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Capítulo 22


AIMEÉ

Léon: Acabamos de salir del aeropuerto, llegaremos en quince minutos ;)

Sacudió las manos con emoción, y se dio una última mirada al espejo, asegurándose de verse lo mejor posible. El día finalmente había llegado. Catorce de febrero. Era su cumpleaños.

Lo cierto era que no la entusiasmaba tanto. No le encontraba nada especial a tan solo ser un poco más vieja. Aunque si le gustaba celebrar su cumpleaños. A Monet le agradaba ser la encargada de organizar una celebración distinta cada año, y Aimeé la dejaba porque a su mejor amiga parecía complacerla más que a ella. Sin embargo, lo que siempre la animaba en sus cumpleaños, y la razón por la que siempre se moría esperando que llegaran, era que aquella fecha era una de las pocas ocasiones en las que podía ver a los mejores amigos con los que había crecido: Odette y Corbin.

Odette y Corbin habían sido sus amigos más cercanos cuando vivía en Castelnou, y una de las pocas personas que se habían mantenido a su lado luego del accidente. De hecho, de no ser por Corbin, jamás habría logrado mudarse a Paris. La única razón por la que había podido permitírselo, era porque le había conseguido un lugar en el mismo departamento que su prima: Monet Roux, que estaba buscando una compañera de piso en el momento.

Se había acostumbrado a la distancia, mas eso no quitaba que no se muriera de nervios cada vez que estaba por verlos. Léon y Monet se habían ofrecido a pasar a buscarlos por el aeropuerto e ir los cuatro juntos a su departamento. Aimeé deseaba que el tiempo pasara más rápido, que con tan solo parpadear, ya se encontraran detrás de la puerta.

El timbre sonó.

Oh, los había invocado.

Tomando sus llaves, se apresuró a bajar por las escaleras dando pequeño saltos entre los escalones. Cuando llegó a la puerta, siquiera se molestó en ver por la mirilla, la abrió de golpe.

Y se arrepintió enseguida.

Frente a sus narices no se encontraban sus mejores amigos de toda la vida, esperando para celebrar su cumpleaños con ella. No. Se encontraba la última persona en la que quería estar pensando en ese momento, la última persona en la que debería estar pensando. Gabriel.

Odió la reacción que tuve su cuerpo ante su presencia, la manera en que se le revolvió el estómago y se aceleró su corazón.

No quería hablar con él. No tenía por qué hacerlo. Era su cumpleaños, él no iba a amargárselo con su veneno.

Así que le cerró la puerta en la cara.

O lo intentó, por lo menos. Gabriel colocó el pie antes de que pudiera hacerlo.

—Espera —pidió, volviendo a entreabrir la puerta—. ¿Podemos hablar?

Aimeé no lo dejó pasar el umbral.

No sabía cómo sentirse después de dos semanas de silencio de su parte. Sabía que en parte era su culpa, después de todo, ella lo había bloqueado. Quizá porque esperaba que hiciera algo más que tan solo disculparse por teléfono. Había perdido la esperanza de que hiciera algo, cualquier cosa, al décimo día. Durante la última mitad de la semana, se había estado diciendo a si misma que Gabriel no pensaba volver a hablarle, aparentemente.

Y ahora estaba frente a ella.

—No quiero.

Él apretó los labios, sin apartar sus ojos de los suyos. La pelinegra sentía la necesidad de huir de su mirada. Se había olvidado lo intensa que se sentía tenerla sobre ella.

—Por favor.

Dios, tenía que ser fuerte.

—No.

—Dijiste que estaba invitado a tu cumpleaños.

Frunciendo el ceño, se colocó una mano sobre la cadera.

—Perdona, pensé que entenderías que había retirado esa invitación cuando te bloqueé por teléfono —espetó—. Y no respondí ni uno de tus mensajes. O llamadas.

Gabriel permaneció en silencio por un par de segundos. Aimeé se tomó la libertad de examinarlo mientras tanto. Se encontraba igual que cuando lo había dejado en su departamento. Con el cabello apenas más largo, aunque no mucho había cambiado. ¿Y qué había esperado, de todas formas? ¿Largas bolsas debajo de sus ojos por no dormir? ¿Qué se viera miserable porque ella había bloqueado su número?

Sacudió la cabeza. Necesitaba dejar de pensar.

—Solo quiero hablar.

—Podemos hablar —«Débil»—. Pero no hoy. Es mi cumpleaños.

Él asintió con la cabeza, incomodidad empapando toda su expresión. El castaño bajó la mirada, y Aimeé la siguió, para encontrarse a medio camino con una pequeña bolsa de cartón.

—Ya lo sé —murmuró, extendiéndole la bolsa—. Te traje un regalo.

Negó con la cabeza, solo para parecer fuerte, aunque por dentro se estaba derritiendo de pies a cabeza. Lo que tenía que ser patético, porque un regalo para su cumpleaños era lo mínimo que podía haber hecho. Aun así, Aimeé era una persona sencilla, no era difícil hacerla feliz y amaba los pequeños detalles.

Carraspeó, cruzándose de brazos.

—No soy una persona fácil de sobornar.

Una sonrisita ladina surcó el rostro masculino. Con lo adorables que eran y lo poco que surgían, Aimeé no se culpó por la urgente necesidad de tomar aire con fuerza.

—Eso es mentira y lo sabes.

Volvió a sacudir la cabeza. La estaba ablandando y lo sabía. Ella no podía permitirse eso, quería ser fuerte, hacerse rogar un poco más.

Se lo merecía.

—Gabriel...

Él suspiró, dando un paso hacia atrás. Aimeé sintió la decepción en su pecho, aunque sabía que eso era lo mejor. Lidiaría con él otro día.

—Está bien. Perdona —aceptó—. Tienes razón.

—Gracias.

El castaño se irguió en su lugar.

—Dime que quieres que me vaya y yo haré.

Se mordió el labio inferior con fuerza.

—Vete.

La mirada que le dirigió la hizo tambalearse en su lugar. Ninguno de los dos se había esperado aquella respuesta, mas Aimeé estaba cansada de ser siempre la que se acomodara a las necesidades de los demás. La que cediera. Aquel era su turno de ser egoísta. Era su cumpleaños, y no quería que nada la distrajera del hecho de que iba a volver a ver a sus mejores amigos.

Gabriel, por su parte, se mantuvo en su lugar por un par de segundos. Aimeé no se movió tampoco del suyo. Podía notar lo tensa que se encontraba su mandíbula, y la manera en que su nariz apenas se arrugaba. El castaño le dio un solo asentimiento de cabeza, sin hacer siquiera el amago de volver a extenderle su regalo.

Una sensación fría y amarga la atacó en el pecho.

Por lo menos ahora podía saber lo que ella había sentido aquella mañana en su departamento.

— ¿Qué tenemos por aquí?

Gabriel por poco salta hacia atrás por la interrupción de una voz femenina. A Aimeé se le aceleró el corazón con fuerza, porque conocía aquella voz más que nada. Cuando llevó su mirada hacia ella, se encontró con Odette detrás del marco de la puerta, sonriendo con timidez.

Enseguida sintió la picazón detrás de sus ojos.

Oh, ya iba a comenzar a llorar.

Gabriel se hizo a un lado justo cuando Odette avanzó en su dirección, y en un parpadeo, se encontraba rodeada por sus brazos.

— ¡Feliz cumpleaños, Mee!

Siquiera la dejó responder, enseguida una lluvia de besos le cayó por todo el rostro. Sus brazos la apretaron con fuerza, y por poco la eleva del suelo por la emoción, sin importarle la figura masculina que se encontraba detrás de ella. Tampoco tuvo tiempo para saludar a Odette como se debía, porque otros brazos —más fuertes, y masculinos— la alzaron de verdad aquella vez, hasta elevarla del suelo.

— ¡Mi cumpleañera favorita! —Se le escapó una carcajada tras las palabras de Corbin.

—Soy la única cumpleañera.

—Shh.

El rubio la depositó de vuelta en el suelo y, todavía sin soltarla, dejó un beso efusivo en cada moflete a modo de saludo.

—Te hemos extrañado horrores —comentó, soltando un suspiro.

Aimeé se mordió el labio inferior con fuerza, esperando poder contener las lágrimas.

—Yo también.

— ¿Pero a mí más que a Odette, no? —Inquirió él, apoyando ambas manos en sus caderas—. Está bien, puedes admitirlo, será nuestro secreto.

—A ambos por igual.

—Eso es mentira, yo la conozco —se metió Odette—. Me extrañó más a mí.

Sin poder contener la emoción, volvió a abrazar a su mejor amiga. Cada vez que los veía, se sentía terrible por no hablar con ellos más seguido. Tenía una vida ocupada en Paris, y por momentos olvidaba todo lo demás.

Cuando se separó de la morena, se encontró con otros tres pares de ojos que la observaban con intensidad. Y de repente, fue capaz de percibir la incomodidad en el pequeño espacio del recibidor. Léon y Monet habían llegado al umbral, congelados frente a Gabriel, que parecía que prefería estar en cualquier otro lugar antes que aquel.

Oh, cierto. Tendría que presentarlos.

Carraspeó.

—Oh, mmm... este es...

—Gabriel Mercier —interrumpió su mejor amiga—. ¡Oh! —Se llevó ambas manos al rostro y soltó un chillido—. ¡Te amo!

Corbin intervino, colocando sus palmas en los hombros de su novia.

—Está obsesionada con tu programa —explicó.

Gabriel permaneció en su lugar, sin soltar una palabra. Odette se giró hacia ella, con las cejas fruncidas.

— ¿Por qué no me dijiste que estaría hoy? —le reprochó—. Me hubiera arreglado un poco más.

«Porque no sabía que vendría».

Corbin parpadeó.

—Estoy aquí. Sintiéndome muy halagado —ironizó.

Monet pareció salir de su estupor inicial, porque se cruzó de brazos, girándose hacia el castaño. Sabía que nada bueno podía venir de esa mirada. Ella argumentaba que era su deber como mejor amiga, odiarlo hasta que se disculpara, y solo cuando lo hiciera, volvería a intentar ser amable con él.

—Eso, ¿Qué estás haciendo aquí?

«No otra vez».

—Vino a... desearme feliz cumpleaños —explicó, esbozando una sonrisita—. Ya se iba.

No quería mirar al castaño. No sabía con qué iba a encontrarse, y prefería no descifrar la manera en que la estaba observando. Monet entreabrió los labios con sorpresa.

— ¿De verdad? —inquirió.

Aimeé y Odette respondieron a la vez.

—Sí.

— ¡No!

La pelinegra se giró hacia su mejor amiga de la infancia.

—Uh...

—Deja que se quede por un par de minutos —insistió ella, haciendo un puchero.

El corazón le latía cada vez más rápido. Aimeé intentó esbozar una sonrisita cordial.

—No sé si querrá...

—Sí, quiere —la interrumpió la morena. Odette se zafó del agarre de su novio, y camino hasta donde se encontraba Gabriel. Una vez que estuvo frente a él, le extendió su mano derecha—. Un gusto, soy Odette, tu fanática número uno.

El castaño tardó lo que pareció un siglo en tomarla.

—Está exagerando con eso —aclaró Corbin.

— ¡No estoy exagerando! —Aseguró su novia, y luego dio otro paso más cerca de Gabriel—. Adoro tu programa. Me encanta ver a tus invitados sufrir. Sin ofender, Aimeé.

La mencionada sonrió.

—No me ofende.

— ¡Perfecto! ¿Podemos subir ya?

Suspiro. ¿Qué más daba?

—Sí.

Odette aplaudió en su lugar, y tomó al Gabriel con fuerza por la muñeca, para arrastrarlo por las escaleras. El castaño se vio incapaz de soltar nada, y a Aimeé se le escapó una risa baja. Corbin, junto a la pelinegra, los siguió con una sonrisita en su rostro, hasta que desaparecieron de su vista.

—Que bonito día para ser su novio —bromeó.

Ella golpeó el hombro masculino con el suyo.

—Sabes que te adora.

—Lo sé, es por eso que no me preocupa. Por eso y porque si él está en tu departamento, seguro que ya cayó en tu red.

Le dio vergüenza lo rápido que se le calentaron las mejillas.

—Él... no... nosotros —balbuceó—... Ugh. Sí.

El rubio volvió a sonreír.

—Iré a asegurarme de que mi novia no mate a tu novio.

—No es mi novio —murmuró.

—Lo que sea.

Corbin desapareció por las escaleras, siguiendo a su novia y a Gabriel. Aimeé todavía no podía creer que el castaño se encontrara allí, y que no se hubiera opuesto a ser arrastrado por Odette. Una parte de ella quería que se fuera, ¿La otra? Estaba más que eufórica por verlo. La primera vez en semanas, y su cuerpo continuaba reaccionando de la misma forma.

Léon apareció en su campo de visión, un poco más serio que de costumbre. Sin embargo, no soltó ninguna queja cuando la tomó por los hombros y depositó un beso sobre su frente.

—Feliz cumple, Mee —murmuró, bajando la cabeza para mirarla.

—Gracias.

Cuando Léon subió por las escaleras, siguiendo a los demás, y Aimeé quedó sola en el recibidor con Monet, esta última se apresuró a rodearla con sus brazos y apretujarla con fuerza contra su pecho. Ya la había visto por la mañana, mas de todas formas la castaña murmuró un «feliz cumpleaños» por lo que tenía que ser la quinta vez en el día. Luego, su expresión pasó a ser un poco más preocupada.

— ¿Estás bien? —cuestionó.

—Perfecta, ¿Por qué no?

—Porque él está aquí.

—No digas él —la regañó, cruzándose de brazos—. No es Voldemort. Gabriel.

La castaña resopló.

—Más o menos —resopló—, ¿Qué quería?

—Hablar —respondió la pelinegra, mordiéndose el labio inferior—. Aunque yo no quiero hacerlo hoy. Estaba a punto de irse cuando llegaron.

— ¿Necesitas que lo eche a patadas?

Soltó una baja risa, a la vez que negaba con la cabeza.

—No, está bien —aseguró, porque era cierto. Ahora que ya lo había visto, no quería que se fuera. Sintiéndose avergonzada, se cubrió el rostro con las palmas de las manos—. Dios, lo extrañé horrores.

Monet le dedicó una pequeña sonrisita, y volvió a abrazarla, descansando su barbilla sobre su coronilla.

—Ay, Dulzura. Que fuerte caíste.

—Ya sé.

No le molestaba, la verdad. Aimeé siempre había sido una persona segura de sí misma y sus padres le habían enseñado a no temer de sus sentimientos. Sin embargo, la idea de que estos no fueran recíprocos la hacía sentir más nerviosa que nunca, y lo odiaba.

La castaña soltó un suspiro.

—Bueno, vamos —murmuró—. Y más le vale disculparse.

Aimeé alzó sus comisuras.

Ambas subieron por las escaleras. La pelinegra sentía que su corazón iba a salirse de su pecho, y esa sensación aumentaba con cada paso que daba. Cuando llegaron a su piso, agradeció por no encontrarse un caos. Dentro de su departamento, Odette había secuestrado a Gabriel y no podía oír lo que se encontraba diciéndole, aunque se veía muy entusiasta. El castaño, por el otro lado, lucía tan perdido que era gracioso. A un par de pasos, se encontraban Corbin y Léon, manteniendo una conversación, aunque este último no paraba de lanzarle miraditas a Gabriel.

—Yo sabía que Blaise Duchamp tenía que ser un fraude, ¡Si no tiene ni una pizca de talento! He visto todas sus películas y son malísimas, era más que claro que tenía contactos, aunque nunca creí que...

—Oh. —Corbin se acercó a ella cuando notó que había llegado, distrayéndola de la conversación unilateral que mantenían Gabriel y la morena. Cuando el rubio estuvo frente a ella, le extendió una pequeña bolsa—. Te trajimos un regalo.

La pelinegra lo tomó con una sonrisa.

—Nosotros también —agregó Léon, extendiéndole otra bolsa—. De parte de tus hermanos favoritos.

—Gracias. Planeo abrirlos luego... ¡Oh! Iré a buscar sus regalos.

Quizá darles regalos a los demás durante su cumpleaños era un poco extraño, ¡Pero era San Valentín! No era una festividad que se celebrara con demasiado entusiasmo en Francia, más a Aimeé le hacía mucha emoción. No les daba regalos en todos los años, sin embargo aquel en particular, había tenido dos semanas en las que había necesitado distraerse, y enfocarse en el perfecto presente para sus amigos había sido la mejor de las distracciones.

Cuando volvió a la sala, el primero al que se acercó fue a Léon, extendiéndole una pequeña caja de cartón. Dentro de ella se encontraba un collar personalizado que había enviado a hacer. Una cadena plateada con un dije en forma de púa con una «L» en ella.

Léon sonrió.

— ¿Una púa? —Cuestionó, enseguida colocándose el colgante en el cuello—. No sé tocar la guitarra.

—Pues aprende. Una tecla de piano quedaba fea.

—Gracias, Meé.

Regalándole una sonrisita, luego pasó a Monet. A la castaña le regaló una sudadera —de qué color no estaba del todo segura, aunque suponía que un cian oscuro, casi gris— bordada por sí misma. La castaña adoraba modificar su propia ropa, así que aquel le pareció un buen regalo. A Corbin y a Odette les regaló, en conjunto, una jarra repleta de chocolates y algunas fotos de los tres juntos cuando Aimeé todavía vivía en Castelnou.

Para el momento en que llegó frente a Gabriel, su corazón latía como loco contra su pecho. Sus latidos resonaban por sus oídos y sentía tanto calor en el rostro que temía desmayarse. Él deslizó ambas manos dentro de sus bolsillos, aguardando una palabra de su parte.

Carraspeó.

—Para ti también tengo algo —murmuró, extendiéndole la bolsa restante.

No podía mentir. La manera en que los ojos de Gabriel se iluminaron fue adorable, y más que suficiente para hacerla olvidar, aunque fuera por un segundo, todo lo que había ocurrido durante las últimas dos semanas. Sin quitar sus ojos de ella, el castaño alzó una ceja.

— ¿De verdad? ¿Me compraste un regalo?

Aimeé se mordió el labio con fuerza.

Pensar en algún regalo para él había sido un impulso. No pensó que fuera a entregárselo, y ahora que lo había hecho, quería desaparecer de la faz de la tierra. Porque ese regalo significaba que había pensado en él durante las dos semanas en que no lo había visto.

—No... Hice una tontería. Toma —murmuró, extendiéndole la bolsa como si quemara—. Puedes verlo después.

Gabriel la inspeccionó con una mirada repleta de curiosidad, y luego ojeó el interior de la bolsa. No era la gran cosa. Habían dos papeles: uno con el título de su canción, y otro papel con su cita favorita de "El Principito".

Si uno se deja domesticar —leyó él, en voz alta aunque lo suficientemente baja como para que tan solo ellos dos fueran capaz de oírla—, corre el riesgo de tener que llorar un poco...

Sabía que era una tontería, mas era la clase de regalo que Aimeé hubiera adorado recibir. Le estaba regalando dos cosas que significaban mucho para ella. Recordar que todavía seguía enfadada con él por lo que había hecho, le hizo pensar que quizá no debería haberle dado su regalo. Tenía que recordarle que todavía no lo había perdonado.

—No te sientas especial, busqué un regalo para todos —balbuceó, cruzándose de brazos.

Gabriel le dio una de sus miradas por encima de sus pestañas. Una de sus comisuras curvadas hacia arriba.

—Oh, pero me siento especial.

—Pues no deberías.

Un latido pasó, y la pelinegra creyó que podía desmayarse tan solo por la manera en que el castaño contemplaba aquellos dos pedazos de papel. Se dijo a sí misma que tenía que ser fuerte.

—Gracias, Aimeé. Es perfecto —murmuró él. Ella fue a asentir con la cabeza y volver junto a Corbin, donde estaba segura, cuando él le extendió la misma pequeña bolsa que le había mostrado más temprano—. Ten.

Aimeé no pensaba desenvolver su regalo en ese momento. No le gustaba abrirlos frente a los demás. Así que planeaba llevarlo a su habitación, al igual que había hecho con los regalos de sus amigos. No obstante, la curiosidad se llevó lo mejor de ella, y cuando se encontró a si misma dando un pequeño vistazo dentro de la bolsa, solo para saciarla, su cuerpo se drenó de calor.

—Oh —fue lo único que se encontró capaz de soltar.

La postura del castaño cambió de inmediato. Sus hombros se tensaron y todo él se volvió rígido junto a ella, en especial cuando apenas se inclinó hacia ella para tener una mejor vista de su rostro.

— ¿Oh? Lo siento si me pasé de la raya, sabía que podían no gustarte, es solo que las vi y... pensé en ti. —Silencio—. Puedo devolverlas si no te...

Tragó grueso.

—Gabriel —interrumpió, quitando el paquete de la bolsa—. Gracias por el gesto pero estas no... no funcionan para mí.

— ¿Qué? ¿Por qué no?

Mordiéndose el labio inferior, clavó la mirada en la que caja que sostenía entre los dedos. El producto que se encontraba dentro de ella eran unas gafas especiales. Unas que le permitían a aquellos que tuvieran algún tipo de daltonismo, ser capaces de ver la totalidad de los colores.

—El daño está en mi corteza cerebral —explicó, meneando la cabeza—. Mis ojos están perfectos, el problema es que... perdí la capacidad para procesar el color. En mi cerebro. No existe tratamiento ni solución para mi problema.

Fue capaz de sentir la tensión en la habitación. No solo por parte de Gabriel. De repente, las voces detrás de ellos habían cesado, y estaba segura de que si se daba vuelta, se encontraría a sus amigos observándola con —mínimo— una montaña de curiosidad. Porque le había contado a Gabriel sobre su acromatopsia, y no era algo que ventilara seguido. Eso significaba que confiaba en él, aunque fuera un poco.

—Oh.

Cuando volvió su atención al castaño, una expresión perturbada se había apropiado de su rostro. Aimeé hizo una mueca.

—No te sientas mal. No lo sabías.

Él negó con la cabeza.

—Lo siento mucho, Aimeé. Puedo devolverlas y cambiarlas por algo más. No debería haberlas comprado...

Rodó los ojos.

—Continúo enfadada contigo, pero que sepas que eso no tiene nada que ver con las gafas, de verdad —respondió, volviendo a guardar el paquete dentro de la bolsa, cuando se topó con algo más que había en el fondo—. No pasa... ¿Qué es eso?

Gabriel aplanó los labios.

—Nada.

Era una nota. Tres simples palabras adjuntas a su regalo.

«Para mi muñequita».

Aimeé frunció las cejas.

— ¿Muñequita?

Él soltó un bajo suspiro.

—Es un apodo —murmuró—. Para ti.

Ella alzó la cabeza, la curiosidad brillando en sus ojos. Cuando dio con los de Gabriel, el tono apenas rojizo en sus mejillas delató que se encontraba avergonzado.

—Nunca me has llamado así.

—Te llamo así en mi cabeza —explicó—. A veces.

— ¿Por qué Muñequita?

—Porque... —Él desvió la vista— Una... amiga solía llamarte así. O, bueno, te llama así. Te vio en la televisión un par de meses antes de nuestra entrevista, y dijo que te veías tan bonita y perfecta, como una muñequita de porcelana. —Ladeó la cabeza, alzando una de sus comisuras—. Es cierto, te ves así.

Muñequita.

Tuvo que morderse el interior de sus mejillas con fuerzas para evitar sonreír. Nunca había tenido ningún apodo. Siempre había sido Aimeé, o Meé para sus amigos. Muñequita... sintió que podría acostumbrarse a ello. Aunque fuera un poco ridículo.

«Se supone que estás enfadada con él».

Cierto. Tenía que ser fuerte.

Suspirando, volvió a guardar el papel en la bolsa. Fue a agradecerle por la nota, y a repetirle que no se preocupara por las gafas, cuando el sonido del timbre la interrumpió. Debía ser Isabeau. Disculpándose de los demás, volvió a tomar las llaves y se dirigió hacia abajo.

Cuando abrió la puerta, sonrió al encontrarse a su amiga detrás de ella.

—Perdón —fue lo primero en salir de sus labios.

Aimeé no comprendía por qué se podía estar disculpando. Hasta que un par de segundos más tarde, otra figura se colocó junto a la rubia. Una que conocía más que bien.

El hermano de Isabeau, Beaufort.

Y su ex novio. 




N/A: 

jeje holiii ¿Cómo están? 

Por favor un aplauso para las dos neuronas de Gabriel que no sirven para nada. 

¿Qué les pareció el capítulo? Gabi sufrió poquito en este, pero todavía queda el próximo :) (also, el capítulo 23 es uno de mis favoritos, también es medio largo así que voy a intentar escribirlo rápido). 

Odette y Corbin (los amigos de Aimeé de su pueblo anterior) me hacen acordar mucho a Summer y a Bastian y por eso los quiero mucho. 

Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar, nos vemos en el próximo. Besitos <3<3

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