriste. Tendré que matarte, espero que lo entiendas.
Monet rodó los ojos.
—Andando, tortolitos.
Los arreglos para la división de los autos resultaron a su favor. Gabriel sería el encargado de llevar a Aimeé y sus dos nuevos amigos, que había aprendido que se llamaban Odette y Corbin respectivamente; mientras que Léon y Monet llevarían a Isabeau.
El castaño jamás había estado en Libertino, tampoco lo habían hecho Corbin y Odette, que también había aprendido que provenían del sur de Francia. Más específicamente, de Castelnou, donde había vivido la pelinegra. Por lo tanto, se veía obligado a tener que aceptar las instrucciones de manejo de Aimeé. Otra vez. No sabía cómo, mas tenía el camino memorizado, siquiera estaba siguiendo el mapa en su celular.
—A la izquierda.
Y como no, Gabriel tuvo que pegar otro volantazo. Ya siquiera se molestaba en gruñir.
—Dale un poco más de tiempo —intervino la morena, colocándose el cinturón—, ¿O quieres que nos matemos?
La pelinegra negó con la cabeza, restándole importancia.
—Gabriel está bien —aseguró.
—Gabriel luce como si quisiera asesinar a alguien —replicó Corbin.
—Ah, esa es su expresión usual. Te acostumbrarás.
Colocándose él también el cinturón de seguridad, Corbin se giró hacia Odette y acunó sus manos con dramatismo.
—Cariño, si morimos hoy, quiero que sepas que te amo.
Ella arrugó la nariz.
—Yo no.
—Cásate conmigo antes de morir.
La morena jugó con una de las trenzas que caían como cascada por su cabeza, y fingió pensárselo por un par de segundos.
—No, gracias.
«Cariño».
Dejando a los amigos de Aimeé de lado, quitó la vista del espejo retrovisor, por donde los había estado viendo, y se giró hacia la castaña.
— ¿Son pareja?
—Desde los diecisiete años —respondió ella, asintiendo con la cabeza. Sus comisuras se alzaron cuando les dio un vistazo—. Es un montón, ¿Uh?
Pareja. Eran pareja. Y Gabriel había sentido una ola de celos cuando Corbin había levantado a Aimeé del suelo y besado sus mejillas.
Esa era señal suficiente de que necesitaba dejar de pensar, así que lo hizo. El resto del camino fue bastante ligero. Con Aimeé dándole instrucciones a último momento y casi causando dos accidentes, y sus amigos enloqueciendo de la forma más dramática posible en los asientos traseros.
Se alegró cuando llegaron a Libertino. Era un bar exclusivo en el décimo distrito. Por fuera tenía una fachada oscura, similar a todos los demás bares de la ciudad. Por dentro, el lugar parecía mucho más refinado. Cortinas de seda oscura caían por las paredes, y las alfombras en el suelo los llevaban hacia la barra, o mesas individuales. Las luces tenues y las velas brindaban una ambientación casi erótica.
—Este lugar es precioso —murmuró Odette.
Aimeé asintió con la cabeza, mientras paseaba los ojos por el salón.
—Anda, dime de qué color son las paredes —la molestó Corbin.
La pelinegra le dio un empujón por el hombro.
—Imbécil —murmuró, negando con la cabeza. Aunque luego enfocó su vista en una de ellas—. Son rojas.
En efecto, eran rojas.
Léon, Monet e Isabeau los esperaban cerca de la barra principal, y cuando llegaron frente a ellos, les hicieron una seña para que los siguieran al segundo piso, aquel que habían reservado solo para ellos. Podía entender por qué. Aimeé más que nadie, siempre tenía personas acercándose a ella, ya fuera para pedir una foto o un saludo. Y a pesar de que la pelinegra lo hacía sin una queja, debía ser agobiante no tener ni un momento de privacidad.
El segundo piso era similar al primero, aunque mucho más pequeño. Sobre la mesa principal colgaba una lámpara rojiza, y a su alrededor se desplegaban dos sofás y algunos asientos individuales.
Todos tomaron sus respectivos asientos en los dos grandes sofás. Gabriel decidió tomar el que se encontraba a la derecha de Aimeé, quedando entre ella y Odette. A la izquierda de la pelinegra se encontraba Monet, más entusiasmada de lo que nunca la había visto en su presencia. Frente a ellos se sentaron Léon, Corbin e Isabeau.
—Podemos pedir la comida y la bebida —comentó la castaña, girándose hacia la cumpleañera—, y tú no tienes que preocuparte por nada hoy. Come lo quieras, bebe lo que quieras... hasta puedes quitarte la ropa. Aquí no hay cámaras.
Aimeé sonrió.
—Mejor comencemos por pedir la comida.
Y eso hicieron. Monet se encargó también de pedir una botella de vodka y algunos shots de tequila. Gabriel se mantuvo alejado del alcohol, rehusándose a tomar siquiera un trago, y tuvo que ser testigo de cómo todos los demás —menos Léon, el otro conductor designado— comenzaban a atontarse. Se mantuvo en silencio por la mayor parte de la primera hora, excepto cuando Odette comenzaba a hablarle de su programa. Y cuanto más bebía, más se giraba para balbucearle lo mucho que le gustaba verlo poner en evidencia a sus invitados.
Tenía que admitir que no le irritaba.
—A ver —balbuceó la morena, dándole otro sorbo a la margarita que se había pedido—. Lo que no entiendo...
—Deja al pobre hombre en paz —la interrumpió Corbin, soltando una risita.
— ¡Oye! —Exclamó Monet—. ¡Ya sé que podemos hacer!
— ¡Bájate de la mesa! —La regañó Aimeé.
Nunca creyó que se encontraría a sí mismo compartiendo una mirada repleta de simpatía con Léon. Sin embargo, eso estaba haciendo. La mesa era un desastre. Aunque la mayoría tan solo se encontraba un poco alegre, Monet había pasado aquel punto hacía un par de minutos, y se encontraba más enérgica que de costumbre. También gritaba mucho.
Ser los únicos sobrios en una mesa repleta de borrachos era horrible.
—Podemos jugar "Yo nunca" —sugirió Monet—. Con los vasitos de vodka.
Odette frunció el ceño.
— ¿Qué tenemos? ¿Quince años?
— ¡Cállate! Es divertido, anda.
— ¿Y nosotros que bebemos? —inquirió Léon. Su hermana se encogió de hombros.
—Agua.
—A mí me parece una buena idea —añadió Aimeé. Había comenzado a perder la compostura, y más seguido que lo que era usual la encontraba lanzándole miraditas furtivas. Y luego se sonrojara como si acabara de pillarla haciendo algo sucio.
— ¡La cumpleañera ha aceptado, señoras y señores! —Exclamó la castaña—. Y su palabra se cumple.
Suspirando, Corbin comenzó a entregarles pequeños vasos repletos de vodka a todos los demás. Tanto Gabriel como Léon se sirvieron agua en sus respectivos vasos. Esperaba no tener que cuidar a alguien vomitando aquella noche.
—Comencemos con algo tranquilo —propuso Monet—. Yo nunca le he sido infiel a mi pareja.
— ¿Eso es tranquilo? —se quejó Léon.
—Bebe.
El castaño bebió. Fue el único en la mesa.
—No sabía que todos aquí tenían una moral tan alta —se quejó.
—A mí nunca me han sido infiel —continuó Isabeau.
Aimeé le sacó la lengua antes de beber, y a él le pareció que era algo un poco doloroso como para recordarle, aunque a ella no parecía importarle mucho. Gabriel y Monet también bebieron.
La pelinegra se giró hacia él con la pregunta implícita en sus ojos «¿De verdad?». El castaño se encogió de hombros, restándole importancia. Tampoco le había importado tanto. Sin estar satisfecha del todo, ella recostó su cabeza contra su hombro. Gabriel se sintió como si acabaran de concederle el regalo del siglo.
Odette aplaudió para llamar la atención a ella.
—Yo nunca he tenido sexo en público.
Aimeé se tensó.
— ¿Qué cuenta cómo público? —cuestionó, arrastrando las palabras en un hilo de voz.
—Eh...
—Dentro de un auto, en un estacionamiento —prosiguió. No podía verla pero sabía que se estaba muriendo de vergüenza, tan solo por el tono de voz que empleaba—, ¿Eso cuenta cómo público?
—Pues sí.
Ella bebió, y aún con el vaso contra su rostro, no pudo esconder sus mejillas coloradas. Monet, Corbin y Odette también bebieron.
Sin poder contenerse, inclinó la cabeza para que sus labios volvieran a quedar cerca de la oreja de la pelinegra, y con la voz tan baja que tan solo ella sería capaz de oírlo, susurró:
—Así que en público, ¿Eh?
—Cállate.
Soltó una risita.
—Que traviesa.
—Cá-lla-te.
Isabeau carraspeó.
—Yo nunca he dudado de mi sexualidad.
Silencio.
Nadie bebió.
Gabriel se aferró a su vaso de agua.
—Yo nunca me he acostado con alguien y me he arrepentido —murmuró.
El castaño bebió, al igual que lo hicieron Léon y Monet. Cuando la pelinegra a su lado dio un trago tímido, él se giró hacia ella.
—Eh, ¿No soy yo, no? —bromeó.
La sonrisa que le regaló podría haberlo noqueado por completo.
—Te diría que sí solo para hacerte sufrir —balbuceó, a centímetros de su rostro, con su dedo índice clavado en el pecho masculino—. Te lo mereces.
Se sintió terrible, sabiendo que la había lastimado tanto que ella pensaba en eso hasta borracha. Porque ya estaba borracha. Arrastraba las palabras y sus ojos brillaban al igual que la noche en que la había salvado de un viejo malhumorado por voltear su comida.
—Yo nunca me he acostado con alguien de esta misma mesa —soltó Isabeau.
Odette y Corbin bebieron. Aimeé lo hizo, muy despacio, y cuando Gabriel la siguió, todas las miradas se clavaron en él. El rubio alzó una ceja, sonriendo.
—Oh, yo que pensé que bebías por mí —comentó.
Gabriel frunció el ceño.
— ¿Por él? —inquirió, volteando la cabeza hacia la cumpleañera.
Ella le quitó el vaso de agua de la mano y le dio un sorbo.
—Oh, es que fue mi novio.
— ¿Fue tu qué?
—Mi novio —repitió, un poco más lento—. En la secundaria.
—Si lleva como medio siglo con Odette.
La pelinegra se encogió de hombros.
—Antes de eso.
¿Antes de Odette? Debían de haber sido muy pequeños.
Monet soltó una risita, habiendo escuchado la conversación.
—Yo nunca perdí la virginidad con alguien de esta mesa.
Aimeé bebió, Corbin también. Odette no.
Uh.
Así que había tenido algo de razón en sentirse celoso.
—Yo nunca he tenido un trío —Dijo Odette.
Aimeé se mordió el labio inferior con fuerza antes de tomar un sorbo.
—Yo nunca he estado con más de cuatro personas a la vez —probó Monet, intrigada.
— ¡Oye! —Se quejó la pelinegra— ¿Por quién me tomas?
Su amiga le sacó la lengua.
—Por una sexópata.
—Yo nunca he jugado a dos puntas —continuó Léon.
Aimeé bebió.
—No era nada serio —se excusó, balbuceando.
Gabriel no podía hacer nada más que contemplarla con los labios entreabiertos, mientras era testigo de cómo ese sonrojo que contradecía todo lo que estaba aprendiendo de ella se extendía por sus mejillas.
—Yo nunca he estado con más de tres personas en un día —soltó Isabeau. Aunque era obvio a quien tenía en mente cuando lo dijo. Su vista estaba fija en la pelinegra, y la curiosidad empapaba su rostro.
Aimeé tomó otro trago.
—Yo nunca me he acostado con nadie sin saber su nombre —probó, intrigado.
La pelinegra tomó otro de los pequeños vasos de vodka. Iba a tener que detenerla antes de que terminara en un coma etílico.
— ¿Yo nunca he enviado fotos en ropa interior? —curioseó Odette.
Aimeé tomó. También lo hicieron Corbin y Monet, aunque a nadie le importaban ellos.
—Tenía diecisiete —aclaró la pelinegra, negando con la cabeza—, era estúpida.
Corbin ladeó la cabeza.
—A mí nunca me han roto el corazón.
Monet fue la primera en tomar. A ella le siguió Aimeé. Después de pensarlo un par de segundos, Gabriel dio un gran sorbo al vaso de agua que contenía en la mano.
La cumpleañera tomó una profunda respiración.
—A mí nunca...
—Está bien —interrumpió Léon—. Creo que deberíamos parar por un rato.
— ¡Buu! —balbuceó Corbin.
Monet rodó los ojos.
—Ya llegó la policía de la diversión —balbuceó.
—Si siguen bebiendo van a vomitar. —Gabriel tuvo que darle la razón. Giró la cabeza hacia Aimeé, y con cuidado corrió un mechón de cabello que le caía sobre los ojos—. No quieres vomitar en tu cumpleaños.
Ella arrugó la nariz.
—Odio que tengas razón.
—Creo que bebiste mucho por hoy —murmuró, entregándole su vaso de agua—. Quiero que te tomes todo eso.
La pelinegra bufó.
—No me digas que hacer.
Aunque luego hizo exactamente lo que él le había pedido.
Gabriel no podía hacer nada más que contemplarla, conteniendo una sonrisa que amenazaba con surcar su rostro. Aimeé borracha era mucho más absurda, y perdía los pocos filtros que tenía cuando estaba sobria.
Volvió a quitarle el mismo mechón de cabello que tapaba su rostro.
—Feliz cumpleaños.
Ella alzó la cabeza, y tan solo por la manera en que lo miró, el resto de la habitación dejó de existir.
—Gracias.
Dejando el vaso con agua sobre la mesa, la pelinegra descansó su frente contra el hombro masculino. Él, sin tener mucha idea sobre qué hacer, pasó su brazo izquierdo alrededor de los hombros de Aimeé.
Esperaba que no le vomitara encima.
— ¿Cómo voy? —indagó—. ¿Ya me has perdonado?
Ella fingió pensarlo.
—Mmm... no. Todavía no.
— ¿Tengo que esforzarme más?
Asintió con la cabeza.
—Tienes que arrodillarte —aseguró en un susurro, como si fuera un secreto.
—Hablaremos de eso cuando dejes de estar borracha.
Soltando un bufido, comenzó a pasar su dedo por su pecho, encima de su camisa, dibujando patrones invisibles.
Por un segundo, sintió que no podía respirar.
—Gracias por venir —murmuró ella, todavía arrastrando las palabras—. Eres un imbécil, pero te extrañé mucho.
Cada vez había menos oxígeno en la habitación para que él tomara. ¿Lo había extrañado? Dudaba mucho que fuera la clase de persona que las demás echaban de menos. Sintiendo el ligero ardor en su pecho, se inclinó más hacia ella.
— ¿Sí?
—Sí —aseguró, sin ninguna pizca de duda—. ¿Tú me extrañaste? —Indago, mas antes de que pudiera responder, ella soltó una risotada—. Esa es una pregunta estúpida, no te apareciste por dos semanas.
Gabriel parpadeó.
—Claro que te extrañé.
—Mmm...
—Esperé dos semanas porque... quería darte tu tiempo. O eso pensé al principio. Luego comencé a posponerlo porque... tenía miedo de que me mandaras a la mierda. Y que no quisieras tener nada que ver conmigo.
—Tendría que haberte mandado a la mierda.
Inhaló con fuerza.
—Aimeé...
Encogiéndose de hombros, la pelinegra alzó la barbilla para mirarlo.
— ¿Sabes qué? —lo interrumpió—. Tenías razón después de todo. No somos nada.
Frunció el ceño ante sus palabras, y el tono de reproche en ellas.
—Claro que somos algo —replicó.
— ¿Qué? —interrogó—. ¿Qué soy para ti?
—Eres...
Al ver que no podía terminar la frase, ella lo interrumpió otra vez, soltando una baja risita.
— ¿Tu muñequita?
Una de sus comisuras se alzó.
—Sí, eso —susurró—. No tendría que haberte echado de mi departamento. Entré en pánico.
— ¿Por tu hermano?
Suspiró, esa no era una conversación para tener con ella borracha.
—Él es... es como mi padre, ¿Sí? Y nunca tiene buenas intenciones. No lo quería cerca de ti, ni quería que supiera que me importas porque nunca sé que es capaz de hacer.
Su reacción no fue nada como lo que esperaba. En lugar de lucir seria o preocupada, Aimeé esbozó una sonrisita ladina repleta de satisfacción.
—Te importo.
Le tomó un par de segundar asimilar a lo que se estaba refiriendo.
—Yo... por supuesto que me importas.
Su expresión no desapareció.
—Te importo.
—Ahora solo estás repitiendo lo mismo. —Negando con la cabeza, volvió a sujetar su bebida—. Toma más agua.
—Ya tomé suficiente agua. Quiero ir al baño.
— ¿Quieres que le pida a Monet que te acompañe?
Cuando alzó su mirada hacia la castaña, la encontró riendo a carcajadas de algo que acababa de decir Corbin. Monet se veía como si ya no pudiera mantenerse de pie, y hablaba de la misma manera.
—Esa sería una pésima idea —balbuceó la pelinegra—. Acompáñame tú.
— ¿Al baño de mujeres?
—Reservamos el piso solo para nosotros. No habrá nadie allí. Vamos.
Sin darle tiempo a negarse, Aimeé se paró de un salto y comenzó a caminar hacia los baños. Gabriel fue a explicárselo a los demás pero ninguno parecía particularmente interesado en ellos, así que volvió a llenar el vaso de agua de Aimeé, y la siguió hacia los sanitarios.
Cuando llegó allí, la cumpleañera ya se encontraba dentro de uno de los cubículos.
— ¡Tápate los oídos! —exclamó ella dentro de alguno.
— ¿Qué? ¿Para qué?
Silencio.
—No quiero que me escuches orinar.
Apretó los labios con fuerza para contener una risita.
—Es una función básica.
— ¡Me da vergüenza!
—Está bien.
Obviamente no se tapó los oídos, eso era absurdo. Cuando salió del cubículo, Aimeé se tambaleó hasta el lavabo, y enjuagó sus manos. En cuanto hubo terminado, volvió a acercarse a él y aceptó el vaso de agua que le estaba ofreciendo.
Tras darle un sorbo, alzó la cabeza hacia él.
—Podemos quedarnos aquí un rato —sugirió.
Gabriel arrugó la nariz.
— ¿En un baño? Que higiénico.
Negando con la cabeza, ella volvió a darle un trago a su agua, y entregó el vaso de vuelta. El castaño no comprendió por qué hasta que sintió sus manos contra su abdomen.
Aimeé lo observó desde abajo, con sus ojos bien abiertos y brillantes.
— ¿Puedo dormir en tu departamento esta noche? —cuestionó, abrazándolo por la cintura.
—Seguro, vas a necesitar que alguien más se cerciore de que no te mueras por intoxicación hoy tampoco.
—Que caballeroso, gracias.
La manera en que arrastraba las palabras era graciosa, mas Gabriel temía que todo ese alcohol que había tomado le hiciera efecto más tarde y terminara sintiéndose mal. Siendo tan pequeñita, además, tenía que ser de las que se emborrachaban fácil.
—Estás demasiado ebria —murmuró, pasándole los dedos por la frente—. No deberías haber bebido tanto.
—Fueron los tragos de vodka. No fue mi culpa.
—Claro, tú siempre te emborrachas por accidente.
—El juego se llama "Yo nunca" —se defendió—, si no bebía, iba a romper las reglas.
Continuó acariciando su cabello, en silencio por un par de segundos. Sin estar seguro sobre si soltar lo siguiente.
—No sabía que habías hecho tantas cosas.
Sus mejillas volvieron a tornarse rojas, nunca la había visto sonrojarse tanto como aquella noche. Soltando un resoplido, Aimeé enterró su rostro en su pecho.
—Fue hace muchos años.
—Ah, ¿Ahora eres una mujer seria y comprometida? —la molestó.
—No. Es que... uhm...
Para ella no parecía ser nada divertido. Cuando la pelinegra se rehusó a quitar su rostro de su pecho, supo que algo andaba mal. Ligeramente la tomó por los hombros, separándola un par de centímetros, y luego empujó su barbilla con sus dedos pulgar e índice hacia arriba, obligándola a mirarlo a los ojos. Otra vez, todo su rostro se encontraba rojo, y la expresión mortificada en su mirada era una que ya conocia.
— ¿Qué pasa? —cuestionó en un susurro.
Ella se mordió el labio inferior con fuerza.
—No manejo bien las rupturas. Así que cuando Corbin rompió conmigo a los diecisiete años... pensé... pensé que desquitarme teniendo sexo con otras personas iba a ayudarme a superarlo —explicó, las palabras sonando tan atropelladas que apenas pudo entenderlas—. E hice lo mismo cuando terminé con Beaufort.
— ¿Y funciona?
Cuando volvió a acariciar su cabello, Aimeé se encogió de hombros.
—Por un tiempo —respondió—. Pero no me mires como si fueras la imagen de la virtud. Seguro que has tenido tu buena ración de mujeres desfilando por tu departamento.
Aquel fue su momento de sentir el calor en su rostro. Gabriel parpadeó, despacio.
—He tenido sexo con cuatro personas en mi vida, tú incluida.
No le gustaban las relaciones de una noche. Eso no significaba que le gustara el compromiso, tampoco.
Aimeé se separó apenas unos centímetros, entreabriendo los labios.
—Oh. —Fue todo lo que dijo por un par de segundos. Gabriel podía sentir sus dedos moviéndose de manera nerviosa contra su espalda—. Y... mmm... ¿Te importa?
Frunció el ceño.
— ¿Qué cosa?
— ¿Qué haya bebido tantas veces? —Explicó, aunque cuando notó que él no comprendía, agregó—: ¿Qué haya estado con más personas?
Negando con la cabeza, volvió a atraerla contra su pecho, y descansó sus manos en la base de su cuello.
—No, Aimeé. Ni un poco.
La sintió sonreír.
—Mmm... ¿Ves? Ahora si te estás ganando mi perdón.
—Pensé que tenía que arrodillarme.
—Eso lo harás luego.
Ambos se mantuvieron de esa manera por un par de segundos. Aimeé abrazada contra él, su mejilla recostada contra su pecho y sus manos en su espalda. Aunque un baño público tenía que ser el lugar menos higiénico del mundo, le pareció que podía quedarse allí incluso por horas. Sin decir nada, tan solo disfrutando la presencia del otro.
Por supuesto, Aimeé no apreciaba el silencio.
—Mentí —murmuró, alzando su rostro hacia él—. No me gustó tu regalo.
Ese regalo. Se sentía terrible. No debería habérselo comprado. Debería haberle regalado alguna tontería más usual, como flores o... chocolates. Después de todo, el dinero no era un problema para ella. Si esas gafas le sirvieran, ya las hubiera comprado.
—Lo sé. Lo siento mucho, Aimeé. No tenía idea.
Ella negó con la cabeza.
—Dijiste que las viste y pensaste en mí.
Asintió con la cabeza.
—Es cierto.
La pelinegra se mordió el labio inferior.
—No quiero que mi acromatopsia sea lo primero que pienses cuando pienses en mí.
Ah, mierda.
—No lo es. Lo prometo.
Y no mentía. Cuando pensaba en Aimeé lo primero que se le venía a la cabeza eran sus sonrisas preciosas. Ese maldito espacio entre sus paletas que lo volvía loco. Los vestiditos que se colocaba siempre, la manera en que había comenzado a arrugar la nariz cuando algo no le gustaba, solo porque él lo hacía. Lo bien que se veían las pecas en el puente de su nariz, lo bien que se sentían sus caderas contra sus manos.
Lo adictivo que era el sonido de sus gemidos.
No pensaba en su incapacidad para ver los colores, solo había querido hacer algo útil para ella. Y eso había explotado en su cara.
—Está bien, te creo.
—Tenemos que volver, anda —murmuró, alejándola por los hombros, y girándose para tomar el vaso de agua que había depositado en el lavabo. Cuando volvió a verla, notó que temblaba un poco—. Oye, ¿Tienes frío?
—Un poco —respondió, abrazándose a sí misma—. No debería haberme colocado un vestido tan pequeño.
Comenzó a quitarse el suéter que traía encima de la camisa.
—Toma —musitó, extendiéndoselo—. Te quedará enorme, pero por lo menos te mantendrá cálida.
— ¿Tu no tendrás frío?
— ¿Aquí dentro? No —mintió—. Me estoy muriendo de calor.
Aceptando su abrigo, la pelinegra se colocó encima. A Gabriel le quedaba ajustado y a ella le tapaba el vestido si no doblaba los bordes. Al igual que cuando le había prestado una camiseta y pantalones viejos para dormir, sintió una estúpida sensación de orgullo. Le gustaba verla con su ropa.
Ambos volvieron a la mesa, Aimeé guiándolo por sus manos entrelazadas, y aunque Monet hizo algún que otro comentario sobre su ausencia, a nadie le importó demasiado. De vuelta en el salón, todo el mundo era un desastre. Menos Léon, claro. Gabriel pasó el resto de la noche encargándose de que Aimeé continuara bebiendo agua y yendo al baño; y cuando faltaba una hora para las cinco de la mañana, comenzó a hacer lo mismo con Corbin y Odette. Él sería el encargado de llevarlos al hotel en el que iban a pasar la noche. No quería que vomitaran en su coche.
Su coche era preciado.
Cuando fue el momento de irse, Léon e Isabeau tuvieron que prácticamente cargar a Monet hacia el asiento trasero del coche del castaño, y Gabriel jamás pensó que se encontraría a sí mismo compadeciéndose de él, aunque lo hacía. Odette y Corbin entraron a los asientos traseros de su auto en medio de risas, mientras él ayudaba a una adormecida y atontada Aimeé a sentarse en el asiento delantero, y le colocaba el cinturón de seguridad.
Dejó a los amigos de Aimeé en el hotel en el que se estaban hospedando, y luego continuó su camino hacia su departamento, donde la pelinegra pasaría la noche. El viaje fue silencioso, por primera vez, y ella se dedicó a observar por la ventanilla, soltando algunos balbuceos, hasta que llegaron a su edificio.
Cuando abrió la puerta del acompañante, y la ayudó a quitarse el cinturón de seguridad, Aimeé sonrió.
—Gracias por venir hoy —repitió—. No lo admitiré sobria nunca, pero me hiciste un poco, solo un poco eh, más feliz en mi cumpleaños.
Su corazón saltó un latido.
—Ya no es tu cumpleaños —puntualizó.
La pelinegra bufó.
—Lo arruinas todo.
No pudo contener la carcajada que se escapó de sus labios.
—Vamos, tenemos que subir —murmuró, extendiéndole una mano. Ella negó con la cabeza.
—No quiero caminar —se quejó, haciendo un puchero.
—Qué lástima, vas a tener que hacerlo.
—No.
Cuando notó que de verdad no tenía intención de moverse, alzó una ceja, conteniendo una sonrisa.
—Salomón, ¿Me vas a hacer cargarte?
Ella se echó una mano sobre la frente con dramatismo.
—Soy una pobre borracha que no puede caminar derecho. Voy a caerme y a lastimarme, es por mi seguridad.
Negando con la cabeza, se acercó para ayudarla a pararse, y cuando hubo cerrado la puerta del auto, colocó una mano detrás de sus rodillas, y la otra la enrolló en su cintura, para poder cargarla como a una princesa. Aimeé sonrió, complacida.
—Eres terrible, ¿Lo sabías?
Y una manipuladora. No había nada a lo que pudiera decirle que no en aquel punto.
Ella no respondió. Unió las manos detrás de su cuello, y cerró los ojos mientras Gabriel la cargaba hasta su departamento. Abrir la puerta del edificio con ella en brazos fue la peor parte. Cuando las puertas del elevador se abrieron, dio un paso dentro del pasillo.
— ¿Esperas que te cargue hasta la cama también? —medio bromeó.
Aimeé, que había pasado el punto en el que todavía podía detectar el sarcasmo, batió las pestañas en su dirección.
— ¿Es eso una propuesta indecente? —ronroneó.
—No, es una pregunta seria. No quiero romperme la espalda.
Ella hizo una mueca.
—He visto tus músculos, ni aunque pesara el doble podrías romperte la espalda cargándome.
—No tengo mucha resis-
Se detuvo de manera abrupta, observando la figura masculina que conocía muy bien, aguardando por ambos en la puerta de entrada de su departamento.
¿Qué mierda estaba haciendo Raphaël ahí?
N/A:
Holiii <3
omg, YO ACTUALIZANDO DESPUÉS DE NADA MÁS UNA SEMANA?? Gente se termina el mundo.
Estoy usando una página (nanowrimo) que me ayuda bastante a escribir, y además este capítulo es uno de mis favoritos.
GABRIEL Y AIMEÉ SON TAN LINDOS, NO QUIERO DEJAR DE ESCRIBIR NUNCA SOBRE ELLOS. Gabriel cuidando de Aimeé borracha y dándole su ropa para abrigarla es todo lo que necesito para ser feliz.
Pero volvió a aparecer Raphaël jeje, y no van a saber lo que va a pasar hasta el próximo capítulo :p
Se imaginan si lo llego a subir en una semana ese también (o sea, el próximo lunes)? denme un premio xfi
Les dejo un dibujito que hice de Aimeé (con la ropa que tiene puesta en este capítulo) y del que estoy ENAMORADA. Me encanta. La amo.
Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar. Y si quieren pueden seguirme en mis redes sociales. Tengo una cuenta de tiktok que uso más que nada para promocionar, pero pueden seguirme ahí también si quieren.
Hasta el próximo capítulo.
Besitos <33
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