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3. Circunspección...

Varios habitantes de Sorata se estaban acercando a la gruta de San Pedro para saber qué había ocurrido. Todos en el pueblo pudieron ver el terrible destello y la posterior seta nuclear que asoló el valle y que aterrorizó a la gente durante minutos de zozobra que parecieron eternos. Algunos de ellos, espantados, llamaron a la prensa, la Policía y tanta autoridad como les fue posible cuando vieron que el río y la mitad de la montaña ya no existían. Hectáreas de bosque y plantaciones enteras se habían perdido, todo lo que quedaba era un descomunal cráter. Algunos de los comunarios formaron un cerco humano para evitar que extraños de otras comunidades se plieguen al resto de los curiosos que llegaban como hormigas atraídas por el azúcar hasta el lugar del desastre.

Por si ese magnífico evento no fuera suficiente para impresionar a los campesinos, otro suceso aún más extraordinario ocurrió ante la vista de los presentes. Todos vieron una luz blanca en el cielo que los cegó por completo, generándoles terribles dolores en las cuencas. Los comunarios se frotaban los ojos, y unos instantes más tarde el dolor empezó a calmar, pero al abrir los ojos se dieron cuenta que no podían ver nada. Mas no estaban sordos, y eso lo notaron de inmediato cuando escucharon el rugir del agua cayendo de la montaña nuevamente. Cuando llegó el resto de los testigos de la catástrofe, los que no se habían quedado montando guardia, quedaron infinitamente sorprendidos al descubrir que todo había recuperado su aspecto normal. No existía el cráter ni la destrucción que habían reportado.

Cuando la prensa y la Policía llegaron lo único que encontraron fue el descabellado testimonio de la gente del pueblo acerca de una explosión y un gran cráter en la gruta de San Pedro; asimismo empezaron a investigar la razón de la ceguera colectiva de los campesinos que se habían quedado en la gruta a montar guardia. Ellos constituían la única prueba verificable del fenómeno pues tenían la retina destruida sin razón aparente. Pero de la devastación descrita por los demás pobladores no había quedado la más mínima prueba, por lo que su testimonio y el fenómeno en sí mismo quedaron desestimados a pesar de las protestas de los comunarios.

Mientas tanto, en Chang Shambalá, Gabriel Arcángel llegaba agotado luego de cumplir su labor. Había generado un campo limitado espacio-temporal en el lugar del combate entre los Centinelas y sus fuerzas, barriendo cualquier alteración del orden natural en el teatro de operaciones. Él no deseaba que el proceso de entelequia en el Reino de los Hombres se viera afectado por la guerra que había empezado entre los Centinelas de Artemisa y el Tetragrámaton. Cuando entró a su palacio vio que Miguel Arcángel lo estaba esperando.

—Qué haces aquí, Miguel.

—Tsadkiel ha caído —informó Miguel.

Por un segundo Gabriel no supo interpretar las palabras de Miguel. Ellos son inmortales, no pueden morir. Pero entonces recordó a Kokabiel muriendo en manos de Nimrod y su alma se llenó de pavor.

—Quién ha sido —preguntó Gabriel con los ojos desorbitados por el espanto.

—Qhawaq Yupanki.

—Pero, no puede ser posible...

—Y no es nuestro único problema —Miguel empezó a caminar en círculos—. Mientras tú arreglabas los mínimos descalabros de la última batalla, Golab despertó de su hibernación y arrastró a dos Centinelas junto a una mujer hiperbórea a uno de sus universos creados del Círculo del Foso. Pude percibir su combate y he descubierto que esos Centinelas son... —hizo una pausa y rectificó—. Creo que hemos sido engañados, el Arco de Artemisa no estaba donde imaginábamos, ese objeto aún está por llegar al Reino de los Hombres...

—¿A qué te refieres, Miguel? —pero el arcángel dorado no respondió a Gabriel y continuó su exposición, ignorando las dudas del arcángel blanco.

—El Bafometh también ha sufrido una terrible pérdida, quizás puedas sacar provecho a la situación y hacerte de un Círculo del Infierno y sus súbditos. Sin embargo, por ahora voy a delegarte la prioridad absoluta de romper las barreras que rodean Tiwanaku. Supongo que no debo recordarte la vital importancia de la ciudad lítica. En este momento es un riesgo latente, y lo seguirá siendo mientras el portal tiwanakota siga activo. Si alcanzamos su eje carismático antes que los Centinelas se conviertan en una amenaza aún peor, cerraremos la puerta de Tiwanaku y los hiperbóreos este mundo, al fin, caerán.

—Pero... Miguel...

—He ordenado a Héxabor y su mascota que te ofrezcan todo su apoyo en tu tarea. Ambos se han recuperado de su última misión en Erks. Estás autorizado a usar activos de tu reino y del Pueblo Elegido.

—No se suponía que Golab...

—¡Golab caerá! Asmodius lo ha condenado...

Otra pausa prolongada se sembró entre ambos seres alados.

—Estamos en una posición muy delicada, Gabriel. Los doce se han reunido y solo falta que el último lobo despierte. Parece inminente que pronto tendremos a los hiperbóreos asediando nuestros reinos. Es imperioso tomar el eje carismático de Tiwanaku y cerrar el portal espectral. No hay que seguir subestimando a esta generación de hiperbóreos, debemos corregir ese error.

No hubo mayor cruce de palabras. Miguel Arcángel abrió sus alas y se fue volando, perdiéndose entre las calles de nubes y torres magníficas de Chang Shambalá, y mientras él se iba una sonrisa macabra se dibujó en el rostro de Gabriel Arcángel. Finalmente tenía la oportunidad que deseaba.

Entretanto, los hombres del Escuadrón Inti aún evaluaban las pérdidas sufridas. Solo había sobrevivido una fracción de las tropas expedicionarias en Sorata. La mitad pereció durante el conflicto contra las tropas estadounidenses y Metratón Arcángel; de no haber sido por Berkana y Akinos quizás ninguno de ellos hubiera sobrevivido el asalto. Los demás murieron durante la erupción de plasma de los lobos gemelos, salvando la vida únicamente aquellos que fueron protegidos por Edwin, Oscar y Jhoanna.

Sin equipos de comunicaciones, los hombres de Cuellar no tenían más remedio que caminar hasta el pueblo más próximo y realizar una llamada de emergencia a su Estado Mayor. Sus camiones de transporte se habían evaporado durante la última deflagración, y los pocos que se salvaron presentaban averías en sus sistemas eléctricos. Casi todo había quedado atrás, a duras penas habían salvado la maleta con la flecha de plata gracias a los esfuerzos in extremis que Oscar y Jhoanna realizaron.

No más de setenta soldados habían sobrevivido, pero su agradecimiento sería eterno hacia los Centinelas; el valor de Oscar, Edwin y Jhoanna les había salvado la vida. Sin embargo, el costo para los jóvenes guerreros hiperbóreos fue catastrófico. Edwin era irreconocible, tenía casi la totalidad del cuerpo con quemaduras de tercer grado, incluso se le habían fundido los cartílagos y articulaciones; era un milagro que estuviese vivo. Oscar y Jhoanna tenían el setenta por ciento del cuerpo con quemaduras de segundo y tercer grado, y daños renales, cardíacos y pulmonares muy severos. El médico del escuadrón únicamente pudo suministrarles morfina para calmar su dolor.

Los demás Centinelas, aunque menos severas, también presentaban quemaduras en diversas partes de sus cuerpos. El dolor y el esfuerzo para aguantar la erupción de plasma los había dejado extenuados hasta el desmayo. La explosión que los alcanzó fue tan terrible que todos los chicos tuvieron que arriesgar sus circuitos espectrales para fortalecer sus escudos de plasma y sobrevivir. Por si eso fuera poco, Moisés había conjurado una maldición contra los hombres de Cuellar antes de irse; las tropas tenían la moral destrozada.

El Mayor Cuellar se encontraba sentado sobre el piso con su hija, Jhoanna, inconsciente. Su belleza estaba arruinada, la mitad de su cara se había convertido en una cadavérica superficie chamuscada. Por primera vez los hombres de Cuellar vieron al Mayor llorar. Una depresión absoluta se había apoderado de los duros soldados, todos lloraban alguna pérdida, algún amigo o hermano caído en combate.

Cuando llegaron a la ladera de una de las colinas, ya no pudieron continuar más. La última orden del Mayor fue para un mensajero que, voluntariamente, se había ofrecido a ir al pueblo y hacer una llamada de emergencia para pedir punto de extracción.

Los primeros en reaccionar del esfuerzo fueron Rhupay y Valya. Sus quemaduras eran profundas, pero podían caminar. Berkana y Akinos les siguieron. Ellos, al ser Centinelas, eran inmunes al conjuro de Moisés, por lo que la depresión no los apresó. Los cuatro empezaron a maquinar la forma de romper la maldición, pero era una magia muy poderosa y ellos aún no estaban en condiciones de contrarrestarla. Se habían debilitado mucho.

—Tienen los circuitos espectrales fundidos —informó Rhupay luego de examinar a Oscar, Edwin y Jhoanna—. Manifestaron más espectro del que sus cuerpos podían soportar; y el plasma que los irradió terminó de destrozarlos. No podremos curarlos con tratamientos comunes. Debemos llevarlos a la Fortaleza de Oricalco, allí tendrán más oportunidad de regenerar sus cuerpos.

—¿Qué ocurrirá con Vairon y Lycanon? —preguntó Akinos.

—Vi que Arika se los llevó lejos —respondió Valya.

—¿Y ahora qué vamoj a hacer? —cuestionó Berkana.

—Esperar —respondió Rhupay—. Según supe por mi abuelo, los Géminis estarán en conflicto hasta que el pacto que hicieron se cumpla.

—Pero se matarán —intervino Akinos.

—No hay nada qué hacer —respondió Rhupay.

En ese instante, Gabriel recuperó la consciencia.

—Mi cabeza, ¡ah! —se quejó al tocarse la nuca, tenía una quemadura allí.

—¿Te sentíj bien? —preguntó Berkana.

—Creo que sí, ¿qué pasó en mi cabeza? Me arde.

—Todos tenemos quemaduras, pero sobrevivimos —respondió Rhupay y agregó—: Tenemos que irnos lo antes posible.

—Pero mirá voj a la gente —intervino Akinos—. Moisés los dejó acabados.

—Esta maldición se romperá pronto —dijo Gabriel, de repente; su clarividencia le había permitido, en segundos, ponerse al día de los sucesos desde que despertaron—. Algo va ocurrir... ahora —agregó y luego fijó sus ojos hacia Diana y Rocío que aún yacían recostadas.

Valya miró el gesto del vidente y antes que nadie, entendió que su camarada había tenido una visión. Se sintió ansiosa al igual que Rhupay, Berkana y Akinos.

Una brisa cálida, impregnada de granos de arena, empezó a soplar sobre el valle. Oh arena, insólita arena, ese aire seco no venía del valle, sino de lugares mucho más lejanos. La calidez de aquel aire brindó alivio a los atormentados hombres del Mayor que pronto se abandonaron a un estado de sopor.

—Moisés cometió el peor error en este combate —sentenció Gabriel—. Usó su magia y ha despertado una fuerza enorme..., ella va a...

El chico ciego se acercó a Rocío, que aún dormía, y besó su frente.

—Es hora, mi nena —le dijo con una voz dulce y delicada.

Los granos de arena que venían en el viento formaron un remolino sobre el diezmado grupo. Poco a poco esa arena fue tomando la forma de un etérico halcón, brioso y enorme. Los Centinelas pudieron percibir la absoluta presencia de un espectro tan antiguo como el mundo mismo. Se sintieron confundidos, pero luego sus pechos se llenaron de alivio cuando descubrieron que aquella antigüedad le correspondía a otro camarada a punto de despertar.

Rocío abrió los ojos. En ellos ya no había esclerótica alguna, la totalidad de sus globos oculares era negra, tan negra que la luz quedaba capturada en las insondables profundidades de su Espíritu. En su frente apareció la figura de un halcón, un jeroglífico en egipcio antiguo. Su larga cabellera se había oscurecido infinitamente y flotaba como si estuviera suspendida en la umbría sideral del cosmos, carente de gravedad. Su piel blanca casi brillaba con un tenue resplandor plateado, como si fuera una elfa silvana mirando directo a la luna llena.

Se incorporó con esfuerzo y luego miró a Gabriel que, por medio del despertar de Rocío, también había entrado en Trance Hiperbóreo y se había perdido en el fondo de sí mismo. Allí ya no estaban Gabriel y Rocío, sino Gorkhan y Rit.

Bienvenida de regreso —dijo Gorkhan y Rit lo abrazó.

Amor, mi dulce amor. Te he buscado largos siglos.

Lo sé, al fin nos hemos reunido.

Cuando sus ojos se encontraron, un resplandor entre verde y amarillo empezó a mezclarse en una danza armoniosa que los envolvía realizando un trazado angular, como si estuviera dibujando triángulos a su alrededor. Ambos se pusieron de pie, aún heridos, y juntaron sus labios. Los Centinelas que eran testigos de aquello, el Mayor y sus hombres, todos habían quedado absortos ante aquella evocación de amor arcano, mas no por la escena en sí misma sino por lo sobrenatural que la rodeaba: aquellas luces y formas misteriosas. Los breves segundos que se besaron parecieron eternos, pero aquella muestra de afecto renovaba las fuerzas de quienes lo atestiguaban; aún había esperanza.

—Hay que purgar a nuestros camaradas —dijo Gorkhan, Rit sonrió.

La chica era absolutamente sobrecogedora. Sus ojos y cabellera eran tan negros que sobresalían por encima de todo el marco de luz que la rodeaba. Entonces, el halo luminoso empezó a dibujar diversos jeroglíficos egipcios en derredor suyo. El aire seco de desierto y con granos de arena empezó a humedecerse, a llenarse de un aroma de exóticas y misteriosas hierbas.

Ha'tun deom ser'hef onas. ¡Jeovahm halem'et, ea Isis jeo Neftys al'habra kalil'ham! —conjuró Rit, hablando en egipcio antiguo. Era un exorcismo que, por medio de la sangre, solo los Centinelas podían comprender: «Abandona a los hombres de sangre. ¡Que la maldición de Jehovah se rompa, en el nombre de Isis y Neftis, que se rompa!».

A gran velocidad, los jeroglíficos egipcios que rodeaban a Rit la abandonaron y empezaron a rodear a los hombres de Cuellar, dando vueltas y deslizándose entre ellos como misteriosas entidades voladoras, llenas de luz amarilla. Cada vez los jeroglíficos ectoplasmáticos se desplazaban más rápido hasta que, de forma repentina, el crujir de varios huesos se escuchó desde algún lugar en el cielo, seguido de un espantoso alarido. En ese instante, el dolor y depresión que tenía a los hombres de Cuellar presos del animismo se rompió por completo. Al unísono, Berkana, Akinos, Rhupay y Valya, sintieron que todo su poder se restablecía a pesar de sus heridas y, casi sin pensarlo, entraron también en Trance Hiperbóreo empujados por un poder más allá de su propia comprensión. La presencia de seis Centinelas despiertos en un solo lugar y al mismo tiempo hizo que en Chang Shambalá temblaran sus cimientos y varias torres se desmoronaran ante la vista aterrorizada de los ángeles que no entendían qué ocurría.

Cuando el fenómeno se estabilizó, los soldados se sintieron aliviados, se habían curado. El Mayor Cuellar acarició el rostro de Jhoanna, y se incorporó, dirigiéndose hacia Gorkhan y Rit que aún estaban en trance.

—No sé lo que hicieron ni cómo lo hicieron, pero gracias —dijo el Mayor—. Aún así, debo pedirles un favor más. Curen a mis hijos, salven a los demás. Aquí hay otros héroes que los necesitan.

Rit se acercó al Mayor, éste desvió la mirada para no poner sus ojos en contacto directo con los de ella. Era imposible verle de frente.

No vamos a dejarlos caer, ni permitiremos que fallen.

Entretanto, las miradas de los demás Centinelas se enfocaron en Diana, que yacía recostada sobre la yerba, inconsciente.

Aún duerme —dijo Valya—, pero su sueño no es por "minación" de poder.

Colapsó en el fondo de sí misma —replicó Gorkhan.

¿Cómo pudo ocurrir? —intervino Akinos.

Quizá el espectro tuvo un contratiempo con sus circuitos espectrales —dijo el Centinela ciego.

Hay que recuperarla, ella es la portadora del Arco. Retirémonos de inmediato a la Fortaleza de Oricalco —concluyó Rhupay—. Dianara necesita la sabiduría de nuestras vrayas y los demás Centinelas necesitan curarse fuera de este mundo.

No había nada más que hablar. Valya tomó la maleta con la flecha de plata, brindando algunas pocas instrucciones al Mayor Cuellar antes de retirarse. Luego los seis Centinelas combinaron sus espectros y abrieron un portal ante el asombro de los hombres del Mayor. A pesar de todas las maravillas experimentadas, aún no se acostumbraban a ver el orden natural del mundo, alterado así. Antes de irse, Rhupay se acercó a Cuellar y puso su mano en su hombro.

Nosotros nos encargaremos de los Centinelas heridos, no se preocupe por ellos. Ahora, Mayor, usted debe abandonar estos valles y atrincherarse junto a sus hombres en la entrada del Camino de los Dioses. Busque lo antes posible a Ursus y dígale que refuerce bien las anclas del cerco estratégico en Santo Domingo. Esta guerra no ha hecho más que empezar y necesitamos recuperar nuestras fuerzas.

Rhupay ya se estaba retirando, pero Orlando lo retuvo.

—¡¿Salvarán a mis hijos!?

El Centinela asintió.

Se lo juro por Wiracocha, que no dejaremos que se pierdan en las tinieblas.

Cuellar suspiró e hizo un ademán, como seña de confianza absoluta.

Berkana elevó su brazo con la palma de la mano abierta y la dirigió hacia los cuerpos de los Centinelas desvanecidos. Ellos empezaron a levitar y a entrar en el portal uno a uno. Gorkhan, haciendo algunos gestos de dolor, tomó a Diana entre sus brazos y empezó a flotar hacia el umbral y luego los demás Centinelas les siguieron. En pocos segundos el negro agujero que abrieron se cerró y todo el fenómeno finalizó de forma abrupta.

Los soldados aún no terminaban de comprender todo lo que había ocurrido. Notaron que sus fuerzas se iban recuperando, quedando en su memoria el enorme valor y poder de los Centinelas. En la mente el Mayor Orlando Cuellar solo prevaleció un pensamiento: "Estos chicos son formidables, con ellos de nuestro lado aún podemos ganar esta guerra". Mientras tanto varios camiones Caimán del Ejército ya se oían acercarse a lo lejos. El mensaje de auxilio llegó pronto y desde el Regimiento de Caballería Mecanizada Nº5 había partido un equipo de rescate. El episodio de Sorata estaba finalmente cerrado.

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