Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

65. La Batalla Final I...


Diecinueve de febrero del 2002. Ciudad de La Paz Umbral. Umbra de articulación entre la Cuarta Vertical y Horizontal.

La umbra del mundo, articulación entre los universos de la Cuarta Vertical y Horizontal, se hallaba especialmente tranquila ese día. Los 24.270 soldados que se habían atrincherado en la ciudad de La Paz umbral realizaban sus actividades acostumbradas sin mayores percances. Algunos Mimics sobrevolaban los cielos paceños umbrales, fotografiando y vigilando estrechamente la quebrada. Pocos cambios se habían suscitado en la ciudad. Seguía luciendo herrumbrada y abandonada. Algunos edificios permanecían erguidos, levantándose desafiantes al abandono. Las calles y avenidas, repletas de autos abandonados y oxidados, permanecían imperturbables. Los diablos de polvo, levantados por el viento, eran los únicos transeúntes de la ciudad. Ocasionalmente, un grupo de reconocimiento circulaba y se perdía entre el viento y el polvo. Todas las zonas de la ciudad, replicadas como un clon de la urbe paceña de la Cuarta Vertical y Horizontal, veían los días trascurrir en medio de sus edificaciones solitarias sin que nada las perturbase. Ni siquiera los nativos del lugar habían sido vueltos a ver desde que llegaron las tropas hiperbóreas.

Las defensas antiaéreas de las laderas tenían una rutina de vigilancia estricta que, cada cierto tiempo, se intercalaba con algún partido de fulbito. En los puestos de avanzada, los soldados jugaban naipes o conversaban tranquilamente mientras se fumaban cigarrillos. Alguno que otro cabo leía libros o revistas, a veces, pornográficas. Había una disciplina tan intercultural que era difícil mantener un orden jerárquico claro. A pesar de las diferencias culturales, lingüísticas y arquetípicas, todos los miembros del ejército hiperbóreo respetaban a los otros camaradas.

En líneas de infantería se había organizado un torneo de artes marciales, la única distracción de aquellos rudos soldados de todas las razas y lenguas. Las líneas de artillería se habían dedicado a perfeccionar sus cálculos de tiro, como método para matar el tedio. Lo cierto es que la larguísima espera había empezado a fatigar a los hombres y mujeres que, aguardando el combate, sentían que los días se hacían más y más largos. Se habían acostumbrado a la luminiscencia violeta del cerco rúnico en constante actividad. La presencia de Dianara parecía una variable constante e inalterable a lo largo del tiempo, como si ella estuviese siempre en todas partes. Esa sensación se debía, en parte, al color del ambiente, un violeta frágil y sutil que únicamente se desvanecía en el ocaso y al amanecer. Pero aparte del tinte perenne de la luz, el espectro de la Centinela era lo que más establecía su presencia allí. Al ser las anclas rúnicas alimentadas por el poder del espectro de Dianara, su energía estaba siempre presente en toda la quebrada de La Paz umbral.

En la zona de Ovejuyo se había instalado el primer puesto de avanzada compuesto por el Tercer y Cuarto escuadrón, Segundo Batallón. División: Legión de Espadas. 120 efectivos en total, una mezcla de ecuatorianos, colombianos, bolivianos, rumanos, rusos, chinos y australianos. Al mando de ese puesto estaba la famosa colombiana Leticia Repina, comandante de la Falange Integralista de Nueva Granada. Era una mujer de impresionante físico, cabellera rizada y un parche en el ojo derecho. Nadie sabía cómo había perdido ese ojo, pero se rumoraba que fue durante un combate contra el Ejército Colombiano regular.

La Comandante miraba al cielo diurno, cubierto de nubes. Varios metros por encima de ella se levantaba la barrera del cerco rúnico. La luz solar que pasaba a través de la atmósfera se filtraba por la barrera y se teñía de un sutil violeta que coloreaba las nubes de tono magenta. Se veían bastante antinaturales, como enormes algodones de azúcar. Repina odiaba la coloración que todo adquiría por la luminiscencia de la barrera. Todo objeto, alimento, arma, ropaje o superficie se veía, invariablemente, tinturado de rosa, violeta, magenta, rojo, guindo o tumbo. La mujer estaba harta de ese escenario. Extrañaba la luz blanca. Pero no tenía más opción que aguardar y hacer de cuenta que los colores no le fastidiaban. Se paró cerca de una batería de morteros y encendió un cigarrillo. Se preguntaba cuándo terminaría todo. Entonces sus meditaciones fueron interrumpidas por un soldado que había sido transferido desde uno de los puestos de la ladera este, de la Legión de Corazones. Era un joven recluta canadiense, de no más de 20 años, que había llegado desde el Círculo de Ontario. Cuando la Comandante sintió su presencia, suspiró.

—Fletcher —dijo Repina—, ¿terminaste ya el nuevo inventario de municiones?

—Afirmativo —respondió el joven militar, en un paupérrimo español cuya fonética era terriblemente deficiente—. Nuevas cabezas de mortero A31, llegan, treinta minutos.

La Comandante miraba aún al cielo.

—Infórmame en cuanto lleguen.

—Su orden.

El muchacho dio un paso, dos, tres y entonces Repina lo detuvo:

—Fletcher, espera.

El Cabo volteó y se cuadró ante la Comandante.

—¿Cree en Dios, Cabo?

—Afirmativo, Dios existe y es el enemigo.

—Entiendes que seremos atacados por las fuerzas del mismísimo Jehovah-Satanás, ¿cierto?

—Afirmativo, Comandante.

—Seguramente todos vamos a morir en este lugar, ¿estás conforme con eso?

El chico desvió la mirada, meditó unos segundos, y respondió:

—Vivir por nada, o morir por algo.

Repina miró hacia el cielo y lanzó un suspiro profundo, resignado.

—Todos están tan bien entrenados, soldados disciplinados y rigurosamente adoctrinados —murmuró Repina, el soldado la miraba y la Comandante frunció el ceño al notarlo. Miró a su subordinado y—: Retírate —le ordenó.

El soldado empezaba a irse. Avanzó unos metros y entonces un estruendo, como si un alud de piedras se deslizara por la falda de una montaña, empezó a oírse desde las profundidades de la tierra. El suelo tembló levemente y se mantuvo así por unos breves instantes. Cuando el temblor cesó, todos los soldados del campamento, desde las laderas hasta la quebrada inferior, se habían quedado estupefactos. Leticia Repina regresó de inmediato a su puesto y empezó a evaluar posibles heridos y los daños. No hubo víctimas ni destrozos, pero era demasiado inusual que aquel lugar presentase actividad geológica. Sin embargo, otro sismo volvió a sacudir la hoyada entera, y fue más poderoso que el anterior. Se detuvo y a los pocos minutos inició un cataclísmico terremoto. Enormes grietas se abrieron en múltiples lugares de la ciudad abandonada. Los edificios empezaban a caer como torres construidas sobre arena. El tremendo estruendo no permitía escuchar nada que no fuera la tierra aullando y agrietándose por doquier. La alarma general del campamento se encendió a toda fuerza. Los aviones, su totalidad, alzaron vuelo mientras los equipos de artillería pesada eran sujetados con cables de acero.

El terremoto rugió durante varios interminables minutos y luego... silencio. El sonido del fuego crepitando, las ruinas de enormes edificios asentándose, los heridos pidiendo ayuda, la alarma del campamento aún sonando. Leticia Repina se levantó del piso y notó que su batería de morteros de primera línea ya no existía, en su lugar había quedado una enorme zanja sin fondo.

—¡Ayuden a los heridos! —se oyó la voz de mando de Repina.

Varios hombres habían quedado sepultados bajo escombros y rocas que, atravesando las quebradas, los habían sepultado. Las labores de rescate iniciaron inmediatamente. Los hombres aún estaban ensordecidos por el tremendo ruido del terremoto y les costaba oír los gritos de ayuda de sus camaradas atrapados. Algunos de ellos poseían sobrehumana fuerza, por lo que no fueron necesarias grúas para levantar los sedimentos de mayor tamaño y rescatar a las víctimas que yacían bajo éstos. Leticia Repina corría de un lado al otro, dando órdenes y brindando ayuda a quienes más lo necesitaran. El Cabo Fletcher se había convertido en su mano derecha. No habían pasado ni diez minutos del terremoto y otro sismo empezó a sacudir la quebrada, pero no de tanta intensidad como el anterior. Sin embargo, el ruido volvía a dejar sordos a los hombres.

Las labores de rescate se paralizaron durante unos segundos, lo que duró el sismo. Cuando dejó de temblar, los soldados volvieron a su ardua faena de rescatar a sus camaradas. Entonces un inmenso rayo emergió desde la cima del deshielado y humeante monte Illimani de la umbra. Su resplandor fue tal que muchos hombres quedaron ciegos. Uno o dos segundos más, el trueno del rayo retumbó por toda La Paz umbral, reventando los tímpanos de algunos desafortunados que se hallaban al alcance de la onda de choque. El silencio, un terrorífico silencio, volvió a apoderarse de la hoyada. Todas las miradas se volcaron hacia el monte Illimani que, rodeado de sombras misteriosas y totalmente ajenas a la naturaleza de la umbra, se convertía en sospechoso de tragedia. Negras nubes se formaron en la parte más alta del volcán y, como apocalíptico anuncio, el rugido de una inmensa deflagración ensordeció a los hombres del campamento. El monte entero había explotado en una erupción volcánica descomunal. Mas no era una erupción corriente pues no fue lava lo que emergió primero, sino una infinidad de rayos y centellas surcando una negra nube de cenizas. Los relámpagos eran como gigantescos troncos naranjas que destruían todo cuanto tocaban. Eran tantos de ellos que parecía más una erupción eléctrica que volcánica.

Repina y sus hombres, que estaban más cerca a la montaña que ninguna otra división hiperbórea de la umbra, se quedaron petrificados mientras veían los monstruosos rayos salir de la negra chimenea del volcán. El ruido era tal que cualquier pensamiento quedaba suprimido por la brutalidad del sonido. Nadie supo cuánto tiempo pasó, si fueron minutos o segundos, pero la erupción eléctrica se detuvo de forma tan abrupta como inició. Entonces una luz naranja salió del cráter del volcán. Era un haz de luz tan grueso y enorme que era visible a simple vista desde los lugares más lejanos y apartados del volcán. Y desde el haz de luz, levitando suavemente, una figura humana que iba emergiendo. Los que se hallaban en la Zona Sur de la ciudad pudieron verlo claramente. Aquella figura era tan lejana que era difícil vislumbrarla, pero sin duda estuvo allí. Cualquier otra duda de su existencia quedó totalmente despejada cuando, desde esa silueta en medio de la luz naranja, una serie de relámpagos salieron disparados en dirección a los puestos de avanzada del Ejército hiperbóreo.

Las explosiones se habían propagado por todas partes. Cientos de hombres caían al suelo con sus cuerpos humeantes y chamuscados tras ser alcanzados por el rayo. Los tanques estallaban como pipocas en olla a presión, dejando un sendero de explosiones que seguía el curso del relámpago que los golpeaba. Desde la ladera este a la oeste, todo cuanto se vio fue una chispa naranja haciendo añicos las trincheras. La Legión Espada, a la vanguardia, se había reducido a la mitad. Mientras que las Legiones Trébol y Corazones habían perdido casi toda su capacidad de fuego pesado. Cuando el caos culminó, la figura humana que se hallaba sobre el cráter del volcán empezó a aproximarse a la ciudad. Leticia Repina tomó unos binoculares y fijó su lente sobre aquel terrible enemigo que se acercaba. Fletcher, a su lado, la miraba, expectante. Pasados unos segundos, Repina bajó lentamente los catalejos con su mirada aún perdida en dirección del volcán. Su rostro expresaba un espanto inmenso. Apenas logró recuperarse de la sorpresa y le dio una orden a su subordinado.

—Fletcher, informe al cuartel central —dijo ella con voz de moribunda—. Que desplieguen a todos los Mimic y alisten las baterías antiaéreas. El blanco es el Centinela Hagal. A la velocidad que lleva nos alcanzará en diez minutos. Que todos se alisten para el combate.

—Pero Comandante... acaso Hagal...

—¡A sus puestos! Disparen con todo. No importa lo que ocurra de aquí en adelante, pero no podemos permitir que Hagal pase por aquí. ¿¡Entendido?!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro