Capítulo 19 (Parte 1)
AIMEÉ
Las horas restantes de la gala benéfica trascurrieron en un parpadeo. Con casi todo el mundo borracho, tuvo que ser Aimeé quien se encargara de que ni Léon ni Monet se metieran en una pelea. Sí, pelea, porque resultaba que era la razón para rostro hinchado y nudillos lastimados de Léon. Aimeé no quiso preguntar, odiaba la violencia y prefería evitarla lo más posible.
Evan, por suerte, se mantuvo alejado de Monet por gran parte de la noche; aunque la castaña no estuvo muy feliz cuando lo encontró junto a Aimeé.
—Pesado —le había dicho en un suspiro—. ¿Me estás siguiendo?
Seguro no recordaría nada al día siguiente.
Y Gabriel... Gabriel se veía nervioso. Bueno, siempre estaba nervioso, solo que más que de costumbre. No sabía que había ocurrido con exactitud, si había sido algo que había dicho en el balcón o quizá luego, solo que se lo veía bastante incómodo. Era probable que se estuviera arrepintiendo de haberle contado tanto sobre sí mismo.
Quien lo entendía.
Aimeé acomodaba el vestuario de Léon, todavía enfadada con él, mientras lo regañaba. No servía para mucho, puesto que él apenas parecía estar prestándole atención.
— ¿Cómo se te ocurre emborracharte tanto? —Murmuró, atando el nudo de su toga con fuerza—. ¿Quién nos va a llevar a casa ahora?
El castaño tenía la cabeza echada levemente hacia atrás, y los ojos entrecerrados. No sabía cuánto había bebido, estaba comenzando a costarle mantenerse parado.
—Mon —balbuceó.
—También está borracha.
—Pues Isabeau, entonces —afirmó—. Le prestaré mi coche. O tú podrías aprender a conducir de una buena vez.
—Ya te dije que no me gusta, y me pone nerviosa...—Comenzó a excusarse, cuando se dio cuenta de que Léon había cambiado el tema de conversación—. ¡No estamos hablando de mí! Estamos hablando de cómo te portaste fatal esta noche.
Él bajó la cabeza.
—Perdón.
Habiendo terminado con su ropa, Aimeé se cruzó de brazos.
—No te perdono.
El castaño alzó la cabeza, más ofendido de lo que debería.
— ¡Eh! ¿Por qué no?
—Porque eres un imbécil —replicó—, y tus palabras no me sirven de nada si continuarás haciéndome sentir mal.
No le gustaba discutir con Léon, en especial porque él era tan orgulloso y testarudo, que enseguida se ponía a la defensiva. Sin embargo, estando borracho, parecía mucho más sencillo razonar con él.
Él hizo una mueca y volvió a bajar la cabeza.
—Tienes razón. Intentaré ser más amable con tu... con ese.
Apretó los labios para contener una sonrisa.
—Se llama Gabriel —corrigió.
Su amigo se encogió de hombros, apenas siendo capaz de sostenerse a si mismo.
—Bien por él.
—Léon...
Él suspiró, y asintió con la cabeza, un tanto cansado.
—Cierto, perdón. Intentaré ser más amable con Gabriel —prometió—. Y ya se... ya sé que me he portado horrible contigo. No merezco que sigas siendo mi amiga.
Aimeé alzó una ceja, interesada.
—Te escucho.
—No tengo explicación, no sé qué me pasa. Es que él no me gusta para ti —explicó. Léon debió notar el reproche que le seguiría a aquella frase, porque continuó—. Y ya sé, ya sé que es tu vida, que son tus decisiones, que no tengo derecho a meterme...
—Sabes bastante.
—Pero tú... te mereces el mundo —balbuceó, sosteniéndola por los hombros—. Eres la persona más preciosa que he conocido. Me has ayudado tanto... y siempre haces cosas por los demás sin pedir nada a cambio. Me parece injusto que no busques a alguien que haga lo mismo por ti. Es que tienes una debilidad por los imbéciles.
Sabía que lo decía por Beaufort, su ex novio. Aunque Gabriel no era como él, o eso quería creer.
—Tú no lo conoces de verdad —lo defendió—. No sabes como es.
—Un idiota, seguro.
Se le escapó una sonrisita mientras lo buscaba con la mirada. Gabriel se encontraba a un par de metros, vigilando a Monet. No sabía qué podía salir de ese intercambio.
Recordó lo que había hecho hace unos pocos minutos. La manera en que había saltado a conclusiones sobre ella... y solo por eso la había tratado horrible. Aimeé quería comprender lo que pasaba por su cabeza, aun así, cuanto más lo repasaba más estúpido le parecía. ¿Cómo había llegado a esa conclusión? ¿Es que no se le ocurrió que, incluso sin ser capaz de ver los colores, existían distintas formas de poder reconocerlos y pintar? ¿Tanto le gustaba pensar lo peor de los demás?
—Bueno, un poco idiota sí que es —admitió—. Pero... me gusta, ¿No debería ser eso suficiente?
—Intentaré que lo sea.
Entonces sí sonrió, de manera amplia y genuina. Jamás se imaginarían lo mucho que les importaba que las personas en su vida se llevaran bien entre ellas.
—Gracias. Y mientras lo haces, intenta por lo menos no ser tan hostil con él. Es agradable cuando lo conoces —aseguró, dándole otra mirada de reojo—. Es más, creo que ustedes dos se llevarían muy bien.
Léon negó con la cabeza.
—Pfff, imposible —balbuceó—. Él y yo no tenemos nada en común. Nada.
Seguro.
Aimeé le dio una última mirada, y dejó a Léon junto a Isabeau, para acercarse a Monet, que muy cariñosamente había recostado su cabeza sobre el hombro del Gabriel. El castaño se veía tan incómodo que sonrió cuando estuvo frente a ellos.
Monet estaba hablando de algo.
—Y entonces... ¡Entró con otra! —Relató, haciendo gestos con sus manos y una mueca exagerada con los labios—. ¿Te lo puedes creer, Gabriel?
—Sí.
— ¡Me estaba engañando! —Continuó ella—. Engañarme a mí es como... ¡Como ponerle los cuernos a Beyonce! Nadie en su sano juicio le pondría los cuernos a Beyonce.
Gabriel asintió, muy a su pesar.
—Claro.
La pelinegra sonrió ante la imagen. Monet estaba tan ebria que te tambaleaba sobre su lugar, y tenía que sostenerse del castaño para mantenerse estable.
—Veo que te... uh... amigaste con Gabriel —comentó, ladeando la cabeza.
La castaña se separó de él para acercarse a ella.
—A ver, sigo pensando que es un poco rarito, pero estoy haciendo esto por ti —explicó. Gabriel, detrás de ella, frunció el ceño ofendido—. Y bueno, como él insistió, estoy contándole sobre Maciel.
—Yo no pedí nada.
Monet lo apuntó con el dedo índice. Salvo que como estaba borracha, terminó apuntando a cualquier otro lugar.
—Tú cállate.
Aimeé tuvo que aguantar una carcajada.
— ¿Por qué no vas a tomar algo de agua? —sugirió—. Vamos a irnos pronto, antes de que tú y tu hermano acaben con un coma etílico.
—Yo estoy perfectamente.
Ella asintió, dándole la razón. Aun cuando no la tenía.
—Seguro, ve a tomar agua.
Monet aceptó, y se alejó de ambos arrastrando los pies. Aimeé la observó hasta perderla de vista, solo para asegurarse de que de verdad fuera a hacer lo que le había pedido. Cuando se giró de vuelta, Gabriel no se había movido ni un centímetro.
El maquillaje en su piel se había borrado un poco, su camisa se había corrido y se le habían abierto otro par de botones. ¿Cómo era que a cada hora que pasaba se veía mejor?
Sacudió la cabeza para sus adentros.
«Concéntrate».
—Es un poco intensa —comentó ella.
—Sí.
—Pero está bien, es tu castigo.
Gabriel alzó una ceja.
— ¿Mi castigo?
—Por ser malo conmigo.
— ¿Y no bastó disculparme y contarte cosas sobre mí?
¿Se daba cuenta de lo ridículo que sonaba eso?
—No.
Él asintió con la cabeza, como diciendo «es justo», y dio dos pasos para acercarse a ella.
— ¿Te irás? —interrogó. Aimeé notó que estaba jugando con el anillo que llevaba en su dedo anular, aquel que no se quitaba nunca. Era plateado y tenía inscripto dos letras: «A.G».
—Sí, eso será lo mejor. Léon y Monet están muy borrachos.
Otro paso hacia adelante.
— ¿Tú vas a llevarlos?
Estiró las comisuras, negando con la cabeza.
—Oh, no. Lo hará Isa. Yo no sé conducir.
Si había algo capaz de ponerla de los nervios, era el tráfico y los demás autos. No, un coche era demasiada responsabilidad para ella. Prefería su bicicleta y el transporte público.
—Me imaginaba.
— ¡Oye!
Gabriel sonrió.
—Das pésimas indicaciones.
Ella alzó un hombro.
—Eso es solo porque me gusta molestarte.
Gabriel peinó su cabello con su mano derecha, antes de bajar la mirada hacia ella. Lo hizo con tal lentitud y cuidado, que le cortó la respiración.
—Si no vas a conducir tu... entonces no te necesitan esta noche, ¿No?
«¿Qué estás sugiriendo, Gabriel Mercier?».
— ¿Por qué?
Él sonrió de lado.
—Podrías pasar la noche conmigo.
«Sí».
Mordiéndose el labio inferior, les dio una mirada a sus amigos. No sabía si Isabeau sola sería capaz de cuidar de Léon y Monet, o asegurarse de que no hicieran nada estúpido. Se sentiría culpable si la dejaba sola.
—No lo sé... Es decir, quiero. Mis amigos...
—Creo que estarán bien sin ti.
Hizo un puchero.
—Isabeau va a matarme.
Gabriel señaló con la cabeza algo detrás de ella.
— ¿Por qué no le preguntas?
Se giró, entonces, observando a Isabeau junto a Léon y Monet, esta última con una pequeña botella de agua en la mano. Evan se encontraba a un par de pasos, manteniendo su distancia. Supuso que era porque no quería volver a discutir con Monet. Se acercó a su amiga, jugando con los dedos en su regazo. Creyó que Gabriel iba a quedarse en su lugar, apartado, mas la siguió.
La rubia se irguió enseguida al ver al castaño. Aimeé estaba segura de que le tenía miedo. O quizá le gustaba un poco, quien sabía.
—Oye... —comenzó—. Gabriel preguntó... quiere que me vaya con él. Pero ya sé cómo se ponen Léon y Monet cuando beben, así que si es un problema para ti, puedo irme con ustedes. No quiero que tengas que...
— ¡Oh, no! —La interrumpió ella—. No, no, no. Estaremos bien. Tú ve.
Aimeé hizo una pausa.
— ¿Segura?
Isabeau le dio una miradita al castaño detrás de ella antes de continuar.
—Segura. Estaremos bien.
Aimeé pasó la mirada por ambos hermanos, para asegurarse. Monet, bebiendo de su botella de agua, se limitó a guiñarle el ojo y alzar su dedo pulgar. Resultaba que le agradaba muchísimo más Gabriel cuando estaba borracha. Léon... tan solo aplanó los labios, examinando también detrás de ella, y asintió con la cabeza.
—Oh, está bien. Bueno, cualquier cosa que necesites, puedes llamarme.
La rubia sonrió.
—No voy a arruinarte la noche.
—Yo tampoco, cariñito, así que no te preocupes, volveré en taxi.
La voz de Evan detrás de ella la hizo dar un salto antes de girarse. Se encontró con que el moreno había pasado sus hombros por los de su amigo, y los estudiaba a ambos con una sonrisita traviesa.
Aimeé siquiera dejó que Gabriel contestara.
—Ay, no. Podemos llevarte, no hace falta.
Evan la observó con las comisuras alzadas.
—De verdad que eres una preciosidad —comentó, alargando una mano para tocar la punta de su nariz con su dedo índice—, pero no quiero meterme en un coche con ustedes y toda esa tensión sexual que arrastran a todas partes.
Gabriel le dio un golpe en la nuca.
—Deja de decir estupideces.
— ¡Si nada más digo la verdad!
— ¿Vas a pagar un taxi cuando puedes venir con nosotros? —insistió la pelinegra, solo porque prefería hablar de cualquier otra cosa que no fuera la «tensión sexual» entre ella y el castaño.
—Oh, no, bombón. Yo no voy a pagar nada, será con el dinero de Gabriel —aseguró el moreno—. Solo soy su amigo con la condición de que me mantenga.
— ¿Estás seguro?
—Deja de insistir o se dará cuenta de que en realidad me quieres a mí.
Gabriel rodó los ojos y Aimeé no pudo contener su sonrisa.
Ver a Evan molestar a su mejor amigo no debería parecerle tan adorable, no de la forma en que lo hacía. Le gustaba ver al castaño un poco más relajado e irritado. Era una faceta de él que dudaba que muchos conocieran. La parte de relajado. Irritado estaba siempre.
Inspiró con fuerza, uniendo sus manos, y alzó la cabeza para enfrentarse a esos ojos grises.
—Está bien, entonces podemos irnos —murmuró.
Gabriel se deshizo al instante del brazo de su mejor amigo que lo rodeaba por los hombros.
—Está bien.
Aimeé se tomó todo el tiempo del mundo para saludar a cada uno de sus amigos con un beso en cada mejilla, incluido Evan, y para repetirle a Isabeau una y otra vez que no dudara en llamarla si necesitaba algo.
Una vez que hubo terminado, tomó la mano de Gabriel, lista para dirigirse a la salida. Todo el mundo observó su gesto, aunque por suerte nadie comentó nada. Ya lo había hecho otras dos veces en la misma noche, y le había gustado la sensación. Él se aferró a su dorso, y comenzó a caminar.
Fuera de la Opera, se sorprendió al notar que todavía se encontraban una gran cantidad de fotógrafos, esperando a ver quiénes salían del evento.
Iban a fotografiarlos.
La pelinegra detuvo el paso.
—Oye, ¿No quieres...?
Él pareció leerle el pensamiento antes de que terminara la oración.
—Ya nos han fotografiado juntos muchas veces, ¿Qué daño hace una más? —murmuró, encogiéndose de hombros. Se mantuvo en silencio, pensativo, antes de volver a hablar—. A no ser que a ti te moleste...
—Oh, no, no. No hay problema.
No sabía qué iba a pensar Célestine de aquello. No le importaba.
Esquivaron a los fotógrafos y las cámaras, todas puestas sobre ellos —no había nadie más fuera del edificio en quienes se pudieran enfocar— y las preguntas que les arrojaron encima. «¿Están juntos» «¿Desde cuándo?» «¿Es algo oficial?» «¿Qué hay de Léon Roux?».
Justo cuando pensó que iba a agobiarse, doblaron en la esquina y llegaron al coche. Aimeé se sintió más que aliviada al internarse en el asiento de copiloto. Nunca le había molestado la atención que recibía de los medios, siempre se habían interesado más en su trabajo que en ella. Sin embargo, luego de su escándalo y su entrevista con Gabriel, las cosas parecían haber cambiado. En especial con tantas fotos de ellos juntos circulando por internet. A todo el mundo parecía interesarles que hacían con sus vidas.
— ¿Todo bien?
El castaño la observaba con cuidado mientras ponía el coche en marcha.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí.
Gran parte del viaje trascurrió en silencio. Gabriel mantenía la vista fija en el camino, y Aimeé no podía parar de retorcer los dedos sobre su regazo. Los nervios la estaban carcomiendo. ¡Aimeé nunca se ponía nerviosa por pasar la noche con un hombre! Si algo, se entusiasmaba, mas las sensaciones que se arremolinaban sobre su estómago y aceleraban su corazón eran nuevas para ella en ocasiones como aquella. Incluso si nada ocurría entre ellos, de todas formas tendría que pasar la noche en su departamento, ¿No? Tendría que dormir con él, junto a él, y probablemente despertar enredados el uno con el otro.
—Olvidaba que nunca he pisado tu departamento —comentó, mientras lo divisaba reducir la velocidad y acercarse a la vereda. Debían de haber llegado—. Tú has estado varias veces en el mío.
Él se encogió de hombros antes de colocar la marcha atrás.
—No es la gran cosa —murmuró—. Es un poco aburrido.
Sonrió.
—No me esperaba nada diferente.
Estudió su alrededor antes de bajar del coche. Se encontraban rodeados de edificios no muy altos y lujosos, rodeados de bares, cafeterías y librerías. Debían de estar en algún lugar del sexto distrito.
—Vivo en uno de los últimos pisos —comentó, con una sonrisita—, pero no te preocupes, mi edificio sí tiene ascensor.
—Pues subir y bajar las escaleras es bueno para tu salud.
Aimeé sufrió un cortocircuito cuando Gabriel cerró el auto, y entrelazó sus dedos con los suyos para guiarla adentro. Por Dios, tenía la palma helada. Él abrió la puerta con llave, y la sostuvo para que ambos pudieran entrar. Se sentía extraño verlo haciendo cosas tan mundanas.
Ambos subieron al elevador, colocándose a una distancia considerable del otro. Ella recostó la espalda contra el metal helado, y aprovechó la oportunidad para volver a detallar al castaño con la mirada. No era su culpa, él se veía muy bien, y a ella le encantaba mirar.
Él alzó una ceja.
— ¿Te gusta lo que ves?
Sí. Le encantaba. Había algo en el hecho de verlo tan desordenado e imperfecto, cuando siempre parecía controlado e impecable; que le revolvía el estómago. Volvió a repasarlo sin el más mínimo descaro. Los anillos colgando de sus dedos, su camisa abierta exponiendo parte de su pecho, su cabello desordenado, los mechos cayendo por su frente...
Le avergonzaba la manera en que se estaba poniendo con tan solo mirarlo.
—Tal vez.
Con lentitud, Gabriel presionó el botón del último piso, y las puertas del elevador se cerraron. Menos mal, porque no quería testigos para lo que estaba a punto de hacer.
Le gustaba ser valiente, quien tuviera la iniciativa. Pero más le gustaba jugar.
Recostando la cabeza contra la pared de metal, dejó salir una profunda respiración, exponiendo su cuello. Fingió no darse cuenta de la manera en el tirante que sostenía el lado derecho de su toga había comenzado a deslizarse por su hombro.
— ¿Y a ti? —murmuró.
Él tardó en responder.
— ¿A mí qué?
Aunque le costaba mostrar demasiado, metida en una toga que le llegaba hasta los pies, se las arregló para liberar una de sus piernas por la abertura escondida entre las telas.
— ¿Te gusta lo que ves?
Cuando bajó la mirada hacia él el castaño se encontraba con los ojos fijos en ella. Una expresión imperturbable. Luego, su escrutinio cayó directo hacia su escote pronunciado. Con los pantalones apretados que traía, fue capaz de notar, incluso a la distancia, lo mucho que le gustaba lo que veía. Una sensación cosquillosa bajó por su columna.
—Más de lo que debería —acabó por responder él.
Ella ladeó la cabeza hacia la derecha, sonriendo. No podía ocultar lo mucho que lo estaba disfrutando.
— ¿Y no piensas hacer nada?
Gabriel caminó hacia ella, sin siquiera pestañear. El corazón se le detuvo cuando lo tuvo a un paso de distancia. Su mano la rodeó por la cintura, en un abrazo posesivo, y su corta barba le hizo cosquillas cuando acercó sus rostros. La yema de su pulgar subió por su mandíbula, hasta dejar una caricia sobre su labio inferior.
—Pídemelo.
Aimeé parpadeó, desorientada.
— ¿Qué?
—Pídemelo.
Enseguida pudo comprender a lo que se refería. Se colocó de puntitas, alzando el rostro y entrelazando las manos detrás de su cuello. En su lugar seguro.
—Bésame.
Y él obedeció, al igual que la vez anterior.
Y al igual que la vez anterior, Aimeé sintió que explotaba ni bien los labios masculinos tocaron los suyos. No hubo delicadeza. Al primer instante, fue hambriento y enérgico. Aimeé sabía que tenía que haberse estado reprimiendo. No la había besado desde aquella vez en su auto. No podía creer cuanto estaba esperando que volviera a hacerlo.
Gabriel la envolvió entre sus brazos. Uno la sostuvo por la cintura, pegada hacia él, mientras que el otro trepó por su espalda hasta tomar su cabello. Ese nudo de sensaciones en su estómago explotó, llevándose todo por delante, y Aimeé soltó un gemido cuando sus lenguas se encontraron. En respuesta, él se pegó aún más a ella, aplastado su espalda contra el metal.
La mano que rodeaba su cintura bajó... y bajó... y bajó... hasta rodear su muslo y sostenerlo con fuerza. El toque de sus dedos era helado, en contraste con la piel de Aimeé, que ardía tanto que pensó que iba a quemarse.
—Ah... Gabriel...
Él abandonó sus labios. Pasó a dejar rastros de besos sobre su cuello, y por más que luchó, no pudo evitar soltar una risita. Era una zona muy sensible.
El castaño suspiró.
—No tienes ni idea de lo que me haces —murmuró volviendo a atender su cuello.
Aimeé podía sentir su erección contra el frente de su vestido.
—Me hago una muy buena.
Ding.
Las puertas del elevador se abrieron.
«¿Ahora?».
Gabriel soltó todo el aire contenido en sus pulmones, recostando su frente contra la parcela de piel descubierta en su hombro. Luego alzó la cabeza, y le dio un corto beso sobre sus labios, tan suave que sintió que se derretía. Compartieron una mirada, en silencio por un par de segundos, hasta que él alzó una de sus comisuras.
— ¿Vamos?
N/A:
no estoy bien AAAAA.
Aimeé mi vida mi corazón TE AMO 🛐. Cada día pienso que sé cual es mi personaje favorito de esta historia y cada día me equivoco.
Ya sé que dejé el capítulo en el peor momento jasjasj pero lo hice a propósito <3<3 Tardé bastante en escribirlo porque estuve enfocándome en la nueva ficha de personajes para DP
¿Qué les pareció? Amé escribir este capítulo. Me encanta meter a todos los personajes juntos y ver como reaccionan, y ya sé que odian a los Roux ahre pero yo a Monet la quiero mucho 🥺. Más cuando está borracha.
¿Ya vieron el banner que hice? es chikitito y super lindo encima tiene los mismos colores que la portada.
Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar. Nos vemos en el próximo (espero no tardar mucho).
Besitos <3<3
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