60. Volviendo a la vida...
https://youtu.be/KfddQf2mlVY
El remate iba con una potencia endemoniada, viajando cómo bólido directo al ángulo superior del arco. Era un gol inminente hasta que, casi con las uñas, la mano salvadora del portero desvió la trayectoria del balón que rebotó contra el palo y luego contra la pierna de un jugador rival, quien remató al cielo; era saque de arco. El partido marcaba empate a los 93 minutos y un solo gol por equipo. Los chicos del 4to "B" de secundaria se jugaban el recreo de sus semanas a un solo partido contra el curso paralelo, el 4to "A".
Aún con el balón en las manos, el portero se dio cuenta que la línea defensiva rival tardaba en retroceder, una chispa de picardía brilló en los ojos del meta quien silbó un melodioso y potente trino, muy particular como para no significar nada. El 9 del equipo escuchó la señal y corrió por la banda lateral. El guardameta pateó el balón con tal potencia y convicción que cayó de espalda luego de patear. El 9 corrió al hueco, ganando la espalda de los defensas y el balón llegó a sus pies. El atacante fijó su mirada en el arco y corrió como si un león hambriento lo estuviera persiguiendo. Cuando los defensas del equipo rival lo alcanzaron ya era demasiado tarde, el 9 ya había llegado al área chica, propinando un soberano zurdazo que ganó el partido y la alimentación para todo su curso durante una semana de recreos, todo pagado y auspiciado por el equipo perdedor. El campeón: Equipo del 4to "B".
Oscar se quitó de inmediato los guantes y corrió hacia Edwin quien también corría hacia él, eufórico por el gol que había marcado. Se encontraron en el círculo central y se fundieron en un solo abrazo con todo el equipo. Lo festejaron como si hubiesen ganado la Champions League.
Luego de asearse y cambiarse de ropa, los dos grandes amigos se acompañaban a la salida del colegio tras una desafiante clase de Educación Física coronada con un partido de fútbol bien ganado.
—Viejo, si no tapabas el balón, estábamos jodidos —comentaba Edwin el partido.
—Mas bien entendiste la jugada y corriste al centro —replicó Oscar, algo cansado de la adulación.
—Lo ensayamos antes, tenía que funcionar.
—Bueno, fue tu idea así que te dejaré crédito esta vez.
—Yaaa, bien conchudo hecho al exquisito, vos eres arquero además, no haces los goles.
—¿Acaso he dicho lo contrario?
Ambos estallaron en una carcajada. Luego de segundos de silencio, Oscar continuó su charla por rumbos más incómodos.
—Viejo, hay algo que debo confesarte, es sobre tu hermana —Edwin lo miró, expectante—: Sabes que eres mi brother, no quiero que te lo vayas a tomar a mal. Te respeto y respeto mucho tu casa, lo sabes. Tus hermanas son como mi familia también. Pero en el corazón no se manda, viejo.
—No quiero oírlo —Edwin interrumpió.
—Es que en verdad la Joisy y yo...
—¡Oscar! —volvió a interrumpir, esta vez con la voz firme—. No la lastimes, porque si veo una lágrima caer de su rostro por tu culpa, te romperé las piernas, de eso puedes estar seguro.
—¡Oigan! —venía corriendo una intrusa cuya presencia indicaba que la conversación entre ambos amigos estaba concluida con un status quo— ¡Felicidades, carajo! —exclamó la chica que saltó al cuello de ambos, en un torpe abrazo.
—¿Viste el partido? —Oscar consultó, a lo que ella respondió:
—Claro que sí, gil. Me alegro que hayan ganado, pero si yo hubiera estado en cancha habríamos ganado por más goles, este cojo del Edwin nomás que tantas chances ha desperdiciado.
—Sobrestimas tus habilidades —replicó Edwin con un juguetón tono flemático. La chica sonrió, mirándolo con el rabillo del ojo, y saltó inesperadamente alto, alcanzando la cabeza de su amigo para frotarla con los nudillos— ¡Ya, ya, paz che! —se quejaba Edwin sin oponer resistencia real.
—¡Yo te voy a enseñar motivación en el fútbol, Edwin Cullear Luchnienko, aunque tenga que cortarle la verga a cada caníbal del Congo! —sentenciaba la intrusa que no dejaba de frotar sus nudillos en la cabeza de Edwin.
La intrusa, la deseada, la amada. La amiga de la infancia, la vecina que estudia en el mismo colegio y que tiene la manía de fingir una rudeza de campo ante sus dos amigos preferidos. Esa chica menuda de estrechas proporciones que le dan un aspecto mucho más infantil que los 16 años que en verdad tiene, lo que sumado a su varonil forma de vestir, dan como resultado la apariencia de un preciosísimo niño, exageradamente afeminado y andrógino, congelado en algún punto entre la adolescencia y la pubertad. A más de ello, sus modos no ayudan a su feminidad. Tirarse pedos y ganar concursos de eructos no es nada para ella. Hubo un punto en que Edwin y Oscar pensaron en la chica como si fuera un amigo con vagina. A tal extremo llega que incluso es capaz de meterse en peleas de hombres únicamente por un instinto de manada con color a testosterona. Sin embargo, fuera de la vista de Oscar y Edwin, la menuda chica mostraba una faceta muy dulce y delicada, una fragilidad que solo Jhoanna, su mejor amiga de la vida entera y hermana de Edwin, conocía. Toda posible dulzura, sensualidad o ternura era una faceta que sus amigos varones tenían prohibido apreciar; Alicia fingía odiar la idea de que los hombres la vieran débil para ocultar la vergüenza que sentía por ser tan menuda. Empero, hay cosas que no pueden ocultarse por siempre.
Una noche hubo una pijamada en la casa de los Cuellar. Ya casi daba la medianoche, María Luchnienko dormitaba con la tele encendida y muteada, la pequeña Diana dormía profundamente desde hacía horas; Orlando Cuellar no estaba en casa, se encontraba en servicio esa semana. Edwin preparaba su discurso de graduación y la casa entera hubiera sido un dominio del silencio si no fuera por Jhoanna y Alicia, quienes estaban en lo mejor de sus asuntos femeninos, probando cremas, maquillajes y perfumes. Joisy estaba empeñada en probar que su amiga podía lucir femenina y bella si era correctamente producida. Por su parte, Alicia no se sentía segura de complacer a Jhoanna, se sentía irreversiblemente desabrida, carente de cualquier atractivo; un complejo que quedó probo de toda nulidad cuando Joisy terminó de arreglar a su tímida amiga. El resultado fue impresionante. Alicia resultó ser una chica verdaderamente hermosa. Cuando se vio al espejo, algunas lágrimas huyeron de sus ojos, manchándose con la negritud del rimel. Jhoanna aplaudió por la satisfacción de ver que hizo un buen trabajo y que además tenía razón: Alicia era una chica hermosa debajo de esas capas de masculinidad forzada. Aquello había dado esperanzas a la menuda muchacha, le costaba concebir y aceptar la idea, pero por primera vez pensó que era posible; podría conquistar el corazón de quien se había enamorado. Pobre Alicia, se había perdido de amor por Oscar en cuanto él creció, y pensaba que ese sería su amor imposible para siempre. Sin embargo, ella no tenía idea de lo que estaba por ocurrir.
Alicia salió del cuarto de su amiga con dirección al baño para lavarse el rostro. Aún estaba toda producida y hermosa cuando su camino se cruzó con el de un habitante de la casa. Edwin salía del baño y se había quedado absolutamente hipnotizado al ver a Alicia, ni si quiera la reconoció al inicio; estaba embelesado a niveles que solo Cupido puede imaginar. Ella no medió palabra alguna y corrió a encerrarse en el baño. Ese fue el inicio de un círculo de heridas que no terminaría bien.
La incómoda escena permaneció en el tiempo, oculta bajo una coraza de silencio y nerviosismo que, desde ese día, embargaron a Alicia y Edwin cada vez que se veían. La armoniosa convivencia de los cuatro amigos de la infancia: Oscar, Jhoanna, Alicia y Edwin, se había sembrado de emociones y ansiedades que iban floreciendo cada vez más hasta que la atrocidad hizo acto de presencia en forma de una leucemia terriblemente agresiva. Alicia no sobreviviría por mucho tiempo.
Una situación llevó a otra, Joisy supo que el mayor deseo de su mejor amiga era tener su primer novio antes de morir. Edwin esperaba poder ser él quien dedique todas sus atenciones y amor para aquella chica que había descubierto esa noche en su casa. Aquella bella hada de antología cuya feminidad subyacía durmiente bajo las capas de la rudeza. La amaba con silente locura, con tal pasión que le ardía el pecho. Verla enferma, apagándose cada día, fue un cáliz de veneno para Edwin, quién sentía morir mientras veía la luz menguando en los ojos de su amada. Pero no sería él quien cumpla el último deseo de la chica enferma. El elegido por ella misma era, sin duda alguna, Oscar. El círculo del dolor y las heridas estaba completo.
Aunque Jhoanna lo aceptó como un acto de empatía, respeto y cariño hacia su amiga de la infancia, no podía ocultar cómo le rompía el corazón toda la situación. Edwin, en cambio, no lo aceptó y mostró su desacuerdo a puño limpio; se sentía traicionado, viendo como su hermana postergaba sus sentimientos y obligándolo a observar todo de palco. Los últimos días de Alicia serían dedicados a un único romance que tenía a Oscar como protagonista de un noviazgo que hería a todos. Sin embargo, por el bien de la chica enferma nadie mostró la menor fractura por las circunstancias. Mas no duró.
Alicia falleció el 31 de mayo de 1997, a pocas semanas de cumplir 17 años.
Desde entonces, Oscar, Edwin y Jhoanna habían tenido una áspera relación que se vio dramáticamente perturbada cuando los eventos meta-naturales empezaron a ocurrir. Cuando los tres fueron a Erks aún tenían heridas abiertas de aquella traumática experiencia, misma que afectó a Edwin, principalmente. Perdonar a Oscar le costó un trabajo sobrehumano, y no solo a él sino a sí mismo.
Ese dolor, esa desesperación embargaba a Edwin mientras caía y caía. Entonces, luz. Muy tenue al inicio, pero cada vez se hacía más y más notoria. Su cuerpo se materializaba, al igual que su entorno. Sintió abrir sus ojos y se encontró desnudo en medio de una playa de aguas mansas como un espejo. Las aguas eran cristalinamente celestes; la arena era blanca, fina y suave, abarcaba toda la playa alrededor de una pequeña isla con un morro de piedra en medio y algunas palmeras emergiendo de hendiduras invisibles en medio del granito. Parecía un día soleado, pero el sol no era visible en ningún lado, en cambio el cielo estaba dominado por el soberbio espectáculo de infinitas estrellas y galaxias brillando en la lejanía. Edwin estaba muy confundido por todo lo que veía cuando una lengua de fuego blanco empezó a desplazarse hacia él. Por instinto, el Centinela elevó la guardia, listo para lo peor, pero entonces la flama blanca empezó a tomar patrones corporales humanos y entonces un visitante se reveló ante los ojos de Edwin, que desbordaron de lágrimas.
—A... Alicia —farfulló Edwin, casi sin poder creer lo que veía.
—Hola —respondió la chica.
¿Sería un fantasma? No había forma de saberlo. Alicia lucía exactamente igual a como Edwin la recordaba de aquella noche de pijamada en que se enamoró profundamente de ella. Tenía la misma ropa, peinado, maquillaje... olor. El Centinela no sabía cómo reaccionar ante eso, pero no tuvo que hacer nada. La chica se aproximó, saltó para alcanzar el cuello de Edwin y se prendió de él en un firme abrazo, sus pies le quedaban colgando. Acto seguido, y antes que el Centinela se diera cuenta de qué estaba ocurriendo, la muchacha depositó un largo y húmedo beso en los labios de Edwin, a tiempo que lo envolvía con sus piernas. Del mismo modo repentino que se colgó de él, también se separó y aterrizó ligeramente sobre la arena. El joven guerrero, confundido, no cabía de asombro. Aquel beso era real, se sintió real.
—¿En verdad eres tú? —Edwin murmuró con la voz temblorosa. La chica lo miró sonriente.
—Que alto estás. Eres endemoniadamente guapo.
—Alicia... yo... lo siento tanto... Estaba enamorado de ti y...
—Shh, lo sé. No necesitas seguirte martirizando por esto, Edwin. Sé que te sentiste traicionado por tu propio corazón cuando odiaste al Oscar por cumplir mi último capricho en vida.
—No soy un buen hombre, soy inmaduro y egoísta.
—Te equivocas por completo. Siempre fuiste bueno conmigo, y aunque me dejabas tomar riesgos y hacer locuras, siempre me cuidabas de que no vaya a lastimarme en serio. Fui yo la que te hice sufrir extra, lo siento mucho. Sé que te has vuelto a enamorar y eso me alegra...
En ese instante, Edwin recordó a Berkana y el día que la vio por primera vez en la Ciudadela de Erks. Ese cálido recuerdo templó su mente.
—Me he enamorado de nuevo, es cierto; pero tú fuiste mi primer gran amor.
Alicia sonrió y estiró su brazo para acariciar el rostro de Edwin.
—Lo sé —dijo con ternura—. Solo quería decirte que te quiero y pedirte disculpas por haberte hecho sufrir. Ya no te guardes rencor a ti mismo, nadie te culpa por lo que pasó. El Oscar y la Jhoanna ya lo entendieron, solo faltas tú.
En ese instante, mirando los ojos oscuros de aquella chica a quien tanto amó, Edwin entendió que los celos, la envidia y el odio forman parte de lo humano. Supo en su sangre que esa humanidad era lo que le faltaba para encontrar el camino. ¿El camino? Camino a dónde. El Reino Óntico, desde luego, tenía una misión que cumplir. Sus recuerdos finalmente iban calzando como un perfecto rompecabezas y el honor de su amistad y camaradería insuflaban su sangre con un solo llamado al deber. Odió a su mejor amigo, odió a Oscar, pero en realidad lo envidió por llevarse el amor de aquella chica que vio esa noche de pijamada. Edwin había vislumbrado el vínculo de hermandad que lo unía a Oscar desde tiempos incognoscibles.
—Debes salvarlo —dijo Alicia con angustia genuina—. Sálvalo al Oscar, te necesita. Él está sufriendo.
Edwin miró a la muchacha y enseguida la abrazó con fuerza.
—Lo salvaré, te lo prometo, Ali. No lo dejaré a nuestro mejor amigo caer en la oscuridad.
Alicia asintió con el rostro pegado al pecho del Centinela. Luego se separó de él lentamente y entonces todo empezó a ser arrastrado por un viento repentino que arruinó la quietud de aquella maravillosa playa azul. Mientras aquel mundo era llevado por los vientos, Alicia dedicó unas palabras de despedida:
—Siempre estaré en ti, Edu. Fuiste una de las mejores cosas que me pasaron en la vida.
—Adiós, Ali. Nunca te olvidaré...
En ese instante, la dimensión entera colapsó, el suelo empezó a desintegrarse y Edwin empezó a caer nuevamente. Cada vez más y más profundo en las infinitas tinieblas del sueño. Entonces sintió un dolor atroz, como si todo su cuerpo se hubiera estrellado violentamente contra una cantera de rocas en medio de la oscuridad más ignota. El dolor era tan terrible que finalmente el Centinela perdió el conocimiento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro