Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14


GABRIEL

Fueron en su auto.

Había notado que Aimeé no tenía el suyo propio, lo que tenía que ser ridículo. No se debía a falta de dinero, eso seguro. No comprendía cómo se manejaba por la ciudad sin uno.

La pelinegra se había subido al asiento de copiloto, y desde allí llevaba dándole indicaciones. Al igual que la última vez, no eran para nada premeditadas, y casi había doblado en contramano dos veces por su culpa. Cada vez que se quejaba, ella sonreía con maldad, como si lo hiciera a propósito. Se rehusaba a decirle a dónde lo estaba llevando.

—A la derecha.

Claro que tuvo que pegar un volantazo. Había comenzado a acostumbrarse.

—Podrías avisarme antes —murmuró, dándole una mirada de reojo.

Aimeé estiró sus comisuras.

—Te avisé antes.

—No, me avistaste casi pasada la esquina.

—Eso es antes, ¿No?

La estudió por tanto tiempo como pudo, hasta devolver los ojos al camino. La pelinegra mantenía una expresión de fingida inocencia y tamborileaba sus dedos sobre su regazo. No se lo había dicho antes y no lo admitiría jamás, pero extrañaba la vista de sus muslos desnudos por debajo del ras de su vestido.

— ¿Te levantaste con el pie izquierdo hoy? —bromeó.

Aimeé se giró hacia él, y le sostuvo la mirada por un par de segundos.

—En realidad me levanté de muy buen humor.

Sonrió.

Eso era bueno, ¿No? Si se había levantado de buen humor significaba que no había hecho un mal trabajo la noche anterior.

Él, por su parte, no había podido pegar ni un ojo, aunque eso no era ninguna novedad.

— ¿Si? ¿Dormiste bien anoche?

—Más que bien. ¿Y tú? —Ladeó la cabeza—. ¿Qué tal tus sueños?

Recordó entonces lo que le había dicho antes de marcharse. «Espero que tengas unas buenas noches. Y que sueñes conmigo».

—No recuerdo haber soñado nada.

Aimeé exageró una mueca.

—Que lastima. En la próxima, a la derecha.

Pegó otro volantazo, sin quejarse en aquella ocasión. Ya se había acostumbrado a sus pésimas indicaciones. A lo mejor le hacía un favor al mundo al no tener un coche.

—Hablando en serio, casi nunca sueño —comentó.

Aimeé reaccionó tal como lo había supuesto. De la misma manera en que lo había hecho Evan cuando se lo soltó de casualidad. Sus labios se volvieron una línea recta y lo miró como si acabara de soltar que odiaba los perritos, o no le gustaba el chocolate.

—Tienes que estar bromeando.

—No digo que no sueñe nunca —aclaró—, solo que lo hago poco. O que si lo hago, no lo recuerdo.

Ella bufó.

—Por supuesto que a ti te ocurriría eso —murmuró, sacudiendo la cabeza y sonriendo apenas.

— ¿Qué?

— ¿No soñar? Va contigo y toda tu personalidad de amargado.

—Que si sueño —refunfuñó—. A veces.

— ¿Y no sabes por qué no sueñas? —curioseó, inclinándose hacia él. El olor a lavanda que desprendía de ella y que lo había rodeado desde que se habían subido al auto, entonces no hizo más aumentar—. ¿O por qué no lo recuerdas?

—Lo busqué una vez. Es posible que sea por exceso de cansancio, estrés o tener descontrolados los ciclos del sueño.

—Es decir, que necesitas unas vacaciones.

—Sí, más o menos eso.

— ¡Oh, ahora a la izquierda! —Gabriel dobló, tal como le había pedido—. Y tendría que ser por esta calle, justo... ¡ahí!

Le dio un vistazo al sitio que señalaba mientras buscaba algún lugar libre para aparcar. Frunció el ceño en cuanto reconoció el local, y más aún la cantidad de personas que había dentro.

— ¿Una hamburguesería? —cuestionó, frunciendo el ceño.

Ella asintió con la cabeza.

—La mejor en todo Paris.

—No vuelvas a decir eso.

Ella sonrió mientras lo observaba estacionar. No supo por qué lo puso tan nervioso su atención en algo tan mundano. En sus manos sobre el volante y luego en la parte superior de su cuerpo girada para poder ver lo que había detrás.

—Sabía que no te gustaría —comentó la pelinegra luego de que por fin apagara el motor.

— ¿Por eso me trajiste?

Abrió su puerta y comenzó a bajarse. Aimeé hizo lo mismo, y solo cuando estuvieron fuera del coche, retomó la conversación.

—Pues sí. Estás juzgando solo por su fachada y porque no tiene platos refinados con nombres de conceptos de filosofía griega que nadie entiende.

Se le escapó una mueca, ofendido.

—No hago eso. Nada más no me gusta la comida grasosa.

Aimeé negó con la cabeza y entrelazó su brazo con el suyo, comenzando a caminar en dirección al local de comida.

—Eres increíble. Vamos, seguro logro que cambies de opinión.

Ni bien estuvo dentro, le costó reprimir una mueca. No le gustaba la comida grasosa. Odiaba como le sentaba y el sabor que dejaba en su boca. Aimeé, ajena a todo, lo condujo a una de las mesas del fondo, con la cabeza un tanto gacha. Supo que si salían de allí sin que nadie los reconociera —en especial a ella— sería un milagro.

Él tomó el asiento que se encontraba contra la pared, y ella justo frente a él, quedando a espaldas del resto.

—Vengo aquí todo el tiempo —comentó Aimeé, dejando su bolso sobre el asiento e inclinándose hacia adelante—. Más que nada con Monet e Isabeau. Ya verás que algo te gusta.

Frunció el ceño.

— ¿Quién es Isabeau?

—Oh, es otra amiga. No la has conocido todavía... aunque no estoy del todo segura sobre si quiero que lo hagas.

Otra vez, quizá se ofendió un poco de más para algo que no tenía tanta importancia. Esperó que no se le notara.

— ¿Por qué?

—Porque la asustarías —aseguró, asintiendo con la cabeza para darle más énfasis—. Seguro que saldría llorando.

Ladeó la cabeza.

—No soy tan terrible.

—Ella es muy sensible, y ha visto tus entrevistas así que ya te tiene miedo.

Nunca había pensado en eso. Le gustaba su reputación. Le gustaba que las personas temieran pisar su programa. Pero no se había preocupado por los efectos que aquello podría suponer fuera del estudio.

Aunque por lo general tampoco le interesaba conocer mucha gente, así que no estaba mal que algunos no quisieran acercársele.

Para su suerte, a la muñequita que tenía delante le gustaba estar cerca. Muy cerca.

— ¿De verdad?

—No te sientas especial, eh. Le tiene miedo a medio mundo.

La mesera los interrumpió, colocándose junto a ambos, con su mirada fija en su libretita. Debía ser apenas una adolescente, no mucho menor que Virginia. No fue hasta que bajó su libreta y posó su mirada en ambos, que sus ojos se abrieron con fuerza.

—Oh —Fue todo lo que dijo por un par de segundos—. Dios. Sabía... sabía que sueles venir a este lugar, jamás creí... ay Dios mío.

Gabriel rodó los ojos. Allí iban otra vez. Halagos y autógrafos a donde fuera que la pelinegra pisara. Se preguntó cómo no se volvía asfixiante para ella. A él, por lo menos, no tanta gente lo quería.

Aimeé solo le sonrió a la chiquilla en respuesta.

—Ni siquiera soy fan de la pintura. No entiendo nada de cuadros —explicó la adolescente. Movía tanto las manos que no sabía cómo no se mareaba—. Pero es súper fuerte verte en persona... Si eres más preciosa que en las fotos.

—Gracias.

—Soy nueva en este trabajo, y por la escena que estoy haciendo, quizá ni dure mucho, así que, ¿Te molestaría sacarte una foto conmigo? Si no quieres no hay problema, claro.

Aimeé siquiera se detuvo a pensarlo. Asintió con la cabeza de inmediato, estirando las comisuras.

—Seguro.

— ¡Ay! Ay, muchas gracias...

—Si no te molesta, prefiero que sea después de pagar la cuenta. Para no llamar mucho la atención.

—Claro. Sí. Cuando tú quieras. Esto... muchísimas gracias, de verdad. —Se limpió las manos en su uniforme, con nerviosismo, y fue como si por primera vez viera lo que traía en una de ellas—. Ah, y estas son sus cartas. V-volveré enseguida.

La camarera desapareció tan rápido como llegó, volviendo a dejarlos solos. Gabriel aprovechó para ojear el menú. Como suponía, nada de lo que leía le resultaba demasiado apetecible. No comprendía como, de todos los locales de la ciudad, ella voluntariamente decidía frecuentar aquel.

— ¿Por qué te gusta tanto este lugar? —cuestionó, frunciendo los labios.

Cuando alzó la vista, se encontró con que ella ya lo estaba mirando. Por supuesto, ¿Para qué se molestaría en mirar el menú? Seguro que ya sabía lo que quería.

—Nací en un pueblo en medio de la nada —explicó—, ¿Sabes cuantas oportunidades tuve de comer tanta comida chatarra? Pues muy pocas.

—Incluso en los pueblos hay locales de comida rápida.

Ella negó con la cabeza.

—Es que el mío estaba en el medio de la nada de verdad. Creo que apenas llegaba a los tres mil habitantes. Estábamos rodeados de montañas y las casas eran muy antiguas. Había dos restaurantes en todo el pueblo, y eso era todo. Una sola escuela, apenas un par de casas... ya te harás una idea.

De verdad le fascinaba lo mucho que era capaz de hablar cuando se relajaba. Todo lo que soltaba sobre si misma sin siquiera detenerse a pensarlo. Aunque quizá no debió haberse sorprendido. Así era como la gente normal se comunicaba.

Cruzó sus brazos sobre la mesa, inclinándose hacia delante de la misma forma en que lo había hecho ella.

— ¿Es por eso que, de todos los edificios de Paris, elegiste el más viejo y repleto de humedad? —curioseó—. ¿Te recuerda a tu hogar?

Aimeé parpadeó como si la hubiera tomado con la guardia baja. Supuso que lo había hecho. Entreabrió los labios, y pasaron un par de segundos hasta que asintió con lentitud.

—Nunca lo había pensado. Supongo que sí.

— ¿Y nunca saliste de ese lugar? ¿Hasta mudarte a Paris?

Se le colorearon un poco las mejillas. No podía creer que esa era la misma mujer que le había susurrado al oído que soñara con ella sin siquiera inmutarse.

—No había salido del país hasta hace poco. Monet me arrastró hasta Inglaterra por una semana en verano.

— ¿Y te gustaría viajar más?

— ¡Sí! —Exclamó, tan entusiasmada que sintió que se podía morir de ternura—. Me encantaría visitar todo el mundo, en especial Latinoamérica, más aún, las playas de Argentina y Brasil. Tal vez México. No he salido mucho del país porque... eh... no sé otro idioma. Apenas manejo el francés, no quiero imaginarme inglés o español.

Lo asaltó el más estúpido de los pensamientos.

Sacudió apenas la cabeza para quitárselo de encima.

—Yo también estuve en Inglaterra un par de veces. Evan nació allí, así que a veces lo acompaño a visitar a su familia.

—Me agradó Evan —comentó ella, jugando con el borde del menú—. Creí que tendrías amigos más...

— ¿Amargados?

Aimeé sonrió, negando con la cabeza.

—Iba a decir serios. Hacen una buena combinación.

Más le valía. Era su único amigo.

—Perdón, ¿Ya saben que van a pedir?

Giro la cabeza hacia la camarera, que los observaba a ambos —a Aimeé— con el mismo entusiasmo que hacía unos pocos minutos. La pelinegra asintió con la cabeza.

—Una especial de pollo, por favor. Y un agua.

La adolescente deslizó su mirada a él, esperando su pedido. Tuvo que ojear el menú por última vez, solo para asegurarse de que nada le apetecía.

Tendría suerte si no vomitaba.

—Eh... una hamburguesa simple. Y un agua también.

—Enseguida.

La mesera tomó sus menús y se alejó igual de nerviosa que como había llegado.

—No pongas esa cara —insistió Aimeé, al notar que continuaba con el ceño fruncido—, seguro que acaba gustándote.

—Seguro.

—Y sino... —Alzó un hombro con coquetería mientras extendía sus comisuras—. Pues ya sabes, quedará en tu mano elegir el próximo lugar.

Estiró las piernas con cuidado, y entrelazó las manos sobre la mesa. Todo eso sin quitarle la mirada de encima. Ni un poco. No le molestaba que continuara ofreciendo cenas, así por lo menos no tendría que torturarse para ser él quien le pidiera una.

—Cuidado con ofrecer tantas citas. Volveré para cobrármelas.

—Eso espero.

«Bien».

De pronto, se sintió ridículamente consiente de que llevaba dos días sin responder el último mensaje que Channel le había enviado, preguntándole cuando podía pasarse por su departamento.

«Tengo que aprovecharte ahora que eres todo mío. Cuando la muñequita ponga sus manitos sobre ti... no escaparás».

Tragó grueso.

Para su suerte, Aimeé comenzó a hablar otra vez. Aunque quizá de lo último que hubiera querido.

—Sobre la cicatriz...

Se irguió en el asiento.

Sus ojos volaron a aquella parcela de piel sobre su mejilla, cubierta por maquillaje. Tenía que ser de muy buena cobertura, siquiera podía notarla.

—Tenías razón, no debería haber preguntado —interrumpió. Se sentía terrible por haberlo hecho—. Debería haber pensado antes de hablar.

Aimeé se encogió de hombros.

—Ya sabemos que careces de modales.

No parecía enfadada. Ni afectada en gran medida.

—Lo siento, de verdad —repitió.

—No es la gran cosa, de todas formas. Me la hice hace un par de años. Hubo un accidente con el calefón de casa y una lámina me hizo un tajo en el rostro. —Debió haber puesto una cara de espanto demasiado obvia, porque ella se apresuró a negar con la cabeza—. Suena horrible pero no me afecta tanto, siquiera la noto.

—Continúas siendo preciosa, con o sin cicatriz.

Aimeé lo miró por encima de sus pestañas. Le dio la impresión de que estaba apenas alzando una ceja.

—Eso ya lo sé.

Si sintió como un imbécil. Más de lo que ya era.

— ¿Por qué la ocultas, entonces?

—No lo sé —admitió—. Cuando me mudé a Paris solía hacerlo todo el tiempo. No me gustaba verla. Y cuando comenzaron a tomarme fotografías y a invitarme a entrevistas... se volvió una costumbre. Lo cierto era que no quería que preguntaran, no quería tener que contar la historia.

— ¿Y ahora?

—Ahora me da lo mismo. Desearía no haberla escondido desde un principio, porque entonces no tendría que preocuparme por tenerla cubierta cada vez que salgo del departamento. Es muy tedioso e insoportable.

— ¿Y por qué no lo dejas y ya está?

—Ya sabes por qué. Sería un escándalo. Tampoco me molestaría mucho, pero le prometí a Célestine que me mantendría alejada de ellos por un tiempo. Quizá... quizá en algún momento podría hacerlo.

Asintió la cabeza, aunque Gabriel sabía que eso no era todo. Sería un iluso si lo pensara. Había más en el fondo, algo de lo que no estaba dispuesta a hablar. Algo que escondía, como siempre.

Sin embargo, no preguntó más.

La camarera llegó con sus pedidos —que llegaran tan rápido le hizo dudar de su calidad— y se despidió de ambos con una sonrisita. Gabriel contempló su hamburguesa por un par de segundos, y acabó por darle un bocado cuando Aimeé lo animó.

— ¿Qué tal está?

Para sorpresa suya, no tan grasosa como había esperado. Ni tan cargada. Lo cierto era que no estaba nada mal.

No pensaba admitirlo en voz alta.

—Podría estar peor.

Aimeé rodó los ojos.

—Hoy no pagas, así que no puedes quejarte.

Asintiendo con la cabeza, le dio otro mordisco a su hamburguesa. La pelinegra lo miraba como si hubiera logrado algo imposible. No quiso decirle que, contrario a lo que seguramente pensaba, en algún momento había sido un niño y había sabido —más o menos— como divertirse. No era tan amargado.

—Sobre esa cena que te debo —comenzó ella—. Que sepas que este fin de semana no cuenta.

Frunció el entrecejo.

— ¿Este fin de semana?

Aimeé abrió los ojos con sorpresa mientras le daba otro bocado a su hamburguesa. Había notado que comía los bordes primero, y dejaba el centro para el final.

—Oh, supuse que tú también irías. O que estarías invitado, por lo menos. —Suspiró al notar que no entendía nada—. ¿No? ¿A la gala benéfica?

—Ah, sí, eso. —Sacudía la cabeza—. Me invitaron, no pensaba ir.

Aunque quizá asistir no sonaba tan mal, en especial si sabía que tendría la oportunidad de verla a ella con algún que otro vestido y peinado elegante. Se lo pensaría.

—Se toman la vestimenta muy enserio, así que si planeas ir, deberías comenzar a pensar en lo que llevarás.

La gala benéfica se realizaba anualmente en Paris. Se invitaban modelos, actores, artistas... en fin, cualquiera que fuera relevante. Y el dinero recaudado por el evento era donado a orfanatos y distintos refugios. Cada año se exigía una temática distinta. La de aquel en particular se trataba de mitología y religión.

— ¿Qué llevarás tú? —indagó, inclinándose hacia adelante.

—No pienso decirte.

—Seguro que alguna clase de vestido inspirado en un angelito, ¿Me equivoco?

Podía imaginárselo. Y no le desagradaba para nada como se veía en su cabeza. Seguramente con el cabello recogido, apenas rizado. Un vestido blanco, y si tenía mucha suerte, con un buen escote.

Aimeé sonrió con fingida inocencia, otra vez.

—Te equivocas demasiado si me asocias con los ángeles.

Tragó saliva.

Eso seguro.

Para el momento en que pidieron la cuenta, el local ya estaba bastante vacío. Lo que era un alivio, porque significaría que no llamarían tanto la atención. Fue a sacar el dinero de su billetera para pagar su parte, cuando Aimeé lo detuvo colocándole su mano sobre la suya.

Gabriel alzó la vista, ella le guiñó un ojo.

—Invitas la próxima.

La mesera se mostró más que encantada al notar que le había dejado algo de propina, y las manos volvieron a temblarle cuando fue el momento de tomarse su foto con Aimeé.

Por supuesto, él tuvo que tomarla.

— ¡Muchísimas gracias! No puedo creer que seas tan amable en persona como todo el mundo dice.

«Ya, yo tampoco».

Salieron del local y subieron al coche con rapidez. Encendió el motor y se largó de allí. Sabía que tenía que llevarla a casa, y no tenía ni la más mínima idea de lo que haría si lo invitaba a subir. Morirse de los nervios, seguro.

Condujo en silencio por la gran mayoría de camino. Aimeé se encontraba en el asiento de copiloto, ajena a sus pensamientos. Observaba su celular con el ceño fruncido.

Cuando por fin habló, estaban por llegar a su edificio.

—Volvieron a tomarnos otra foto. —murmuró, mordiéndose el labio inferior.

Dios, no.

Channel iba a burlarse de él.

— ¿Tan rápido?

—La subió alguien a Twitter. —Le extendió el celular, donde se podía verlos a ambos sentados en una de las mesas, inclinados para estar más cerca del otro. Le dio una rápida mirada y volvió la vista al camino—. Me lo mostró Monet. No sé usar Twitter.

— ¿Qué?

—Que la subieron a...

— ¿No sabes usar Twitter?

Ella se encogió de hombros, apagando la pantalla del teléfono.

—No me llevo muy bien con la tecnología.

— ¿Por qué no?

Aimeé le alzó una ceja.

— ¿Si recuerdas que crecí en un pueblo en el medio de la nada?

—Hasta los pueblerinos tienen celulares. —apuntó, ladeando la cabeza.

—Yo no tuve el mío hasta los dieciocho.

— ¿Por qué no?

—A mis padres no les gustaba mucho la tecnología. —explicó. Gabriel dobló por última vez, internándose en la calle en donde se encontraba el edificio de Aimeé—. Había una computadora en casa y el celular de mi madre. Eso era todo. No creas que no me las arreglaba para hacer de las mías de todas formas.

Se la imaginaba como una adolescente traviesa. De las que no tenían demasiadas reglas, pero les encantaba romperlas de todas formas.

— ¿Cómo?

—Mi mejor amiga, Odette, era mi fuente de información.

Asintió con la cabeza, deteniendo el auto por fin. Abrió la puerta delantera, listo para acompañarla hacia la entrada, e incluso hasta su piso se lo permitía. Aimeé hizo lo mismo.

— ¡Ay, no!

— ¿Qué? —Rodeó el auto en cuanto escuchó un quejido de su parte—. ¿Qué pasó? ¿Estás...?

— ¡Mira esa cosita!

Sin embargo, Aimeé se encontraba perfectamente. Parada junto a un montón de basura, inclinada hacia ella. Se acercó para ver de qué se trataba, qué era lo que había provocado su expresión de pena. Hizo una mueca al llegar.

— ¿Esa rata?

— ¡No es una rata!

—Es una rata gorda.

Ella lo golpeó en el brazo.

— ¡Que no! Mira sus ojitos. —insistió—. Es un cuy.

— ¿Un qué?

—Un conejillo de indias. —explicó. Se colocó de cuclillas para estudiarlo más de cerca—. Está lastimado.

—No pensarás tocarlo.

No podía creerlo. Era una rata sucia.

La rata lo miró con sus ojitos llorosos.

— ¡¿Cómo no?! Si está lastimado, mira...

La pelinegra comenzó a quitarse la sudadera que tenía encima, quedándose tan solo con la camiseta de tirantes debajo.

—Podría tener una...

Demasiado tarde. Aimeé ya lo había tomado entre sus manos, con su sudadera de por medio, y lo había llevado a su pecho. Aimeé ignoró su mueca de asco y comenzó a acariciarle el pelaje con dulzura.

—...enfermedad.

—Míralo, ¿No te da pena?

Hizo otra mueca y dio un paso hacia atrás, alejándose de ella.

—Me da asco.

—Está lastimado. —Insistió, estudiando su pata delantera—. Alguien debe haberlo abandonado. Cosita hermosa, voy a llamarte Fisgón.

— ¿Fisgón?

—Como el de "Cuentos que no son cuentos".

— ¿Qué es eso?

Aimeé dejó de acariciar al animal. Levantó la mirada con rapidez, y le dejó ver sus paletas separadas cuando entreabrió los labios con sorpresa.

— ¿Nunca viste la película?

Ladeó la cabeza.

— ¿Debería?

—Eres... —negó con la cabeza—. Olvídalo.

Gabriel escondió ambas manos en sus bolsillos, y se limitó a cerrar la boca mientras ella, con cuidado, inspeccionaba a su bola de pelos, asegurándose que no estuviera herida en ningún otro lugar. Sus manos eran suaves y cuidadosas, como si estuviera tocando un cachorro o un bebé, y no una rata.

— ¿Vas a quedártelo?

Silencio.

—Uhm... no aceptan mascotas en este edificio.

«Menos mal».

—Vas a dejarlo, entonces.

Aimeé negó con la cabeza.

Por Dios, que mujer tan testaruda.

—No puedo hacer eso. —insistió—. Tiene una pata lastimada. Podría morirse.

—Cientos de ratas se mueren en esta ciudad.

— ¡Qué no es una rata!

Si era una rata.

Suspiró.

— ¿Qué vas a hacer, entonces?

Silencio otra vez.

Aimeé se mordía el labio inferior con nerviosismo.

—De casualidad... —comenzó, girándose hacia él y colocando los mismos ojos tristes que aquella bola de pelos le había dedicado—. ¿Tu edificio admite mascotas?

Ah, no.

Eso sí que no.

Eso nunca.

—Sí. —Sonrió—. Pero no admite ratas.

— ¡Te dije que no es una rata! —se quejó Aimeé, estirando sus brazos para acercarle la... cosa esa. Hizo una mueca y volvió a dar un paso hacia atrás. Ella lo ignoró—. Es un cuy. Es diferente. Por favor... Gabriel...

—No.

— ¡Hasta que encuentre un refugio!

—No.

Hizo un puchero.

—Está lastimado, tiene una patita rota. Puedo llevarlo a una veterinaria, y asegurarme de que no tiene ninguna enfermedad.

—De todas formas no.

— ¡Por favor!

—No.

— ¡Haré lo que quieras!

—No... —Dudó—. ¿Lo que quiera?

Aimeé sonrió con coquetería.

—La mayoría.

No, no, no. Ni ella sería capaz de persuadirlo para tener una bola de pelos en su departamento. No le importaba que pusiera esa expresión, que los ojos le brillaran o que aquella fuera la excusa perfecta para permanecer más tiempo cerca suyo.

Volvió a negar, y la pelinegra lució devastada.

— ¿Todo por una rata?

—Que no... —Negó con la cabeza—. Mira, es un animal doméstico, lo prometo. Tampoco necesitas quedártelo mucho tiempo, solo... solo hasta que le encuentre un lugar... y...

— ¿Estás llorando?

Inclinó un poco la cabeza para poder observarla mejor y... en efecto, tenía los ojos cristalizados. ¿En qué lio se acababa de meter?

— ¡Está lastimado!

—Es... es una rata.

Aimeé apretó los labios con fuerza, aferrando el animal contra su pecho.

—Pues ya está —respondió. Antes de que pudiera detenerla, se giró y comenzó a avanzar hacia su edificio—. Gracias por la ayuda. —Subió los escalones hasta la entrada. Él fue lo suficiente inteligente como para quedarse debajo—. Ni la necesitaba. Que tengas una tarde horrible. Ojalá tu café esté helado, tengas calvicie prematura y...

—Aimeé.

Comenzó a quitar las llaves de su bolso.

—Gracias por acompañarme. —Murmuró, mirándolo por encima del hombro—. Puedo seguir sola.

—Aimeé.

—Hasta nunca.

Suspiró.

— ¿Por cuánto tiempo?

Ella se detuvo.

— ¿Uh?

— ¿Por cuánto tiempo tendría que cuidarlo?

Aimeé se giró con entusiasmo, y comenzó a bajar los escalones.

— ¡No más de dos semanas! Lo prometo. Y no hace ruido. Ni nada. Yo me encargaré de comprarle comida, lo llevaré a la veterinaria... Siquiera te enterarás de que está allí.

Ladeó la cabeza, cruzándose de brazos.

Evan iba a morirse de risa cuando se enterara.

— ¿Pasarás por mi departamento? —Indagó, paseando la vista por su rostro—. Para asegurarte de que esté bien, claro.

Si por lo menos podía sacar algún provecho de la situación...

—Por supuesto. Visitas regulares para garantizar que estés cuidando bien de Fisgón.

Suspiró, negando con la cabeza.

—Tantas molestias por una rata...

La pelinegra dio otro paso hacia adelante. En aquella ocasión, él no retrocedió, ¿De qué serviría? Tendría que convivir con aquella bola de pelos por dos semanas, le convenía acostumbrarse a su presencia.

—Gracias, Gabriel. De verdad. Te debo una.

Eso seguro.

Echó la cabeza hacia atrás, por unos segundos. Esperaba no arrepentirse.

Definitivamente iba a arrepentirse.

— ¿Y ahora qué? —indagó.

—Pues podríamos...

Aimeé no llegó a terminar la oración, el tono de llamada de su celular los interrumpió antes de que pudiera hacerlo. Gabriel lo quitó de su bolsillo, y de alejó un par de pasos para poder responder.

—Qué.

— ¿Qué? —Era la voz de Luco—. ¿Se puede saber dónde estás? Siempre llegas al estudio con media hora de anticipación.

No.

Joder, no.

Repasó mentalmente en qué día se encontraba, y se maldijo al notar que ya era sábado. Y que había olvidado por completo que le tocaba grabar aquella noche. Gabriel nunca olvidaba sus responsabilidades.

—Mierda. Lo olvidé. —Se pasó la mano por el rostro—. Estoy en camino.

—Rápido, tenemos que discutir las preguntas de hoy. Y Virginia tiene que maquillarte.

Arrugó la nariz.

—Haré como que no escuché eso último.

—Gabriel...

—Estaré en quince. —le cortó

—En diez.

—En doce. Adiós.

Volvió a guardar el celular después de terminar la llamada. En cuanto regresó la mirada a Aimeé, sintió que de verdad no quería irse. Además, ¿Qué iba a hacer con una rata en medio del estudio? Luco iba a estrangularlo.

Carraspeó.

—Bueno...

—Ya oí —lo interrumpió ella—. El deber llama.

—Tengo que grabar hoy.

—Está bien.

—Me llevaré la rata...

Aimeé rodó los ojos.

—El cuy. —corrigió.

—... conmigo, y pasaré por una veterinaria luego.

—Está bien.

Con cuidado, arropó al animal con su sudadera y se lo entregó. Conteniendo el disgusto, Gabriel lo sostuvo entre sus brazos como si fuera un cachorro. La rata lo miró con atención, moviendo sus bigotitos.

«Qué asco».

Después de entregarle a Fisgón, Aimeé lo sostuvo por los hombros y le dio un beso en cada mejilla, como era usual. Titubeó por un par de segundos cuando se encontró frente a sus labios. Gabriel pensó en acercarse y besarlos él mismo, mas acabó por alejarse.

Carraspeó, dando un paso hacia atrás.

—Adiós —murmuró.

—Adiós.

Ya se encontraba dado vuelta, listo para caminar hacia su auto, cuando la voz de Aimeé a sus espaldas, lo detuvo.

—O podría ir contigo.

La observó por encima del hombro.

— ¿Quieres venir?

Aimeé se encogió de hombros.

— ¿Por qué no? Además, alguien tiene que cuidar de Fisgón.

Sonrió, asintiendo con la cabeza. Ella debió tomarse su gesto como invitación suficiente, porque avanzó hasta posicionarse a su lado, y entrelazó su brazo con el suyo.

—Está bien. Ven conmigo. 




N/A:

Holaaa. Llego un poquito tarde pero les traigo un capítulo bien largo como recompensa <3 

Me divertí mucho escribiéndolo porque es super caótico, y comparado con los primeros capítulos, siento que Gabi y Aimeé están mucho más cómodos alrededor del otro. (Cuando Aimeé entra en confianza es mucho más atrevida y me encanta). 

Aimeé siendo la persona más dramática y sensible del mundo es mi cosa favorita. No la toquen a mi mujer. 

¿Qué hicieron en la última semana? Yo sufrir porque volvimos a las clases virtuales. 

¿Qué les pareció el capítulo? Si les gustó, no se olviden de votar y comentar. Nos vemos en el próximo. 

Les dejo a Fisgón en multimedia. 

Besitos <3

Pd: voy a seguir con las dedicaciones lol, nada más que me había olvidado. 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro