Capítulo 12
GABRIEL
Quizá haberle pedido a Aimeé que lo dejara llevarla a casa no había sido la mejor de las ideas. Porque luego había tenido las siguientes tres horas para torturarse mentalmente sobre todo lo malo que podría salir de un coche con Aimeé, Josette y Evan dentro; con tiempo de sobra para detallar hasta el peor de los escenarios. Había recorrido el edificio incontables veces, estudiando los mismos cuadros una y otra vez, mientras su mejor amigo se burlaba a sus espaldas.
—Tomo tu nerviosismo como que entonces no puedo invitar a Aimeé a mi departamento.
Lo miró de reojo por un instante, antes de volver su atención al cuadro que su abuela señalaba. Había elegido cual quería que le comprara. Uno sobre un paisaje, una pradera y varios colores distintos.
—Puedes invitarla. Te dirá que no.
Evan sonrió de lado.
—Que confiado.
—No te conoce.
Sabía que solo lo estaba molestando, y también sabía que estaba cayendo directo en su trampa. El espíritu tranquilo de su mejor amigo desaparecía cuando encontraba una oportunidad para hacerlo sufrir.
—A ti tampoco te conoce mucho que digamos.
Se encogió de hombros.
—La llevé a cenar.
—Una vez.
Quiso replicar que también la había ayudado borracha, cuando Josette tiró de su manga con fuerza para llamar su atención. Lo contempló con el ceño fruncido y señaló el cuadro una vez más.
—Me lo compras, ¿Entendido, mocoso?
Evan apretaba los labios con fuerza para no sonreír.
—Sí, abuela.
La mujer asintió, satisfecha, y relajó las facciones del rostro.
—Y me lo llevaré a Dreux —añadió—. No te preocupes, lo colgaré en mi habitación. Nadie más lo verá.
Gabriel asintió. Sus dientes presionándose con fuerza unos contra otros.
Disculpándose a ambos, se alejó para volver a acercarse a Célestine —había aprendido que ese era el nombre de la representante de Aimeé— para pedirle el cuadro para su Josette. Habían quedado en que pasaría por la galería al día siguiente para llevárselos. Siquiera sabía dónde colgaría el que había comprado para él... o si quería colocarlo en alguna parte. No le molestaría guardarlo en el fondo de un armario, para mirarlo los días en que se sintiera valiente.
Cuando estaba volviendo, su celular vibró, indicando que tenía un mensaje. Sonrió a la pantalla cuando notó de quien se trataba.
Channel: Suerte con la muñequita, haz que dejarme plantada valga la pena.
Gabriel: Vete a dormir.
Estaba seguro de que eran pasadas media noche.
Su respuesta no tardó en llegar.
Channel: Solo los muertos duermen.
Gabriel: ¿Y las profesoras de psicología?
Channel: No soy profesora.
Gabriel: Aun.
Apagó la pantalla del celular cuando sintió una sombra cubrirlo. En cuanto alzó la vista, Evan se encontraba frente a él, con una mirada en su rostro que indicaba que acababa de hacer una travesura.
—Te buscan.
Y ni bien tuvo su atención, se corrió hacia un costado, dejando ver una figura mucho más baja.
Y más preciosa.
Aimeé lo enfrentaba con la barbilla alzada, como era usual, y sus ojos brillosos. Esbozó una lenta sonrisa, ladeando su cabeza hacia la derecha, llevándose su respiración en el proceso.
—Creo que... ya podemos irnos. Ya se ha ido todo el mundo, y... bueno, Célestine va a quedarse para encargarse de la organización y todo pero, por lo demás, no me necesitan aquí.
Cuando miró a su alrededor, no se sorprendió al notar que la galería estaba, en su mayoría, vacía. Debía haber alrededor de seis personas dentro. Y reconoció a dos en particular que no le quitaban la mirada de encima.
— ¿Hablaste con tu amigo?
Su expresión cayó de repente, y aplanó los labios.
—Ah... um... no. —Giró la mitad de su cuerpo y comenzó a señalar a otra parte, sin dejar de mirarlos—. Voy a... enseguida...
No fue necesario que terminara la frase. Los dos pares de ojos que no paraban de mirarlo, se alejaron de su sitio y comenzaron a caminar hacia ellos. Léon y Monet Roux. A juzgar por las muecas en sus rostros, podría jurar que no les agradaba demasiado.
— ¿Nos vamos?
Aimeé se sobresaltó cuando Léon habló detrás de ella. Y luego se giró para enfrentarlo. Gabriel quedó parado detrás de ella, viendo muy por encima de su hombro.
Y su escote.
—En realidad... cambio de planes —murmuró—. Va a... llevarme Gabriel.
El castaño lo examinó con el entrecejo fruncido. Ojos marrones clavados solo en él, de una forma tan intensa que quizá sintió que quería removerse. No lo hizo, sin embargo, se mantuvo en su lugar. Léon Roux lo observó con precaución, como se observaban los problemas.
— ¿Por qué?
Aimeé cuadró los hombros.
—Porque quiero.
—Quedamos en que irías con nosotros —interrumpió Monet, haciendo un puchero y poniendo ojos de cachorritos—. En que cenaríamos juntos.
Ni un «Hola» ni un «Gracias por salvarme de acabar en la comisaría» ni un «Gracias por llevarme hasta un lugar seguro y arriesgarte a que vomitara tu auto».
—Cenamos juntos todo el tiempo —insistió la pelinegra—. No van a extrañarme mucho por una noche.
Léon volvió a abrir la boca. Desgraciadamente.
—Pues yo sí.
Aimeé le dio una mirada en busca de ayuda a Monet, pudo verlo. Ella solo se encogió de hombros.
— ¿Por qué no vienes con nosotros esta noche? —insistió la castaña—. Anda, iremos a mi departamento y veremos una película juntos. Estoy seguro de que... habrá otra oportunidad para que te lleve Gabriel.
Y solo entonces lo miró a los ojos. Por primera vez desde que habían caminado hacia ellos. A diferencia de su hermano, no parecía estar enojada, solo... cautelosa.
Ah, veía que su reputación le precedía.
—No.
Lamentablemente, la respuesta no vino de Aimeé, sino de Léon. La pelinegra frunció el ceño, confundida.
— ¿Qué? —murmuró.
—Que no —insistió él—. Me parece una terrible idea que...
Aimeé debió darse cuenta de que sus futuras palabras no serían más que insultos hacia él, porque dio un paso hacia adelante y tomó a Léon por la muñeca. Ese simple gesto volvió a encender la llama que había ardido en su pecho al verlos reír juntos.
«Por lo menos yo puedo llevarla a casa».
—Léon, por favor. No aquí. No ahora.
El castaño alzó una ceja, y volvió a observarlo a él con superioridad. Claramente, no le importaba si estaba ahí. Si escuchaba o no. No le agradaba y estaba listo para expresarlo cuanto fuera necesario.
— ¿Qué? ¿Temes que me escuche? A mí no me importa.
Lo cierto era que a él no le hubiera importado. No le importaba, de hecho, lo que se dijera de él. Estaba más que acostumbrado, y había oído cosas peores. Sin embargo, Aimeé parecía cada vez más angustiada, y de verdad que se sintió mal por ella. Le lanzaba un par de miradas cada vez que su amigo decía algo ofensivo, como pidiéndole perdón.
—No hagas una escena —pidió ella en un susurro.
El castaño no escuchó ni una sola palabra.
—Estás loca si crees que voy a dejarte ir con él.
Aimeé retrocedió hasta chocar con su espalda. Por instinto, y porque secretamente deseaba ver rabiar ese par de ojos marrones, le colocó las manos sobre los hombros. Léon lo notó de inmediato.
La pelinegra se cruzó de brazos, enfadada. Gabriel se tomó otro par de segundos mal disimulados para echarle un vistazo a su escote. No era su culpa que aquel vestido fuera tan tentador.
—Y tú estás loco si crees que necesito tu permiso para hacer las cosas.
—Prometiste que cenarías con nosotros —insistió Léon.
Estaba comenzando a aburrirse de esa conversación. Más que nada porque el castaño no paraba de repetir los mismos argumentos una y otra vez, esperando obtener un resultado distinto.
—Basta. No me hagas sentir mal.
—Hiciste una promesa, luego la rompiste. Y encima para irte con un extraño.
Aimeé volvió a dirigirle una mirada repleta de pena. Disculpándose en silencio. No le dio tiempo a decirle de alguna manera no verbal que no le importaba lo que pudieran decir de él, volvió a girarse para enfrentar a su amigo.
—No es un extraño.
— ¿Ah, no? ¿Lo conoces mucho?
«No tanto como querría».
—Basta, Léon.
— ¿Puedes escucharme por un segundo...? ¿Aunque sea por...?
Pues ya estaba.
No había querido meterse, de verdad. Por más de que todo lo que sus oídos habían estado escuchando no habían sido más que insultos indirectos —y un poco más directos— hacia él. Porque no necesitaba rebajarse a tal nivel como para discutir con ambos en medio de una galería. E incluso así, no era su problema, sino el de Aimeé. No tenía por qué meterse.
Mas no pudo contenerse. No cuando él fue a contradecirla por sexta vez, sin dejarla terminar de hablar, solo para repetir lo mismo que en todas las ocasiones anteriores.
Era tarde, quería irse y la pelea había dejado de ser divertida en cuanto se volvió repetitiva.
—Creo —comenzó, clavando sus ojos en los de Léon. Aimeé lo observó por encima del hombro, con los labios entreabiertos y el rostro repleto de pánico—. Que es su decisión, no tuya.
—Y yo creo que...
La pelinegra no lo dejó terminar.
—Basta —Los detuvo ella. No era una petición, era una orden—. No voy a irme con ustedes. Mucho menos ahora que estoy enfadada.
Léon le sostuvo la mirada por un par de segundos, enojado. No, furioso. Su vista siquiera se molestó en viajar a Gabriel, ya sabía lo que se encontraría: con una mueca burlona. Luego, el castaño se encogió de hombros.
—Adiós, entonces. —Fue todo lo que dijo antes de comenzar a caminar en dirección a la salida.
«Por fin».
Su hermana no tardó en seguirlo. No sin antes detenerse frente a Aimeé, con una expresión de pena.
—Hablaremos luego —murmuró, tomándola por los hombros.
La pelinegra asintió.
—Sí.
Se quedaron en completo silencio hasta que ambos hermanos desaparecieron por la entrada principal. Gabriel se alegró de que Evan y su abuela estuvieran a un par de metros, contemplando algún cuadro. O por lo menos fingiendo que lo hacían.
Tomó una profunda respiración. Volvió a meterse las manos en los bolsillos sin saber muy bien qué decir.
—Me parece que no le agrado mucho a tus amigos.
«Me parece que a un amigo en particular le agrado menos».
Ella soltó un suspiro, cubriéndose el rostro con las manos y negando con la cabeza.
—No les hagas caso. A veces son muy sobreprotectores conmigo... y se exceden.
Le parecía un poco más que eso. Sabía reconocer los celos cuando los veía. Solo por la forma en que lo había mirado a él. No dudaba que también se preocupara por ella, de la misma manera en que lo hacía su hermana, solo que esa no era su única razón.
Sin embargo, no dijo nada de eso.
—Está bien —murmuró en su lugar—. ¿Vamos?
Ella asintió con la cabeza, y comenzó a caminar a su lado. En esa ocasión, se fijó en el ritmo de sus pasos para no adelantarse. Cuando les avisaron a Evan y a Josette que se estaban yendo, ambos asintieron y se tomaron un par de segundos en seguirlos, quedando detrás.
Gabriel supo que lo habían hecho a propósito, aunque no pudo descifrar de cuál de los dos había venido la idea.
—Lo siento —susurró Aimeé, con la vista baja y las manos dentro de los bolsillos de un abrigo que siquiera había notado cuando se lo había puesto—. Por... bueno... la actitud de Léon. Es que... eh...
Se encogió de hombros, aunque ella no lo estaba mirando.
—Está bien. No me importa.
La incredulidad brilló en sus facciones.
— ¿No?
—Si me importaran las opiniones de los demás, habría renunciado a mi trabajo hace años.
Asintió.
—Cierto.
Divisó su coche a un par de pasos.
—Y me han dicho cosas peores.
Una sonrisita tiró de sus comisuras cuando lo miró con una ceja alzada.
— ¿Cómo qué? —curioseó.
Sintió el golpe imaginario como una patada en el estómago. Siquiera tuvo que pensarlo.
Lo peor... lo peor no se lo habían dicho por su trabajo. Ni en años recientes. Ni en aquella ciudad. Los peores insultos que había oído, habían venido de una boca cercana, durante tanto tiempo, que hasta se los había aprendido de memoria.
Sacudió la cabeza.
—No lo sé... Lo normal, supongo —respondió, deteniéndose frente a la puerta del auto. Ella hizo lo mismo—. Que soy un cabrón y un hijo de puta, esas cosas. Quizá me sentí más ofendido cuando criticaron mi cara. —Sonrió mientras abría la puerta trasera para ella—. Dijeron que cuando me afeitaba parecía un adolescente.
—Ya veo —comentó ella, acomodándose en los asientos traseros, y asomando la cabeza para no desaparecer de su vista—. Seguro que hirió mucho tu ego.
Fue a agregar algo más, cuando sintió la presencia de Evan detrás de él. El moreno le dio un vistazo rápido, luego a Aimeé... y dibujó una sonrisita en el rostro, mientras comenzaba a avanzar hacia el asiento delantero.
—Que amor, cariñito. Me dejaste el asiento de adelante para...
Gabriel lo frenó, colocándole el brazo en el pecho.
—Josette irá adelante conmigo. Tú irás atrás, con Aimeé. —Le dio una mirada severa antes de agregar en voz baja—. Compórtate.
Él alzó una ceja.
— ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que me convierta en su tipo?
Le contestó con una mueca.
Cerrando la puerta detrás de su amigo, tomó la mano de su abuela para ayudarla a subir al auto. Josette se quejó y lo zarandeó varias veces, objetando que no necesitaba ayuda, mas al final... tuvo que sujetarse de su brazo para poder entrar.
Cuando fue a rodear el vehículo para poder subirse, el corazón comenzó a acelerarse otra vez, y una vez que estuvo dentro, por supuesto que la voz de su abuela fue lo primero en inundarle los oídos.
—... Ese dijiste que era tu nombre, ¿No?
Se abrochó el cinturón con fuerza.
—Sí.
Puso el auto en marcha y se largó de allí.
—Pues que me gustaron mucho tus cuadros, muchacha —comentó su abuela. Tenía la mitad de su cuerpo girado en el asiento, para hablar con Aimeé—. Hasta hice que este mocoso me comprara uno.
Les dirigió una mirada por el espejo retrovisor. Aimeé ya lo estaba observando de antemano, y la sonrisita que esbozó le arrebató la respiración por un segundo.
— ¡Eh! ¿A mí no me compras cuadros? —se quejó Evan.
Aimeé continuaba con sus ojos fijos en los suyos. Por medio del espejo.
— ¿Cuál de todos?
—El de la pradera —respondió su abuela. Mejor, él no hubiera podido hacerlo.
—Pinto muchas praderas.
—El que tiene las flores violetas y un pueblito al final. ¡Oh! Tenía un arcoíris.
—Oh, ese. —Las cejas de la pelinegra se alzaron—. No es de mis favoritos.
— ¿No? —Su abuela movió la cabeza como diciendo «que tontería»—. Si es precioso.
—Es un paisaje muy bonito. De hecho, es uno de los campos que rodeaban el pueblo en el que crecí, quiero decir que en cuanto al estilo... es un poco aburrido.
Había crecido en un pueblo pequeño... muy lejos de Paris. Lo había mencionado en su entrevista, y en tantas otras. ¿Por qué no lo había tenido más en cuenta?
— ¿Y cuál es tú favorito? —cuestionó él, tenía la garganta seca.
—El de la ventana, de la terraza... con la enredadera. Es el primer cuadro de la exposición. Lo pinté después de haber leído Romeo y Julieta por primera vez.
Frunció las cejas, intentando no despegar su vista del camino.
— ¿Leíste Romeo y Julieta por primera vez a tus veintiséis años?
Aimeé se encogió de hombros.
—No me gustan los clásicos. Ese tampoco me encantó. —Hizo una mueca—. Tenía lenguaje muy confuso y todos eran un poco imbéciles. Pero sí que me imaginé paisajes bonitos.
Josette asintió varias veces con la cabeza. Con aprobación, y la señaló antes de abrir la boca.
—Tú me agradas —declaró—. Ojalá tu fueras mi nieta y no este niñato estúpido.
La pelinegra parpadeó.
—Está bien —aseguró Gabriel—. Es su forma de demostrar cariño. Conmigo, por lo menos.
—Ah, si ya sabes que te quiero. Si te lo dijera más seguido, te explotaría el ego.
Evan sonrió, negando con la cabeza.
—Por eso es que la adoro, Josette —aseguró.
Su abuela lució satisfecha. Todavía le asustaba ese par. Lo que serían capaz de hacerle si los dejaba solos por un tiempo. Evan, por lo general, era una persona tranquila. Trabaja en una universidad y no le pedía a la vida nada más que una buena casa, poder casarse con el amor de su vida, y viajar por el mundo. Aunque también le gustaba verlo sufrir, y cuando estaba con Josette, la anciana de casi noventa años más caótica que había conocido, las cosas no salían bien.
—En un par de días, Gabriel —lo interrumpió su abuela—, necesito que me digas las medidas de tus amigas. Ya tengo más gente a la que tejerle suéteres de navidad.
Amigas. En plural.
Quería tejerle suéteres a Channel y a Aimeé.
—Josette nos teje suéteres anuales —le explicó su mejor amigo a la pelinegra—, a Gabi y a mí...
—No me digas así —gruñó.
Evan lo ignoró.
—A él todos le quedan cortos, y los míos son dos talles más grandes. Pero son cómodos y calentitos, no me los quitaría por nada del mundo.
Aimeé lo escuchaba atenta, sus comisuras apenas alzadas en cuanto terminó de escucharlo.
—Que dulce.
Evan se acercó un poco más de la cuenta para murmurar:
—No digas eso en voz alta, te asesinará.
Su sonrisa se amplió más todavía.
— ¿Cuál de los dos?
—Cualquiera.
Irritado, presionó el freno ni bien estuvieron frente al edificio de su mejor amigo. Él le dio una palmada suave en la mejilla, de la misma forma en que lo había hecho Channel hacía un par de horas, y luego saludó a Josette y a Aimeé con un beso en cada mejilla.
Cuando estuvo fuera del coche, y Gabriel creyó que iba a alejarse, Evan rodeó el auto hasta estar frente a su ventanilla, obligándolo a bajar el vidrio.
—Suerte esta noche —murmuró—. No me vuelvas tío tan temprano.
Gabriel gruñó, rezaba porque la pelinegra tuviera problemas de audición.
—Voy a volver, y voy a matarte.
El moreno le guiñó un ojo, y por fin se alejó.
En aquella ocasión condujo con la vista fija en el camino. Aimeé y su abuela continuaban hablando sobre... la verdad era que no les estaba prestando atención. Estaba ocupado intentando mantener su respiración estable.
Dobló hacia la derecha.
Las manos le sudaban. Tamborileó los dedos sobre el volante para aligerar la tensión. Siquiera podía distraerse quejándose del tráfico. Como si el universo lo hubiera sabido, las calles de Paris estaban más despejadas de lo normal, e incluso los demás conductores parecían respetar todas las reglas de tránsito aquella noche.
—... ¿De verdad? Ya decía yo... a ver, a mí también me gusta mucho el señor Darcy, aunque mi favorito es el señor Bingley. Es tan bueno. Para rodearme de amargados insoportables ya tengo a mi familia.
Frunció el ceño en cuanto oyó una parte de la conversación.
—Es verdad. Por eso Elizabeth es mi personaje favorito.
Cómo habían llegado a hablar de Jane Austen no lo sabía, pero lo cierto era que estaba agradecido, porque de todos los temas de conversación que podrían haber surgido entre ambas, aquel tenía que ser el más inocente.
Su abuela lució desilusionada cuando estacionó el auto frente a la fachada del hotel
— ¿Tan pronto? —cuestionó, haciendo una mueca.
—Vendré a verte mañana.
Una mirada. Eso fue todo lo que necesitó para saber que no era él con quien quería continuar pasando el tiempo.
Genial. Aimeé Salomón se las había arreglado para encantar a su abuela.
La pelinegra no dijo nada. Lo contempló con la duda en sus pupilas cuando se giró para mirarla. Su corazón se detuvo por un segundo.
Carraspeó.
—Volveré enseguida —aseguró—. Solo quiero asegurarme de que llegue bien a su habitación.
Aimeé asintió con la cabeza, pero por supuesto que Josette ya había comenzado a quejarse.
— ¿Cómo crees que me las arreglo sin ti todos los demás días del año, mocoso? Déjame ir sola.
No le hizo caso.
La ayudó a bajar del auto, a pesar de que ella se resistió, y la acompañó hasta su habitación del hotel, donde habían dejado todas sus pertenencias por la mañana. Era amplia, a pesar de que no lo necesitaba, y Gabriel había insistido diez veces en que lo llamara ante cualquier inconveniente, sin importar la hora. De todas formas, casi siempre estaba despierto.
Cuando se detuvo debajo del umbral de la puerta, para volver al auto, su abuela lo detuvo, tomándolo por el codo.
—Me agradan mucho tus amigos, Gabriel —murmuró con una sonrisita sincera. Más serena de lo que la había visto en mucho tiempo—. Me gusta verte rodeado de personas que te quieren.
Se tragó el nudo en la garganta.
—No son tan cercanos, abuela.
Y... perdió toda la serenidad. Josette volvió a golpearlo en el hombro.
— ¿Y para qué me los presentas? —Negó con la cabeza—. Voy a necesitar sus medidas.
—Pero...
—Sin peros, Gabriel Mercier. —Lo amenazó, apuntándolo con el dedo—. Ah, ojalá tu madre te hubiera puesto un segundo nombre. Le agrega dramatismo a las cosas.
Él negó con la cabeza, y la sostuvo por los hombros para saludarla en cada mejilla.
—Hasta mañana, abuela.
—Hasta mañana, mocoso. No me hagas bisabuela tan temprano.
Se congeló en su lugar.
—Dime que Evan no te pidió que digas eso.
Josette se encogió de hombros.
—Si quieres te miento.
«Voy a matarlo».
Bajó por las escaleras más nervioso de lo que las había subido. El edificio tenía un elevador, aunque no se había molestado en utilizarlo. Necesitaba algo en que descargar su frustración. Dentro del coche, Aimeé lo aguardaba sentada en el centro de los asientos traseros, con sus manos unidas sobre su regazo, sus ojos curiosos estudiándolo todo con detenimiento.
Se sintió más desnudo que nunca.
—Lo siento si esperaste mucho —balbuceó, encendiendo el motor.
Ella se encogió de hombros.
Le dio un último vistazo por el espejo retrovisor antes de comenzar a conducir. Llevaba los labios pintados de un color rojizo oscuro a juego con su vestido, salvo que la mayoría estaba apenas corrido. Los ojos apenas delineados, y las mejillas salpicadas por colorete.
— ¿No duerme en tu departamento?
Le tomó un tiempo recordar que se refería a Josette.
—No.
— ¿Por qué? Supongo que el espacio no es un problema.
Se encogió de hombros.
—No me gusta que invadan mi espacio.
Dobló a la izquierda. No debían estar muy lejos del departamento de Aimeé. No más de cuatro calles.
—Es muy adorable —murmuró ella. Un vistazo fugaz por el espejo le hizo saber que estaba jugando con el borde de su vestido—. Tu abuela.
Sonrió.
—Supuse que te agradaría, solo no le digas eso, porque va a golpearte en la cabeza con un bastón.
— ¿Y tus padres? —curioseó—. ¿Viven en Paris?
Volvió la vista al frente, a la vez que tragaba saliva.
—No. Gran parte de mi familia vive en Dreux —explicó.
—Oh. —Sus labios se entreabrieron, y permanecieron de esa forma por unos segundos—. Debes extrañarlos seguido.
«Quedarte en silencio no es una opción».
—...Sí. ¿Y tu familia?
Hubo un instante de vacilación. Luego, bajó la cabeza.
—También los extraño mucho.
Sintió la desilusión bailarle en el pecho cuando, dos cuadras más tarde, se encontraban frente al mismo edificio viejo al que había entrado la noche en que se había topado con ella borracha. Apagó el motor, sin atreverse a abrir la puerta.
Si tan solo pudiera estirar el tiempo por un par más de segundos...
—Esto... gracias por venir esta noche. No tenías por qué hacerlo.
Volvió a observarla por el espejo. Ella no apartó la vista.
—Lo hice porque quise.
—Bueno, espero que lo hayan disfrutado. Evan y Josette también.
Había recordado los nombres. Por Dios.
—Lo hicieron. Y, créeme, te adoraron ambos.
Aimeé sonrió satisfecha.
—Esa es mi especialidad —murmuró, alzando un hombro.
—Que modesta.
—Creí que ya habíamos establecido que la falsa humildad no me sienta para nada bien, y que si estoy segura de algo, ¿Para qué fingir lo contrario?
No sabía que lo desarmaba más, si la confianza que vestía como su propia piel, sin disculparse por nada... o esa vulnerabilidad dulce que escondía detrás de sus ojos de vez en cuando. Cuando mordía su labio y jugaba con sus dedos, con nerviosismo.
Por todos los santos. El pecho le apretaba con fuerza. El corazón le latía desenfrenado.
Y ella... ella estiró sus comisuras con lentitud.
—Creo que debería subir ya.
No.
No quería que lo hiciera.
Quería que se quedara por algunos minutos. Abrir la boca y retenerla con alguna estupidez.
Pero ella acabó por irse, y Gabriel acabó por dejarla marchar.
Bajó del coche justo cuando ella abría su puerta. Ambos se encontraron al costado del auto, uno frente al otro. El viento soplaba con fuerza, moviendo sus mechones en todas las direcciones.
Al igual que la vez anterior, Aimeé se sujetó de sus hombros con fuerza, y se colocó de puntillas para alcanzar sus mejillas. Dejó un beso en cada una de ellas. Gabriel contuvo el impulso de rodear su cintura, apretando los puños a sus costados. Sus dedos cosquilleando en todo momento.
Cuando se separó, su piel continuaba ardiendo.
—Gracias por venir —murmuró, serena—. Y gracias por traerme.
La garganta le quemaba.
—De nada.
Le regaló otra sonrisita apenas visible, y comenzó a caminar en dirección a su edificio. Gabriel la observó luchar contra la cerradura de la puerta en la oscuridad, y luego desaparecer tras el umbral.
Tenía que volver a subirse al auto. Tenía que sentarse detrás del volante y conducir hasta su departamento. Tenía que irse.
No lo hizo, sin embargo.
Abrió la puerta trasera del coche, dejándose caer en el asiento del medio. Por Dios, ¿Qué estaba haciendo? ¿En qué estaba pensando? Tomó una profunda respiración, echando la cabeza hacia atrás. Necesitaba hacer algo. Necesitaba... llamaría a Channel. No. No a Channel. Eso solo complicaría más las cosas.
Debería haberse mantenido alejado de ella. Debería haberla olvidado luego de esa estúpida entrevista porque ahora... ahora sentía que estaba envuelto en un enorme problema. Lo sintió más todavía cuando su usual aroma a lavanda inundó sus fosas nasales.
Por supuesto que dejaría una marca en su coche también.
Tenía una lista en su cabeza, un plan sobre lo que necesitaba hacer. Tres pasos a seguir. Uno, conducir hasta su departamento. Dos, ducharse por cuanto tiempo fuera necesario para deshacerse de su olor. Tres, no volver a hablarle en la vida.
Y su entero plan de tres pasos se fue a la mierda con tres frenéticos golpes en la ventana. Para el momento en que giró la cabeza, Aimeé ya había abierto la puerta trasera, y se encontraba subiendo a los asientos.
Dejó de respirar cuando no se detuvo a su lado. Cuando tomó la decisión de sentarse sobre su regazo, sus muslos desnudos contra los suyos. No pudo decir nada cuando le rodeó los hombros y escondió el rostro en su cuello. Sintió una nueva clase de dolor. Una que juró que tan solo había experimentado años atrás, y se ahogó en ella.
Sin salir de su estupor inicial, le rodeó la cintura con sus manos temblorosas. Ella pegó un salto en el lugar con fuerza, y creyó que había hecho algo mal hasta que una risita nerviosa se escapó de sus labios, obligándolo a recordar que tenía cosquillas en... todas partes.
Despacio, Aimeé despegó su cara de su cuello, quedando frente a él, casi a la misma altura. Si se inclinaba un poco más hacia adelante, sus narices se tocarían.
Estaban tan cerca... más cerca de lo que habían estado jamás. Era imposible no notarlo.
—Lo siento —susurró ella. Tenía las mejillas coloradas y la vergüenza empapada en sus facciones—. Es que... quería volver a agradecerte.
Agradecerle. Claro.
—No hay problema.
Le ardían partes del cuerpo que siquiera sabía que existían. Bajo su mirada oscura, sus pestañas largas, estaba seguro de que haría combustión. Sus dedos resbalaron por su cuello, posándose sobre sus hombros; y Gabriel no movió los suyos ni un solo centímetro.
Aimeé no agregó nada más. Él tampoco. El silencio lo estaba sofocando. La cantidad de imágenes que pasaban por su mente... fantasías por cumplir... sabía que iban a perseguirlo por semanas. Su cabello negro, y sedoso, envuelto en su puño; sus labios entreabiertos, murmurando su nombre; sus caderas contra las suyas; su boca contra su cuello...
«¿Cómo se respiraba?».
Ella se inclinó hacia adelante. Gabriel, en el un impulso, clavó los dedos en sus caderas, sintiendo que necesitaba sostenerse de algo. Aimeé se detuvo en su lugar, pero no retrocedió.
Necesitaba una señal. Lo que fuera. Que le dijera si lo quería cerca o lejos, pero que le dijera algo.
«Apártame». «Dime que me aleje».
«Destrózame».
Aimeé se mordió el labio.
—Bésame —pidió.
Y eso hizo. La besó. La devoró como deseaba hacerlo desde el primer día en que la había visto, desde el primer instante en que había aspirado su aroma. Con esos ojos brillantes, esos labios rojizos y esa dulce melodía que se escapaba de ellos a modo de júbilo; ¿Cómo podría alguien resistirse a ella? ¿Cómo? Le entregaría cada parte de su alma si era necesario, con tal de poder continuar disfrutando de ella.
Su mano derecha subió por su espalda hasta llegar a la nunca femenina, sosteniéndola con sus dedos, enredándolos en su cabello, para finalmente acercar sus labios. Aimeé le respondió exactamente como se lo hubiera imaginado: hambrienta, dulce. Sus manos vagaron hasta llegar a su corto cabello, hundiéndose en sus mechones, tirando de ellos. Gabriel sentía una incesante electricidad recorriendo todo su cuerpo, cada nervio, cada célula. Necesitaba descargarla de alguna manera, y no se le ocurrió nada mejor que pagar sus frustraciones con esos labios suaves. Perfectos.
Desesperado, la tocó por todas partes. Necesitaba llenarse de ella hasta hartarse, hasta no querer dedicarle ni un solo pensamiento. Le pasó las manos por la espalda, un solo dedo recorriendo su espina dorsal, el espacio que su vestido había dejado expuesto. Aimeé gimió sobre su boca y eso fue el principio del fin. De su fin.
Apretó los dedos sobre sus muslos, subiendo cada vez más el borde del vestido. Una parte de él quería arrancárselo a pedazos. Aimeé le devolvía el beso con desenfreno, pegándose más contra él, arrancándole gruñidos desde la base de su garganta. Pasaba sus manos por todas partes. Su cuello, sus hombros, sus brazos... no sabía hasta donde sería capaz de llegar, pero se moría por averiguarlo.
Ojala ella no se hubiera separado. Ojalá no hubiera suspirado contra sus labios, con los ojos cerrados y los labios hinchados. Por su culpa. Su pecho subía y bajaba, en una respiración desenfrenada que, estaba seguro, igualaba la suya.
La contempló mientras intentaba regular su ritmo cardíaco. Esperaba que no se estuviera arrepintiendo.
Al final, no supo cuál de sus lados ganó su debate interno. Solo que cuando abrió los ojos, estos brillaban, y sus mejillas ardían como nunca. ¿Cómo podía ser tan desvergonzada y tan tímida a la vez? Aimeé esbozó una pequeña sonrisita, su entrepierna dolió cuando comenzó a alejarse.
—Espero que tengas unas buenas noches —murmuró ella. Como si no se cansara de tentarlo, se acercó una última vez para hablar sobre su oído derecho—. Y que sueñes conmigo.
N/A:
BUENO.
¿CÓMO ANDAMOS? ¿COMO SE SIENTEN? YO MUERTA. ENCIMA WATTPAD NO ME DEJABA PUBLICAR HACE UN RATITO.
LO CORREGÍ RÁPIDO PARA PODER PUBLICARLO PORQUE OMG. ¿Qué les pareció? Also cuando Aimeé se pone en modo atrevida >>>>>>
Encima amé todo el capítulo y no sé que tienen los secundarios que se están ganando todo mi corazón. EVAN TE AMO ME ESCUCHASTE.
Si les gustó no se olviden de votar y comentar. Nos vemos en el próximo.
Ah, y les dejo un moodboard del capítulo que no podía subir a ningún lado porque es spoiler:
Besitos <3
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