Capítulo 15 (Parte 2)
Cuando logró tranquilizarse y hubo reunido el valor suficiente, se aferró a su conejillo de indias con fuerza, y salió del camerino. En el estudio, los demás continuaban mirándola con desconcierto. La verdad era que ella tampoco comprendía del todo qué estaba haciendo allí.
Avanzó hacia las sillas plegables que se encontraban en el fondo, justo en donde Virginia se encontraba sentada. Bien. Le hacía falta algo de ánimo en aquel momento. La adolescente le sonrió con el mismo entusiasmo que antes, y le hizo una seña para que se sentara junto a ella.
—No sé qué magia traes contigo —le murmuró—, pero si conseguiste que Gabriel se pusiera algo de maquillaje en la cara, deberías venir con él todas las semanas.
Le sonrió en respuesta, sentándose a su lado, y enseguida clavó su mirada en el Gabriel, a un par de metros. Estaba hablando con Luco, no llegaba a oír de qué, mas se notaba que se estaba deshaciendo de la tensión que había mostrado en el camerino. El Gabriel Mercier que tenía delante, era el que disfrutaba hundir la reputación de los demás, el que estaba atento a todo detalle.
Y luego... su invitado de la noche llegó.
No podía creerlo.
¡Era Blaise Duchamp!
Recordaba haberlo visto en por lo menos dos películas románticas. Isabeau lo adoraba y la obligaba a verlas todo el tiempo. Ambos se presentaron de la misma forma en que lo había hecho con ella. Se dieron un apretón de manos muy formal, y caminaron hacia los sofás.
Aimeé recordaba cómo se había sentido la última vez que había estado en aquella habitación, como si estuviera cavando su propia tumba. Y a pesar de que aquella noche todo había salido bien, que Gabriel no había podido probar ninguna mentira, la había descubierto meses más tarde. No sabía cómo, pero acababa de hacerlo.
Acarició le pelaje de Fisgón con más fuerza.
Se perdió los primeros minutos por estar demasiado metida en sus pensamientos. Solo comenzó a prestarles atención cuando Virginia le dio un codazo, apenas con fuerza, y los señaló a ambos con la cabeza.
Cuando Aimeé siguió su mirada, se encontró con que Gabriel ya la estaba observando. Fue un solo instante hasta que volviera a girarse hacia Blaise.
—Así que, comenzaste tu carrera bastante temprano.
El mencionado asintió con la cabeza, animado.
—Sí. A los diecisiete tuve mi primer protagónico en una película. No creí que fueran a llamarme cuando hice la entrevista —comentó—, apenas sabía nada de actuación.
—Se notó bastante.
Virginia carcajeó por lo bajo a su lado.
—...Sí.
—Como odio cuando hace esto —murmuró la adolescente.
Aimeé frunció el ceño.
— ¿Cuándo hace qué?
¿Ser descortés?
—Poner tan incómodo a su invitado que comienza a sudar —respondió ella, antes de volver a hacerle una seña con la cabeza—. Mira.
La pelinegra obedeció.
—Había decenas de actores con muchísima más experiencia —comentó Gabriel, de forma distraída. Aunque Aimeé lo conocía, estaba cualquier cosa menos distraído—, y, sin embargo, te eligieron a ti. Cuanta suerte.
El invitado tragó grueso antes de volver a asentir, con una sonrisita temblorosa.
—Ni yo podía creerlo. Los productores dijeron que mi energía era muy similar al personaje. Que era todo lo que habían imaginado para el rol.
—El productor... Thibault Candelon, ¿No? Íntimo amigo de tu padre.
Blaise paseó la mirada por todo el lugar.
—Yo no diría que ínfimo amigo...
—Por supuesto que —lo interrumpió—, siendo uno de los actores más famosos en la historia de Francia durante la década de los setenta, tu padre debe estar rodeado de amigos.
—Pues claro, todo el mundo lo adora.
Se mantuvo en silencio, atenta a todo lo que estaba ocurriendo. Verlo desde afuera la ponía todavía más nerviosa. Y ahora que conocía a Gabriel, tenía la sensación de saber lo que estaba pensando en todo momento. Sabía con exactitud cuando la otra persona soltaba algo que le agradaba, con lo que podía trabajar; solo por la manera en que se acomodaba en el asiento y prestaba más atención.
—Sabes, había un rumor muy cómico sobre esto. Varias personas creían que la razón principal para tu... éxito en la actuación, eran los contactos de tu padre.
El invitado sonrió, negando con la cabeza.
—Que locura.
—Sí, ¿No?
—Mi padre es una persona de valores, jamás haría algo así.
—Estoy de acuerdo. Además, cualquiera que crea lo contrario, tan solo tiene que echar un vistazo a tu filmografía. No es como si todas las películas en las que hayas participado fueran producidas por personas cercanas a ti o a tu padre.
Blaise dio una mirada nerviosa hacia donde se encontraba su agente. Aimeé notó que había perdido todo el rastro de relajación que había tenido en un principio.
—No, para nada.
—Está, por ejemplo... —Gabriel ladeó la cabeza, intentando pensar—. ¿Cuál película?
Aimeé supo en el momento en que Blaise se dio cuenta de que no se le ocurriría nada ingenioso para responder. Apretó los labios con fuerza y lo observó a Gabriel con hastío. Aimeé supuso que el castaño debía estar acostumbrado a esa clase de miradas, porque siquiera se inmutó.
—Ninguna. No hay ninguna.
—Me siento mal por él.
Dio un respingo ante la voz masculina que se escuchó a su izquierda. En cuanto giró el cuello, descubrió a Jessé, el encargado del vestuario, sentado a su lado. Él le frunció el ceño a su conejillo de indias, y devolvió la mirada al frente, donde la entrevista continuaba.
— ¿Por qué? —se atrevió a preguntar.
—Conociendo a Gabriel, ni siquiera hemos llegado a la peor parte.
...
GABRIEL
Minutos más tarde, cuando apagaron las luces y las cámaras dejaron de grabar, Blaise Duchamp se alejó de él, no sin antes soltarle en la cara lo insoportable que era, ni darle una de esas miradas de odio a las que estaba tremendamente acostumbrado.
Luco se acercó a felicitarlo como hacía siempre, incluso le agradeció por haberle hecho caso y colocarse el maquillaje sobre sus ojeras, por primera vez en su vida. Aimeé había tenido razón al decir que apenas iba a notarlo. Cada tanto se olvidaba que lo tenía encima. Y, sin embargo, continuaba sintiéndose incómodo.
Se despidió de su productor y se acercó a Aimeé. Se encontraba sentada en una de esas sillas plegables cerca de los pasillos, con Virginia y Jessé a su lado. Mantenía a su rata gorda escondida debajo de su abrigo, como si fuera una adolescente cometiendo una travesura.
Le sonrió ni bien estuvo frente a ella.
— ¿Y? ¿Qué tal?
La observó a Virginia, también, solo para disimular un poco.
—No estuvo mal. —admitió ella, encogiéndose de hombros.
—Creo que lo hiciste llorar —agregó Jessé.
Qué raro, debía ser la primera vez que escuchaba su voz.
— ¿Qué? No.
Su asistente asintió con la cabeza.
—Sí, lo hiciste llorar.
Lo que le faltaba.
—No dije nada que no fuera verdad. —se defendió—. ¿O vas a decirme que no sabía que papi pagaba por su carrera?
Virginia comenzó a defenderlo, por supuesto. Le encantaba verle el lado positivo a todo, encontrarles las virtudes a todos. Quizá por eso continuaba insistiendo en ser su amiga, porque después de todo no lo encontraba tan insoportable.
—Quizá es solo una consecuencia...
Jessé negó con la cabeza hacia ella.
—Nepotismo, googlealo.
Aquello era raro. Nunca había mantenido una conversación con él. Nunca había mantenido ninguna conversación con la mayoría de los demás empleados. Solo Luco y Virginia.
Carraspeando, volvió la mirada hacia Aimeé, que lo estudiaba con los ojos bien abiertos. Aún no olvidaba lo que le había dicho en su camerino antes de salir. Continuaba dándole vueltas, aunque la verdad era que prefería no sacar el tema a colación en aquel momento. Prefería dejarlo escondido por un poco más de tiempo.
Hizo una seña con la cabeza.
— ¿Vamos?
Asintiendo con la cabeza, la pelinegra se levantó de su asiento y se despidió de sus compañeros. Él acabó por hacer lo mismo, moviendo la mano antes de guiarla de vuelta hasta su vestidor. Aimeé aguardó con paciencia hasta que volvió a enfundarse en sus vaqueros y el suéter que le quedaba demasiadas tallas más pequeño.
También se quitó el corrector de sus ojeras con una toallita húmeda.
— ¿Y ahora qué? —indagó ella, mientras la guiaba hacia el elevador.
Era increíble como todos los demás la adoraban. Sus compañeros de trabajo se despidieron de ella como si llevara trabajando en aquel mismo estudio por años, y fuera una íntima amiga de todos ellos. A Gabriel, la mayoría lo ignoró.
Mejor.
—No lo sé, ¿Debería llevarte a casa?
En cuanto las puertas del elevador se cerraron sobre su cara, tomó todo de si no besarla contra una de las esquinas.
Joder, que tenía una rata entre los brazos.
—Aunque me encantaría decir que no, creo que deberías. Le prometí a Isabeau que la ayudaría con un proyecto para la universidad.
— ¿Continúa en la universidad?
Aimeé se encogió de hombros.
—Ella es menor que yo —explicó.
Ya en la planta baja, comenzaron a caminar en dirección a su coche. Le hacía gracia la manera en que la pelinegra se movía. A pasitos rápidos y frenéticos, ahora con un animal entre sus brazos. Parecía que siempre estuviera apurada.
— ¿Cómo la conociste? —curioseo.
—Mmm salí con su hermano mayor. —murmuró—. ¡Hace mucho tiempo! No tienes por lo que preocuparte.
Se le escapó una sonrisita.
—No sabía que tenía que preocuparme.
Salvo que se preocupaba. A Gabriel le encantaba preocuparse por todo.
Ella volvió a encogerse de hombros.
Enseguida llegaron a su auto. Aimeé, como siempre, tomó asiento en el lugar de copiloto; y él volvió a alegrarse de que ella no tuviera que darle instrucciones en aquella ocasión.
—Sobre Fisgón... cuando pueda pasaré a comprarle alimento y todo lo que vayas a necesitar. Seguro que el veterinario puede darle un buen baño, por si te da asco.
—Me da asco porque es una rata —insistió.
Dios, que preciosa era cuando fruncía el ceño y los labios. Cuando algo le molestaba, no tanto como para enfadarla, y se le notaba en cada poro de su piel. Era tan expresiva que le encantaba. Una sola mirada a su rostro y podía saber la mitad de las cosas que pasaban por su cabeza.
Por supuesto que la otra mitad era un completo misterio.
Aún así, a Gabriel le gustaban los misterios. Era bueno resolviéndolos.
—No voy a comenzar esa discusión otra vez.
—No tienes que preocuparte, creo que puedo sobrevivir una semana con esa cosa —aseguró.
La pelinegra acarició el pelaje de Fisgón con cariño.
—En realidad me preocupa que esta cosa no pueda sobrevivir una semana contigo.
—No voy a matarlo.
—Permíteme dudarlo. ¿Tuviste una mascota, alguna vez?
—No. Ninguna.
— ¿Nunca?
—No.
Ella bufó.
—Que aburrido.
—Me lo has dicho como cinco veces hoy.
—Oye, es que lo eres. No te lo tomes mal, eres adorable y estás muy bueno hasta cuando eres aburrido.
No puso del todo que contestar a eso.
Por suerte, no tuvo que hacerlo. Su celular sonó, tan oportuno como siempre, indicando que tenía una llamada. Fue a rechazarla cuando notó que se trataba de Evan. Contestó la llamada, y fue a llevarse el teléfono hasta la oreja cuando una mano lo detuvo.
— ¡Eh! —lo regañó la pelinegra—. ¿Vas a contestar mientras conduces?
— ¿Esa es Aimeé? —la voz de su mejor amigo sonaba temblorosa del otro lado.
Tapó el micrófono contra su pecho, y le dio una mirada a su acompañante.
—Solo esta vez. —respondió. Luego, se llevó el celular a la oreja—. ¿Qué pasa?
— ¿Estás con Aimeé? —repitió Evan.
Frunció el ceño.
— ¿Estás resfriado?
—Estoy llorando, estúpido —replicó él, molesto—. Cosa que no creo que sepas porque no lo haces nunca.
Parpadeó.
— ¿Por qué? ¿Qué... pasó?
— ¿Estás con mi celebrity crush sí o no?
Le dio una mirada de reojo a Aimeé.
—Sí, ¿Por qué?
Silencio.
— ¿Le mandas besitos de mi parte?
Suspiró, doblando a la derecha.
— ¿Vas a decirme qué te pasa?
Oyó el sonido de un par mantas, y luego un golpe seco contra el suelo.
—Nada. ¿Qué me va a pasar?
—No lo sé, ¿Se extinguieron las estrellas y esas cosas? —probó—. ¿Te quedaste sin trabajo?
—Las estrellas no... ugh. Lucille terminó conmigo.
—Oh.
Oh.
Lucille era la novia de Evan. Llevaba siéndolo por una buena cantidad de tiempo. Y aunque Gabriel no era su mayor fan —era mutuo—, Evan la quería, y sabía que debía dolerle la ruptura. Era esa clase de personas a la que no le gustaban los cambios. Ni las emociones fuertes. Muchísimo menos los corazones rotos.
—Supongo que estarás feliz —ironizó Evan.
A decir verdad...
—Bueno...
— ¡Gabriel!
—Nunca me cayó bien, ¿Sí? —Se defendió—. Me trataba como si fuera un imbécil.
Aimeé le lanzaba miraditas curiosidad.
—Eres un imbécil.
Volvió a suspirar, intentando llenarse de paciencia.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué terminaron?
—Se ve que no soy suficiente para ella.
—Está loca.
—Soy demasiado aburrido —continuó el moreno, tropezándose con sus palabras—. Con muy pocas ambiciones... No lo sé, se ve que todo eso de tener un trabajo estable ya no las calienta a las mujeres. ¿Qué les gusta a las mujeres?
— ¿Te emborrachaste con vino otra vez?
—...No.
No podía creerlo.
—Aguarda...
— ¡Oye! —Lo interrumpió Evan—. ¿Sabrías que podría hacerme sentir mejor?
—No.
—Aimeé Salomón.
—Voy a cortar.
—Pregúntale si le parezco atractivo, anda —insistió él.
«Seguro que sí».
—Pasaré en cuanto pueda. —aseguró
— ¡Pregúntale cuál es su ti...!
Cortó la llamada antes de que terminara la oración, a pesar de que Gabriel sabía muy bien qué iba a pedirle. Devolvió el celular hacia el bolsillo de su celular, y se concentró en el camino, incapaz de ignorar los atentos ojos oscuros posados sobre él.
—Era Evan —aclaró—. Te manda saludos.
—Dile que yo también.
Hizo una mueca, volviendo a doblar hacia la derecha.
—Acaba de terminar con su novia, así que...
— ¡Oh! Pobrecito. Irás a verlo, ¿No?
Asintió con la cabeza.
—Luego de dejarte en el edificio.
— ¿Crees que Fisgón sea mucho problema? —indagó ella—. Puedo quedármelo por esta noche.
—No, está bien. Va a burlarse de mí hasta quedarse dormido, pero está bien.
Por lo menos así lograría que dejara de llorar.
Continuó conduciendo hasta llegar a su edificio. No supo qué hacer con la sensación de que el conjunto de cuadras que formaban su barrio estaba comenzando a volverse familiar. Había un café en la esquina y un restaurante a los pocos metros. Las calles eran adoquinadas, como en gran parte de la ciudad, y todo el barrió parecía haber sido construido el siglo pasado.
Estacionó justo frente a la entrada, y se alegró de no encontrarse con ninguna otra rata cerca de esta. O cuy. O conejillo de indias. Lo que fuera.
Gabriel se detuvo justo donde comenzaban las escaleras que llevaban hasta la puerta. Aimeé hizo lo mismo. Escondió ambas manos en sus bolsillos mientras la pelinegra se giraba para quedar justo frente a él. Bueno, un par de centímetros por debajo, en realidad.
—Bueno... —carraspeó—. Gracias por venir conmigo hoy.
—Gracias por invitarme.
«Pregúntale, sabes que quieres hacerlo».
—Y gracias por cuidar de Fisgón —continuó ella—. Prometo que no tardaré en encontrarle un lugar en el que pueda quedarse.
Se encogió de hombros.
—No hay problema.
Por Dios. Si se hubiera escuchado a si mismo tres meses antes, se hubiera tomado por un estúpido.
— ¿Te veré el fin de semana, entonces? —Cuestionó, comenzando a acomodar el animal entre sus brazos—. ¿En la gala?
—Tal vez.
Lo cierto era que, muy probablemente, acabara por ir.
Rodando los ojos, Aimeé le extendió a Fisgón, y Gabriel hizo lo mejor por acunar a la rata sin lastimar su pata herida. En cuanto hubo terminado, Aimeé hizo lo usual. Se colocó de puntillas frente a él, y se sostuvo por sus hombros para dejar un beso en cada mejilla.
Y, al igual que siempre, Gabriel contuvo el impulso de besarla en los labios.
No sabía por qué. Ya lo había hecho una vez, ¿Qué le costaba una segunda?
Se despidió de ella y se obligó a conducir hacia el departamento de Evan. Cuando llegó, su mejor amigo lo recibió envuelto en mantas y con los ojos irritados. Lo primero por lo que preguntó fue si había llevado a Aimeé con él. Hizo un puchero cuando le respondió que no. Tardó medio minuto en darse cuenta que traía un animal entre los brazos, y otros treinta segundos en comenzar a burlarse de él.
— ¿Logró que una rata se volviera tu nueva mascota? —Balbuceó, apenas podía entenderle por la forma en que arrastraba las palabras—. Esa mujer es mi alma gemela y no lo sabe.
Le dio algo de agua y comida a Fisgón antes de dejarlo descansar en una cama improvisada que hizo con edredones de Evan. No sabía qué comían los conejillos de indias así que esperó que las sobras de su mejor amigo le bastaran. Y que no lo mataran.
Luego, ordenó el departamento de su amigo, y lo escuchó quejarse sobre su relación hasta el cansancio. No sabía que decir en aquellas situaciones, ni cómo hacerlo sentir mejor, así que esperó que con estar ahí, sirviendo el mismo propósito que una estatua, fuera suficiente. Hasta que Evan decidió que tenía sueño, y se arrastró a su habitación a eso de las tres de la mañana.
Gabriel odiaba dormir en casas que no fueran la suya. Muchísimo más si siquiera tendría una cama, no obstante, acabó por acostarse en el sofá de todas formas. Le dolía el cuello y tenía que doblar las piernas para poder caber. Cerró los ojos de inmediato y, luego de batallar por un par de minutos, se quedó dormido.
Para su sorpresa, dormir aquella noche no se sintió como un parpadeo. Sino como si lo arrastraran hacia un lugar muchísimo más calmado. Y cuando su mente se apagó, cuando dejó de pensar de preocuparse por cosas que vivan en el pasado, fueron unos ojos oscuros y un par de mejillas pecosas los que lo recibieron en sus sueños.
N/A:
¡Hola! Ya sé que vengo super tarde, perdón, pero como compensación les traigo un capítulo super largo (básicamente, un mini maratón :D).
¿Cómo están? ¿Qué hicieron en las últimas dos semanas?
Yo empecé a ver The Good Place y me la terminé el dos días. Es buenísima por favor>>>
¿Qué les pareció el capítulo? Quiero meter a Virginia en todas partes pero no hay tantos capítulos con ella :c
Y al pobre Evan le rompieron el corazoncito. No pasa nada, tengo mejores planes para él.
Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar. El próximo capítulo tiene algo que me encanta mucho y que si tengo suerte lo voy a poder acompañar con dibujitos para que se lo imaginen mejor (cuando digo si tengo suerte en realidad quiero decir si los puedo dibujar lol).
Nos vemos en el próximo capítulo.
PD: no se si lo vieron pero hice públicos mis tableros de pinterest para que puedan verlos. Hasta ahora solo hay de mis historias terminadas (DP y DCI) porque tienen algunos spoilers. El link está en mi bio :)
Besos <3<3<3
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