37. Gorkhan Vs Bálaham...
La Tierra en la Doceava dimensión Horizontal es el primer planeta desde el Sol y también el más próximo, lo que no implica que se halle demasiado cerca al astro como para no poder desarrollar una atmósfera; sin embargo, esta es tóxica, dominada por nitrógeno y helio, y con muy poco oxígeno como para ser respirado. Las temperaturas entre el día y la noche podían variar tremendamente, más de 120 Cº al mediodía y -93 Cº al caer el sol. Las condiciones para la vida no estaban dadas en aquel mundo puesto que una desastrosa colisión con otro planeta altamente rico en elementos inestables durante el bombardeo tardío en el recién formado Sistema Solar arrancó sus capas exteriores. Con los milenios, las cicatrices de la gran hecatombe cerraron, pero el choque había aportado tal cantidad de elementos con un alto número atómico, que el planeta se llenó de materiales radioactivos por todo el manto y la corteza. El movimiento sísmico, que recomponía los minerales y nutrientes del suelo, empezó a reciclar los rastros tóxicos del choque, integrando elementos como el plutonio, platino y uranio a un ciclo natural planetario; semejante al del agua, pero en versión radioactiva.
Debido a ello todo el planeta había adquirido una particular coloración verde, producto de la presencia de múltiples materiales radioactivos. Aunque esa eterna luminiscencia y la carencia de vientos fuertes le diesen a aquel mundo un aspecto tranquilo, en su superficie el medidor de Geigers podría volverse loco. El ambiente estaba infinitamente ionizado con sustancias radioactivas no solo propagadas por la actividad sísmica de las placas, sino también por la inclinación del planeta, de casi 90º, que generaba un deformado y poderoso campo grávido en perpetua captura de radiaciones letales del espacio. Aquel planeta era un desolado y eternamente vacío infierno verde.
Ese mundo tan particular, tan hostil a la vida, había sido el escenario elegido por Gorkhan para enfrentar a su presa más deseada. Desde que decidió cambiar los designios, el Centinela ciego puso todo su empeño en elaborar un plan que le permita lograr su objetivo sin dañar la delicada estructura temporal y quántica de su mundo de origen. Aquel planeta, ese desierto verde, era ideal para lograrlo puesto que existía dentro de un universo en un plano axial demasiado pretérito dentro del agujero blanco que contiene todos los universos creados. La Doceava Horizontal era una dimensión compuesta de 192 universos, cada uno superpuesto a contratiempo del otro y de forma intercalada, con las umbras intermedias con otras dimensiones. Era una dimensión tan deformada y alejada del logos en la Singularidad del agujero blanco que su modificación no debería traer consecuencias en la Tierra de la Cuarta Vertical. Gorkhan lo sabía y por eso, usando todo su poder, arrastró a Bálaham a hacia aquel lugar.
La larga planicie, llana y monótona, era rara vez perturbada por algún meteorito que se estrellaba contra la superficie de sus polos. Pero aquella inmutabilidad había sido interrumpida por una cadena de explosiones que se extendía cual perlas de un rosario por todo el ecuador planetario. Dos sombras, desplazándose a mayor velocidad que el sonido, chocaban con monstruosa violencia, y donde lo hacían se elevaban enormes hongos nucleares cuyas nubes ascendían a la atmósfera y alimentaban tormentas ácidas que asolaban los polos. Aquellas nubes, en ocasiones, tomaban la nítida forma de un caballo inmenso que se elevaba hacia la atmósfera y salía en forma de chorros verdes, hirvientes y brillantes, de polvo y gas hacia el espacio exterior.
Garras, colmillos, espada, ácido y fuego estrellándose con brutal bestialidad. Ocho estocadas por segundo desviadas por igual de ágiles movimientos de zarpa. Hueso y metal impactaban y al hacerlo manaban un flash seguido de su rayo y luego, un trueno. Ambos saltaban y se atacaban a cientos de revoluciones por segundo, haciendo imposible seguirles el paso con la mirada de cualquier hombre ordinario. El agotamiento había calado a fondo en ambos contrincantes que empezaban a desacelerar su ritmo hasta que, de súbito, se detuvieron. Gorkhan cayó sobre sus pies y la fuerza cinética lo empujó varios kilómetros hasta que por fin pudo detenerse. Bálaham, clavando sus garras en el piso, logró frenarse antes. La vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto no servían como sensores para percibir lo que ocurría a su alrededor, debían usar sus otros sentidos para percibirse el uno al otro. De esa forma, el Centinela ciego pudo "ver" a su enemigo y notar que se había alejado varios kilómetros de él. Apretó los dientes con fuerza, flexionó las piernas y después, de un salto, se catapultó en dirección de Bálaham. El monstruo invocado, al notar la aproximación de Gorkhan, acumuló todo su espectro en la palma de su mano, extendiéndola en dirección de su oponente. Una serie de rayos amarillentos surcaron su brazo y acto seguido un relámpago salió emanado de su cuerpo con tal fuerza que una onda de choque se disparó en la dirección opuesta, barriendo la delgada corteza del planeta como un cometa que se estrella contra la superficie.
A medio camino, Gorkhan sintió el ataque, se cubrió tras sus brazos y generó un escudo de plasma. El inmenso relámpago amarillo lo golpeó con una fuerza atroz que lo empujó a la órbita del planeta y luego, arrastrado por la gravedad, volvió a caer causando un terremoto y una erupción de magma verde en el lugar de su caída. Bálaham se sintió tranquilo al notar que el Espectro del Centinela había desaparecido y abrigó la esperanza que finalmente estuviera muerto. Le había costado un desmesurado trabajo acabar con él.
El demonio se elevó y levitó hasta el lugar del impacto. Un cráter manaba una malvada sustancia verdosa y gelatinosa que desprendía gases hirvientes. No había rastro alguno del Centinela por ningún lado. Convencido de su victoria, Bálaham empezó a buscar alguna fractura quántica por la cual salir de aquella dimensión extraña y regresar a la Cuarta Vertical. Se sentía angustiado por su amo.
Bajó al piso, dio un paso, dos pasos, y entonces un dolor horroroso lo oprimió desde lo más profundo de su pecho. Sintió en su carne el terror de su amo, su sufrimiento, su caída en los oscuros abismos de la muerte, y un aullido mortífero y terrible que le heló la sangre. "No puede ser posible", pensó Bálaham y, con mayor desesperación, empezó a buscar una grieta por la que escapar. Debía volver, Héxabor lo necesitaba. Pero entonces el cráter, que hasta entonces manaba lava de forma regular y continua, explotó cual un geiser. Una inmensa columna de magma verde se elevó ante sus ojos y entonces la sustancia gelatinosa esculpió un equino de ocho patas. El demonio estaba congelado del terror.
—Llegó tu hora —se oyó una voz ronca de las entrañas de aquel caballo.
Bálaham empezó a temblar y, presa del pánico, elevó su palma nuevamente y disparó otro poderoso relámpago contra el gigantesco caballo de lava, pero esta vez el ataque no surtió efecto y fue desviado hacia el espacio exterior. Aquel equino se movía pesadamente, con sus ojos brillando con fulgor olvino y su crin flotando hacia el espacio como las erupciones solares que, casi traslúcidas por su propia luz, salen de la corona del sol y se pierden en el cosmos para siempre. El espectro de aquel ser podía cubrir todos los universos de la Doceava Horizontal con su poder, inundando de materia verde toda la existencia cósmica. Ese poder, ese descomunal Espectro, solo podía compararse al de un Arcángel y estaba muy por encima de cualquier aspiración de Bálaham.
Embargado por la desesperación, el demonio disparó continuamente sus relámpagos amarillos, inyectados de ácido mortal, pero nada surtía efecto en aquel caballo que cada vez era más inmenso, alimentado por la erupción. Convencido de que, si destruía el volcán, el caballo desaparecería. Entonces Bálaham apuntó sus relámpagos hacia el propio planeta.
Una luz, intensa y brillante como una supernova. Calor, tanto como para convertir el helio en hidrógeno. Gravedad colapsada, suficiente para causar un agujero negro. La onda de choque alcanzó un selvático Marte en pocos minutos y lo consumió. Júpiter y los tres planetas gaseosos restantes de aquel Sistema Solar fueron fácilmente barridos. El propio Sol había sido desprovisto de sus capas exteriores y luchaba para no implotar. Era como si otra estrella se hubiera estrellado con el astro solar y estuvieran ambas compitiendo por el lugar de Rey de ese sistema estelar. El tiempo se deformó, las horas se convirtieron en segundos y los días, en minutos. La deflagración, que pudo durar tres años o más, en tiempo microcósmico no había rugido ni cinco minutos. Grandes cantidades de material eran disparados al espacio interestelar, dejando a una solitaria estrella en medio, sin planetas, asteroides, cometas ni nada más en su órbita que el vacío casi total. Pero algo había, algo orbitándola tenuemente.
Bálaham flotaba a la deriva en el espacio. Un débil escudo de plasma protegía su delicada anatomía orgánica del rudo ambiente del espacio exterior. Se había quedado sin espectro, lo había empleado todo para hacer desaparecer la Tierra y todos los planetas del Sistema entero. Quería incluso destruir al Sol, pero su combate lo había dejado débil y aquella última acción era todo lo que podía hacer. Creyó que con eso había bastado, que Gorkhan estaría finalmente vencido y que su propia muerte estaría justificada. No podría volver a disfrutar del cuerpo de su hija nunca más, pero haberse llevado al ciego consigo al infierno lo valía, casi compensaba, la destrucción de sus anhelos carnales.
Un flash, veloz, casi imperceptible.
—Qué fue eso —murmuró Bálaham—. Sentí algo raro.
Ante el infinito terror de Bálaham, el Sol se tiñó de verde y el inmenso caballo esmeralda surgió desde la corona. Sin embargo, el calor del astro estaba cediendo a una mutación antinatural, contradiciendo todas las leyes de la Física. Sus llamas se convirtieron en fuego faérico, el hidrógeno y el helio se convirtieron en oricalco fundido, cromo y berilio hirviendo en frío a inmedibles revoluciones. El ardiente astro rey del Sistema Solar se había convertido en un sol frío y brillante, como una esmeralda furiosa. Todo el cuerpo del demonio empezó a temblar pues sintió surgir de aquella estrella el infinito poder del Centinela ciego, resurgiendo desde su fuero como Sleipnir desde la frente de Odín.
—¡ALÉJATE DE MÍ! —gritó Bálaham totalmente trastornado por el horror.
—Esto es por todo el dolor que le has causado a Rocío —se oyó una voz rugiendo desde el interior del Sol—. Por haber asesinado a mi padre, y por todo el sufrimiento que has causado a otros, incluso desde que no eras más que un simple hombre vulgar. Mario Salas, no, Bálaham, ahora desaparece y conviértete en la nada. ¡Prueba la ira del corcel de Odín!
De algún modo, Bálaham se vio envuelto en la muerte estelar más violenta que cabe concebir, más poderosa aún que una supernova. Una hipernova. Había radiaciones letales por todas partes, miles de millones de grados centígrados haciendo fusión con todas las partículas de materia que iban arrancándose desde el sol agónico. Bastarían con tener un catastrófico efecto sobre cualquier planeta que tuviese la mala suerte de hallarse un poco cerca. Cuando prácticamente todas las especies del planeta Tierra en la Cuarta Vertical fueron barridas hace 450 millones de años, la culpable pudo ser una hipernova letal como la que Gorkhan había generado usando su poder y la materia del Sol.
En una fracción quántica ya no había quedado rastro del Sistema Solar más allá del intenso brillo de la explosión. Momentos más tarde, todo había desaparecido. Bálaham se había fundido en la explosión, deshecho por completo y su alma, capturada por la deformación del tiempo-espacio, había sido catapultada fuera de la Creación, a un lugar donde no podía existir y, por lo tanto, no podría reencarnar nunca más. Junto a Bálaham, Mario Salas también había dejado de existir de cualquier universo de las formas creadas. Se había esfumado para siempre.
Flotando a la deriva en el espacio interestelar, Gabriel se debatía entre una muerte congelada y la certeza de la destrucción total en medio de la radiación galáctica. Casi había fundido sus circuitos espectrales cuando se vio forzado a destruir el Sol; ya no le quedaban fuerzas para canalizar espectro, ni siquiera para volver a su mundo. Sus ojos ciegos volvían a mostrar una tela negra frente a él, pero mediante sus otros sentidos podía percibir el maravilloso silencio del cosmos y sus encantos más increíbles a través de la existencia sideral de... la nada. Y en el vacío, una nostalgia eterna y lejana como la luz estelar que se extiende años luz: Rocío. Es hora de morir.
—Lo siento, amigos. Quise cambiar los designios, pero no sabía que me llevaría la vida conseguirlo. He salvado a mi amada Rocío a costa mía, y asumo las consecuencias. Lo único que realmente siento es no estar con ustedes para abrir el sello del Arco de Artemisa, pero mi Espíritu estará en la batalla.
—Hijo, no cierres los ojos...
—¿Pa... papá?
Como un fantasma traslúcido vagando en el cosmos, la figura de Erick Cortez se materializó ante Gabriel quien a pesar de no poder verle, sentía su presencia envolviéndole en un abrazo.
—Este no es lugar para que mueras, Gabriel.
—Ya no me quedan fuerzas, ¿cómo volveré?
—Aún existe poder en ti, hijo. Gracias a tu valor me has liberado de la cárcel en la que Bálaham me tenía. Y ahora que te veo casi convertido en un hombre, con tanto poder en tus venas, haces que me sienta verdaderamente orgulloso.
—Papá, no sé cómo salir, no sé cómo volver. No quiero morir aún, quiero regresar con mi Rocío, pero no sé cómo.
—Oye cuidadosamente, hijo. Ahora piensa en tu espectro, en el corcel que te representa. En Sleipnir.
Gabriel cerró los ojos y empezó a visualizar su bestia hiperbórea.
—Afila tu Espíritu y tu corazón, hijo. Afílalos como una espada. Mira al Origen, siéntelo, recuérdalo, añóralo.
La nostalgia se fue apoderando del Centinela ciego que poco a poco iba sintiendo el gélido poder de su Espectro circular en sus venas nuevamente.
—¡Ahora haz que el recuerdo estalle!
Un haz cegador de luz verde se instaló en algún lugar de la mente de Gabriel que recuperaba control sobre su cuerpo y se iba contorsionando. Sintió que había una ranura quántica y que podría huir por ella. Se catapultó disparando una emanación de plasma de su puño y fue flotando por el ingrávido campo del espacio, acercándose a gran velocidad a esa ranura. Y mientras se desplazaba pudo sentir a su padre una última vez:
—Hijo mío, nosotros estamos condenados a desaparecer de la faz de la Tierra, pero al menos se dirá que hubo valientes guerreros que se levantaron contra los dioses. Ahora no importa cómo hayas vivido tu vida, solo asegúrate que tu final sea glorioso. Jamás te rindas, haz que vivir sea un acto de eterna venganza. Quizá jamás tengamos alas, Gabriel, pero sí tenemos dos buenas piernas que pisan fuerte la tierra, y aunque no puedan volar haz que sigan corriendo, levantándose mil veces para continuar en pie de guerra. Afila tu corazón como una espada, hijo. Recorre el camino sin perder la mirada a ese lugar lejano y soñado, con tu muro siempre por delante. Así es la vía de una causa justa. ¡Y lucha, lucha hasta que tu vida se consuma! Si bien nosotros no elegimos si nacer o no, al menos sí podemos elegir cómo morir. ¡Ahora ve, Gorkhan, el corcel verde de ocho patas que destroza los cielos! ¡Vive intensamente, hazlo para pelear por lo que amas! ¡Ve hijo, renace y toma los cielos por asalto! Me has hecho un padre muy orgulloso.
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