33. Alan y Gabriel...
El fuego de la chimenea iluminaba ambas pieles y pasiones. En su desnudez, ella podía sentir una reminiscencia casi totémica hacia aquel joven que, sin aviso ni advertencia, había abandonado su cuerpo de niño y adquirido la figura de un hombre. Sus amplias extremidades, su espalda ancha, su cintura estrecha, su cuello largo y las afiladas facciones de su rostro parecían evocar misteriosos conjuros. Y sus ojos, amarillos con una pupila minúscula en medio, bruscamente cambiados por su ceguera y el poder de su Espectro, casi contrastaban entre lo macabro y lo hermoso, entre lo humano y lo alienígena. Incluso su cabello pálido parecía una interpolación a lo arcano, lo antiguo y olvidado. Él era, a los ojos de la sangre, un germano ario de pura cepa; mas a los ojos que ven lo corpóreo era simplemente un muchacho magnífico y bien entrenado. Pero para los ojos inmensos de Rocío, él era bello, lo más bello bajo el sol de medianoche. Era lo magnífico y etéreo, lo oculto y subliminal, lo total y lo finito. En ella, en su corazón desbocado tan plagado de cicatrices y memorias, aquel chico ciego y templado era la posibilidad del amor increado en el infierno de las formas creadas.
Era la noche del 20 de diciembre del calendario gregoriano y en tan solo una veintena de días el panorama para Rocío y sus amigos había cambiado a vertiginosa velocidad. El cambio más radical: Rodrigo ya no estaba entre ellos. Mas su esencia permanecía a su lado.
Al inicio nadie podía haber predicho que Alan realmente iba a heredar todas las memorias y vivencias de su amigo, a fuerza de Pacto retirado de la vida. Incluso la clarividencia de Gabriel tenía un límite para vislumbrar los eventos y no estaba al tanto de la naturaleza del Centinela que iba a surgir de los lobos gemelos, pero fue un verdadero alivio para todos descubrir que en el nuevo guerrero yacían todos los recuerdos de los Géminis.
Alan podía tocar el piano con la misma habilidad que Rodrigo, incluso podía superarla. A la vez seguía siendo capaz de pintar extraordinarios lienzos que capturaban algo más que el alma del tiempo. Recordaba los días de infancia al lado de Diana, los de Rodrigo; pero al mismo tiempo recordaba sus tormentos personales luego de perder a sus padres en manos de Héxabor. Conocía todas las intimidades de sus amigos, secretos únicamente confiados a Rodrigo; pero a su vez mantenía el silencio de sus propios secretos jamás revelados a nadie. Incluso su forma de actuar, sus gestos, sus palabras, sus miradas estaban tan llenas de Rodrigo que de no ser por la anatomía y aspecto distintos, nadie hubiera podido distinguir entre ambos. Pero Alan no había desaparecido, seguía siendo él mismo. Mientras que un aspecto de su personalidad, como Rodrigo, podía ser audaz e inquieto, por el otro, siendo Alan, seguía siendo lacónico y callado. Incluso en su sangre podía sentir la fusión de la estirpe de los Michelle y los Reveillere, internándose en los archivos ónticos del registro cultural aperturado de ambos linajes y traspasando las fronteras. "Escuderías gemelas y en discordia, ahora es una sola", pensaba Alan cada vez que acudía a su mente los recuerdos de las dos familias.
Sin embargo, no para todos había sido tan sencillo aceptar a Alan como la fusión de ambas familias y de ambos lobos. La madre de Rodrigo no podía verle siquiera al rostro. Huía de él y si en mala suerte se topaban en las calles de la Fortaleza, ella inmediatamente echaba a correr. Alan la amaba como a su propia madre, después de todo era en verdad su madre (por ser la de Rodrigo, que también era él mismo); mas para Eugenia, Alan era un muchacho casi desconocido, un extraño viviendo bajo el mismo techo. Como la esposo de una hermana que se muda con la familia, un cuñado, una pieza postiza, una tecla vacía en el piano. Simplemente no podía evitar sentirse aterrada ante el nuevo Centinela pues cuando miraba el rostro de aquel chico, veía a su hijo reflejado en él. Era como Rodrigo usando una máscara eterna, con otra voz, otra estatura, incluso nuevas manías. Eugenia no estaba lista para eso, para ver a su hijo encarnado en otro cuerpo y a su vez mutilado en su alma. Para ella Alan no era Rodrigo, su hijo había muerto.
Pero para los Centinelas no había diferencia. Les costó al inicio, pero se fueron acostumbrando a Alan, a Laycón. Poco a poco la ausencia del Rodrigo que vivía en sus mentes fue siendo sustituida por aquel nuevo compañero y un día, sin saber cómo ni por qué, los demás Centinelas, todos, descubrieron que ya no podían recordar el rostro del antiguo lobo gemelo. Lycanon había desaparecido de sus memorias. El chico de ojos verdes, cabello castaño y mirada ingenua se perdió en el olvido mientras que aquel nuevo Rodrigo, el de ojos pálidos, cabello rubio y pajizo y mirada dormilona, ocupaba su lugar. Las promesas de aquel último encuentro se olvidaron, la voz de Lycanon calló, su presencia se vaporizó en la nada e incluso los recuerdos mejor atesorados por todos se extraviaron en la infinitud del tiempo. Y eso era todo, Rodrigo ya no existía.
Esa noche en particular, Rocío trataba de evocar aquella cosa, objeto o persona que se ocultaba a la sombra de Alan. Sentía algo sutilmente familiar en él, algo antiguo. Sus juegos en el parque, sus días en el colegio, todo estaba lleno de una presencia misteriosa que no podía recordar pero que, mas por sobre todas las cosas, convivía en Alan. Y ese nombre, ¿cómo se llamaba?, empezaba con "R", pero era nada más una inicial. ¿Y el resto del nombre? Por mucho que se esforzara por recordarlo, todos sus esfuerzos eran inútiles. Miraba y miraba el cuerpo desnudo de Gabriel y trataba de identificar en aquel cuerpo alguna señal, algo que la lleve a recordar ese vacío; no, no era un vacío, Alan estaba allí y era su mejor amigo en la vida, incluso se sintió enamorada de él en algún momento. Pero entonces, ¿qué se le olvidaba?
Gabriel despertó cuando sintió, casi entre sueños, los esfuerzos mentales de Rocío.
—¿No te sientes cansada? —preguntó el Centinela ciego.
—Sí, pero... —hizo una larga pausa que Gabriel concedió. Entonces el habla volvió a los labios de la ojosa—. ¿No has notado nada raro con el Alan?
El ciego sonrió, pero era una sonrisa ciertamente fría.
—Existen muchos misterios, cariño. No te desveles pensando en ellos.
—Dime qué hemos olvidado, Gabo. Tú eres un vidente, yo sé que puedes recordarlo. Ese algo, o ese alguien. No lo sé.
Una expresión triste surcó el rostro de Gabriel quien también se sentía inquieto. Sus visiones del futuro le hablaban de alguien; pero su recuerdo era tan cálido que no podía atribuírselo a nadie.
—Mis visiones —dijo Gabriel— son limitadas. No puedo ver lo que yo quiero, sino lo que los Dioses me permiten. Entiendo cómo te sientes, pero trata de aclararlo junto al Alan y no con tu almohada. Ahora ven.
Rodeando el cuerpo descubierto de su amada, Gabriel calló sus angustias con un largo y húmedo beso que no tardó en derivar al resto del romance.
Por su parte, el Centinela ciego estaba perfectamente al tanto de todo lo que asediaba el corazón de su amada de ojos negros. Ella no se lo dijo a nadie y mentía respecto a su pasado con su padre. En la mente del invidente había una sola cosa: venganza. Su meta más grande era vengarse del padre de Rocío por todos los golpes y abusos con los que martirizó, de forma anónima y silenciosa, a su amada; por el monstruoso asesinato que perpetró contra su propio padre y por todas las vidas erkianas que se había llevado al infierno. Mario Salas, la encarnación de Bálaham, debía morir.
Pero era difícil lograr su propósito, Gabriel bien lo sabía. Su clarividencia le permitió vislumbrar los eventos futuros y aún más nítidamente desde que Laycón emergió. Sabía que el diabólico Bálaham estaba alistando todo para un sacrificio de sangre que extinguiría la vida de Rocío, abduciendo así su alma y cuerpo en las mazmorras de los círculos del Bafometh demoníaco donde sería eternamente violada por Bálaham y las huestes del infierno. Los designios dictaban que únicamente Rocío podía enfrentar a su padre y terminar con su vida, alistando así el camino para vencer a Héxabor y Moisés. Ese era el destino. Pero Gabriel, por primera vez desde que se convirtió en vidente, deseaba doblegar la mano del destino y escribir los hados por sí mismo. Y no es que él pensase que Rocío habría de perder en un combate contra su padre, sino que de asesinarlo ella con sus propias manos entraría en una oscuridad de la que jamás volvería a salir. Estaba escrito que Rocío debía matar a su padre y luego, enloquecida por la sed de sangre, mataría también a Diana; durante el combate Gabriel aparecería y de forma fortuita mataría a Rocío. Luego él se suicidaría y el ciclo de encarnaciones volvería de nuevo pues Laycón, convertido en el Último Lobo, recargaría el tiempo en un acto de suprema locura por la caída de Diana en los abismos, creando un Flahspoint. Eso debía ocurrir. A menos que alguien lo impidiese.
Finalmente, Rocío logró conciliar el sueño, quedando profundamente dormida y arrullada por el Espectro de Gabriel. La ojosa tenía un contradictorio "Complejo de Elektra" con el Centinela ciego. Podía presentir en él la presencia de un padre amoroso, sustituyendo de esa forma la naturaleza shambálica y degenerada de su verdadero padre. Y aunque veía en Gabriel a un padre sustituto al abrigo de su Espectro, se sentía al mismo tiempo enamorada de él. El poderoso clarividente, consciente de ese sentimiento, lo utilizaba para brindar paz al corazón de su amada del Espíritu. La envolvía con toda ternura en la calidez de su Espectro y le cantaba una nana silenciosa a sus sentidos más sutiles. Ella se relajaba, podía sentirse segura, como en el útero de su madre, y dormir en los brazos de aquel chico tan firme y protector. Rocío solo conciliaba el sueño en los brazos de Gabriel, jamás sola, nunca más desde que lo vio despertar y convertirse en Gorkhan.
Cuando la Centinela de los ojos negros finalmente quedó en paz, Gabriel pudo postrarla en su lecho y abrigarla con varias frazadas. Ella no despertaba y seguía soñando con los bellos días del pasado antes de la guerra, esos días en los que los cuatro grandes amigos de toda la vida podían disfrutar de su edad. Ella soñaba con Gabriel, con Diana y con... ¡Alan! Eso es, era Alan. El cuarteto más dinámico del colegio, los cuatro mosqueteros, los inseparables Gabriel, Rocío, Diana y Alan.
Mientras la ojosa durmiente sonreía, Gabriel supo que el momento de su duelo final con Bálaham finalmente había llegado. Era la fecha y la hora que sus predicciones señalaban. Todo era claro: "20 días después que los Géminis se vuelvan uno solo, Bálaham derramará la sangre de aquellos que juraron lealtad a Ramsés". Esa profecía onírica era la sentencia previa de la muerte de Rocío, o de su furia desencadenada que terminaría destruyéndolo todo. No había tiempo que perder. Gabriel ya sabía el lugar, la hora y la fecha, solo restaba presentarse allí y arruinar los planes del sacerdocio de Satanás.
Con cuidado y sin hacer el mínimo ruido, Gabriel se vistió y regresó a su habitación. Se puso la armadura de combate que habían alistado para él y los demás centinelas: La Tizón Mark 4, una maravilla de fantasía y ciencia ficción que había logrado unir lo mejor de la tecnología hiperbórea con la antigua sabiduría armera de Erks; lo mejor de dos mundos.
Durante el breve tiempo que Rodrigo permaneció en la Fortaleza de Oricalco antes de cumplir el Pacto, tuvo tiempo para relatar la terrible naturaleza de las batallas contra los arcángeles y demonios. Eso, sumado a que todos los Centinelas habían logrado acceder a sus memorias de otras vidas, dio como conclusión que sus escudos espectrales y las Tizón Mark 3 no eran suficientes para proteger la delicada biología de sus cuerpos. Por lo que varias empresas de todo el globo fueron secretamente contratadas por el Círculo de Stormfront de Chicago para la investigación y fabricación de piezas muy específicas para una nueva generación de armaduras. El dinero no fue un problema para los círculos herméticos de los camaradas Leales, quienes invirtieron obscenas fortunas para lograr que la Tizón Mark 4 llegara a tiempo al frente de batalla. Un milagro tecnológico y esotérico fue el resultado.
El consenso general era que las batallas contra los arcángeles y demonios son aberrantes para la existencia biológica: radiaciones mortales, cambios térmicos brutales, emanaciones electromagnéticas, de microondas y rayos x por doquier; una auténtica pesadilla. Aparte, era evidente que los combates podían incluso llegar al espacio, el cual no es nada gentil con la vida. Cualquier material conocido por la civilización occidental era insuficiente para proteger el delicado cuerpo humano en tales condiciones, así que la solución llegó de las armaduras erkianas tradicionales, robustas piezas de aleación de oricalco y cristal de bismuto cuya finalidad no era la de ser duras y resistentes, como una armadura de acero, sino la de actuar como amplificador del espectro. Varios ejemplares de estas armaduras fueron llevados al mundo de la Cuarta Vertical, y luego a los países donde la tecnología les permitiría entender el funcionamiento de esas armaduras para mejorarlas.
La investigación develó que los patrones de cristalización del bismuto tendían a tomar la forma de los circuitos espectrales humanos cuando éstos están inflamados de espectro. El oricalco, como un buen conductor espectral, actúa como lupa de plasma y el bismuto, como un material de control aislante. Los ingenieros metalúrgicos cambiaron el robusto diseño erkiano por uno más ergonómico y delgado, ideal para tener buena movilidad en condiciones de gravedad cero. Emplearon aluminio y osmio para garantizar que las piezas se coloreen del color del espectro del usuario. Este aspecto era importante debido a que la luz permitía amplificar los ataques según el color espectral de cada guerrero. El resultado final fue una armadura ligera compuesta de brazales, guantes, coderas, hombreras, peto, concha, canilleras, escarpes, quijotes y un casco o tiara; cada pieza de un aspecto bastante frágil y estilizado. Sin embargo, su finalidad no eran ser resistentes. Por medio de esas piezas de armadura, cada Centinela podía crear un escudo espectral con una amplificación de hasta 4000 veces, lo suficiente para estar dentro de una supernova cómodamente o sobrevivir a las batallas a pesar de la fragilidad de sus biologías. Incluso más allá, las piezas de armadura podían amplificar la dureza del escudo espectral tanto como los circuitos espectrales del usuario pudieran resistir. Es decir, la fortaleza de la armadura radicaba en su usuario.
Con el trabajo metalúrgico y de diseño culminados, los ingenieros introdujeron diversas mejoras tecnológicas en sitios clave de la armadura, todo un trabajo de ingeniería a pequeña escala que tenía como desafío agregar la mayor cantidad de elementos auxiliares a las armaduras sin interferir con su funcionalidad principal. Para este propósito se desarrolló una CPU que tenía por objetivo brindar información de escenarios de combate en tiempo real por medio de un software especialmente diseñado para ese objetivo, el usuario podría obtener los datos observando la pequeña pantalla táctil colocada en uno de los brazales, pieza donde se instalaría todo el equipo. En los quijotes y parte del peto, se instalaron equipos de soporte vital que tomarían los signos vitales del usuario e inyectarían medicamentos en caso de herida. También tenía instalado un "faro de microondas", cuya finalidad era la de servir como "GPS intergaláctico", en caso de extravío del usuario o inconsciencia, aunque era una tecnología experimental aún. También fueron integrados imanes en la espalda y los muslos para cargar armamento y otros equipos tácticos. El resultado final fue la Tizon Mark 4, una mezcla de avanzada tecnología y sabiduría antigua.
Gabriel estaba listo, su cuerpo estaba cubierto por la licra de grafeno y vantablack que servía como aislante térmico y protección primaria para su cuerpo. Encima estaban las piezas de su armadura, todas de color verde ya que ese era el rango de su espectro. Todas las armaduras eran de un diseño personalizado, Gabriel se sentía conforme con el suyo: una armadura ciertamente cubista a primera vista, pero llena de exquisitos detalles y de una translucidez que le impelía un brillo cristalino. Había arte en ese acto de ingeniería.
Llevaría consigo un rifle automático A-12 Cóndor calibre 5.56 con capacidad para 30 balas, dos pistolas Tácticas KX calibre 45 con capacidad para 12 balas, un arco erkiano compuesto de fibra de vidrio con cuerda de vibrum, una espada de acero-titanio reforzado con médula de diamante y templada en agua pesada, hecha por los herreros erkianos de acuerdo a la antigua tradición. En su aljaba colocó cincuenta flechas de vara de acacia con punta de piedra cónica, ocho cartuchos con balas de mercurio para el rifle y diez baleras con balas de uranio empobrecido para las pistolas. Cuatro granadas de fragmentación, una docena de piedras Lapiz Opositionis, doce runas líticas, una bomba erkiana de plasma y tres flashbags tácticos del Ejército.
Mortíferamente armado y con su Espectro afilado, Gabriel quedó listo para su marcha. Se colocó el casco verde de diseño espartano y abandonó su habitación dispuesto a doblegar el destino. No iba a permitir que Rocío se perdiera en un combate impío contra su propio padre. Lo enfrentaría él mismo y así cambiaría los designios demiúrgicos a favor de los Dioses Leales al Espíritu. Eso o moriría intentándolo. Era la determinación de su corazón, su decisión definitiva.
Consciente que el enfrentamiento revestía más riesgos de los que estaba dispuesto a correr, Gabriel había optado por ir solo a su combate. Sin duda podía involucrar a los demás Centinelas, incluso pedirles ir todos juntos a acabar con Bálaham de un solo golpe certero, reduciendo así las probabilidades de fracaso al mínimo puesto que aquel demonio jamás podría enfrentar a todos los Centinelas juntos; pero aquella determinación de forzar la mano del destino podría acarrear terribles consecuencias para quien manipule los designios a su voluntad. No podía dejar expuestos a sus amigos a ese peligro. La decisión de reescribir los hados era exclusivamente suya y no deseaba involucrar a nadie en las posibles secuelas de tan osada acción.
Cubierto por las penumbras nocturnas, el Centinela Ciego se escurrió entre las sombras. No habrían despedidas ni deseos de buena suerte, él no los necesitaba. Estaba totalmente seguro que volvería antes que nadie se entere de lo que había hecho. Pero al llegar a la puerta de salida, justo cuando estaba a punto de cruzarla, una voz conocida detuvo su paso llamándole por su nombre.
—Gabo.
Exaltado por lo que oyó, Gabriel giró la cabeza.
—Alan —masculló Gabriel.
—¿A dónde irás tan tarde?
Con calma, casi indiferencia, Alan empezó a aproximarse a Gabriel. Lo miraba con la certeza de que el ciego podía intuir su mirada escrutando sus gestos, incluso sentir las expresiones de su cuerpo sin necesidad de verle. Por muy ciego que fuese Gabriel, su carencia de vista no le impedía saber con exactitud lo que ocurría a su alrededor. Podía guiarse de sonidos, campos electromagnéticos, el espectro, variaciones en la ionosfera y ligeras alteraciones en el campo grávido. Hasta disponía de una percepción infrarroja que le permitía "ver" las trazas de calor a su alrededor. Alan sabía todo eso y por esa razón podía dirigirse a su camarada como si su sentido de la vista estuviese intacto.
—Es tarde, man. Deberías tratar de dormir —agregó Alan.
Descubierto y sorprendido, Gabriel se debatía entre la decisión de correr sin dar mayores explicaciones o alejarse tranquilamente. Sea como fuese, lo único cierto era que no deseaba decir palabra alguna.
—¿Está todo bien? —interrogó Alan al notar que Gabriel seguía en silencio y con rostro de culpable—. Oye, dime algo, lo que sea.
Con un suspiro cargado de frustración, el Centinela ciego rumió algunas ideas en inteligibles, murmuros que no tardaron en convertirse en una respuesta.
—Estoy yendo a entrenar por ahí.
—¿Y necesitas ir armado hasta los dientes para entrenar?
—Es que haré práctica de tiro.
—¿A estas horas? Qué bicho raro te habrá picado. Mira, te acompaño y así practicamos juntos.
—¡No! —negó nerviosamente Gabriel, pero pronto cayó en cuenta de lo precipitada de su reacción—. No es necesario brother, quiero mejorar mi puntería nada más y para hacerlo debo entrenar solo.
Alan dibujó una sonrisa de incredulidad que Gabriel no tardó en percibir.
—Oye, déjame ayudarte —prosiguió Alan—. No sé a quién quieras enfrentarte, pero es evidente que estás saliendo por un impulso de tus visiones. ¿O me equivoco?
Una vez más el Centinela ciego se vio descubierto y se sintió en un entredicho difícilmente justificable. Los argumentos parecían habérsele acabado.
—Lo que tengo que hacer, debo hacerlo solo —confesó con la esperanza de retirarse sin más demora, casi anhelando la comprensión de su amigo.
—¿Y desde cuándo los amigos abandonan a los suyos a su suerte?
—¡No quiero involucrarte, Alan, entiéndelo!
—Desde el momento que saliste de tu habitación yo ya estuve involucrado. ¿Realmente piensas que te dejaría ir solo a un combate contra el destino?
—Si me acompañas, podrías sufrir. No podré cuidarte.
—Yo me sé cuidar solo, Gabo.
—¿Y qué te hace pensar que iré a enfrentar al destino? —cuestionó Gabriel.
Alan exhaló profundamente, como si la respuesta fuera tan obvia que no necesitase ser pronunciada; pero todo lo contrario, esa aclaración era lo más importante y velado en ese mismo instante y Alan quiso entenderlo así.
—Gabo, te conozco hace años, casi desde que tengo memoria. ¿Acaso crees que ahora no puedo entender tus acciones? Somos Centinelas, incluso Viryas despiertos en el kairos del fin, pero no por eso he dejado de ser tu amigo. Aunque hemos cambiado aún estamos en las buenas y las malas.
—Pero Alan...
—¿Te acuerdas de aquel Carnaval del 99? La habían secuestrado a la Diana los del Octavo grado y el primero en acompañarme al rescate fuiste tú.
—Déjame ir contigo —siguió Alan—. No tienes que hacer todo tú solo. Sé que lo que pretendes debe ser difícil, lo veo en tu cara. Pero ahora mismo yo tengo un gran poder en mis venas, un poder cómo no puedes soñar, sé que juntos lograremos reescribir los designios que tú deseas cambiar. No sé exactamente lo que pretendes, pero voy a apoyarte hasta el final.
Gabriel sonrió, casi se sintió conmovido por aquella muestra de lealtad.
—Eres un conchudo —dijo el Centinela ciego.
—Entre conchudos nos entendemos —agregó Alan, sonriso.
—¿Tienes armas?
—¡Pensé que nunca lo dirías! —dijo Alan y salió prácticamente disparado de la Fortaleza
—¡Oye, tu armadura! —le gritó Gabriel, quien ya se ponía en marcha.
—Ja, ja, ja. ¡La tenía puesta, pero la estaba ocultando de ti con mi espectro!
—¡Eres una mierda!
—¡No protestes y vuela, tenemos que darnos prisa si queremos que los demás no noten nuestra ausencia!
Gabriel tardó en seguirle el paso, pero logró alcanzar a su amigo cuando ambos alzaron vuelo.
—¡Oye huevón, no sabes a dónde iremos! —dijo el ciego.
—¡Entonces mueve el culo y dime por dónde!
—¡Chuta gil, esperá, a la derecha andáte, por el oeste y luego me sigues!
—¡Dalo, vamos a por ellos!
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