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Capítulo 17


AIMEÉ

—Quédate quieta.

Aimeé hizo oídos sordos ante la queja de Monet, y continuó paseando su mirada por el salón.

—Estoy quieta —replicó.

Cuando no se detuvo, Léon la sostuvo de sus hombros para mantenerla en su lugar.

—Quédate quieta, o vas a sacarle el ojo a alguien con esa corona —murmuró, con una sonrisita de lado.

Ella imitó su gesto y se tocó las puntas de su halo con los dedos. De su diadema se extendían lo que debía representar rayos de sol, y era verdad que si hacía un movimiento demasiado brusco podía golpear a alguien con ella.

—No puedo creer que este lugar exista —comentó Isabeau—. Gracias por traerme contigo.

La rubia llevaba alrededor de cinco minutos girando sobre sus talones, maravillada con el edificio y la vestimenta de los demás invitados. Ella no se quedaba atrás, para nada. Monet había insistido en vestirla, y había hecho maravillas. Isabeau llevaba un vestido de tirantes oscuro, ceñido al cuerpo, que contenían una serie de adornos. Dorados, le había hecho saber su amiga. Su cabello estaba rizado y su rostro decorado con algún maquillaje extraño.

Aimeé se encogió de hombros.

—No tienes nada por lo que agradecer —respondió—, me gusta pasar tiempo contigo.

Tan solo Léon y Aimeé habían sido invitados a la gala benéfica, sin embargo, como se podía llevar acompañantes, habían invitado a Monet e Isabeau con ellos.

Había sido extraño hablar con Léon luego de la escenita que había montado en su última exposición. Le había pedido disculpas por su comportamiento y ella las había aceptado, haciéndole prometer que no volvería a comportarse de esa manera. Él había querido añadir algo más, no obstante Aimeé había preferido no escucharlo.

— ¿Dónde creen que pueda conseguir algo para beber? —cuestionó la castaña, golpeando su pie derecho contra el piso, impaciente.

Aimeé no podía poner el palabras lo bien que se veía. Los cuatro se habían esforzado en su vestimenta. Tanto Aimeé como Léon habían tomado inspiración en la mitología griega, y se veían estupendos. Sin embargo, Monet había sabido llevarlo todo a un siguiente nivel. Llevaba un vestido oscuro, largo y con una abertura en el pecho en forma de "v". Las mangas llegaban a sus muñecas y alrededor de toda la tela, cientos de arreglos —dorados, le había dicho— formaban un patrón. En su cabeza llevaba una diadema con algunas flores, y tanto en sus orejas como en las puntas de sus dedos llevaba decoraciones y cadenas de oro.

Parecía una auténtica princesa.

—Creo que hay una especie de barra cerca de la mesa central.

La castaña asintió.

—Entonces iré a conseguirnos algo para beber —comentó sonriendo—. Y si en el camino me topo a algún diseñador famoso que quede impresionado con mi vestido, pues mejor.

Monet se marchó hasta desaparecer entre el mar de personas que los rodeaban. Aimeé continuó lo que estaba haciendo antes de que la interrumpieran: examinar el lugar. Le avergonzaba bastante estar buscando de forma tan desesperada un par de ojos grises, aunque no importaba, porque no pensaba admitirlo en voz alta. Llevaban alrededor de media hora en aquel lugar, no podía creer que no lo había cruzado todavía.

Quizá, al final sí que había decidido no asistir.

—Dios —se quejó León. Cuando Aimeé se giró a verlo, notó que estaba luchando contra la especie de toga que llevaba puesta.

Se suponía que llevaba una vestimenta inspirada en Hermes, el Dios de los ladrones y mensajero. Con una corona de olivo sobre su cabeza, pequeñas alas sobre su espalda —que a Aimeé se le habían hecho un poco cómicas—, una túnica que cruzaba su pecho y se cerraba sobre sus caderas y maquillaje que Monet había aplicado alrededor de sus hombros. Mas ahora el castaño parecía incapaz de controlar su toga, que continuaba deslizándose por su hombro.

—Ven, anda —murmuró.

Léon le dio una mirada de reojo antes de flexionar sus rodillas para quedar por debajo de sus hombros. Aimeé advirtió que tenía el nudo demasiado flojo, y por eso la tela continuaba resbalando por su hombro. Con cuidado, lo deshizo para poder ajustarlo más. Examinándolo de cerca, notó que tenía un rastro de brillos por su mandíbula y su cuello.

—Como nuevo —respondió, dándole dos golpecitos.

Él sonrió con agradecimiento, volviendo a erguirse. Cuando ella devolvió su mirada a Isabeau, la rubia tenía la suya clavada en algo delante, junto con las cejas fruncidas. Intentó seguir su vista cuando se topó con una alta figura delante de ella, y unos brazos que la estrecharon con fuerza.

— ¡Mi pintora favorita!

Sus pies volaron del suelo cuando Evan tiró de ella con más fuerza, y tuvo que contenerse para no comenzar a reírse por las cosquillas. Lo reconocía, era el amigo de Gabriel, el que había conocido en su exposición. Se le aceleró el corazón. ¿Significaba eso que Gabriel también estaba cerca?

Cuando el moreno la depositó en el suelo, Aimeé no pudo hacer nada más que imitar su sonrisa contagiosa. Estaba... wow. La última vez que lo había visto lucía elegante, mas aquella noche era algo completamente diferente. Un traje oscuro se adhería a su piel, dejando su pecho expuesto, y se decoraba con dibujos en forma de ángel.

—Hola a ti también —saludó.

—Hola.

Sintió la expectación recorrer sus venas. El calor explotar por su pecho y dirigirse a sus mejillas cuando oyó la voz de Gabriel a sus espaldas. Se separó de Evan, que parecía más que encantado con la situación, y tragó grueso antes de girarse.

Era demasiado.

Demasiado.

Tendría que lavarse el cerebro con agua bendita.

—Eh... hola. —Paso la mirada por sus hombros, su pecho, su cabello—... hola...

Estaba demasiado acostumbrada a sus trajes oscuros y aburridos. A su rostro sin una gota de maquillaje y su cabello peinado a la perfección. Aquello era tan distinto, y a la vez le quedaba tan bien. Gabriel traía una camisa blanca y holgada, abierta por el pecho y metida dentro de unos pantalones, blancos también. Una aureola destacaba sobre su cabeza y un maquillaje más oscuro que se piel se paseaba por sus brazos, su pecho y su rostro.

Se mordió el labio inferior.

—Te ves muy bien.

Él alzó una mano, haciendo el amago de tocarla, aunque volvió a bajarla a los pocos segundos.

—Tú te ves... más inalcanzable que de costumbre.

Quizá se ruborizó otra vez.

«Que mal me haces, Mercier».

Alguien tosió detrás de ella. Aimeé lo ignoró.

— ¿Entonces viniste tú de ángel? —cuestionó, dándole otro repaso.

—El ángel Gabriel —respondió él—. Después de todo ya tengo el nombre en su honor. ¿Y tú?

—Perséfone, Diosa de la primavera y la fertilidad.

En aquella ocasión, se repasó a sí misma. Lo cierto era que estaba contenta con el resultado de su vestuario. Aunque lucía un poco menos sofisticada que algunos, lo adoraba de todas formas. Llevaba un vestido unido con una soga por su cintura, dejando un escote bastante amplio. Leonora había peinado su cabello, llenándolo de flores y colocando su corona de sol encima. Por sus brazos se encontraban brazaletes con forma de hojas, en aquel momento más que nunca los sentía helados contra su piel.

Al ver que Gabriel no respondía, ocultó una sonrisita satisfecha antes de hacerse hacia un lado, dejando ver a sus amigos.

Carraspeó.

—Eh... a Léon ya lo conoces, y ella es Isabeau. Isa, ellos son Evan y...

—Y Gabriel Mercier —respondió la rubia, con los ojos desorbitados. Cuando el castaño posó su vista sobre ella, su amiga comenzó a temblar—. M-me di cuenta...

—La famosa Isabeau —respondió él, ladeando la cabeza. Se acercó para darle un beso en cada mejilla—. Es un gusto.

Su amiga la observó con los labios entreabiertos, y la pregunta grabada en su mirada. «¡¿Le has hablado de mí?!».

—Y yo soy Evan —se presentó el moreno, dando un paso hacia adelante—. Lo que no tengo en fama lo compenso con belleza, y además yo sí estoy soltero.

Gabriel frunció el ceño con confusión.

—Yo también.

Evan alternó su mirada entre su amigo y ella.

— ¿Lo estás?

Ay, Dios.

No quería lidiar con lo que viniera después, así que se giró a Léon, quien observaba todo con un ceño fruncido y los brazos cruzados. Sabía que no le agradaba Gabriel, que incluso antes de su entrevista con Aimeé lo consideraba un imbécil. Aun así, no había abierto la boca todavía para soltar nada malo, por lo que apreciaba eso.

Finalmente, Gabriel se giró para saludar a Léon. Sabía que no iba a ser lo más agradable del mundo. Después de todo, su amigo lo había insultado a la cara, y Gabriel no parecía ser la clase de personas que perdonaran rápido. Ambos se dieron un extraño asentimiento de cabeza, y eso fue todo.

Siquiera intercambiaron una palabra.

— ¿Saben qué? —Interrumpió Evan, dando una palmada—. Prefiero no estar cuando estalle la guerra. Iré a tomar algo. ¿Vienes conmigo, preciosa?

A Isabeau le tomó un par de segundos entender que se estaba refiriendo a ella.

—No, gracias. Estoy bien aquí.

Evan asintió con una sonrisita cortés, y se retiró en busca de la barra.

Cuantas más personas se alejaban, más sentía que podía asfixiarse. Era imposible ignorar la tensión entre Léon y Gabriel, y Aimeé todavía no había podido procesar del todo lo bien que se veía este último.

Se sintió mal por desear que Léon e Isabeau se esfumaran.

—No sabía que fueras a dejar que te pusieran maquillaje encima —murmuró, girándose apenas hacia Gabriel—. La última vez te veías hasta asqueado.

Él arrugo la nariz como cada vez que algo le incomodaba o disgustaba.

—Evan insistió. Y bueno... tuve ayuda de una amiga. Yo solo no habría logrado que quedara ni la mitad de bien.

Aimeé mordió el interior de su mejilla.

—Pues agradécele de mi parte. —Cuando él alzó una ceja, sintió sus mejillas calentarse—. Es que los detalles rojos te quedan muy bien.

Léon resopló detrás de ella, y susurró tan bajo que Gabriel no fue capaz de oír:

—Es solo un poco de maquillaje.

Aimeé lo ignoró otra vez. A él y a la mirada de advertencia que le lanzó Isabeau.

Gabriel se detuvo por un instante antes de volver hablar.

—No es lo que estoy acostumbrado a hacer, aunque tampoco está nada mal —respondió, pasando su mirada por las mangas de su camisa—. Ah, también tuve a dos personas burlarse de mí hasta el cansancio por tener una rata en mi departamento. Por todo lo demás, creo que estamos bien.

—No es una rata —murmuró.

Algo destiló en sus ojos.

—Ya lo sé.

— ¿Lo alimentaste antes de venir? —cuestionó.

Aimeé se estaba tomando muy en serio su tarea de cuidar de ese animal. Le enviaba mensajes a Gabriel todos los días para saber si lo había alimentado, y había diseñado junto a Léon y Monet unos anuncios para dejar en la veterinaria, por si a alguien se le ocurría adoptarlo.

No había tenido suerte hasta el momento.

—Dos veces. Esa cosa es insaciable.

Isabeau la observó con el ceño fruncido y los labios apenas entreabiertos.

— ¿Le diste una rata? —cuestionó la rubia.

—El conejillo de indias del que les conté —corrigió—. Todavía estoy intentando encontrarle un hogar.

Léon le colocó una mano sobre su hombro.

—Si se vuelve muy molesto, puedo cuidarlo por un tiempo —se ofreció.

Fue a decirle que no, cuando Gabriel respondió por ella.

—Está bien conmigo, gracias.

—No parecías muy contento hace unos segundos.

—Eh, también puedo cuidarlo yo —intervino Isabeau, con la voz temblorosa—. Digo, si quieres...

—No necesito que nadie más cuide de Fisgón —interrumpió—. Gabriel se está encargando de eso.

Creyó que estaba alucinando cuando el mencionado sonrió.

—Por ahora —murmuró Léon. Y Gabriel, que no se había guardado ni una sola queja en cuanto al animal que había metido en su departamento, cuadró los hombros y pareció muy seguro al soltar:

—Por cuanto tiempo sea necesario.

El silencio instantáneo que le siguió a aquella declaración, fue tan denso que casi pudo sentirlo en la piel. Podía entender la actitud de Gabriel. Suponía que no debía estar predispuesto a ser muy amigable con alguien que adoraba hacer comentarios pasivo agresivos en su rostro.

Pero de verdad que quería que todos pudieran llevarse bien.

Volvió a cruzar miradas con Isabeau, quien tomó a Léon por el brazo con delicadeza.

—Oye, no quieres que vayamos a beber algo con Monet, así...

—Ve tú si quieres —respondió él, cruzándose de brazos—. Yo estoy bien.

— ¿Seguro que no quieres beber nada? —cuestionó Gabriel.

Su amigo cuadró los hombros.

—No voy a irme.

Estaba harta.

—Entonces nos vamos nosotros.

Tomó a Gabriel por la muñeca y no se lo pensó ni un segundo antes de arrastrarlo en cualquier dirección. No le importaba a donde, solo quería alejarse de allí. La conocida sensación de molestia en su garganta, la picazón en sus ojos se hicieron presentes en cuestión de segundos.

No podía creer que quisiera llorar por una tontería.

¡Es que no lo entendía! ¿Qué le costaba a Léon ser amable con él? ¿Por qué no podían llevarse bien? Los hermanos Roux era de las personas que más adoraba en la vida. Siempre la habían ayudado cuando más lo había necesitado, y la hacían sentir en casa. Claro que a veces podían ser algo sobreprotectores, mas aquello estaba cruzando la línea.

Caminó, caminó y caminó sin detenerse.

Gabriel no dijo nada. De hecho, se encontraba tan callado que de no ser porque lo tenía sujeto, hubiera pensado que no la había seguido.

Visualizó una puerta al final del salón. Sabía con exactitud a donde daba, porque había estado allí la última vez. Un pequeño balcón con vista al jardín.

Perfecto si querían evitar ser fotografiados.

Cuando el viento helado la golpeó en la cara, creyó que iba a largarse a llorar de verdad. No soportaba la idea de hacerlo allí, frente a él. Soltó la mano de Gabriel y caminó de a pasos apresurados hasta llegar al barandal. Se colocó todo el cabello hacia un lado, y comenzó a jugar con él como una forma de calmarse.

¿Por qué tenía que ser tan sensible? ¿Por qué tenían que afectarle tanto cosas que a los demás siquiera les importaban? Por lo general no le molestaba ser así, experimentar sus sensaciones a carne viva, pero en momentos como aquel, deseaba poder ser un poco más imperturbable como Gabriel.

—Perdona por eso —comenzó a balbucear—. Ya sabes que...

Mas toda palabra murió en sus labios cuando sintió su cercanía contra su espalda, y un solo dedo paseándose por su nuca.

—No sabía que tenías un tatuaje —murmuró él. Su aliento le hizo cosquillas.

Como acto de reflejo se pasó la mano por la zona.

Sí, tenía uno. Una pequeña rosa apenas visible detrás de su oreja. Había sido una de las primeras cosas que había hecho al mudarse a Paris.

Quiso soltar algo ingenioso, o sarcástico. Sin embargo, todo lo que estaba en su mente era su toque contra su piel, y lo bien que se veía.

Carraspeó.

—Sí.

— ¿Por qué?

—Seguro que puedes adivinar —lo animó—. No es muy complicado.

El silencio los rodeó por un par de segundos.

— ¿Por El Principito? —preguntó finalmente.

—Bingo

Suspirando, se giró para observarlo, recostando la espalda contra la barandilla. Gabriel tenía una expresión de serenidad en su rostro que no había esperado. No había ningún rastro de enojo. Casi sonrió. Para ser una persona que le molestaban tantas cosas, no parecía particularmente irritado por la situación.

De todas formas le debía una disculpa.

—Perdón —repitió, bajando la mirada—. No sé por qué es así.

Él dio otro paso hacia adelante, quedando todavía más cerca.

—Yo creo que puedo hacerme una idea —respondió—. Le gustas, Aimeé.

—No digas eso.

Sabía que estaba en negación. Si analizaba el comportamiento de sus últimos meses, era cierto que Gabriel podía tener razón. No quería siquiera pensarlo. Léon era lo más parecido a un hermano que tenía. Era su familia. Todos los Roux lo eran.

—No importa —insistió ella—. De todas formas, perdona. No debería portarse así contigo.

—Y tú no tienes por qué disculparte. Son sus acciones no las tuyas. No eres responsable por él.

Volvió a alzar el rostro para verlo.

— ¿Sabes qué? —curioseó, después de pensárselo un tiempo.

— ¿Qué?

—Me parece que tu reputación te queda un poco grande. En realidad eres un amor.

Quizá era un poco directo, y soltaba opiniones cuando nadie las pedía. Quizá también era bastante maleducado y por alguna razón odiaba saludar a las personas. Quizá odiaba a las personas en general. Y también tenía un programa en el que disfrutaba de hacer sufrir a sus invitados.

Bien, se había ganado gran parte de su reputación.

¿Pero cuantas veces había sido paciente con ella? ¿Cuántas veces había aceptado sus pedidos sin que hiciera falta repetirlo demasiadas veces? Había dejado que Monet se subiera a su coche, borracha; y había aceptado cuidar de un animal que había encontrado en la calle.

Se sentía estúpida pero la hacía sentir... especial.

No distinta. Eso lo había sido toda su vida, y tampoco quería diferenciarse de las demás mujeres como si fuera superior por ello. Él la hacía sentir... como nadie nunca había logrado hacerla sentir antes. Expectante, nerviosa. Y se estaba tomando su tiempo para hacerlo. Todavía no había vuelto a besarla desde aquella vez en su coche.

Gabriel interrumpió sus pensamientos al acorralarla contra el barandal. Con una lentitud exasperante y sin dejar de mirarla, extendió sus brazos y colocó una mano a cada uno de sus lados.

—Puedo ser un hijo de puta cuando quiero —respondió, y Aimeé pudo sentir el peso de su mirada cuando ladeó la cabeza para inspeccionarla mejor. Desde donde se encontraba, tenía la mejor vista a su escote—, pero tengo mis debilidades por algunas personas.

—Me imagino que no serán demasiadas —balbuceó.

—Por ahora solo cuatro, no planeo muchas más. —Mordiéndose el labio inferior, Aimeé pensó que Evan y Josette tenían que formar parte de esa lista—. Volviendo a lo que ocurrió allí dentro...

Negó con la cabeza.

—No quiero hablar de eso. Es vergonzoso.

Él la ignoró.

— ¿Por qué nunca les dices nada? —insistió, con la voz tan suave, que sintió que quería volver a llorar—. ¿Por qué incluso cuando estás molesta intentas ser...?

— ¿Ser qué?

Gabriel arrugó la nariz.

—Tan amable que es repulsivo.

Bufó.

—Wow. Gracias.

—Sabes a lo que me refiero —continuó él. Retuvo el aire en sus pulmones cuando una de sus subió por su costado y no se detuvo hasta acunar su mejilla derecha. Sobre la cual se encontraba su cicatriz, lo hubiera notado o no—. ¿Por qué no te enfadas con ellos como te enfadaste conmigo cuando no quise adoptar una rata?

Escondió la sonrisa que amenazaba con mostrase girando un tanto su rostro hacia la derecha.

—No estaba hablando en serio.

—Fue muy convincente de todas formas.

La mitad de sus pensamientos se esfumaron y la otra mitad se derritieron cuando Gabriel comenzó a mover su pulgar de manera distraída, paseándose por su mejilla, y la punta de sus labios. Siquiera pareciera que estuviera pensando mucho en ello. Tenía la mirada perdida en algún punto detrás de ella, y a Aimeé le pareció bien, porque entonces podía admirar su rostro si ser tan condenadamente obvia.

Hasta que, claro, él volvió a hablar.

—Dime si me equivoco, por favor... —murmuró, devolviendo su atención a ella. A Aimeé le hubiera encantando poder describir la calidez en sus ojos—. Pero creo que lo haces a propósito, que no te enfadas con ellos. ¿Te molesta no complacerlos?

Toda comodidad desapareció de golpe, al igual que la calidez. De repente, se sentía helada. La pelinegra irguió la espalda y se cruzó de brazos.

—No es tu asunto.

Gabriel chasqueó la lengua, alejándose un poco.

—Está bien.

Lo conocía. Sabía que soltaba ese gesto cuando algo le molestaba. Cuando se estaba conteniendo para soltar algo que no debía.

Y, sin embargo, debía reconocer que acababa de darle la razón. Le había dicho de forma directa y a la cara lo que le molestaba, sin temor a su respuesta; cuando no había podido hacer lo mismo con Léon hacía un par de minutos.

— ¿Podemos hablar de otra cosa? —pidió—. No quiero pensar en Léon.

— ¿En qué quieres pensar?

Prefería no pensar.

—No lo sé —respondió, tras razonarlo por un momento—. Cuéntame alguna de esas cosas tuyas de filosofía.

Él alzó una ceja.

— ¿Te importaría ser más específica?

¿Más específica? No sabía nada sobre filosofía.

—No sé —balbuceó—, ¿Algo de todo eso que mencionaste cuando me llevaste a cenar al restaurante más pretencioso de la ciudad?

Gabriel no respondió, aunque una sonrisita ladina escaló por sus comisuras. Dio dos pasos hacia atrás y se alejó de ella, solo para recostarse sobre la barandilla, a su lado.

Aimeé suspiró. Lo que habría dado por poder reconocer el color exacto de sus ojos. Memorizar su tono y pintarlo por toda su habitación, para así poder continuar sintiendo ese cosquilleo cálido en el estómago incluso cuando estaba lejos. Se le ocurrió, mientras lo pescaba mirándola de reojo, que replicar el exacto efecto que su mirada tenía sobre ella, sería una maldición y a la vez una bendición.

Eso era Gabriel Mercier, una contradicción andante sin principio ni final

—Supongo que te estarás refiriendo al amor celestial, porque con todas esas novelas eróticas que tienes, no creo que te interese el idealismo o los cínicos.

El calor se extendió por sus mejillas. Había olvidado que él las había visto.

—Mmh.

Gabriel se inclinó sobre sus codos para quedar más cerca de la altura de su rostro.

—Fue Pausanias quien creó el concepto de amor popular y celestial —comenzó—. Según él, el amor popular es aquel en el que solo se ama el cuerpo. Es un amor que no es duradero, porque se ama algo que no dura.

—Ya, ¿Cómo Leonardo DiCaprio que no ha tenido una novia debajo de los veinticinco años jamás?

—Sí, más o menos como eso —respondió él, pasándose una mano por el cabello—. Sin embargo, en el amor celestial, lo que se ama es el alma. Dos amantes celestiales se unen con el propósito de no separarse nunca. El amante de un alma bella permanece fiel toda su vida porque ama lo que es duradero.

— ¿Y si la persona cambia? —inquirió—. Quiero decir, todos cambiamos, todo el tiempo, pero hablo de... en profundidad. No digo que no tenga sentido, solo que entonces no es eterno.

Gabriel se encogió de hombros.

—Nunca dije que su razonamiento fuera perfecto. De todas formas, no importa cuánto cambie una persona, su esencia siempre se mantiene. Su alma.

Aimeé sacudió la cabeza, continuaba sin estar de acuerdo.

— ¿Y qué más?

—Los pensamientos de Pausanias están incluidos dentro "El Banquete". Son una serie de reflexiones sobre el amor por distintos filósofos. — ¿Gabriel Mercier leyendo un libro sobre reflexiones del amor? Quizá sí escondía un par de sorpresas—. Según Phaidros, el ejército más poderoso del mundo, estaría compuesto por amantes y amados.

— ¿Por qué?

Él se inclinó un poco más.

—Porque si hay alguien a quien un amante no querría ver morir, es a su amado. Solo los amantes saben morir el uno por el otro.

Aimeé arrugó la nariz sin darse cuenta.

—Eso es... un poco cruel y sanguinario, aunque no puedo contradecirlo.

—El mejor es el de Aristófanes —prosiguió—. Según él los humanos antiguos tenían forma redonda, cuatro brazos, cuatro piernas y dos caras.

— ¿Y este es tu favorito? —cuestionó, alzando una ceja.

Gabriel ignoró su comentario, sacudiendo la cabeza, y continuó hablando. Le daba la sensación de que a cada segundo que trascurría, se acercaba un poco más a ella.

—Los humanos tuvieron la osadía de subir al cielo y combatir contra los dioses.

— ¿Por qué?

— ¿Ambición? —Probó, encogiéndose de hombros—. Los Dioses, para castigarlos, los cortaron a la mitad, y desde entonces, cada mitad intentó encontrar aquella de la que había sido separada. Algunos pasaron toda su vida buscando su otra mitad, sin entender lo que su alma pedía.

— ¿Esa es tu interpretación favorita? —Indagó, una sonrisa abriéndose paso por sus comisuras—. ¿La más triste de todas?

— ¿No te parece que poner a amantes como soldados en una guerra es peor? Y esa no es mi explicación favorita en general, tan solo la que prefiero en ese libro.

No creía que nunca lo hubiera visto tan emocionado por... nada. Ni decir tantas palabras juntas. Y eso le gustaba, así que continuó animándolo.

—Está bien. ¿Cuál es tu explicación favorita general?

—El amor platónico.

Oh, conocía ese.

— ¿No es eso como un amor imposible?

Él le respondió con una simple negación de cabeza.

—Es lo que todo el mundo cree, aunque no. Platón era un idealista, y creía en la existencia de dos mundos: el sensible y el intangible —explicó, acomodándose el cabello. Aimeé no podía hacer otra cosa que no fuera asentir con la cabeza, como si comprendiera algo—. En el mundo sensible pertenece aquello que podemos sentir y percibir. En el mundo intangible, el mundo de las ideas, pertenecen las almas. Según él, nuestras almas eternas, se unen a nuestros cuerpos para vagar durante un tiempo determinado.

—Sigo sin entender qué tiene que ver todo esto con el amor.

—El amor es un ente que vive en el mundo de las ideas. Nosotros, presos de nuestros cuerpos mortales, jamás seremos capaces de percibirlo por completo, solo una interpretación del amor. El amor no es aquel que se dirige a una persona, a un recipiente imperfecto, sino a la esencia trascendente, al alma.

Apretado los labios, Aimeé dejó caer su cabeza hacia atrás.

—Acabo de descubrir que odio la filosofía —murmuró.

No le sorprendía, la verdad. No le gustaban los textos complicados ni tener que pensar demasiado para comprender lo que le estaban contando. Aimeé prefería todo lo que fuera más sencillo, le gustaba sentirse en una montaña rusa de emociones por tan solo un par de palabras en un papel.

Gabriel continuó hablando, sin embargo.

— ¿Sabes que opinaba Platón del déjà vú?

— ¿Qué?

—Que nuestra alma eterna, encarnada en nuestro cuerpo, al percibir experiencias en el mundo sensible, no las conoce, sino que las reconoce —explicó. La pelinegra solo pudo pensar en lo adorable que se veía con el brillo de la emoción en sus ojos—. El momento de deja vu ocurre porque estás reconociendo sensaciones que tu alma experimentó en otro cuerpo, de su vida pasada.

—Es por esto por lo que odio leer libros complejos —balbuceó ella por lo bajo—. ¿Sabes qué? Tengo una mente simple, y eso está bien. Haré de cuenta que entendí algo de todo lo que acabas de decir. Prefiero la descripción del amor de mis libros eróticos.

— ¿Y cuál sería esa?

Aimeé tomó una bocanada de aire y se lo pensó por unos segundos.

—Que te quieran es... que se preocupen por ti —resolvió—. Que te escuchen, se sientan en paz a tu lado y, en algunas ocasiones, que crean que eres la mujer más guapa del universo.

— ¿Ya está? —Interrogó él, alzando una ceja—. ¿Eso es el amor?

—Soy una chica sencilla, así que sí. Amo a la mitad de las personas que me cruzo todos los días e incluso quiero a los animales moribundos que me encuentro en la calle. No necesito ninguna explicación compleja.

—No es una explicación compleja.

—Pues lo pusiste en palabras complejas.

—Querer a alguien de verdad es quererlo por su esencia, por lo que hace única a esa persona, sin importar su exterior —explicó, ladeando la cabeza—. ¿Así es más sencillo?

—Ah, ¿Así que la atracción física no existe en esta explicación? —se burló—. ¿Nada de tensión sexual nunca? Pobres los que quieran de verdad.

Gabriel irguió su espalda, retrocediendo todos los centímetros que había avanzado hacia ella.

—Pues ya coincidimos en algo —murmuró.

— ¿En qué?

—Pobres los que quieran de verdad.

Oh. Eso se había vuelto bastante melancólico bastante rápido. Gabriel dio otro paso hacia atrás, y volvió a su expresión de seriedad usual, antes de girarse y cambiar de posición. Apoyó sus antebrazos contra la barandilla, teniendo a la vista el jardín entero que se encontraba detrás del edificio.

Aimeé se mantuvo quieta en su lugar por un par de segundos, antes de imitarlo.

—Lo hiciste otra vez —murmuró él, sin mover su vista del paisaje—. Hace un rato.

— ¿Eh?

—Confundiste el color —explicó—. Dijiste que mi maquillaje era rojo, supongo que pensaste que era sangre. No lo es. Es dorado.

Sintió el rastro de calor, pánico y vergüenza viajar desde su pecho hasta su rostro. Todo cobró un poco más de sentido entonces. La mirada de advertencia de Isabeau no había sido por Léon, había sido por ella.

Había sido una estúpida.

—Oh.

Solo entonces se giró a mirarla.

—Sabes que ya lo sé.

A pesar de que había estado esperando aquella conversación por una semana, no pudo evitar la manera en que se le hundió el pecho. De repente, el oxígeno a su alrededor no era suficiente.

Aimeé asintió con la cabeza.

—Sí. Lo que hiciste... no sé cómo lo supiste, pero lo que hiciste en tu camerino fue horrible.

Había experimentado con ella. Eso había hecho. En lugar de simplemente decirle lo que creía, hablarle como una persona normal y hacerle saber que había notado que solía confundirse los colores, Gabriel le había tendido una trampa.

Él cuadró los hombros.

—Ya.

— ¿Ya? —repitió—. ¿Es todo lo que vas a decir?

Creyó que iba a oír una disculpa, mas él tan solo chasqueó la lengua y continuó.

—No es complicado darse cuenta. Casi nunca mencionas los colores y cuando lo haces, muchas veces lo haces mal.

Dudó si soltar lo siguiente, pero en aquel punto, ¿Qué tanto daño hacía que supiera un poco más? Si no se lo contaba, estaba segura de que no le costaría sumar dos con dos y descubrirlo. Se había dado cuenta de la cicatriz incluso antes de que ella se lo permitiera, y se había dado cuenta de sus problemas de vista.

Era peligroso lo observador que podía llegar a ser sin que nadie se diera cuenta.

—No los veo —admitió, abrazándose a sí misma—. Ningún color. Nada. Mi vista es como una película en blanco y negro.

— ¿Por qué? —cuestionó. Su voz era dura y fría—. ¿Siempre fue así?

Negó con la cabeza.

—Fue un accidente. El mismo accidente en el que me hice esto. —Señaló la cicatriz en su mejilla. Invisible, escondida por todas las capas de maquillaje que llevaba encima.

— ¿Cómo?

¿Por qué le estaba hablando de esa forma? ¿Por qué de la nada se había vuelto tan distante? Fue como si volviera a encontrarse en aquel sofá, en el estudio de grabación. Un parpadeo y había vuelto a la noche de la entrevista. Ese era el Gabriel Mercier que tenía delante.

Quería llorar, mas continuó.

—Fue el día de mi graduación. Mis padres no tenían mucho dinero. Era complicado ganar una buena suma en un pueblo en el medio de la nada. Así que cuando... cuando renovaron la casa... hicieron lo que pudieron. Contrataron uno de esos electricistas baratos para hacer la conexión eléctrica de la casa. Y bueno, ya sabes lo que dicen...

—Lo barato sale caro —completó, apretando los labios.

—Sí. El... el calefón explotó por una falla mientras todos dormíamos. Fue un desastre, la casa se quemó... o bueno, eso es lo que me contaron. Mis padres dormían en la habitación junto al baño. Nunca quise preguntar qué fue la causa de muerte, si fue algún golpe, o tuvieron que soportar quemarse vivos. Pero yo tuve suerte. —Soltó una baja risa, drenada de humor—. O bueno, todo el mundo dice que tuve suerte. El impacto no llegó con tanta fuerza hasta mi habitación, aunque sí causó que saliera disparada. El golpe en la cabeza causó que perdiera la inconciencia. Y entonces me desperté en el hospital con esto —murmuró señalando su mejilla—. Un pedazo de lámina había salido volando e hizo un tajo en parte de mi cara. También dijeron que tuve suerte en eso. Podría haber perdido un ojo. De todas formas, eso no fue lo peor, lo peor fue abrir los ojos y notar que todo lo que me rodeaba estaba en blanco y negro. Que no podía...

Gabriel la cortó cuando su voz comenzó a temblar.

— ¿Por qué?

Aimeé le dio una mirada de reojo. No comprendía nada de lo que estaba ocurriendo. Solo sabía que quería que se detuviera. Quería terminar la historia y volver a su departamento.

—Los médicos me hicieron unos exámenes, y dijeron que fue por el traumatismo sufrido por el cerebro. Se llama acromatopsia —explicó. En cuanto hubo terminado, se limpió las manos en el vestido y se giró hacia el castaño—. ¿Eso era todo lo que querías oír?

—No.

No agregó nada más. A cada segundo que trascurría, Aimeé sentía que el nudo en su garganta se volvía más fuerte, y más doloroso. Bajó la cabeza por unos segundos, y reunió las fuerzas suficientes para murmurar:

—Por favor... por favor mantén el secreto —pidió—. No puedes contárselo a nadie.

Gabriel volvió a mantenerse callado.

La escudriñó igual que antes, como si quisiera memorizar y analizar cada aspecto de ella. Salvo que en aquella ocasión, sus ojos se sentían fríos y distantes. El hecho de que hubiera puesto una mayor distancia entre ellos solo lo hacía peor.

Su pulso no hizo más que aumentar hasta que Gabriel estuvo listo para darle una respuesta.

Se esperó cualquier reacción menos que comenzara a alejarse.






N/A:

ª

AAAA HASKDHA NI YO SÉ CÓMO SENTIRME CON ESTO. 

NO ME MATEN POR DEJAR EL CAPÍTULO EN LA MEJOR PARTE, les prometo que el próximo arranca JUSTO DESDE ACÁ. 

Tengo muchas cosas sobre las que quiero hablar así que empecemos por lo primero: LA ROPA. Puede que no sea la mejor describiéndola pero no se dan UNA IDEA de lo hermosos que están todos vestidos. 

Para que se lo imaginen mejor hice público un tablero en pinterest con la vestimenta de todos los personajes (Léon, Monet, Isabeau, Evan, Gabriel y Aimeé). Les dejo el link el enlace externo pero también lo tienen en mi bio ;)

Y TAMBIÉN HICE ESTE DIBUJO DE AIMEÉ Y GABRIEL <3

ignoren las caras POR FAVOR HACE MUCHO QUE NO DIBUJABA (jaksja tampoco le presten mucha atención a las manos).  Pero estoy enamorada, en especial por como quedó el vestido de Aimeé <3

En un futuro seguro haga un dibujito con todos los personajes y como iban vestidos. 

BUENO AHORA SÍ. 

No me maten, ni a mi ni a Gabi. Yo más que nada porque tengo que seguir viva para seguir subiendo caps <3 

Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar, nos vemos en el próximo <3

Besitoss <3

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