49. Hagal Vs Astaroth...
Una inercia estridente se había levantado como velo de vacilaciones entre Hagal y Astaroth.
El Señor del Inframundo, la Avispa maldita de Satanás, permanecía aún estática, expectante a cualquier movimiento de su oponente. Ante ella, Hagal tensionaba los músculos y se alistaba para embestir al invertebrado demonio.
Con una precisión escalofriante, el puma de trueno realizó vertiginosos movimientos, corriendo hacia la avispa demoníaca. Realizó un bamboleo en el aire mientras se desplazaba a varios kilómetros por hora, acelerando como un bólido y meciéndose del mismo modo que lo hace un boxeador. El monstruo clavó su aguijón en el piso y una columna de ácido púrpura erupcionó de las grietas en el suelo. Hagal esquivó las esquelas ácidas, se situó debajo del bicho y clavó sus espadas por debajo de su abdomen. Un grito horripilante resonó desde las entrañas del insecto y acto seguido saltó a gran altura para esquivar a su atacante, del mismo modo que una araña. El puma de trueno se convirtió en un ardiente relámpago naranja y dio alcance al bicho que empezó a rostizarse por la poderosa descarga eléctrica del puma. La tensión se sostuvo dos segundos, casi tres, y luego una deflagración gigante y nuclear barrió el altiplano. Las trazas de electricidad rojiza recorrían la seta nuclear como ramas infinitas echando raíces por el tronco del hongo vaporoso. El ruido era ensordecedor.
Pasó un minuto quizás y el panorama en la yerma meseta andina se fue despejando hasta dejar tan solo un cráter tenebroso, aún electrificado, en el lugar de la explosión. En el centro del cráter estaba Hagal, de rodillas y apoyado en una pierna. Sus espadas reposaban en el piso y su cabeza miraba hacia el suelo, como si hubiera caído de pie desde una gran altura. Entonces una sonrisa se dibujó en su rostro y luego dio un suspiro.
—Fue sencillo —murmuró Hagal—. Esto es sospechoso, fue demasiado fácil en realidad. ¿En verdad saldrá todo según el plan? Aún no siento nada. Hora de la retirada...
Estaba el Centinela a punto de retirarse cuando una presencia maligna empezó a revolverse bajo su piel. Sus sentidos empezaban a nublarse en una vertiginosa ola de confusión. Se sintió débil, muy débil, tanto que el peso de su propio cuerpo lo hundía en el piso. Sus recuerdos empezaban a marchitarse, a entrelazarse unos con notros hasta formar una caótica masa psíquica en su mente. Sus memorias junto a Jhoanna, su familia, todas sus experiencias más preciadas se perdían en contornos demenciales e indescifrables. De pronto, su propia personalidad, su Yo, se resquebrajó en un instante sin determinar y un grito reverberó en el altiplano. Hagal llevó sus manos a su cabeza, meciéndose hacia atrás y adelante como si un dolor indescriptible estuviera asolando su cerebro. Instantes después, sus venas empezaron a marcarse sobre su piel cual enjambre de gusanos. Algunas empezaron a reventar a tiempo que una monstruosa hemorragia manaba sobre la armadura del Centinela. Y fue en ese instante que una voz emergió del cuerpo de Hagal.
—Un siervo más para mis huestes —era la gangliosa voz de la avispa la que salía del cuerpo del Centinela.
—¡Maldito! —gritó Hagal—. ¡Tomar mi cuerpo será tu fin!
Valientemente, Hagal difuminó su consciencia en su sangre y, sin dudarlo, inflamó sus circuitos espectrales con un titánico tsunami de espectro que lo inmoló de adentro hacia afuera. Órganos, huesos, nervios, todo bajo su piel se estaba chamuscando mientras el espectro fluía hasta por la más recóndita célula de su cuerpo. Mas Astaroth no abandonaba la carne de su víctima. Permanecía en él, concretando la posesión. Un leve temblor empezó a sacudir la tierra y entonces, como prodigio de horrores indecibles, una estrella de seis picos formada por venas y arterias se materializó bajo Hagal. Sobre la piel del guerrero, una serie de inscripciones hebreas empezaron a dibujarse cual escoriaciones sacrílegas y malditas. La sangre siguió manando desde el destrozado cuerpo de Hagal. Los daños catastróficos pronto rebasaron el límite de su ser entero. El Centinela no podía frenar la posesión y entonces tomó la decisión de inutilizar su propio cuerpo, así Astaroth no podría hacer uso de él. Cerró Hagal los ojos y, haciendo uso de su espectro, se rompió a sí mismo todos los huesos de su cuerpo. Un tronido escalofriante resonó y finalmente cayó inerte al piso, rodeado de un charco de sangre y con su humanidad humeante como carbón recién sacado de la brasa.
—Un siervo más para mis huestes —la voz de la avispa volvió a emerger del cuerpo muerto de Hagal. Pero la vida se revolvía en su interior nuevamente.
Pasaron unos minutos de total inercia en el escenario de combate y entonces, como una erupción de rayos naranjas, la figura de un puma electroplasmático emergió del cuerpo de Hagal. El inmenso felino lanzó un rugido al cielo y luego varias cadenas etéreas salieron de la tierra. Pronto, las cadenas vaporosas tomaron la forma de venas y arterias unidas cual eslabones. Dos grilletes, hechos de piel humana, se formaron sobre las patas delanteras de la bestia y luego la Avispa del infierno salió también del cuerpo de Hagal. El insecto abrazó con sus patas al felino, le clavó su aguijón en la cadera y luego, sus mandíbulas en la nuca. Antes que el puma pueda sacudirse, el horroroso insecto empezaba a fusionarse con el felino encadenado. Estaba sometido, no había nada que la bestia hiperbórea pudiera hacer. Segundos más tarde, la avispa ya había ingresado al éter mismo del puma de trueno que comenzó a perder su coloración naranja y empezó a volverse púrpura. Dos alas de insecto salieron de su espalda y, finalmente, la bestia regresó al cuerpo de Hagal.
Pasaron diez minutos, quizás quince, y el Centinela se incorporó. Sus heridas empezaron a cerrar, sus órganos y huesos se regeneraron, pero carecía casi totalmente de sistema nervioso, mismo que Astaroth había destruido. Aquel cuerpo se animaba únicamente por el devenir de la consciencia del Señor del Inframundo, es decir, magnéticamente. Cuando Hagal abrió los ojos, estos ya no tenían retina ni pupila, sino una esclerótica púrpura entera, tatuada con hexágonos blancos, como colmena de avispas. Pronto, Hagal se sublimó en las capas más profundas del sueño infernal y el Trance Hiperbóreo se perdió. Oscar volvía a su cuerpo, pero ya no como él, sino como alguien más. Esbozó una sonrisa, suspiró y su cuerpo se convirtió en cientos de avispas, desmaterializándose del escenario y abandonándolo todo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro