22. La caída de San Miguel...
Todos y cada uno de los habitantes del Reino del Fuego habían sido masacrados. Ángeles, Hiwa Anakim e incluso los esclavos humanos. Todo cuanto de ellos había quedado era una masa de carne salpicando los patios exteriores, el piso y los muros del palacio de oro. La sangre se había convertido en lagunas hirvientes de un rojo maléfico que salían del palacio como ríos espesos y llenos de coágulos. Pero la ebullición de la sangre en los exteriores era meramente un reflejo inmunológico del propio Reino del Fuego cuyas entrañas se habían infectado del frío imposible de un espectro tan azul como el más oscuro de los hielos.
En el interior del palacio ya no existía nada con vida a no ser los dos últimos gladiadores de la arena de fuego. San Miguel arcángel estaba de pie, encorvado y con la respiración agitada. Dos de sus alas de su costado izquierdo habían sido arrancadas y de las heridas manaba copiosa sangre. Su rostro estaba ensangrentado y su armadura tenía rajaduras, desgarros, perforaciones y roturas en todas sus partes. De las grietas en la armadura se desprendían varias hemorragias. Y los lugares en los que la coraza permanecía intacta, llevaba cristales de hielo azulado.
Frente al arcángel se erguía el autor de la masacre, el licántropo de hielo. Tenía su gruesa piel atestada de desgarros en varias partes de su cuerpo. Las múltiples heridas llevaban llamas doradas ardiendo desde el interior mismo de las cortadas, cauterizándolas brutalmente. Al hombre lobo tampoco se le hacía fácil permanecer en pie, estaba muy herido y exhausto por el combate.
—¡Hasta aquí es dónde llegas! —amenazó el arcángel—. Este es tu fin.
—Estúpido ángel —replicó el lobo. Su voz ronca parecía salir de su pecho, articulaba las palabras desde su interior—. Este combate se terminará para ti.
Haciendo un esfuerzo final, ambos contrincantes se lanzaron al asalto del otro. La garra zurda del lobo se clavó en el hombro del ángel mientras sus colmillos y su garra diestra arrancaban una de sus alas derechas. Por su parte el arcángel encendió su mano con el resplandor ígneo de sus llamas doradas, clavó el codo en el pecho del lobo y empezó a lazar mortíferas llamaradas sobre su cuerpo, rostizando su carne y fundiendo los cartílagos de sus costillas. La sangre de Lycanon empezó a bullir y solo entonces soltó a Miguel. Pero no se separó sin antes arrancarle un ala al ángel. Ambos lanzaron un alarido de dolor al unísono y cayeron pesadamente al piso.
Pasaron segundos que parecieron eternos y entonces el espectro de ambos empezó a brillar nuevamente. Lycanon se incorporó y elevó su garra. Una serie de relámpagos azules envolvieron su cuerpo y entonces las zarpas de su mano se encendieron con una luz azul tan brillante que casi parecía blanca. Pero el brillo era engañosamente incandescente pues aquella zarpa en realidad había alcanzado el cero absoluto, tan frío que ni la materia oscura podría sobrevivir. Miguel también se levantó, pero había perdido demasiada sangre, estaba más debilitado que el lobo. Haciendo su máximo esfuerzo el arcángel calentó la palma de su mano con llamas doradas extraídas del mismísimo Sephiroth Gebura.
—Asqueroso hereje —dijo Miguel con la voz mordida por el odio—. ¡Muere!
Las llamas salieron expulsadas del cuerpo de San Miguel con una potencia tan monstruosa como la de una supernova. Lycanon se detuvo unas micras de segundo a pensar, todos sus recuerdos iban dirigidos hacia Diana, Dianara, Danae, su gran amor. Llevado por una nostalgia infinita y por el amor a su Pareja del Origen, el lobo levantó su espectro hasta cubrir el Reino del Fuego entero con su poder. El hielo increado circuló por sus venas, aliviando el ardor de las flamas doradas de Miguel que recorrían su cuerpo. El lobo batió violentamente su zarpa en dirección al arcángel y un disparo de plasma helado salió expulsado de su cuerpo cual la más violenta erupción solar.
La flama dorada y el resplandor azulado chocaron con inusitado salvajismo. Una deflagración incontenible se produjo y todo el castillo de oro se congeló en segundos. Producto de los masivos daños del combate, el edificio entero empezó a tambalear. Las grietas de la construcción empezaron a dilatarse y momentos después todo el palacio estaba quebrándose como una escultura de vidrio que se desmorona por su propio peso. El fuego del Sephiroth Gebura dejó de arder rabiosamente y menguó hasta quedar como un montón de flamas haciendo combustión desde un pequeño carbón. Los lagos de sangre dejaron de hervir y se congelaron hasta quedar como tumefactas pistas de hielo. El Reino del Fuego se estabilizó y la violencia cesó.
De los escombros helados del castillo, un sobreviviente. San Miguel salió arrastrándose, manchando con su sangre el suelo y los añicos de su castillo. No le quedaba una sola ala. Las seis se las habían arrancado. Su espada de fuego y oro estaba clavada a unos metros, resquebrajada, congelada y motosa. En ese momento Miguel empezó a elevar una plegaria.
—¡Dios mío, yo solo he cumplido tu Santa Voluntad! ¡Si este es el fin, oh gran Jehovah, venga entonces mi muerte! ¡Que este siervo de Lucifer sufra mil veces lo que me ha hecho sufrir a mí!
—Ese hijo de puta no va oírte —una voz, pero no ronca como la del lobo sino fluida como la de un joven muchacho.
Emergiendo de la destrucción, Rodrigo se abría paso entre los restos congelados del castillo, caminando hacia Miguel. La diferencia de tamaños era entonces notoria. Rodrigo, de no más de 1.65, se veía diminuto al lado de los casi siete metros del arcángel. Pero el alado estaba destruido no solo física sino espiritualmente también. A pesar de la ventaja física, el arcángel ya no representaba una amenaza para el chico que también tenía innumerables heridas en todo su cuerpo, causándole múltiples hemorragias.
Rodrigo extendió el brazo hacia Miguel con la palma de la mano apuntando al techo, una llama azul se prendió entonces entre los dedos del muchacho.
—Ustedes, los Seraphim Nephilim, siempre piensan que vivirán para siempre —dijo Rodrigo—. Me importa un carajo si son ángeles o demonios, si viven en los infiernos o en los cielos, ustedes siempre serán Seraphim Nephilim.
—¡Silencio! —gritó Miguel, trató de incorporarse, pero las heridas lo tumbaron de rodillas nuevamente—. Te equivocas si crees que te saldrás con la tuya.
—¿Es que no lo ves? —respondió Rodrigo—. Yo ya gané.
—¿Y qué ganaste sino el abandono de los tuyos? —replicó Miguel. En ese momento el rostro de Rodrigo se ensombreció—. ¿Acaso crees que podías engañarme? Yo conozco perfectamente tu verdad, Rodrigo Lycanon. Sé lo que has vivido a lo largo de los milenios, cada una de las peripecias que pasaste, cada victoria, cada lágrima y gota de sudor. Yo lo sé todo sobre ti.
Rodrigo no pudo responder, se sintió desarmado, completamente indefenso ante el peso de la verdad; de sus propias decisiones develadas por su enemigo.
—¿Qué harás ahora, Lycanon? —prosiguió el arcángel que no tardó en notar que sus palabras herían más al muchacho que el fuego dorado—. Has decidido ya, asumiste la responsabilidad y ahora debes cumplir. Debes cumplir con el Otro Lobo.
—¡Silencio! ¡Qué sabes de promesas, puto ángel maricón!
—Sé que tú hiciste una promesa, y qué no sabes cómo cumplir tu palabra.
De los ojos de Rodrigo empezaban a brotar lágrimas de sangre.
—¿Te duele? —continuó Miguel—. Por cada lágrima tuya, ella sufre más.
—Basta...
—Y ahora que la hora de cumplir el pacto llegó, ella sufrirá aún mucho más.
—¡Calláte mierda! —gritó Rodrigo y una estaca de hielo brotó del piso, perforando el cuerpo del arcángel—. Yo sé perfectamente bien lo que hice. Por eso vine aquí. No podía dejar que todo acabe sin llevarme al menos a un ángel maraco antes de irme al infierno.
San Miguel ya no podía hablar, la estaca de hielo había perforado su diafragma.
—Es el fin para ti —continuó Rodrigo y se acercó al arcángel.
Entonces el brazo de Rodrigo empezó a sufrir una monstruosa mutación. Creció velozmente mientras se llenaba de un pelaje plateado. Sus garras armaron mortalmente sus dedos y su piel se hizo gruesa como el más duro de los cueros. Únicamente su extremidad había tomado la forma del Lobo Hecho Hombre. Una sonrisa rebosante de sadismo se dibujó en el rostro del chico quien casi podía saborear el momento mientras la boca se le llenaba de baba.
Haciendo un movimiento tan quirúrgico como brutal, Rodrigo introdujo sus dedos en la espalda del alado, a la altura de su cadera. Un alarido sordo brotó de la boca de Miguel quien empezaba a ahogarse con su propia sangre. En un acto final de brutalidad sin nombre, Rodrigo jaló de la cadera del arcángel con todas sus fuerzas y la columna entera del alado empezó a desprenderse de su cuerpo como una liga que es tirada de su extremo. Los alaridos cesaron y el espinazo entero de Miguel abandonó su cuerpo, incluida la cabeza. Rodrigo se acercó al enorme cráneo tendido en el piso, con su columna aún colgando del cuello, y observó la expresión del arcángel muerto.
—Ser o no ser, he ahí el dilema —dijo mientras miraba la cabeza.
Con la muerte de Miguel, ya no había nada ni nadie que pueda controlar a los elementales del fuego que poco a poco iban escapando de las llamas doradas y se apoderaban de todo el Reino del Fuego. Sin embargo, la tarea de Rodrigo no estaba terminada. Durante sus conversaciones con Freky, el muchacho supo que debía resignar todo el Sephiroth Gebura.
Como los diez Sephiroth del Árbol Sephiróthico habían sido creados mediante la Kabbalah Acústica, la única forma de resignarlos era utilizando la magia del sonido. En ese momento Rodrigo entendió la finalidad de su misión familiar, aquella que lo llevó a convertirse en un pianista eximio para hallar la música del silencio. Entendía cuál era la nota silente que debía expresar en el Gebura.
Usando trazos de su espectro como tinta y el aire como papel, Rodrigo dibujó un pentagrama con la Clave de Sol en la signatura. Luego dibujó varias notas en su pentagrama, eran una melodía imbricada de silencios y a contrapunto. Cuando hubo terminado de componer la melodía, le dio uno de sus alientos helados a la partitura y esta empezó a resonar. Cada cuerda de las partículas quánticas en el cosmos empezó a vibrar en diferentes frecuencias. Rodrigo había afinado y calibrado todo el reino Gebura para sonar en un perpetuo "La" en lugar de su alineación en la nota "Sol", que era la tónica de la Kabbalah Acústica.
Poco a poco el Reino del Fuego dejaba de ser una de las atribuciones implícitas de Jehovah-Satanás y se iba tornando hacia el silencio absoluto, orientado al Origen. El sonido de "La" estaba silenciando las vibraciones de "Sol", acallándolas para siempre. Y junto a ellas la propia nomenclatura del reino iba modificándose. El Sephiroth Gebura dejaba de ser un Sephiroth y empezaba a convertirse en una plaza liberada, tomada por la fuerza al Demiurgo. Ya no era Gebura, el Sexto Sephiroth; sino el Reino del Silencio, el Reino del Fuego Frío, la parcela conquistada con violencia. El silencio se hizo en todo el regentado del oro y del fuego; así Gebura dejaba su antigua denominación y se convertía en Gaburah, el Sephiroth resignado con el Símbolo del Origen.
La transformación estaba acarreando sus consecuencias en el plano físico. Monstruosos sismos asolaban la superficie, e incluso Júpiter veía su campo afectado por las terribles desestabilizaciones en el antiguo Sephiroth de fuego.
Solo en ese momento, en que la batalla con Miguel había terminado y su misión estaba cumplida, Rodrigo se permitió un suspiro y una reflexión. Recordó a una persona cuyo nombre designado por los hombres coincidía con la nueva denominación del Regentado del Fuego, el Sephiroth Resignado, Gaburah.
—Es una señal —se dijo Rodrigo—. Hay alguien que tiene una misión, y yo se la debo hacer saber. ¿Verdad Freky?
Pero esa persona no tenía un nombre por el cual los Dioses pudiesen llamarlo. Entonces Rodrigo supo que debía rebautizar a ese individuo, darle una razón, hacer cumplir su destino y recordarle el Pacto de Sangre. El muchacho suspiró, el ruido ensordecedor de los sismos retumbaba en todo el emplazamiento. Las ruinas del castillo de oro empezaban a fundirse, convirtiéndose en ringwodita líquido. Era el momento de irse, aún había personas esperándolo. La hora de cumplir el Pacto llegó.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro