76. Briana...
Nueva Ciudadela de Erks. 10 de Noviembre de 2005.
Los años han pasado y Erks finalmente estaba terminada. Los erkianos la bautizaron "Nueva Erks", construida cerca de la ciudad que fue arrasada por Tsadkiel. Todos los desechos radioactivos de aquella catástrofe, todo rastro de desolación, había sido cernido y limpiado por los pacientes agricultores erkianos que, usando las técnicas hiperbóreas para cercar un territorio, se dedicaron durante años a la labor de regeneración de los campos.
Como antes, Erks volvía a ser una esplendorosa ciudad con su enorme torre que se perdía a insondables alturas en el cielo. La gente vivía, los niños jugaban, los hombres trabajaban la tierra, las mujeres cuidaban a los bebés. Todos entrenaban como guerreros, pero a su vez, vivían. Tan solo vivían. Aguardando el momento de saltar de capa dimensional al nuevo multiverso, listos para una nueva batalla en el fin de los tiempos. Pero ese evento aún no había llegado y los erkianos estaban dispuestos a aguardar hasta que el momento llegue. Mientras tanto, vivían, sobrevivían, y aguardaban a que el sueño termine.
Los ríos de agua cristalina eran el lugar favorito de los niños pues acompañaban a sus madres a lavar la ropa y jugaban en el agua y con los peces. Allí, una niña pequeña, de tres años aproximadamente, jugaba con sus amiguitos y reía con honesta inocencia. No muy lejos de ella, un joven, de 19 o 20 años quizá, la observaba con cariño. Él tenía los ojos grises y llenos de nostalgia. Su cuerpo, sin duda, tenía la formación de quien es esculpido por la guerra y el entrenamiento, pero a pesar de ello, la expresión de su rostro al ver a la niña jugar lo impregnaba de un halo de paz.
En ese momento, mientras él observaba a la pequeña, una joven de su misma edad llegó empujando una silla de ruedas en la cual estaba sentado un viejo amigo de aquel cuyos ojos grises veían de frente a la melancolía.
—Me lleva, Alan, te haces buscar demasiado —se quejó la persona en silla de ruedas.
El observador, Alan, volteó y miró a sus amigos que llegaban.
—Oh, hola Gabo, Chío. Lo siento, me distraje.
—Se nota —replicó la ojosa Rocío—. Se suponía que debías estar en la parcela norte hace horas.
—Vamos, sean pacientes conmigo —dijo Alan y sonrió mientras se sobaba la nuca—. ¿Hay novatos prometedores este año?
Gabriel sonrió con picardía. Aún ciego, él seguía expresándose como si no fuera invidente.
—Son unos niños pícaros, como lo éramos nosotros al iniciar el entrenamiento. Pero aprenderán.
Alan suspiró y rió tan bajo que nadie le oyó.
—Supongo que son buenas noticias.
—¡Papi, mida, papi!
Aún en su media lengua, empezó a gritar la pequeña niña que Alan observaba con tanta devoción. Había logrado atrapar a un pequeño pececillo y estaba muy emocionada. Sus ojos brillaban con esa luz que solo la mirada de un niño puede poseer.
—¡Bien hecho, Brianita! ¡Serás una gran Centinela! —la alentó Alan, su padre.
Rocío río levemente, Gabriel la secundó.
—¡Cuidado te caigas! —le advirtió la ojosa.
—La Briana ha crecido mucho —dijo Gabriel.
Alan asintió y agregó:
—Mejor nos vamos a hacer nuestro trabajo. Tenemos muchos chicos que entrenar antes que... —se cortó en seco, no era necesario mencionarlo—. ¡Briana, es hora de irnos!
—¡Papá, aquí, aquí, papá! —protestó la niña, en su media lengua.
—¡Mañana venderemos otra vez, vamos mi amor!
La niña, obediente pero no conforme, sacó sus pies del río, se puso sola sus pequeñas sandalias y corrió hacia su padre. Alan la abrazó con fuerza y ella lo miró fijamente, llena de amor y admiración. Ambos, en compañía de Rocío y Gabriel, empezaron su retorno a Erks.
En una colina no muy lejana del río Oeste, un cementerio lleno de flores y árboles había sido levantado por los erkianos. Ellos no acostumbraban recordar a los muertos, pero luego de los acontecimientos en la antigua Ciudadela de Erks, decidieron que no era inapropiado rendir homenaje a los caídos en combate. Una hermosa mujer había llegado junto a un fornido varón. Ella llevaba un racimo de flores azules que dejó a los pies de una lápida cuyo epitafio decía:
"Akinos, Kraken de las Profundidades, Centinela de Artemisa. / 1986 – 2002".
—Hola, opa —dijo la mujer hacia la lápida, esbozando una sonrisa que, en lugar de lucir como un gesto de beneplácito, estaba mas bien, impregnada de tristeza—. Espero que te estés portando bien allá, en Hiperbórea —un gemido de llanto ahogado quiso emerger, pero ella lo extinguió tragando saliva—. Soj un gil. Me habéj dejado atrás. Pero tuviste una muerte honorable, hermano. Nos veremos de nuevo en su momento...
El acompañante de aquella mujer acarició su hombro, como consolándola, pero ella ni se inmutó y siguió conversando con la tumba.
—Nadie te olvida, menos yo. Para siempre serás el mismo peladingo que se enojaba cuando le ganaba en los entrena... —ya no pudo más, finalmente rompió a llorar. Sacando fuerzas de remotos rincones de su ser, logró continuar—... Yo estoy bien. Ahora el Edwin cuida de mí. ¿Te dije que se me declaró? Sí. Ahora somos cortejos. Seguro lo habrías aprobado. El Edwin me ha ayudado mucho ahora que vos ya no estás. Así que, hermano, no te preocupéj por mí. Estaré bien, esperando para la Batalla Final cuando Poseidón se nos muestre de nuevo; pero primero este sueño debe acabar, ¿no crees?...
El acompañante de aquella mujer se puso de cuclillas y dejó también un ramo de flores sobre la lápida.
—Hola Akinos —dijo él—. Vinimos a visitarte porque, bueno, ya sabes cómo es tu hermana. Quería hablar contigo. Bueno, el asunto es que... —tragó saliva—. Tengo una noticia que es buena y mala a la vez. Yo sé que cualquier vida que llega a este mundo representa un Espíritu que es encadenado a los ciclos del karma y... —suspiró—. Vas a ser tío, amigo mío. Tu hermana va dar a luz a un hijo mío. Aunque no sea estratégico traer niños al mundo, yo sé que este bebé que nacerá tendrá lo mejor de la sangre de mi estirpe y de la tuya. Así que descuida, los Luchnik y los Petrakys tenemos ahora mucho en común.
Edwin acarició la tumba, Berkana imitó el gesto. Luego ambos se tomaron de la mano.
—Creo que tu sobrino será el menor de la nueva camada —prosiguió Edwin, siempre mirando a la lápida—, ¿sabes? El Oscar y mi hermana también han sido padres, tú sabes. El niño se llama Alan Rodrigo, ¿no es irónico? Ja, ja, ja, este Oscar y sus ideas. Ya tiene tres años y es todo un pícaro, pero lo quiero mucho a mi sobrino. Y no es el único. Tú ya sabes que la Dia...
Se calló, las lágrimas le hicieron callarse. Berkana lo abrazó. Edwin, apenas conteniendo el llanto, continuó hablando con su difunto amigo:
—La Diana tuvo una hermosa y sana bebita. Nació algo prematura, pero bien de salud. Quién lo diría, luego de todo lo que ocurrió la niña nació fuerte como un roble. Su padre decidió llamarla Briana. Casi como su madre. Y me parece lo más apropiado. ¿No es cierto, amigo?
—¡Vamos, ya es hora! —les gritó Rhupay.
Berkana y Edwin lo miraron por encima del hombro y asintieron. Era hora de entrenar a los nuevos guerreros. Ambos dieron una última ojeada a aquella lápida y luego observaron las que estaban cerca de ella. Tumbas de gente, también, muy querida:
"Qhawaq Yupanki, maestro hiperbóreo y héroe de Erks. / Indefinido – 2000"
"Rowena Von Kaisser, guerrera nocturna de la Luna. / 1951 – 2000"
"María Luchnienko Sra. De Cuellar. Vraya de los Señores Luchnik. / 1961 – 2002"
"Jade Bakari. Vraya de Egipto. / 1964 – 2002"
"Orlando Cuellar Aguirre. Valiente soldado y guerrero de Bolivia. / 1960 – 2002"
"Erick Cortez Avendaño. Amado padre y esposo. / 1957 – 2000"
"Armand Rodrigo Torrico Michelle. Lycanon, Centinela Géminis. / 1986 – 2001"
"Diana Alexandra Cuellar Luchnienko. Dianara, Osa de la Luna. / 1986 – 2002"
Habían muchas más lápidas en aquel lugar, cientos de ellas; y aunque muchas eran tumbas simbólicas, como la de Diana, todas representaban los recuerdos de los fallecidos en ese mundo. Formaban un inmenso camposanto debidamente runificado. Era el campo donde los héroes caídos yacían. Era su nicho de descanso hasta que nuevamente los tambores de guerra resuenen en Erks, y el llamado de los dioses a la guerra se haga oír hasta en el Origen.
Rhupay y Valya, que habían tomado las riendas de la administración en la Ciudadela de Erks tras la Batalla de la Umbra, habían decidido homenajear a los héroes ausentes poniéndoles sus nombres a las calles y plazas. Su mayor convicción era ser dignos nietos de su abuelo, rindiendo honores a todos aquellos ideales que Qhawaq y los demás caídos defendieron con sus vidas. Por ello, en la Parcela Norte de entrenamiento, lugar donde los Centinelas del Segundo Cultivo habían entrenado hace ya más de cinco años, se había levantado una plaza con el nombre de aquel a quien todos lograron recordar luego de culminada la Batalla de la Umbra. Llamaron a la plaza: Lycanon. Allí, los Centinelas se habían reunido para examinar los nuevos rostros. Todos, niños y niñas de entre 12 y 13 años, edad en la que el entrenamiento de combate daba inicio. Los nuevos mentores hiperbóreos eran aquellos que habían combatido en la Batalla de la umbra. Sus nombres se habían convertido en verdaderas leyendas entre los erkianos. Hablaban de forasteros venidos de otro mundo que entrenaron en Erks y se convirtieron en los más poderosos guerreros que se haya visto: los Centinelas de Artemisa. Ser adiestrados por tales leyendas era un honor para los aspirantes que, en la experiencia de sus cortas vidas, habían visto realizar toda proeza y gesta heroica.
Agrupados en parejas, los Centinelas habían formado nuevos Cultivos de guerreros. Gabriel y Rocío entrenaban el "Cultivo Odal". Edwin y Berkana, al "Cultivo Tyr". Oscar y Jhoanna se hacían cargo del "Cultivo Raido". Y Rhupay y Valya entrenaban al cultivo escolta de Erks, o "Cultivo Kenaz". Cuatro cultivos de 12 miembros cada uno, constituían la futura élite guerrera erkiana. Ese día en especial, los más dotados de la primera etapa del entrenamiento habían sido seleccionados para pasar a aquel adiestramiento especial que los convertiría en "Centinelas de los Dioses", soldados superdotados que aprenderían todas las técnicas de los guerreros de Artemisa.
Alan empezó a caminar entre los aspirantes, observando sus rostros. Tenía las manos en la espalda y una postura con cierto aire de decepción, como si aquellos muchachos no le convencieran para iniciar el entrenamiento. Se detuvo y señaló a uno de ellos, preguntándole su nombre casi a los gritos:
—¡Tú, tu nombre!
—¡Eo Mak, Su Señoría!
—¡Y tú, la que está allí atrás!
—¡Helda Raith, Su Señoría!
Alan bufó.
—Muy bien, mocosos. ¡A partir de hoy su entrenamiento va ser más duro de lo que jamás lo ha sido! ¡Deberán ser capaces de pulverizar rocas con solo pensarlo! ¡Sus puños se harán capaces de partir planetas enteros! ¡Y sus patadas desgarrarán estrellas! Pero para eso, los harán trabajar hasta desfallecer. Si alguno de ustedes no se siente capaz, este es el momento para retirarse.
Pero ninguno de los niños se movió, ni siquiera mostraron gesto alguno de duda. Alan sonrió entonces y asintió.
—Hay convicción en ustedes. Bienvenidos a esta nueva etapa de su adiestramiento. Los convertiremos en Centinelas de los Dioses, o los mataremos en el intento.
—¡Todos a sus parcelas de entrenamiento! —Edwin ordenó—. ¡Vamos, vamos, vamos!
Y empezaron a desconcentrarse para dirigirse a sus respectivos lugares. Todos menos uno: Alan. Él se quedó en Plaza Lycanon, observando a los novatos irse con sus mentores hiperbóreos. En ese instante, Arika se apareció.
—Esos niños han esperado mucho este momento —dijo la gitana.
—Están ansiosos, pero aprenderán a ser pacientes —Alan replicó.
—Tú eras igual de impaciente cuando eras chaval.
Alan quiso reírse, pero se contuvo.
—Aún lo soy, pero usted me entrenó bien, maestra.
—Llegó mensaje de Aldrick. Dice que los camaradas dominicanos están felices con lo logrado en Erks hasta ahora. También aseguran que no ha habido movimientos de la Sinarquía desde la Batalla de la Umbra.
—Esas son grandes noticias. ¿Se acostumbró el maestro Aldrick a su nuevo puesto de Cardenal?
—Lo dudo, pero alguien debe vigilar a la Iglesia Católica de los Gólen que están acechando en el Vaticano, hasta que el salto quántico se realice. Y quién mejor que el poderoso Aldrick para ese propósito.
—Sí, tiene razón, maestra. ¿La bóveda del Arco de Artemisa está culminada?
Arika negó en silencio y dijo:
—Broud Zimer informó que todavía faltan algunos cristales de tiempo para el cerco rúnico, pero los erkianos no tardarán en terminar su trabajo. El Arco de Artemisa estará seguro aquí hasta que tu hija venga a reclamarlo.
Alan miró a su maestra y asintió con alivio. Luego se perdió en sus pensamientos por unos segundos y agregó:
—Maestra, mañana saldré de Erks con rumbo a la Tierra de la Cuarta Vertical para radicar en Bolivia nuevamente.
Hubo un silencio entre ambos, la gitana lo rompió.
—Para los dioses, unos cuántos años son como segundos.
—Sí, maestra.
—Cuánto tiempo tienes pensado vivir allí.
—Hasta que mi niña cumpla los seis años. Pero volveré de vez en vez a Erks para que no pierda la costumbre de este lugar.
—Entonces, la criarás como una niña de dos mundos, tal y como habías pensado.
—Sí, maestra. No quiero que ella tenga que enfrentar de nuevo un Sueño de Amatista sin tener conocimiento del viaje interdimensional.
En ese instante, la conversación entre discípulo y mentora hiperbórea fue interrumpida por el retorno de una Centinela, la ojosa, quien parecía haberse quedado con algo importante que conversar con Alan.
—Los dejo —dijo Arika—, tengo que atender algunos deberes.
Y la gitana se retiró. En ese momento Rocío encendió su rostro con una sonrisa.
—El Gabo puede solo con esos novatos —dijo.
—¿No deberías estar entrenándolos con él?
—Me pedí una licencia momentánea para hablar algo importante contigo. ¿Podemos ir a esa colina?
Rocío señaló una verde loma, cubierta de árboles y flores, situada justo en el extremo oriental de la Parcela Norte. Alan sonrió y caminó con Rocío enganchada de su brazo.
—El Gabo tuvo una visión —dijo Rocío de repente—. Es algo relacionado al Rodrigo.
Alan se detuvo de golpe, como si aquella frase trajera malos augurios.
—Dime... él...
—Él aún vive —interrumpió Rocío. Alan bajó la cabeza y siguió caminando.
—Ha pasado mucho tiempo ya.
—Así es. Y yo tengo algo importante qué hacer.
—De qué hablas.
—Ese día que... bueno, tú sabes; despertaste como Laycón. El Rodri y yo hicimos la promesa de vernos una vez más.
—¿Él sabía que lo olvidaríamos? —consultó Alan con cierto dejo de angustia.
—Quizás. Pero la visión del Gabo es una señal que me dice que debo ir.
—Rocío... no creo que sea prudente. Verlo de nuevo podría destruirte, ahora mismo es muy peligroso.
—Soy una Centinela, nene. Nada me va destruir.
—Mierda —farfulló Alan—. Hay tantas cosas que no le dije.
—Él ya las sabe, Alan. El Gabo dice que hay un designio pendiente en las Visiones de un Sueño de Amatista, y ha llegado el momento de hacerlo cumplir.
—Si el Gabo lo dice, seguramente es por algo. Después de todo, no creo que falte mucho para... eso que va suceder...
Ambos quedaron en silencio hasta alcanzar la cima de la loma. Se sentaron bajo un manzano y entonces retomaron la charla bajo el sol de mediodía.
—Dime Alan, cómo te sientes.
—Acalorado. Hace un sol tremendo.
—No hablo de eso.
Con el ceño fruncido, Alan elevó la mirada al sol, tapándolo con sus manos y solo dejando la corona al alcance de sus ojos que se achinaban.
—Ese día —dijo Alan—, yo renegué de Odín, de Artemisa y de todos los dioses. Creí que eran tan malditos como el mismo Jehovah-Satanás. Pero ese era el destino de ella. Lo recuerdo todas las noches, cada vez que llueve. Ese día llovió mucho, ¿recuerdas?
Rocío asintió, mordiéndose el labio inferior. Alan continuó:
—La Diana se desmayó muchas veces, debió dolerle tanto... Y cuando despertaba, el dolor solo era mayor y mayor. Se notaba en su rostro, en sus gritos. Era tan cruel que quería dejar de mirar. Es irónico. Vi civilizaciones enteras perecer en el espacio-tiempo, pero el dolor de mi Diana no era soportable desde ningún punto de vista para mí. Tomaba tanto tiempo que parecía que no tendría fin. Incluso sentí que yo también desmayaría. Quizás mi mente ya no podía más, o estaba demasiado desesperado. Entonces oí su llanto, el llanto de mi bebé. No sabía si sentirme feliz o agobiado. Entonces, cuando cargué a la Brianita por primera vez, sentí el vínculo que nos unía, la promesa de salvar no solo nuestros linajes, sino también a cientos de Espíritus cautivos en este multiverso que esperan el nacimiento de héroes. Ella, mi Briana, sería una heroína. Quise compartir mi emoción con la Diana, pero cuando la vi a los ojos...
El viento sopló. Rocío tenía los brazos cruzados y el rostro lleno de lágrimas.
—Era tan valiente. Me sonrió y de inmediato bautizó a nuestra hija. "Hola Brianita", dijo. Briana, un nombre sacado de las memorias de sangre de su madre. La Diana pensó en eso antes que en tratar de recuperarse. Luego me dijo: "Estoy cansada, quiero descansar. Sé un buen papá con tu hija. Briana, sé una buena niña con tu padre". Y cerró los ojos. Sabes, hice de todo para evitar que eso ocurriera. Incluso pensé en elevar mi espectro y recargar el tiempo, pero estaba tan desesperado que el Trance Hiperbóreo me resultaba imposible. Era lógico, después de la Batalla de la Umbra, nunca más ninguno de nosotros logró el Trance Hiperbóreo. Pero yo necesitaba ese poder en ese momento. Podía destruir universos y crear muchos otros con solo mi espectro, y en ese instante que solo tenía que salvar una vida, no pude alcanzar la llave de mi Espíritu. Mi sangre se cerró y tuve que ver a mi Diana cerrar los ojos sin remedio.
El viento dejó de soplar. Rocío lloraba en silencio.
—A pesar de que los años han pasado, aún sentía remordimientos por no haber sido capaz de hacer nada por evitar que ella cierre sus ojos. Y hasta que Brianita no abrió los suyos, semanas después, no tuve consuelo. Pero ese día, cuando la bebé me miró por primera vez, pude ver a la Diana en su mirada y entendí que madre e hija eran la misma persona. El Espíritu de mi Diana es tan grande que abarca incluso a mi hija.
Brisa suave que arrancó algunas hojas. El llanto de Rocío continuaba.
—Extraño a mi Diana, pero sé que ella no va volver a encarnar, por lo tanto ya no está perdida en el universo de las formas creadas. La Diana está en casa y me espera. Cuando yo me vaya, nos volveremos a ver en el Origen, y nuestra pesadilla en este mundo al fin habrá terminado. Pero seré paciente, esperare a que la Briana sea adulta, no me iré antes; la acompañaré al salto quántico. No la dejaré sin padre mientras me necesite.
—A... Alan...
—Descuida, estoy bien
No había una sola lágrima en los ojos de Alan, mas bien sonreía. Rocío estaba sorprendida, no esperaba ver una sonrisa en su rostro mientras hablaba de ese tema.
—De alguna forma yo sabía que eso ocurriría. Lo supe aquel día que nuestros Espíritus se fusionaron, cuando El Arco de Artemisa disparó esa la Ságita Luminis y Halyón desapareció para siempre. Viví el tiempo que me restaba a su lado con todas mis fuerzas. Si a eso le sumo el tiempo que Rodrigo compartió con ella, creo que fueron buenos tiempos en medio de esta pesadilla a la que llaman "vivir". Ya no tengo remordimientos. La Diana no querría verme triste, y que esa tristeza se contagie a nuestra hija.
—Alan... la Briana...
—Lo cierto es que mi beba es también hija del Rodrigo. Después de todo, él la engendró. Sus recuerdos son los míos también. Así que... ya no tengo nada de qué sentirme culpable.
Rocío suspiró, ya no lloraba. La sonrisa en el rostro de Alan le había curado, de forma instantánea, la herida por la pérdida de su mejor amiga. La ojosa rebuscó en sus memorias y dijo:
—Cuando la Diana y yo éramos niñas, hicimos una promesa: "Juntas nos iremos, y haremos llover flores para que todos estén siempre contentos. Siempre amigas, hasta que seamos viejas, y nos quedemos dormidas, juntas, bajo un árbol". Al final ella se fue primero, pero ahora siento que es mejor así. La Diana está en casa, lo sé, y un día yo también estaré en casa y nos veremos otra vez.
—Es cierto, nos veremos todos en casa.
Llena de energías renovadas, Rocío se levantó y se sacudió el polvo.
—Está decidido. Mañana parto a La Paz a terminar lo que dejé pendiente.
—Podríamos ir juntos, yo también iré a La Paz.
Rocío miró a su amigo, sonrío y asintió.
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