Capítulo 13
AIMEÉ
Soltó un bufido mientras juntaba su ropa —la que había desparramado por todo el piso y el sofá— con su mano derecha. Con la izquierda, mientras tanto, sostenía su celular contra su oreja, a la vez que oía a Isabeau parlotear.
—Pues ya está. Dejaré todo y me volveré empleada de McDonald's de por vida.
Isabeau era una estudiante un par de años menor que ella. Aunque es verdad que se conocieron porque Aimeé solía salir con su hermano mayor, fue su amor por el arte lo que las unió. Sin embargo, su amiga no tenía tanta suerte como ella. No había crecido su popularidad en los últimos años, continuaba estudiando una carrera que no quería, y su madre se negaba apoyarla.
Suponía que si lo miraba bajo ese lente, en realidad Aimeé lo había tenido bastante fácil.
— ¡No digas eso! —La animó Monet. No se habían dicho ni una palabra desde la escenita de la noche anterior, ni siquiera cuando su amiga las había llamado a ambas. Y la verdad, tampoco quería hacerlo. No quería discutir con ella, tan solo que dejara a Gabriel en paz—. La paciencia tiene sus frutos. Ya sé que es frustrante, pero mírame a mí. También estoy despegando lento, y no pasa nada.
—Pues conmigo sí que pasa. Algo debo estar haciendo mal si, aunque me promocione una de las artistas más queridas de Francia, nadie viene corriendo a comprar mis pinturas.
Corrección, no la había promocionado ella. Había sido Monet usando su cuenta. No tenía ni la más mínima idea de cómo funcionaba Instagram.
—Eso es porque las personas que la siguen a Aimeé, lo hacen porque quieren verla a ella. Tienes que ganarte tu propio público. Es difícil, aunque no imposible.
Isabeau se mantuvo en silencio por un par de segundos.
—Supongo.
—A mí me gustan tus pinturas —la animó Aimeé—. Estoy segura de que no le llevará mucho tiempo al resto del mundo hacer lo mismo.
Su amiga suspiró.
—Ya sé... ya sé... es que... hay días en que no me lo tomo tan bien.
— ¿Quieres que vayamos a verte? —sugirió—. Podríamos hacer algo las tres juntas... despejarte.
— ¿Ahora si tienes tiempo para tus amigos? —soltó Monet.
Aimeé la ignoró. Isa hizo lo mismo.
—No lo sé... —respondió la menor—. Hoy no lo creo. La verdad es que preferiría quedarme encerrada en mi casa con un par de mantas encima. Mañana, quizá.
Asintió, energética, mientras doblaba su ropa y la dejaba en sus cajones. Por Dios, había dejado el lugar hecho un desastre la noche anterior.
—Te tomo la palabra.
—Ya es suficiente sobre mí —continuó Isabeau—, deben estar aburridas. ¿Qué hay de ustedes? Siento que hace meses que no hablamos.
Quizá, entre todo su drama y escándalos... se había olvidado un poco —solo un poco, ¿eh?— de su amiga. Se prometió que sería la última vez.
—Ya sabes que terminé con Marcel —comentó Monet.
—No. Nada de parejas, ni de citas... ni ningún hombre. Pregunté por ustedes.
—No sé si Aimeé será capaz de sostener eso.
Se mordió el labio con fuerza. Aimeé creyó que Monet se sentiría mal por lo ocurrido, pero tan solo la había atacado desde que habían comenzado la llamada.
—Para con eso —pidió—. Por favor.
— ¿De qué me perdí?
El tono confuso de Isabeau fue como música para sus oídos.
—Dijiste nada de hombres —le recordó.
—Me arrepentí. Suéltalo todo.
Sonrió.
—Está bien. Voy a contarlo. Y Monet, si escucho alguna queja de tu parte, o... lo que sea, cortaré la llamada. No me lo arruines.
A ella le tomó un par de segundos responder.
—Está bien.
Inhaló con profundidad. Las manos le temblaban y ya podía sentir sus mejillas calentándose.
—Puede que... mmm... puede que anoche haya besado a Gabriel.
Cerró los ojos con fuerza cuando los chillidos inundaron su oreja. Se quedó parada en medio de la sala, con el celular entre sus dedos.
— ¡¿Qué?!
—Gabriel como el Gabriel —murmuró Isa—. ¿Mercier?
Asintió, una sonrisita amenazaba con tirar de sus labios.
—El mismo.
— ¡¿Anoche?! —exclamó la castaña.
—Creí que te lo vendrías venir.
—Pues... pues sí, pero... no esperaba que tan rápido.
—Yo sí me lo esperaba —admitió la menor—. Vi sus fotos, ¿Sabes? En el restaurante. Todo el mundo habló de eso.
Las fotos. Dios. Si las veía ahora, luego de todo lo que había pasado anoche, no podía ignorar la tensión que había sentido. Las cosquillas en su estómago, en sus labios, en sus dedos.
Entre sus piernas.
—No me lo recuerdes —balbuceó, le ardían las mejillas.
—Yo sí. Y te recuerdo también que lo vieron mis padres. Ya sabes, esos que te quieren como a su propia hija y detestan a la mitad de tus parejas. Quieren conocerlo.
Otra vez, tanto Isabeau como Aimeé ignoraron el comentario de Monet. Aunque no pudo quitarse de la cabeza aquello último. ¿Los Roux querían conocer a Gabriel? No gracias, sería peor que pasar una tarde en el infierno.
Además, no tenía por qué presentárselos. Un beso no significaba nada.
Nada serio.
— ¿Y qué tal estuvo? —curioseó la menor.
—Muy bien —admitió, cerrando los ojos—. Como muy bien. Creo que nunca me había puesto tanto con un beso.
No sabía qué clase de estupidez le había nublado el juicio como para bajar las escaleras con fuerza y volver a su auto en ese momento. Siquiera pensó en que quería decirle, o hacer... solo que se había portado muy atento con ella. Que su mejor amigo y su abuela eran las personas más adorables y divertidas que había conocido, y que jamás creyó que se relacionarían con él.
Y que no le había quitado la mirada de encima durante toda la noche. Cada vez que se giraba para verlo, él ya tenía sus ojos fijos en ella. Y eso le gustaba. La hacía sentir importante.
— ¿Y te fuiste luego? —indagó Monet.
—Sí...
— ¿Por qué?
—Porque... no quería adelantar las cosas. Tampoco es que quiera nada serio, ni necesito tener millones de citas. Solo que siempre me apresuro, y a veces me muevo muy rápido. ¿Tiene sentido?
Isabeau soltó una risita.
—Ha caído.
— ¡Que no!
—Mmmm suena a que sí —la apoyó Monet.
No se oía del todo feliz, aunque por lo menos tampoco le estaba reprochando nada.
— ¿Solo porque no quise tener sexo con él por una vez?
—Si fueras una santita tendría sentido, pero viniendo de ti...
Negó con la cabeza. Le ardían las mejillas.
—Son insoportables —balbuceó.
—Nos adoras.
—No. Las odio.
—Ajá. Repítetelo.
Se examinó en el espejo. La verdad era que no podía darse cuenta si tenía o no las mejillas coloradas. El resto del rostro se encontraba limpio, sin rastro de maquillaje, cubierto de algunas pecas.
Había tenido que ducharse la noche anterior.
—Sobre lo de anoche... —comenzó Monet, carraspeando—. No lamento mi comportamiento. Perdona. Es que no me fio de él. Pero es tu vida, y no tengo derecho a decirte qué hacer. Por eso quiero disculparme por la forma en que actuó Léon.
— ¿Por qué? —Indagó Isabeau—. ¿Qué hizo?
Se llenaba de impotencia de tan solo recordarlo. ¿Qué no había hecho? Le había ordenado que se fuera con él, y solo por eso Aimeé se había atrevido a hacer todo lo contrario. Sabía que se preocupaba por ella, de la misma manera en que se preocupaba por todo el mundo. Léon era bastante sobreprotector. Eso no significaba que le gustara que le dijeran que hacer, mucho menos que fuera hacerle caso.
Por lo general, se guardaba las cosas cuando le molestaban. Eran pequeñeces. Lo de la noche anterior, sin embargo, no lo había sido.
—Me hizo un planteo en medio de la galería —se quejó—. ¡En mí día!
La menor guardó silencio.
— ¿Has hablado con él?
—No. Tampoco quiero hacerlo, por un tiempo. Estoy esperando que ambos nos calmemos.
Eso sería lo mejor. No quería hablar con él si continuaba enfadada. Solo empeoraría las cosas.
—Espero que puedan arreglar las cosas.
«Y yo espero que deje de tratarme como si fuera incapaz de tomar una decisión por mí misma».
—Sí. Yo también.
El sonido del timbre la salvó de tener que continuar aquella conversación. No tenía ganas de seguir discutiendo sobre Léon y su comportamiento. Lo ignoraría hasta que se sintiera lo suficiente valiente como para hablar con él.
Se disculpó con sus amigas al teléfono y tomó sus llaves. Bajó, como siempre, los escalones a saltitos hasta llegar a la entrada. La puerta principal tenía una especia de mirilla para poder saber quién se encontraba del otro lado. Y todo el mundo llegaba a ella, menos Aimeé.
Carraspeó.
— ¿Quién es?
El silencio se prolongó por un par de segundos.
—Gabriel.
No.
No, no, no, no.
¿Qué estaba haciendo ahí?
Tomando una profunda bocanada de aire, dio un paso hacia atrás. Pensó en todo lo que estaba mal. En lo desordenado que estaba su departamento, en el desastre que era ella... y lo peor de todo, lo limpio que estaba su rostro. Sin una pizca de maquillaje que escondiera la cicatriz que recorría su mejilla.
Una punzada de pánico le recorrió todo el cuerpo.
Tragó grueso, y volvió a acercarse.
No podía abrirle la puerta, no así. Tampoco tenía tiempo para ponerse aunque fuera un poco de corrector.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —murmuró.
Se lo imaginó frunciendo el ceño del otro lado.
— ¿Es un delito pasar a saludar?
«Sí. Vete».
—Depende.
Célestine iba a matarla. E iba a enterrar su cuerpo en algún lugar donde nadie la encontraría. Le había pedido no más escándalos, no más problemas, y Aimeé se había encargado de embarrarse de ellos hasta el cuello.
— ¿De qué?
Pegó la frente contra la madera.
—De si la otra persona quiere que la saluden.
—Ah.
Se pasó las manos por el remerón que traía encima, tan grande que le quedaba por debajo de los muslos. Podía pedirle que la esperara, aunque le tomara unos diez minutos maquillarse el rostro. Quizá más. No podía abrirle la puerta en ese instante. No podía olvidar que, por mucho que la memoria de la noche anterior le acelerara el pulso, no podía confiar en él. No del todo.
El recuerdo de él acompañando a su abuela a su habitación hizo que se le encogiera el corazón. No podía ser tan malo si se portaba tan atento con su abuelita, ¿No?
— ¿Quieres que me vaya? —indagó su voz del otro lado.
—No.
Debería haberle dicho que sí.
Célestine iba a matarla de verdad.
—Pero no quieres que me quede.
—Quiero...
Quería abrir aquella puerta y volver a besarlo como la noche anterior. Deseaba volver a ver la sorpresa en sus pupilas, sentir la misma satisfacción que cuando logró cerrarle la boca.
Quizá no era para tanto. Era solo una cicatriz. Una estúpida cicatriz a la que intentaba no darle importancia. De no ser, claro, que tan solo un pequeño círculo de personas conocía su existencia. Que si Gabriel lo deseaba, podía contarle al mundo entero sobre ella, y Aimeé tendría que aclarar por qué la había escondido durante tanto tiempo, cuando la verdad era que ni ella lo sabía del todo.
Creyó que estaría enojado, mas se sorprendió cuando una risa baja, un poco grave, le siguió a su balbuceó.
— ¿No quieres tener esta conversación sin una puerta de por medio?
A la mierda todo. Sí quería.
Quería confiar en él, ser mejor que Léon y Monet, no juzgarlo solo en base a su reputación. Sabía que la tenía bien merecida, pero... había mucho más debajo. Y Aimeé quería conocerlo.
«Es solo una cicatriz» se repitió, aferrándose al picaporte «Quizá ni la nota».
Recordó la manera en que casi la había descubierto la noche en que se ocupó de que llegara a salvo borracha. No. Gabriel era atento, observador. Definitivamente iba a notarla. Además, tampoco era como si fuera una marca disimulada.
Se mordió el labio con fuerza.
¿Y qué si la notaba? ¿De verdad creía que iba a darle tanta importancia? ¿Qué correría hacia su estudio para hablar de ella? Quería creer que era mejor que eso.
Suspiró.
«Léon y Monet lo prohibirían».
Saber eso último fue lo que la impulsó a abrir la puerta de un tirón.
Por supuesto, él se encontraba del otro lado. Sonrió al notar que iba mucho menos informal que a lo que acostumbraba. No había señal de ninguna camisa oscura ni pantalones de vestir. Solo unos cómodos vaqueros y un sweater que, tal como Evan le había dicho, le quedaba demasiado pequeño.
Aimeé fue testigo de la forma en que su mirada se paseaba por toda ella hasta llegar a sus facciones. Y luego... se detuvo. Al igual que aquella noche en su habitación.
Gabriel parpadeó. No apartaba la mirada de su rostro. De su mejilla, en particular.
— ¿Qué...? —Balbuceó—. ¿Cómo te hiciste eso?
Aimeé apoyó la cadera sobre el umbral.
—No puedes ir por la vida preguntándole a la gente como se ha hecho ciertas cicatrices —comentó—. Es de mala educación.
Tampoco era como si él tuviera mucho de eso último. Tenía unos modales pésimos.
Gabriel no respondió.
Estaba comenzando a ponerla nerviosa que la observara tanto, así que se hizo a un lado y señaló el interior del edificio con la cabeza.
—Pasa.
Y él se adentró al instante, con una zancada. Continuaba con las manos en los bolsillos. Inclusive con todo el nerviosismo revolviendo su estómago, Aimeé se las arregló para esbozar una sonrisita mientras se sostenía de la puerta.
— ¿Pasabas a saludar?
Su pecho se sacudió cuando bajó la cabeza hacia ella.
—Sí.
Ahora que se había quitado la preocupación por esa estúpida cicatriz de encima, era como si, por primera vez, todo lo que había ocurrido la noche anterior hubiera pasado al primer plano. Como si con tan solo verlo, el recuerdo de sus dedos vagando por su cabello, por su espalda, de sus labios contra los suyos se hiciera presente.
— ¿Y quieres saludar arriba?
¡Otra sonrisita! No podía creer la cantidad de esas que le había robado.
—Pensaba cobrarme esa cena que me debías —murmuró.
—Apenas es mediodía.
Gabriel se encogió de hombros.
—Almuerzo, entonces.
Con cuidado, Aimeé volvió a cerrar la puerta con llave, y le hizo una seña para que la siguiera por las escaleras. No podía salir a la calle con esas pintas. Después del beso que habían compartido la noche anterior, no comprendía porque estaba tan nerviosa. Sentía que quizá, si se pellizcaba en el brazo, la abandonaría la sensación de que aquella situación era irreal.
Se detuvo mientras abría la puerta de su departamento.
—Ignora el desastre que es todo. Cuando tengo algún evento o exhibición, Monet me da vuelta el armario para vestirme.
En efecto, habían vestidos suyos por toda la sala. Maquillaje desparramado en una mesa pequeña, y zapatos esparcidos por todo el suelo.
— ¿Es tu amiga o tu estilista?
—Un poco de ambas.
Quitó todos los vestidos que se encontraban sobre el sofá, y los aferró a su pecho con fuerza para que no se resbalaran.
—Tengo que poner mucho esfuerzo en verme presentable —explicó, mientras se alejaba por el pasillo, hacia su habitación, de espaldas a ella—, puedes sentarte y esperar mientras tanto.
No se perdió la mirada que le dio, de arriba abajo, como si por primera vez reparara en su ropa. ¿Por qué tenía que haces esas cosas? ¿Por qué la miraba tanto que mandaba su piel a arder?
Él solo asintió.
—Está bien.
Se alejó antes de que se lo volviera a ocurrir que sentarse en su regazo era una buena idea. Se internó en su habitación, y comenzó a rebuscar en su armario. Había decenas y decenas de vestidos, todos le parecían iguales. Algunos más claros, otros más oscuros. Ninguno le convencía. Además, ¿Cuántos grados hacía fuera del edificio?
Pasó la mirada por sus vaqueros, y tomó el que se encontraba por encima de todos. Era de un color azul claro, ¿O gris? No le importó. Era ajustado en la cintura y suelto por las piernas. Tomó cualquier camiseta de tirantes y una sudadera oscura que Monet había bordado con ángeles para ella. No le importó que no fuera lo más elegante del mundo. No teniendo en cuenta a donde planeaba llevarlo.
Lo que más tiempo le llevó fue el maquillaje. Con cuidado, colocó el corrector alrededor de la cicatriz, y se tomó todo el tiempo del mundo para difuminar los bordes, hasta que fue incapaz de notar la diferencia. Una vez que eso estuvo listo, un poco de máscara de pestañas fue suficiente. Cepilló su cabello, y lo colocó todo sobre un moño que sujetó con un broche.
Se contempló con cuidado en el espejo antes de salir, y se dedicó una sonrisita.
—No hagas estupideces —se murmuró a sí misma, para luego abrir la puerta.
En cuanto pasó por el pasillo, descubrió que Gabriel estaba justo donde lo había dejado. Sentado en el sofá, con las piernas ligeramente separadas, y una mano sobre cada muslo. Volvió a darle un repasito de arriba abajo —cosa que se le estaba haciendo costumbre— y en cuanto acabó, alzó una ceja con diversión.
—No sabía que tenías pantalones.
Aimeé rodó los ojos.
—No sabía que le prestaras tanta a atención a mi guardarropa.
Le gustó que eso le arrancara otra sonrisita. Gabriel se puso de pie y caminó hasta llegar hasta ella. Sintió que podía morirse allí mismo cuando le acomodó un mechón de cabello que sobresalía de su peinado, y luego pasó la mirada por el resto del departamento.
— ¿Qué hay en la otra puerta? —curioseó, observando por detrás de ella.
Frunció el ceño mientras se giraba.
— ¿El baño?
—La del final del pasillo.
—Oh, es mi estudio —comentó—. Es la habitación con las mejores vistas, pero es un desastre.
Si algún día se mudaba, seguro que tendría que restaurarla. La pintura y arcilla en las paredes era demasiada.
Gabriel no dijo nada más, continuó observando la puerta con una curiosidad que Aimeé no comprendió del todo, así que aguardó hasta que quitó su atención de pasillo, y luego se dirigió a ella.
— ¿Vamos? —murmuró.
Aimeé asintió, colgando su bolso sobre su hombro. Tenía la ligera sospecha de que no iba a mostrarse tan contento cuando descubriera dónde almorzarían.
—Después de ti.
N/A:
Ya ni pido perdón por tardar mil siglos en subir capítulo porque parece medio una costumbre.
Holaa, ¿Cómo están?
Les cuento que el viernes me vi toda la temporada de Shadow and Bone y ahora no sé que hacer con el vacío existencial que me dejó ni puedo parar de pensar en los personajes. (Si me siguen en twitter pido perdon porque todo lo que hago es hablar de esa serie/libros).
Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar. Un poco cortito pero los dos que siguen me gustan mucho. Yyyyy vamos a volver a ver a Virginia dentro de poco.
Nos vemos en el próximo capítulo.
Besitos <3
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