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63. Planemo...

La humanidad ha desaparecido. Han pasado siglos en el futuro, pero ya no existe hombre o mujer que respire en el cosmos; al menos no en el Reino Óntico. ¿Qué le ocurrió a la humanidad? Guerra, dicen algunos. Una tragedia en las ciudades de colonos en Marte, o una revelación mortal en el disco duro de una IA a la deriva en el espacio. ¿O no? Es imposible saberlo, pero un Sistema Solar sin humanidad es un Sistema Solar que decrepita hacia la noche de los tiempos, sin mas observador que el infinito. El soñante no duerme, el Demiurgo no sale de su caverna, jamás comió porque no hubo sacerdote, pastor o arcángel para despertarlo. Y el universo, abandonado cual una ciudad en la umbra, se sumerge en el vacío, el silencio y la oscuridad de la muerte. 

En 5 mil millones de años, el núcleo del sol colapsará y sus capas externas empezarán a expandirse hasta convertirse en una gigante roja. Se comerá los planetas interiores (Mercurio, Venus, la Tierra y Marte), mientas que los planetas gaseosos quedarán realmente próximos a la estrella. Cuando la expansión haya llegado a su punto máximo, el Sol colapsará en una explosión menor a una supernova. Sus capas externas serán expulsadas hacia el espacio interestelar mientras que en el antiguo Sistema Solar solo quedará un núcleo frío y pequeño, muy denso y compacto.

El destino del Sol es similar para todas las estrellas. Eventualmente, un día en varios millones de millones de años, todas las estrellas morirán y el cosmos entrará en una noche eterna. En un 100 trillones de años, todas las estrellas acabarán su combustible; la temperatura del universo será más y más baja. Poco a poco, las estrellas se irán apagando. Toda la materia estará extremadamente compactificada y no habrá condiciones físicas para la generación de nuevas estrellas. El universo no terminará en una explosión sino en un apagón. No habrá fuego, sino hielo.

Con la muerte de la última estrella, la Era de las Estrellas llegará a su fin.

En 650 trillones de años habrá iniciado la Era del Ocaso; el universo se habrá convertido en un cementerio, repleto de cadáveres estelares. Para entonces, el sol no será más que una enana blanca, levemente caliente, muy densa; un cadáver estelar extremadamente compacto. Sin más combustible para quemar, las cadavéricas enanas blancas en que se convirtieron las estrellas, emiten sus últimas radiaciones. Si viéramos esas estrellas desde la Tierra hoy, su luz sería similar a la de la luna llena en una noche despejada. La débil luz plateada de los cadáveres de las enanas blancas será la única fuente de iluminación en el oscuro vórtice cósmico en el que el universo se ha convertido. Todo está repleto de estrellas muertas y agujeros negros.

Allí, en ese futuro, un mundo a la deriva; un planeta que no orbita a otra cosa sino a la entropía. Sin estrella ni destino, aquel mundo se degrada hasta convertirse en un planemo: una roca fría, oscura, antigua. Pero aquel planemo no era uno cualquiera, su historia en el universo fue muy diferente a la del resto de planetas que se quedaron huérfanos cuando sus estrellas murieron. Allí vivió y murió una civilización muy antigua y longeva, aquella que vio la última estrella del cosmos brillar antes que todo quedara en penumbras blancas. Un último individuo había quedado vivo para ese momento que estaba por ocurrir. Faltaba poco, muy poco. Entonces, ¡luz! Un rayo que rompe la oscuridad con el estruendo de su energía. 

El solitario habitante del planemo recorrió la distancia entre aquel lugar tan importante que debía vigilar, y el sitio donde cayó el rayo. Había una criatura humeante allí. Era rara, tenía cuatro filamentos emergiendo de un cilindro interior y en un extremo de éste había una esfera coronada de un material muy extraño y suave. La criatura tenía una especie de membrana ora amarillenta, ora rosácea. Temblaba y estaba envuelta en una viscosidad. Para el único habitante del lugar, aquella escena era grotesca, pero pronto asimiló en su consciencia un libro de la biblioteca del planemo, donde estaba toda la información de esa criatura. El habitante ermitaño tuvo entonces un brillo de júbilo, pues el momento había llegado. Sin perder tiempo, envió una señal hacia aquel lugar en el que vivía. Tres pequeñas esferas se materializaron y envolvieron a la criatura en una burbuja, acto seguido todos desaparecieron del lugar de impacto.

Edwin se sentía pesado, embargado por un dolor leve y perenne que le indicaba la presencia de un cuerpo para albergar su mente. Se construyó en un arrebato de abstracción mental y entonces su cerebro se puso en línea. Todo su cuerpo se encendió y sus ojos se abrieron. Se encontró recostado sobre un campo magnético en medio de una estructura, aparentemente, de roca. El cielo era un espectáculo macabro de miles de lunas llenas con brillos muy tenues y plateados. Todo lo demás se fundía en la negritud de sombras inviolables. Era como estar en una habitación oscura, pobremente iluminada por una luz de tubo blanca, fría, fluorescente. Pudo incorporarse y vio que todo cuanto lo rodeaba se veía antiguo, desgastado, incoloro, como las ruinas de un Coliseo Romano hecho de regolito lunar. Entonces vio una flama blanca aproximándose a él. Edwin se puso en postura defensiva a medida que su mente se iba reconstruyendo. Pero en ese instante, la flama blanca enunció ideas directamente en el cerebro de Edwin:

Bienvenido, viajero —emergió un mensaje de la flama blanca.

Una confusión infinita se apoderó de la mente de Edwin. De algún modo sentía que habían dejado un mensaje en su mente, podía abstraer que emergió de aquella flama blanca, pero era una situación tan surrealista que le costó intensas cavilaciones el entender. Recordó a su maestro, la droga que tomó, su misión de llegar al Reino Óntico para buscar la sabiduría de un Siddha Leal antiguo; entonces, Alicia, la vio una última vez antes de caer allí, pero. ¿Qué lugar es ese?

Este es el Reino Óntico —volvió a aparecer una idea en la mente de Edwin. Entonces el Centinela miró la flama blanca y, por descabellado que sea hablar con una lengua de fuego, decidió vocalizar. 

—¿Eres tú quien habla?

—Así es.

Las dudas del joven guerrero poco a poco se iban aclarando, sus ideas empezaban a tomar un orden.

—He venido en busca de...

—Ya lo sé, lo sé todo. 

—Qué o quién eres.

Mi raza vivió hace largo tiempo, éramos una forma de vida totalmente hecha de Consciencia, la última forma de vida. El carbono desapareció del cosmos mucho antes que mi gente evolucionara, los elementos eran demasiado pesados y la Consciencia no podía existir en un soporte tan básico como sus frágiles cuerpos humanos, formas de vida basadas en carbono, algo que mi raza no conoció. Por ello dimos un salto evolutivo mayor y nos convertimos en formas de vida basadas en la energía. Conquistamos la luz y el tiempo, entonces descubrimos a su raza y vimos lo que había ocurrido. El inicio de este universo, el Cosmos de las Formas Creadas y el encadenamiento Espiritual de los Dioses a manos de una facción de traidores. Así es como los llamaban. Por su parte, ellos eran seres básicos y ambiciosos con un poder que no podían entender realmente. Tarde aprendieron de su error y se extinguieron. Por ello el Demiurgo duerme todavía, sufriendo de un hambre atroz pero sin poder despertar.

Por un instante, un escalofrío profundo recorrió todo el cuerpo de Edwin. Recordó las profecías sobre una venidera Batalla Final que pondría fin al cosmos en un Big Crunch, despertando al Demiurgo y asesinándolo. Pero, ¿no se suponía que en un futuro así, el universo no podría haber llegado a apagarse de la forma que estaba viendo? Ese futuro no debería existir.  

—Y así es, humano —interrumpió la flama blanca que, según parecía, podía "oír" los pensamientos de Edwin—. Esto no debió ocurrir, el final tuvo que haber pasado en el límite de la expansión del cosmos. Debió emerger una singularidad que reinicie el universo nuevamente, como tantas veces ya había pasado. Pero no ocurrió esta vez. Mi pueblo viajó por todo el universo tratando de responder a esa pregunta, y la respuesta la tenía tu raza. Un día, lo humano detuvo el fractal del tiempo, y la continuidad del ciclo cósmico se interrumpió. Como consecuencia, este universo quedó a su libre albedrío, sin un Demiurgo que lo sueñe pues Dios olvidó este sueño. No existía ningún soñante para nosotros, ni ningún observador. La única raza que le daba sentido a la finalidad era la tuya, y ustedes desaparecieron alrededor del 2135, en tiempo humano. Eso llevó a que este universo sea destruido por el tiempo y la entropía, dejando en este mundo los últimos remanentes de tu civilización y la mía. Eso es lo que he protegido en este templo durante miles de eones. Sígueme.

La flama empezó a desplazarse en el aire. Aunque con dudas, Edwin la siguió. El impresionante espectáculo de aquel cielo negro, imbricado de incontables estrellas blancas que lucían cómo focos muy tenues y pequeños, sobrecogía mucho al guerrero. 

—Tengo el conocimiento del futuro y el pasado, por lo que ya sabía que este momento llegaría. Sé que has venido del pasado por medio del sueño. Tu raza es muy especial, todos fueron hechos a imagen y semejanza de Dios, y todos ustedes pueden hacer lo mismo que él. Ahora mismo sé que tu cuerpo debe estar durmiente, y han pasado mucho tiempo desde que no venías al Reino Óntico.

—Jamás he estado en el Reino Óntico —replicó Edwin.

—Lo estuviste, humano; es por eso que este universo existe.

—No lo comprendo.

—Pronto lo harás.

Ambos llegaron a lo que parecía una piscina totalmente llena de mercurio líquido. 

—Mi gente descubrió este superfluido cuando la última estrella del universo agonizaba —continuó la flama blanca—. Es un superconductor que usa el espectro para amplificar un campo de atracción que absorbe algo que solo puede existir en un universo viejo como éste. Todas las luces que ves en el cielo son estrellas muertas, enanas blancas que pululan por todo este cosmos, su cantidad es irracional. Hace mucho tiempo, la degradación quántica dio lugar una forma aberrante de existencia que no debería existir: el anti-espectro. Yo sé que venías aquí buscando consejo, te llevarás algo mejor: la solución.

Infinitamente confundido, el joven guerrero clavó su vista sobre la flama blanca, esperando alguna explicación. Es más, de forma repentina Edwin se dio cuenta que siguió a esa cosa sin mesurar los riesgos. No sabía si podía luchar en un lugar como aquel, o usar su espectro.

—No te haré daño, humano. No soy tu enemigo.

—No eres mi enemigo, pero eres un dios; y si algo aprendí de los dioses es que jamás dejan lo importante sin trampas o acertijos para probar la voluntad de los aspirantes que reclamen la Sabiduría, y para alejar a los intrusos indeseables.

—Yo no soy un dios. Solo soy un habitante antiguo del fin del universo. Tú eres el dios aquí, humano. Yo sé que estás intentando salvar la vida de un prójimo tuyo, muy estimado y cercano a ti. También sé que ese prójimo al que quieres rescatar ha caído en posesión demoníaca de Astaroth, un proto-dios mucho más antiguo que tú. Sé que hay guerra entre los dioses en tu tiempo y que has venido buscando respuestas. Yo te ofrecí una solución, pero antes de tomar mi oferta, debes saber los riesgos.

Las palabras de la flama blanca inquietaron profundamente a Edwin.

—La única forma de vencer a tu enemigo, es impactándolo con un choque del anti-espectro que ha surgido en este universo decadente. Debe ser una descarga muy poderosa, equivalente a todo el anti-espectro que existe en esta dimensión. Para llevártelo a tu espacio-tiempo, debes sumergirte en ese superfluido, elevar tu espectro y sobrevivir a lo que ocurrirá después.

—¿Sobrevivir?

—Así es. El anti-espectro es una ecuación de antivida que rompe la energía, no puede coexistir con el espectro. Lo que ocurrirá es que, de inmediato, tus circuitos espectrales se vaciarán completamente de espectro y se llenarán de anti-espectro. Cuando despiertes en tu espacio-tiempo, el anti-espectro estará en tu cuerpo, listo para usarse. Pero solo si sobrevives. Como te dije, el anti-espectro es una ecuación de antivida que podría matarte de formas que no puedes imaginar. 

—¿Y cómo lo usaré si sobrevivo?

—Eso lo sabrás por instinto guerrero. Sin embargo, considera lo que ocurrirá si mueres.

—¿No hay otra forma?

—Sí, existe una. Deberás asesinar al prójimo que deseas salvar, pues cuando él te vea será capaz de controlar su posesión durante un pequeño periodo de tiempo, suficiente para que le mates y al demonio que lo poseyó también. Así terminarías con su sufrimiento y no tendrías que llenar tu cuerpo de anti-espectro.

Edwin rezongó algunas maldiciones y luego entró a la piscina llena de ese fluido bruñido, casi sin dudarlo. Era una sustancia fría y seca. La flama entonces dijo:

—Has decidido el camino del anti-espectro. ¿Por qué?

—Porque considero que la vida es un acto de guerra, y la muerte solo puede llegar en la gloria del combate y no así por las manos de un amigo. Él se puede salvar, yo le salvaré. Lo he jurado.

—Entiendo, se trata de ese sentido del honor de tu gente. Pensé que solo eran leyendas. Los humanos siempre han destacado por ser dioses mezquinos y egoístas, pero en cada raza hay un principio de incertidumbre. Así sea entonces.

—Espera, antes debo saber una cosa: ¿Por qué me ayudas?

—Soy una forma de vida antigua, necesito descansar. Cuando te lleves todo el anti-espectro de este universo, todo aquí desaparecerá, también yo. Es algo que he deseado por mucho tiempo. Solo tú puedes acabar con este universo pues tú lo creaste.

—¿A qué te refieres?

—Cuando el anti-espectro llene tus circuitos espectrales lo sabrás, pues la Consciencia nológica llegará a tu Espíritu. Solo debes sobrevivir. Ahora prepárate, pues todo empezará en cuanto eleves tu espectro.

El joven guerrero asintió, mirando a las estrellas muertas en aquel cielo macabro. Se sintió responsable de rescatar a Oscar y sobrevivir. Tenía la voluntad firme, la mente fría, el corazón afilado. Pero habían dudas, muchas dudas nacidas de las palabras que aquella flama blanca le había confesado. "¿Qué es realmente el Reino Óntico?". Se preguntó Edwin. Entonces inflamó sus circuitos espectrales con todo su poder y un espectáculo apocalíptico inició. Las estrellas empezaron a apagarse mientras ríos y ríos de luz blanca se aproximaban ante los ojos horrorizados de Edwin. Tuvo mucho miedo al inicio, pero apretó los dientes, se llenó de coraje y entonces empezó. Un alarido horrible, el cerebro haciéndose añicos, los circuitos espectrales colapsando, ahogando al Centinela en mareas de indescriptible dolor. Era como recibir una descarga de miles de voltios. Su cuerpo se contrajo y cayó, quedando totalmente sumergido en aquel fluido metálico. Entonces tuvo la revelación de su naturaleza y la de todo cuanto existe. Vio miles de ojos mirándole, acechándole, escudriñando en sus recuerdos. Todo estaba a la vista, no había secretos ni privaciones. Lo miraban y lo miraban, y tan cierto como aquellos ojos era que Edwin estaba cerca de perder la razón. Al final él, su familia, sus amigos y todo cuanto conoció no era más que un...

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