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80. Comfortably numb...

No hay dolor, te estás alejando,
el humo de un barco lejano en el horizonte,
solo vienes como las olas
Tus labios se mueven, pero no puedo oír lo que dices.
Cuando era pequeño, tuve fiebre,
mis manos parecían como dos globos,
ahora, vuelvo a tener esa sensación,
no te lo puedo explicar, no lo entenderías,
no es así como yo soy.
Me he vuelto confortablemente insensible
.

Comfortably numb, Pink Floyd

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La Mecánica Clásica es funcional, si conoces el estado inicial de un sistema, digamos que la posición y velocidad de una partícula, entonces puedes usar una ecuación: la Segunda Ley de Newton, para calcular lo que hará esa partícula en el futuro. En Física de Partículas, si conoces el estado quántico de una partícula, es decir, su función de onda, se puede usar la ecuación de Schrödinger para calcular qué hará esa partícula en el futuro. En principio, la perspectiva clásica y quántica aplican para tratar de predecir el comportamiento de las partículas en el futuro. Sin embargo, el nivel quántico resulta ser mucho más complejo que eso, pues cuando se intenta medir la función de onda solo es posible tomar esa medición en un punto en el espacio-tiempo y no en su totalidad. Es como querer calcular el tamaño de un campo de fútbol conociendo la longitud de una sola hebra de césped. Suena a imposible, pero esa es una verdad científica.

Por otra parte, "viajeros en el tiempo", "realidades alternativas", "guerras en otros mundos que se ven iguales al nuestro", "soñantes que hacen nuestras vidas mientras duermen", también suenan a imposibles ¿verdad? Pero la realidad que percibimos no es más que una medición, una posibilidad de todas posibilidades de existencia que pueden preverse con la Ecuación de Schrödinger. ¿Significa eso que todo lo narrado en este testimonio es posible? 

A lo largo de esta saga hemos visto estrellas magníficas, enanas blancas, gigantes rojas, agujeros negros, quásares, el propio universo. Vimos seres capaces de destruir múltiples cosmos de una flatulencia y recrear el tiempo y el espacio con solo eructar. Seres humanos dotados del poder de dioses infinitos, tan brutales como el mismísimo Jehovah-Satanás pero con una raíz tan humana como la tuya o la mía. Reliquias antiguas, desastres vividos, el curso de la historia de la humanidad modificada por eventos increíbles y sobrenaturales. Conspiraciones, gobiernos ocultos, la judaería internacional, los Nazis. El origen del tiempo, el origen del hombre, los dioses en guerra. Todo parece una putísima locura sacada de la National Geographic o la History Chanel, ¿no? Es imposible. Cosas así no suceden. Es fantasía, nada más que fantasía. Una historia de ficción con cierto dejo realista, pero abúlico. Posiblemente, sea eso. Pero también es posible lo contrario; simple probabilística.

Hace más de 10 años, yo no podía haber soñado que las cosas terminarían de la forma en que concluyeron. Tenía un final preconcebido, uno que no estaba en los policopiados que Rodrigo dejó para mí en la caja. El final era mi propia conclusión del mundo. Y se me salió de las manos. Por eso, lo que empezó siendo nostalgia y se convirtió en gnosis, terminó convirtiéndose en una desesperada búsqueda de la cruda Física que me responda a la pregunta que torturó mi alma todos estos años: "¿Qué fue lo que realmente pasó aquí?". 

Desde luego, cada respuesta tiene un costo y mis resultados cobraron factura alta, demasiado alta, más de la que podía pagar. Eso lo supe poco tiempo después del deceso de Rodrigo. Su muerte fue un indicador que me dio la pista de todo el embrollo desde un inicio. Luego vinieron eventos que no supe interpretar a su debido tiempo, como la visita de mi tía Eugenia (madre de Rodrigo) aquel 19 de febrero de 2002. Y subrayo lo de "visita", porque no se quedó ni tres días alojada en casa. Un día se despidió para no volver a aparecer nunca más.

No puedo recordar la hora precisa, pero sí recuerdo que me hallaba inmerso en la música, buscando en los estudios de Chopin algún consuelo. En aquel entonces estaba en Segundo grado de secundaria, lo que en este ahora (a la fecha de narración de este párrafo) se conoce como Cuarto grado de secundaria (putísima Ley Avelino Siñani). Como dije en el Primer Episodio, siempre fui un muchacho bastante agrio y pusilánime, por lo que no era de sorprenderse que aquel día estuviese encerrado en casa, con el teclado a toda pastilla y las partituras desordenadas; en lugar de estar saliendo con amigos para vivir una adolescencia normal. Sí, esa palabrita estúpida: "adolescencia". Y allí yo, con mis 15 años y la frustración perenne de mi aislamiento no voluntario. Fue en ese contexto que aquella mujer llegó.

Mi tía Eugenia era una persona con la que pocas palabras había cruzado en mi vida. Casi una extraña. Tenía el rostro iluminado por un halo de dulzura, como de esas viejecitas tiernas que hornean galletas para los nietos, con la diferencia que mi tía no era ninguna abuela. Mi tía Eugenia no tendría más de 50 años aquel día que me visitó. Antes de irse no tenía canas ni muchas arrugas que delaten su edad, pero al volver de Francia lucía muy cambiada, como si los años le hubiesen caído de golpe. Jamás olvidaré la expresión de su rostro, esos ojos llenos de fatiga, derrota y cansancio. Eran los ojos de quien vivió demasiadas penas para una sola vida.

No quería hablar con ella —de hecho, con nadie—, quise cortar por lo sano e ignorarla. Pero el legendario granizo que cayó aquel día me llevó, casi me forzó, a invitarla a cobijarse en casa hasta que la tormenta pasara. Como dice la historia, esa tormenta no pasó sino que se acrecentó hasta convertirse en la riada del 19 de febrero de 2002 en la ciudad de La Paz, Bolivia; fenómeno que cobró varias vidas. Producto de la tormenta, la luz se fue y me quedé en silencio junto a esa mujer. Llevado por la situación, casi forzado, pensé en hacer algo de conversación y le pregunté por mi primo.

—Está bien, está bien —me respondió ella—. Hace tiempo que no se ven. Desde que te cambiaste de colegio él...

Jamás terminó aquella frase ni tampoco yo quise indagar más. Odiaba a Rodrigo con todas las fuerzas de mi alma. Lo despreciaba profundamente. Su lástima siempre hería mi ya casi inerte orgullo, pisoteaba la poca dignidad que me quedaba. Trataba de ser gentil conmigo, pero solo lograba hacerme sentir más miserable. Lo envidiaba y lo odiaba a la vez. Cuando dijo que se iría a Francia me pareció que por fin me lo estaba quitando de encima. Desde luego, jamás me volví a poner en contacto con él hasta el día que lo visité en la clínica. Sin embargo, la visita de mi tía Eugenia parecía querer darme un mensaje, una señal encriptada que no supe leer en mis días de juventud. Lo malinterpreté todo.

El odio me envenenó entero y cuando vi a aquella mujer, el odio se convirtió en ira. Veía en mi tía Eugenia la expresión sardónica de todos mis fracasos, de todos los rechazos, de todos los abandonos, los golpes y las burlas. Entonces, de forma involuntaria y automática, empecé a llorar, pero de rabia; y le dije: "Por qué volviste". Claro, mi tía se veía muy sorprendida y solo atinó a decir:

—Hi... hijo. ¿Estás bien?

Y yo le grité: "¡Por qué volviste!"

Cayó un rayo que iluminó todo. El destello me se inyectó en mi alma como suero de la verdad pues en ese instante le solté todas mis iras. Le dije que debió quedarse en Francia, que jamás debió regresar. Le dije que no pertenecía a este lugar, a este "mi" mundo de muerte y odio. Entonces ella me respondió:

—Tu primo se quedó.

Y le grité que no era cierto. Podía sentir la peste de mi primo venir junto a mi tía. Era tanto odio que mi boca se puso amarga. Esa mujer estaba violando mi espacio, en mi casa, en mi habitación, dándome el claro mensaje de su presencia que me decía: "Rodrigo no se fue". ¡Y yo quería que se largara para siempre de mi vida! Que se fuera con sus juegos, sus dulces, sus amistades piadosas, toda la rama europea de la familia. Quería que se fueran todos al infierno.

El granizo era ensordecedor. Apenas me permitió oír lo que mi tía respondió:

—¿Por qué?

Yo le dije que los muertos odiamos a los vivos y ella replicó con tranquilidad:

—Luces bien vivito para mí.

Era el colmo, incluso mi tía Eugenia me insultaba con su irónico optimismo. No pude aguantar más y tomé varias pastillas de mi bolsillo, las cuáles rápidamente engullí. Eran medicamentos para cierta afección que tenía de joven y que no podía controlar en ausencia de fármacos, algo parecido a la epilepsia. Entonces mi tía Eugenia hizo algo que yo jamás habría imaginado. Se me acercó y me abrazó. Y yo me entregué sin mayores contemplaciones a la calidez de sus gestos. Era como ser abrazado por mamá. Claro, mi madre era la figura más ausente de mi mundo en aquellos días. Mi pobre madre, quién osaría culparla. (Filmaría un nuevo "Holocausto Caníbal" con el que se atreva).

Pocas horas más tarde el granizo pasó y trajo sus propios tsunamis circunstanciales. Tanto mi tía Eugenia, madre de Rodrigo, como mi tía Carmen, madre de Oscar, habrían de quedarse un tiempo hasta encontrar un lugar definitivo donde residir. Temí que tendría que convivir con ellas lo que llevó mi sed de aislamiento al punto de la agorafobia masoquista.

Mis tías se fueron y en el tiempo que se quedaron quise hacer de cuenta que no existían. No me importaban ellas ni mis primos, solo morir en algún atentado terrorista antes de los 20. Recuerdo que mi abuelo quiso cobijarlas más tiempo, a lo que ellas arguyeron: "Si nos quedamos, los pondremos a todos en peligro". Claro, yo no tenía la más putísima idea de lo que estaban diciendo. Tampoco me interesaba tenerla. De esa forma, mis dos tías simplemente se marcharon para siempre...

El año 2003 inició. El 23 de marzo de ese año falleció mi padre, asesinado durante un asalto. Ese mismo año, a las 23:58 del 24 de diciembre, falleció mi abuelo. Como consecuencia de esos tristes acontecimientos, mi salud se terminó de hacer pedazos. Era débil, un chico débil y frágil. De esos que fácilmente se rinden ante el dolor, o más bien de los que se cansaron de sentir dolor y planean su "auto-eutanasia asistida". Mis intentos de suicidio fueron risibles, en la actualidad solo me arrancan instantáneas carcajadas.

Todo el 2004 lo viví entre el acoso, la música y, como ha sido costumbre toda mi vida, el desprecio ajeno. Pero eso me fortaleció. Aprendí a despreciar a priori, antes que el golpe me tome por sorpresa. A insultar primero. A golpear primero. A herir primero. Aprendí a dar el primer golpe y desde ese momento nunca más volví a ser víctima de abusos, bromas pesadas, ironías o palizas. Pasé de ser el "puerquito del curso" a ser el "inadaptado"; los chicos ya no me fastidiaban, me temían, y eso me aisló aún más. Fue así como terminé mi vida escolar y como también inicié la vida en la universidad. Empecé a leer como maníaco. Quería saberlo todo de todo para poner en evidencia a los catedráticos y dejarlos en ridículo. La bebida se convirtió en mi mejor aliada. El ron barato. ¡Oh Baradero!, qué habría sido de mi vida sin ti.

De alguna forma aún anhelaba profundamente tener amigos, sentirme apreciado, enamorarme y ser correspondido. Cuando eres joven es normal soñar con cosas como esas. Pero la más valiosa lección de mi vida fue no convertir mis sueños en metas; cada cosa debía tener su lugar, las finalidades por un lado y los deseos por otro. Realmente quería hacer caos, otorgar el caos en una relación de poder para llevar el mundo a las cenizas del cual surgió. El odio transforma a la gente. Igual que los golpes, la demencia, los medicamentos o el alcohol. Así es fácil equivocarse, hay que aprender de los errores.

Como universitario me volví demasiado violento. No te diré que soy la encarnación de Bruce Lee como muchos conocidos míos implican durante los relatos de sus peleas. Carajo, ¡odio a esos malditos imbéciles! Estúpidos fanfarrones. ¿A quién demonios quieren intimidar, dominar, convencer o impresionar con sus dudosos cuentos de legendarias palizas propinadas a pobres diablos? No, yo no soy de esos, estimado amigo. Sí, me volví violento pero me golpearon más veces de las que yo dejé K.O. a mi ocasional oponente. La policía conocía bien mi rostro. Por fortuna mía y desgracia de los muchos que me demandaron por las trifulcas y los perjuicios, jamás pudieron llevar ningún proceso en mi contra a un final con prisión pues mi abogado siempre alegó mi estado de salud como precedente de mis acciones. No invertí mucho en fianzas. Mis recuerdos de litigios están repletos de anécdotas legales que me sacaron siempre de los predicamentos. La violencia y la suerte iban de la mano conmigo. Y a pesar de las lesiones, huesos rotos o rostro medio desfigurado, siempre volvía a meterme en líos. Ese era el "Gaburah universitario".

El año 2005 estaba terminando. Mis crisis de ansiedad, identidad y depresión, sumadas a las peleas, el alcohol y los fármacos estaban consumiendo rápidamente mi vida. Tanto en ese entonces como en este ahora, tenía la absoluta certeza de encontrar la paz en la santa muerte, la buscaba desafiando a peleas de cuchillo a malandros que no tuvieron la pericia para matarme ni para morir en mis manos; fuimos todos unos ridículos jugando a los machitos. Aunque tenía esperanzas de que alguna pelea me gane la gloria de una muerte en batalla y la segura ascensión al Valhalla. Fue así hasta aquel 14 de noviembre. 

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