Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20


GABRIEL

Las sábanas nunca se habían sentido tan cálidas. Rodó en ellas otra vez, buscando esa fuente de calor. Frunció el ceño cuando no la encontró, y acabó abriendo los ojos por la molestia.

Era de día. A jugar por la luz que entraba desde la ventana, debían ser alrededor de las nueve de la mañana. Tomó el celular en su mesa de noche. Nueve y media. Arrugó aún más el ceño cuando, al girarse hacia su derecha, descubrió la cama vacía. Sabía que Aimeé estaba en alguna otra parte del departamento, podía oír sus pisadas y la manera en que movía las cosas. Sin embargo, le hubiera gustado despertarse a su lado. Verla dormir.

Sacudió la cabeza, colocándose un suéter de abrigo y bajando las escaleras. Se estaba quejando por nada. La había visto dormir por bastante tiempo la noche anterior. Su rostro había sido lo que lo había entretenido hasta que el sueño lo había golpeado.

Se guardó una sonrisa cuando la encontró. Estaba en la cocina, haciendo Dios sabía que. Se movía con gracia de un lado al otro, tomando sus cosas sin permiso.

Y estaba cantando. La melodía más dulce que había escuchado nunca. Lay All Your Love On Me, de Abba.

Se acercó a ella despacio, en silencio, y la abrazó por detrás. Aimeé soltó un chillido por la sorpresa, y enseguida sus carcajadas inundaron el departamento. Comenzaba a darse cuenta cuales eran las zonas en las que poseía cosquillas: la cintura, las axilas, gran parte de la espalda, y le había dicho que en los pies.

Besó su mejilla con fuerza.

—Buenos días —murmuró. Todavía tenía la voz ronca.

La pelinegra le dio un codazo sin fuerza.

—Me asustaste —se quejó, aunque luego pareció ablandarse un poco. Se giró para quedar frente a él, y le sonrió—. Buenos días.

La expresión que hizo al ver las pequitas sobre el puente de su nariz y sus mejillas debió ser muy obvia. No tenía una gota de maquillaje encima.

— ¿Qué le estás haciendo a mi cocina? —interrogó, paseando la mirada por las tazas y recipientes desparramados por todo el lugar.

—Estaba tratando de hacer el desayuno.

Hizo una mueca.

—Estabas tratando de causarme un infarto.

— ¡Aprecia mi esfuerzo!

—Lo aprecio —aseguró, sosteniéndola por los hombros—, ¿Pero qué te parece si continúo yo?

Soltando un bufido, Aimeé se hizo a un lado. Meneando la cabeza, comenzó a acomodar todo lo que había dejado fuera de lugar.

—Que conste que no iba a quedar horrible —murmuró ella.

—No pensaba eso, es que estabas dejando un desastre.

—Ah, claro. Sospechaba que eras uno de esos maniáticos con la limpieza y el orden. No debe de gustarte mi departamento.

No le respondió que le encantaba su departamento, a pesar de todo el desorden que había en él. Sonriendo, inspeccionó las dos tazas que tenía en frente. La pelinegra había colocado dos cucharadas de café instantáneo en ellas.

— ¿Estabas haciendo café? —indagó. Era una pregunta estúpida, podía ver que sí. Ella asintió con la cabeza.

—Y tostadas.

— ¿Te parece un omelet también?

—Eso estaría bien.

Diez minutos más tarde, ambos se encontraban desayunando sobre su sofá. Gabriel no podía recordar la última vez que había desayunado algo más que café, sin leche, y con dos cucharadas de azúcar. Aimeé estiró sus comisuras e hizo una especie de baile en el sofá, moviendo las caderas, cuando probó la tortilla.

—Mmm, por lo que vi esta mañana, fuiste capaz de dormirte anoche —comentó.

—Sí.

— ¿A qué hora?

—Como a las seis.

La observó hacer un mohín.

—Oh —murmuró—. Apenas pegaste un ojo.

Gabriel se encogió de hombros.

—No se me van a resolver todos los problemas por arte de magia porque duermas conmigo.

—Pensaba que tenía propiedades curativas —bromeó, dándole otro bocado a las tostadas—. Deberías ver a un profesional —continuó, apuntándolo con el tenedor—. Por tus problemas de sueño.

Él negó con la cabeza. Algunos mechones de cabello cayeron sobre su frente.

—No es nada.

—Gabriel —insistió la pelinegra—. Necesitas un poco más que unas vacaciones.

Era cierto, mas Gabriel odiaba darles la razón a los demás. Le restó importancia, otra vez, meneando la cabeza y volviendo su atención a la comida. Aimeé se mantuvo en silencio por un par de segundos, queriendo insistir, aunque al final no lo hizo. El castaño agradeció en su interior. No la necesitaba preocupándose por él, ni nada parecido.

Ella le dio otro bocado a su tostada antes de volver a hablar, un par de segundos más tarde.

—Oye... no estarás ocupado la segunda semana de febrero, ¿No?

Él parpadeo.

—Un poco específico, aunque no creo. No más que lo usual —respondió—. ¿Por qué?

—Porque... uhm, bueno... —La conocía. Un poco. Cuando Aimeé comenzaba a balbucear de aquella manera, a hacer largas pausas entre las palabras, era porque estaba nerviosa—. El catorce de febrero es mi cumpleaños y...

No podía creerlo. Dejó de prestarle atención al resto.

— ¿En San Valentín? —interrumpió, solo para estar segundo. Ella asintió.

—Ajá.

— ¿Naciste en el día del amor y la amistad?

—Eso dije.

Echó la cabeza hacia atrás, soltando un suspiro, y no pudo contener la sonrisa que se abrió paso por sus comisuras. Por su puesto que cumpliría años en San Valentín. Le quedaba a la perfección.

—Como no.

Aimeé continuó hablando.

—Aquí en Francia no tiene mucha importancia, de todas formas, aunque a mí me gusta celebrarlo. Le doy regalos a mis amigos por...

— ¿Le das regalos a los demás en tu cumpleaños?

Ella se encogió de hombros.

—Por San Valentín.

—Que sigue siendo tu cumpleaños.

—Pues sí.

Negó con la cabeza, sacudiendo sus mechones y con una sonrisa ladina deslizando por su rostro.

—Eres... juro que estás hecha de azúcar —murmuró—. Eres imposible.

La pelinegra permaneció en su lugar. Sus cejas fruncidas, sus manos congeladas sosteniendo su tostada.

Le daba regalos a los demás en su cumpleaños. Nunca había conocido a nadie tan opuesto a él en toda su vida. Aimeé era todo lo que Gabriel no era.

—Eh, ¿Gracias? ¿Fue un cumplido? Nunca puedo obtener uno normal contigo.

—Sí, fue un cumplido.

—Bueno, um... gracias —balbuceó. Tomó una respiración profunda antes de volver a abrir la boca—. Ahora, si dejaras de interrumpirme, te enterarías que quiero invitarte a mi cumpleaños. Nunca hago grandes fiestas, no me gusta llamar la atención ni terminar con fotografías mías por todo internet. Aunque este año Monet tiene una sorpresa preparada para mí, igual seremos un grupo pequeño de personas. Léon, Monet, Isabeau... y quizá unos amigos de mi pueblo. Ven, si quieres.

—No creo que a tus amigos les agrade mucho.

Tan solo quería parecer considerado. A Gabriel no le importaba una mierda lo que sus amigos pensaran.

Ella se encogió de hombros.

—Problema suyo.

—Eso es nuevo —apuntó, sonriendo.

—Me estás contagiando tu hostilidad.

Era una mala influencia. Qué lindo.

Gabriel sacudió los dedos y se limpió las manos con una servilleta, antes de echarse hacia atrás en el sofá, recostando la espalda contra este. Entrelazó ambos manos sobre su estómago, y le dirigió una mirada a su muñequita por debajo de sus pestañas.

—Es sano —replicó. Ella alzó una ceja, juzgándolo—. No tienes que llegar a mi punto, pero no hace daño decir que no cada tanto. O que no te importe nada lo que piensen los demás. Deberías intentarlo más seguido, en lugar de intentar complacer a todo el mundo.

Aimeé frunció la nariz con molestia. Eso se lo había robado a él también, la manía de arrugar la nariz cuando algo le molestaba. No lo hacía antes.

—No intento complacer a todo el mundo.

Fue su turno de alzar una ceja.

—Creí que de los dos yo era el que se mentía a sí mismo.

A su mueca, Aimeé le añadió unos preciosos labios fruncidos.

— ¿No te parece que es un poco temprano para psicoanalizarme?

Dios. Se había convertido en Channel.

—Está bien —aceptó.

Mientras Aimeé terminaba su desayuno, él cerró los ojos por una fracción de segundo. Dios, estaba muerto de sueño. Sin embargo, sabía que no conseguiría pegar un ojo hasta la noche. Gabriel odiaba las siestas. Tanto, que su cuerpo se rehusaba a dormir de día.

— ¿Juegas al ajedrez?

Abrió los parpados ante la voz de Aimeé. Siguió su mirada, solo para encontrarse con el tablero de ajedrez que guardaba debajo de la mesa ratona.

—Desde pequeño.

— ¿Eras una clase de niño prodigio? El cubo rubik, ajedrez, y leías filosofía. Todo eso a los doce años.

Era cierto que mientras sus demás amigos jugaban afuera, con sus bicicletas hacían travesuras entre sí, Gabriel había permanecido dentro de su habitación. Había tenido intereses un poco más... intelectuales. Su madre solía decir que era un prodigio, a la vez, su padre lo llamaba "genio" como una burla.

—Creo que nada más estaba aburrido.

La pelinegra se mordió el labio inferior.

— ¿Podemos jugar?

— ¿Sabes jugar?

—No. Tendrás que enseñarme.

— ¿Eso es lo que quieres hacer un domingo a la mañana? —inquirió—. ¿Aprender a jugar al ajedrez?

—Es un poquito sexi.

Alzó las cejas.

— ¿Jugar al ajedrez?

Aimeé sacudió la cabeza como diciendo «más o menos».

—Que me enseñes.

No pensaba negárselo. Gabriel tenía la sensación que no podría negarle nada que le pidiera, mucho menos con esa cara. Hizo a un lado los platos con el desayuno, y colocó el tablero en el centro. Con cuidado, posicionó las piezas.

—Serás las blancas —explicó.

—Está bien.

—Las blancas son las que comienzan la partida. Pueden hacer el primer movimiento. El tablero está dividido en casillas. Las ocho hileras verticales son las "columnas"; las horizontales, las "filas". ¿Conoces las fichas?

Ella le dedicó una media sonrisa que lo descolocó por un segundo.

—Conozco los nombres.

—Los peones son todos los que están en la primera fila. Solo pueden moverse hacia adelante, a una casilla desocupada, y solo pueden moverse una casilla a la vez. A no ser que sea su primer movimiento, ahí el peón puede moverse dos casillas hacia adelante.

La pelinegra asintió con la cabeza. Masticaba su labio inferior concentrada, mientras mantenía la vista fija en el tablero. Se veía tan... malditamente preciosa, concentrada y todo, que tomo todo de sí no mandar el juego a la mierda y echarse sobre ella. Siquiera sabía por qué se estaba conteniendo.

Por habito, seguramente.

—Está bien.

—Los peones comen en diagonal, también, solo de a una casilla. Las torres —apuntó a las piezas de las esquinas—, se pueden mover de manera horizontal o vertical, cuantas casillas quieran. Los caballos se mueven en L. Los alfiles se mueven en diagonal. La dama puede moverse en cualquier casilla de la columna, fila o diagonal en la que se encuentre.

—Ya es mi ficha favorita.

—Y el rey a cualquier casilla contigua. Es decir, que al igual que el peón se mueve de a una casilla, solo que en cualquier dirección. También puede hacer un movimiento llamado "enroque" aunque no vamos a meternos en esos detalles.

Aimeé se inclinó hacia adelante, descansando sus antebrazos contra sus rodillas y brindándole toda su atención al tablero y a su explicación.

—Mmmh.

—El objetivo del juego es atacar al rey del rival —continuó—. Se gana cuando se ha dado en "jaque mate".

—Perfecto, ya estoy lista para jugar —exclamó, dando una palmada.

Lo dudaba. Apenas habían repasado lo básico.

—Me parece que no.

—Me parece que sí. Se todo lo que tengo que saber.

Alzó una ceja.

— ¿Sabes que, por ejemplo, si tocas algunas de tus piezas, tienes que moverlas?

—Ahora lo sé.

—Está bien —aceptó—. Es un juego de estrategia, así que tienes que pensar con cuidado tus movimientos.

—Entendido.

Se acomodó en el asiento, recostándose contra el respaldo del sofá, y colocando ambas manos sobre sus muslos, una en cada uno. La contempló por un par de segundos, siendo testigo de la manera en que sus mejillas comenzaban a colorearse. ¿En qué estaba pensando?

—Comienza, entonces.

Aimeé estudió el tablero con cautela, moviendo sus labios de un lado al otro, y decidió mover uno de sus peones dos casillas hacia adelante. A2 hacia a4*. Gabriel hizo algo similar, moviendo uno de sus peones del centro. E7 a e5.

— ¿Y hay que estar callados durante toda la partida?

Aimeé movió otro peón.

—No necesariamente.

Él hizo lo mismo.

— ¿No te distrae?

Ella movió su caballo a f6.

—No —Gabriel hizo avanzar su peón—. Voy a comerte.

—Oh.

Mordiendo su labio inferior, la pelinegra quitó su caballo, dejándolo entre ambos peones. Por lo que podía ver, era cierto que había logrado entender el juego más rápido de lo que le había dado crédito.

Lo último que le faltaba era que le ganara en el ajedrez también.

—Entonces háblame de filosofía.

Él sacó uno de sus caballos.

—Creí que no te gustaba la filosofía —comentó, alzando una ceja.

Aimeé lo imitó.

—No me gusta ni un poco, pero es entretenido cuando me la explicas.

Frunció el ceño mientras movía uno de sus peones. Cuatro de estos habían quedado de tal manera en que formaban una línea diagonal.

—Tienes gustos raros.

—Pues me gustas tú, así que eso dice más de ti que de mí.

Gabriel bufó, sintiendo el calor en sus mejillas. Aimeé aprovechó la distracción para comer uno de sus peones. Él no se le dejó pasar, e hizo lo mismo.

—Ya hablamos del banquete —balbuceó—. De Sócrates, Aristóteles y de Platón. Podríamos continuar con los cínicos.

— ¿Los cínicos?

—Eran un grupo de filósofos. Creían que la felicidad provenía de una vida simple, así que proponían una vuelta a la naturaleza. Rechazaban el gobierno, la propiedad privada, la religión y el matrimonio.

No estaba pensando demasiado en lo que salía de su boca, y no precisamente porque la partida se llevara su atención. Era ella quien acaparaba su interés. Con su labio inferior atrapado entre esas paletas separadas, y la expresión competitiva en sus ojos se veía preciosa.

Gabriel comió uno de los peones de Aimeé con su alfil. Un pequeño sacrificio, porque ella cayó directo en su trampa: quitó a su alfil con su rey. Él acercó su caballo.

—Jaque.

Ella lo contempló con ambos labios entreabiertos, y enseguida frunció el ceño, molesta. Negando con la cabeza, estudió el tablero por lo que parecieron horas, cuando volvió a mover su rey.

—Continúa —ordenó.

—Antítesis fue el fundador de los cínicos —explicó, mientras enrocaba el rey—. Fue estudiante de Sócrates y quien desarrolló el concepto de Aletheia. "El no olvido". La verdad, lo que permite ser feliz.

Aimeé movió su dama, él la imitó.

— ¿Y qué más?

—Luego estaba Diógenes, estudiante de Antítesis. Le decían el perro.

— ¿Por qué?

—Era un poco raro. Vivía en la calle, con ropas andrajosas, les ladraba a sus enemigos y era fiel protector de su filosofía. Vivía conforme a su naturaleza, y no a los preceptos sociales.

—Mmm...

Luego de un montón de movimientos de fichas, Gabriel se encontraba justo donde quería. Había tenido que sacrificar dos alfiles y una torre, pero al final había dejado a la pelinegra sin nada con que defenderse. No sabía si de verdad era buena en lo suyo, o tan solo era pura suerte, aun así, por un momento había pensado que no sería capaz de ganarle.

—Estaba Empédocles —continuó hablando, ya ni tenía idea de lo que decía. Aimeé conseguía prestarle atención a ambas cosas. Al juego y a su balbuceo sobre filosofía. Y peor aún, parecía altamente interesada en todo—. No era un cínico, ni nada. Creía que la diversidad de las cosas se reducía a cuatro raíces: tierra, agua, aire y fuego. Y que estas se organizaban, al unirse o separarse, bajo la acción de fuerzas contrarias: el amor y el odio.

Aimeé comió uno de sus caballos con su alfil. Gabriel comió su alfil con su torre.

—Quizá no estaba tan equivocado. Quizá si son el amor y el odio lo que rigen al mundo.

—Sí estaba un poco equivocado —aseguró él—, en términos de... biología y esas cosas.

La pelinegra se tomó un segundo para alzar la mirada y examinarlo directo a los ojos. Estaba ofreciéndole esa expresión que tanto le gustaba y por la que se volvía loco. Barbilla alzada con orgullo, ojos desafiantes y sin una pisca de miedo. Le estaba pidiendo que le diera lo mejor que tenía, y le estaba asegurando que sería capaz de soportarlo. Que no podría vencerla.

Un poco demasiado ambiciosa para alguien que había aprendido a jugar al ajedrez quince minutos antes.

— ¿Por qué te gusta tanto la filosofía griega? —inquirió—. ¿Qué es tan interesante de leer a un montón de viejos misóginos?

Él sonrió, mientras contemplaba el tablero.

—Me divierte lo equivocados que estaban sobre todo.

Aimeé mantenía su torre, inmóvil frente al rey, protegiéndolo. Él llevó su dama hacia él, para obligarla a moverlo.

— ¿Así que no crees nada de todo lo que lees?

—No

Le gustaba creer algunas de sus filosofías, pero la mayoría de sus pensamientos no tenían demasiado sentido cuando se aplicaban al mundo moderno. Aun así, era un poco relajante.

La pelinegra cayó directo en su trampa.

—Pero dijiste que la teoría de platón sobre el mundo de las ideas era tu favorita —le reprochó.

—Que sea mi favorita no significa que la crea —espetó. Luego, movió su torre y comió su rey—. Ah, y jaque mate.

Aimeé hizo un puchero.

— ¡Hiciste trampa! —exclamó. Él alzó una ceja mientras dejaba las fichas a un lado.

— ¿Cómo...? ¿Cómo voy a hacer trampa?

La pelinegra se dejó caer contra el respaldo del sofá, derrotada.

—Yo no sé nada de ajedrez, seguro que alteraste las reglas a tu beneficio.

— ¿Es eso? —inquirió, inclinándose hacia ella—. ¿O nada más eres una pésima perdedora?

—Soy una muy buena perdedora —afirmó ella, alzando sus manos hasta que tocaron el pecho masculino—. De las mejores.

Aimeé lo observó desde su posición, sus ojos divagando por todo su rostro, el hambre en su mirada. Él mandó a la mierda la ficha que estaba sosteniendo —al igual que el poco autocontrol que le quedaba—, y se acercó para cubrir los labios femeninos con los suyos. Aquel beso fue distinto. Mucho más calmado que los anteriores. Se tomó el tiempo de saborearla, de explorar su boca con la suya, y su piel con sus manos. La pelinegra soltó un suspiro de alivio, aferrándose a él por sus hombros.

Gabriel pasó las yemas de sus dedos por su cintura, aferrándose a ella, sonriendo con deleite cuando la oyó soltar una baja risa por las cosquillas.

—Esta —murmuró ella, dejando una serie de cortos besos, gentiles—, es la manera de dar los buenos días.

Suspiró, juntando ambas frentes. No podría dejarla marchar, iba a tener que convencerla de quedarse, por lo menos, una semana en su departamento. Paseó sus labios por sus hombros, en una caricia. Todavía no se había ido y ya estaba pensando en cómo podía hacerla volver.

El timbre de la puerta los extrajo a ambos de la pequeña burbuja en la que se habían metido. Él se irguió, soltando un suspiro, y se arrodilló junto al sofá para buscar la pieza de ajedrez que había lanzado sin consciencia alguna.

— ¿Te molestaría ir? —Cuestionó, inspeccionando debajo de la mesa—. Seguro es Evan.

El portero de la entrada lo dejaba pasar como si nada.

—Claro.

Cuando una luz se encendió en su cabeza, la tomó por la muñeca para evitar que continuara avanzando.

—Oh, aunque... si no quieres que vea la cicatriz puedo...

Ella se encogió de hombros, restándole importancia.

—Si es Evan, no me molesta.

Claro. Por supuesto que Evan se había ganado su confianza luego de haberla visto dos veces. Era la clase de persona que inspiraba seguridad en todo el mundo.

La pelinegra se dirigió hacia la entrada mientras él recogía todas las fichas y guardaba el tablero. Escuchó la puerta abrirse, y un par de pasos resonaron por toda la habitación.

— ¿Y tú eres?

No.

Todos sus sentidos se pusieron en alerta.

Siquiera terminó de guardar el juego, se irguió de golpe, y caminó de zancadas hacia la puerta. No podía ser. Se congeló justo detrás de Aimeé, dio directo con ese par de ojos claros que tanto detestaba. Del otro lado del umbral, una versión casi idéntica a él y más joven le daba la bienvenida con una sonrisa traviesa.

Raphaël.

—Soy...

No la dejo terminar.

La simple idea de Aimeé y su hermano menor compartiendo un mismo espacio le provocaba nauseas.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —interrumpió.

Él ignoró su pregunta. Continuaba con la mirada fija en la pelinegra.

—Vaya, hermanito, y nosotros que temíamos que no fueras heterosexual —se burló—. Te lo digo, linda, estás con el hermano equivocado.

—No me respondiste —gruñó.

Raphaël bufó cansado, como siempre y rodó los ojos.

—Tuve que venir a Paris por una de las construcciones —explicó con brevedad, e hizo un movimiento con su mano derecha para restarle importancia. Luego, volvió su vista a lo que parecía haberse robado toda su atención—. ¿Es tu novia?

—Ella no es nada —gruñó—. Ya se iba.

Aimeé lo observó con el semblante fruncido. La duda en su mirada era evidente.

—Ahora —insistió.

Algo en su pecho quemó cuando ella le dirigió una mirada lastimada. Y sabía que estaba empeorando las cosas pero no la quería cerca de su hermano. Joder, no quería a nadie cerca de su hermano, menos a ella si podía evitarlo.

No podía demostrarle que le importaba, no cuando conocía a Raphaël y sabía lo que era capaz de hacer. No cuando él ya había visto la cicatriz.

Aunque por suerte, él no parecía reconocerla. No le extrañaba tanto, Raphaël no tocaría una pintura ni aunque le pagaran por ello.

—Oye, déjala quedarse si quiere, a mí no me molesta...

—Vete.

«Por favor».

Aimeé apretó ambos labios con fuerza y volvió al interior del departamento dando fuertes pisadas. En lo que se sintió como un parpadeó, volvió, con su ropa entre los brazos y cruzó el umbral sin siquiera darle una mirada. La molestia era evidente en sus movimientos, y aun así, solo cuando la vio desaparecer detrás de las puertas del elevador, sintió que el nudo en su garganta desaparecía.

—Eso fue intenso —murmuró Raphaël, y se invitó a sí mismo a pasar—. No sabía que eras todo un rompe corazones. Aunque bueno, así son las mujeres. Tan emocionales.

— ¿Qué quieres? —gruñó. Cerró la puerta de un portazo detrás de él.

—Ya te dije, pasaba a visitar. Alguien tiene que hacerlo, visto que a ti se te ha subido la fama a la cabeza y no piensas pisar Dreux. Supongo que una pequeña ciudad no es nada cuando vives en Paris y rodeado de lujo.

—Claro, Raphaël, la única razón por la cual no he pisado Dreux en diez años, es porque se me subió la fama a la cabeza.

Su hermano menor meneó la cabeza, sin darle demasiada importancia a sus palabras. Por supuesto que él nunca iba a entender porque Gabriel se fue de casa, porque lo habían echado. Raphaël era el hijo perfecto a los ojos de su padre. Enérgico, amante del futbol y con intereses masculinos. Él era todo lo que su... lo que Jean Luc había querido en un hijo, ¿Cómo iba a tratarlo mal?

— ¿Eso es una rata? —cuestionó, frunciendo el ceño cuando sus ojos aterrizaron sobre la jaula de Fisgón—. ¿No te veo por un año y tienes una novia china y una rata?

Gabriel lo empujó tan fuerte que su hermano cayó contra el sofá.

—Es mitad coreana, imbécil. No es mi novia, y eso no es una rata. Ahora dime que mierda quieres o vete antes de que te eche a patadas.

El rubio frunció las cejas.

—Jesús, no sabía que estabas de mal humor.

El castaño suspiro, y se encaminó hacia la cocina en busca de otro café cuando cayó en la cuenta de que no iba a poder deshacerse de él rápido por mucho que lo quisiera. Estaba atrapado con su hermano menor, una pequeña réplica de su padre, el hombre que más detestaba en todo el mundo.

—Siempre estoy de mal humor cuando estás tú. 





N/A:

holi 🧍‍♀️

¿Cómo estan? ¿Cómo fue su semana? 

Les dije que iba a presentar un personaje nuevo, no les dije que iba a ser bueno :D

Gabi la cagó dos veces en menos de veinticuatro horas amamos un rey que quiera romper records 🥰🥰

Also sabian que a Raphaël ya lo había mencionado antes? no les voy a decir pero si quieren adivinar en qué capítulo les dedico el próximo <3 (igual no se lo menciona como un personaje en sí, así que es medio complicado jaskajs)

Les dejo un dibujito que hice de Gabi y Aimeé en el capítulo 18.  Dibujarlos a ellos dos se me está haciendo adictivo aunque Gabriel siempre me sale medio feo :/

Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar. Si quieren saber más de mis historias pueden seguirme en mis redes sociales (en twitter no me callo nunca).

PD: Deje una plantilla en mis historias destacadas de instagram sobre esta historia, por si quieren llenarla y subirla (y etiquetarme) <3

AH Y CASI ME OLVIDO OMG MIL GRACIAS POR LOS 20K 

Hasta el próximo capítulo. 

Besitos <3<3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro