7. Emanación aberrante
El sol estaba en su zenit sobre los valles altos de montaña, bañando con sus rayos las murallas de la Fortaleza de Oricalco. Los erkianos que en ella se refugiaban habían salido de sus muros y recolectaban materias primas para reconstruir su ciudad. Las canteras y herrerías se habían levantado sobre grandes yacimientos de roca y metal que rodeaban las grutas cercanas a la Fortaleza. En los llanos ya se habían establecido áreas de cultivo que cuidadosamente fueron aradas. Aunque los erkianos tenían suficiente alimento para varios años de sitio sabían que no debían terminar con sus reservas, debían reponerlas cuanto antes. Los puestos de caza se habían levantado en el interior de los oscuros bosques a los márgenes del río occidental. Allí, los cazadores cobraban sus presas y disecaban su carne haciendo uso del viento, el sol y la sal. Las mujeres erkianas y sus niños recolectaban diversos frutos y legumbres comestibles en las fértiles praderas a orillas del río oriental.
Broud, el jefe de la aldea, se hallaba en los campos de cultivo supervisando personalmente el arado y la siembra. Entonces vio a una niña llegar corriendo. Apenas recuperó el aliento cuando vio a Broud.
—¡Señor Broud, venga por favor! —le dijo la niña con mucha alarma.
—Qué ocurre.
—¡Hay heridos en el río!
El jefe de la aldea junto a dos de sus hombres siguieron a la muchacha hasta una de las playas de pescadores del río occidental. Cuando llegaron, Broud se llevó un gran sobresalto al ver que se trataba de Rhupay y los demás Centinelas. Todos presentaban heridas, tres de ellos eran irreconocibles.
Broud mandó traer camillas inmediatamente, los cargaron y se los llevó a la fortaleza. En el camino y haciendo un terrible esfuerzo para mantenerse consiente, Rhupay le explicó al jefe y sus allegados los pormenores de los últimos eventos, desde la recuperación de la flecha de plata hasta el despertar de los lobos Géminis. En cuanto acabó de oír el relato, el jefe llamó a la Vraya de Erks.
Desde los tiempos de la Atlántida las vrayas fueron Guerreras Sabias consagradas a la misión de mantener viva la memoria colectiva de los pueblos del Pacto de Sangre. Su misión con el recuerdo del Origen las aislaba por completo del resto de los componentes del pueblo, por lo que, con los años y la soledad, adquirían profundo conocimiento en la Sabiduría Hiperbórea. Muchas de ellas se convertían en poderosas hechiceras que ostentaban el mayor de los conocimientos gnósticos. Las vrayas, junto a los noyos hierofantes, llevaban los ejes del liderazgo en los pueblos hiperbóreos; la mayoría de ellos tenían a un jefe, un rey o emperador que llevaba el eje carismático del pueblo; junto al rey se encontraba un hierofante que ayudaba al líder a tomar las decisiones, a modo de Arturo y Merlín. Y tras ellos, en la sombra, estaba siempre la vraya, quien era la más entendida en el mundo umbral, la magia, los Espíritus y los sueños.
La vraya de Erks era una anciana que tenía un solo ojo y el cabello completamente plateado. La gente le decía: "Pitonisa". Por lo general acudían a ella para tratar enfermedades que solo la magia hiperbórea puede curar. Ella junto a Qhawaq constituían los cimientos palpables de la función regia en Erks, pero con la partida del poderoso hierofante ciego, Broud pasó a tomar su lugar por nombramiento de Rhupay. El joven guerrero no tenía intenciones de consagrarse a tomar el liderazgo de Erks, por lo que delegó su función a Broud Zimmer, un guerrero erkiano veterano.
Broud se retiró ni bien dejó a los heridos a cargo de la vraya, no sin antes dejar a un par de sus hombres a disposición de la anciana y la orden de ser informado ante cualquier novedad.
La Pitonisa atendió a los heridos en la choza que había ocupado como vivienda. Ella no tenía la menor intención de llevarlos al templo, no quería complicarse con los pormenores del tratamiento que debía seguir. Los examinó cuidadosamente, en especial a los tres Centinelas que llevaban las peores heridas. Luego pidió a los hombres de Broud conseguir misteriosas plantas de una lista que la anciana misma elaboró. Ni bien ellos se fueron, la vraya empezó el tratamiento.
El plasma es el cuarto estado de la materia, una condición altamente energética en la que la materia adquiere carácter iónico. Bajo influencia del espectro, o Quinta Fuerza de la Naturaleza, el plasma adquiere propiedades muy especiales para modificar la energía y masa de los átomos. Ese es el origen del frío fuego faérico que no causa quemaduras ardientes, sino un mortal estado de congelamiento que abrasa en frío. Pero también puede ser inmensamente ardiente, como el plasma solar. Y ése era justamente el caso de la erupción que quemó a Edwin, Oscar y Jhoanna.
Una persona normal se habría evaporado en segundos, como ocurrió con alguno que otro desafortunado soldado rezagado. Pero en el caso de los Centinelas, que pueden protegerse usando escudos espectrales, las heridas se extrapolan y generan un daño físico equivalente a la cantidad de espectro circulando en los circuitos espectrales del guerrero. Los jóvenes hiperbóreos habían salvado la vida por poco. No obstante, Edwin, Oscar y Jhoanna, al estar más cerca de la erupción, sufrieron un daño mucho más masivo, en especial en sus circuitos espectrales, que se habían fundido.
Para tratar las heridas de plasma se emplean técnicas ancestrales para una veloz recuperación física. Pero el restablecimiento de circuitos espectrales era mucho más complejo. Era requerido de alguien con sus circuitos en un estado aceptable y con mucha destreza en la canalización espectral, un perfil ciertamente difícil de encontrar, incluso entre los erkianos. La vraya sabía perfectamente que ella no tenía la capacidad para canalizar el inmenso volumen de espectro que el tratamiento requería. Sin dudas, la única salida sería que uno de los Centinelas presentes use su propio espectro para curar a sus amigos. No obstante, esa reparación podía ser de alto riesgo para el voluntario, dado que su cuerpo estaría sometido a consecuencias impredecibles.
Por otra parte, el caso de Diana era mucho más complicado. Sus circuitos espectrales no estaban fundidos, sino colapsados. Una lesión muy extraña, casi insólita en la historia médica hiperbórea. Lo llaman "emanación aberrante". Es cuando los circuitos se cierran sobre sí mismos y empiezan a absorber tricíclicamente volúmenes imposibles de espectro cósmico. Esa acción ocasiona que el cuerpo, la mente, el alma y el Espíritu del afectado se dañen en diversos niveles. En Diana, ese colapso había dañado su hígado, sus glándulas suprarenales y su sistema nervioso. Tenía varias hemorragias internas, la chica debía haber muerto en breves minutos por la pérdida de sangre, pero su cuerpo no expiraba.
Lo primero que la anciana hizo con sus pacientes graves fue tratar de restablecer su existencia biótica. Empleando piedras y gemas canalizó algo de espectro primordial sobre los heridos y empezó a reparar los tejidos de sus cuerpos. Poco a poco, los daños orgánicos se iban curando y la sangre volvía a circular por sus venas luego de casi perderla toda. Posteriormente usó piedras del tipo lapis oppositionis para crear un cerco de tiempo y espacio alrededor de cada cuerpo, cerrando temporalmente la recepción espectral de sus pacientes. Con las plantas que mandó traer realizó algunas infusiones y ungüentos con los que cubrió los cuerpos de sus pacientes, desde los más graves hasta los menos severos.
Poco a poco los Centinelas con heridas menores empezaron a recuperarse de las lesiones. Rhupay y Valya se restablecieron primero, luego Berkana y Gabriel. Finalmente se recuperaron Rocío y Akinos. Sus cuerpos se regeneraban inauditamente rápido. Una vez restablecidos, la vraya les dio de beber a cada uno de los jóvenes guerreros la infusión de hierbas que había preparado. Ninguno pudo contener hacer muecas del asco. El brebaje tenía un sabor tan amargo que invitaba a vomitar. Y mientras ellos bebían, la anciana comunicaba el diagnóstico de los heridos más severos. Les informó el tratamiento que cada uno debía recibir y esperó hasta el final para indicarles sobre lo que tenía que hacerse con Diana.
—Muy bien, veo que sus cuerpos están mejor, en unos días tendrán sus circuitos espectrales totalmente recuperados, pero el resto está en una situación más severa —dijo la anciana.
—Díganos, qué debemos hacer ahora —pidió Rocío, preocupada por Diana y los demás heridos.
—Como les dije, Ninurtske, Hagal y Debla tienen sus circuitos en un estado de abrasión muy profundo. Con mi guía, uno de ustedes, cualquiera, podría ser capaz de reparar los circuitos dañados. Pero deben saber que para eso tendrán que conectarse espiritualmente con sus amigos heridos y el riesgo de tal acción es impredecible. Por esa razón, solo uno de ustedes realizará tal procedimiento, y deberán decidir ahora mismo quién lo hará.
Los muchachos se miraron con angustia, pero antes que pudieran discutirlo, la vraya continuó:
—Por su parte, el caso de Dianara es distinto. Ella no tiene los circuitos espectrales quemados, sino que sufrió una "emanación aberrante". Pocas veces se ha visto algo así. Su Espíritu se encuentra encerrado dentro de una gruesa arquémona, no sabemos cómo estará espiritualmente allí adentro, solo que está cautiva. Para salvarla, el voluntario no solo debe conectarse espiritualmente con Dianara, sino que debe ingresar a sus circuitos espectrales por plano astral y tratar de sacarla desde adentro. Solo así sus circuitos espectrales se abrirán.
La mayoría de los muchachos no había entendido muy bien a qué se refería la anciana, pero Rhupay, al tener un alto grado de capacitación en medicina hiperbórea, lo descifró en segundos.
—Surcar los circuitos espectrales de una persona que tuvo una "emanación aberrante" es un suicidio —dijo Rhupay en voz baja. Los demás Centinelas lo observaron, como esperando una explicación.
—Eso depende de la fortaleza de quien lo haga —replicó la vraya—, no es un viaje seguro, pero no tiene que ser sin retorno.
—Eso quiere decir —continuó Rhupay con tono preocupado—, que no solo uno se arriesgará, sino que deben ser dos —concluyó, tapándose el rostro.
—Alguien que nos explique qué pasa —protestó Rocío.
—Debemos decidir —intervino Valya, quien ya había entendido la gravedad de la situación—. Dos de nosotros deben dedicarse a salvar a Dianara y los demás, pero quienes lo hagan estarían emprendiendo una misión difícil de superar. ¿No hay otro modo?
—No lo hay —respondió Rhupay—. De todo el universo, los únicos que podríamos lograrlo somos quienes estamos presentes aquí y ahora. Nadie más puede hacerlo, solo dos de nosotros.
Todos se miraron los unos a los otros, y el que no podía ver a nadie se ofreció primero:
—Yo lo haré —dijo Gabriel—. Puedo viajar al Espíritu de la Diana por medio de sueños.
—Y yo salvaré al Edwin, al Oscar y a la Joisy —se ofreció Rocío—. Los curaré a cualquier costo.
—No —interrumpió Rhupay—. Ustedes tienen menos experiencia, lo haremos Valya y yo —sentenció, miró a la chica rubia y ella hizo un gesto de probación con la cabeza—. Hemos entrenado más tiempo que ustedes, nuestras posibilidades de tener éxito y regresar íntegros son mucho mayores.
—Pero sus circuitos tienen daño —observó Berkana—. Han peleado luchas muy terribles. Mi hermano y yo hemós luchado menos, por lo que nuestros espectros están más descansados. También estamos muy bien entrenados.
—Confíen en nosotros, nuestro poder viene directamente de Poseidón, sabemos transitar el mundo espectral como si fuera estar bajo el mar —intervino Akinos—. Salvaremos a nuestros amigos. No fallaremos.
Rhupay y Valya esbozaron una sonrisa mínima. Rocío puso una profunda cara de resignación mientras Gabriel solo asintió.
—Regresen sanos y salvos —dijo Valya, a lo que Berkana y Akinos solo respondieron con una sonrisa.
Akinos se aproximó a Edwin, Oscar y Jhoanna y los envolvió con su espectro. Un brillante pulpo ectoplasmático de color turquesa se formó sobre ellos, con sus tentáculos extendidos para formar una burbuja. Akinos ingresó lentamente a esa burbuja y empezó a desaparecer, como si la luz se lo estuviera engulliendo. Entonces la vraya se acercó a la burbuja de plasma y empezó a recitar alguna especie de conjuro en una lengua desconocida. Parecía estar en un trance o epifanía, lo que le daba un aspecto muy macabro.
Por su lado, Berkana se arrodilló a un costado de la cama y puso su mano en la frente de Diana. En segundos, la palma de su mano empezó a emitir una luz cian sobre la cabeza de la chica durmiente. Pasaron así unos segundos hasta que Berkana se desvaneció, quedando profundamente dormida al lado de Diana.
—Esperemos que lo logren —murmuró Rocío.
—Lo lograrán —afirmó Gabriel, convencido de sus palabras.
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