20. Un año más tarde...
En una extensa meseta yerma y calurosa, dominada por la densa luz de un Sol rojo gigante, se desplazaban dos figuras dando descomunales zancadas. La fecha: 14 de noviembre del año 2001. El lugar: altiplano boliviano de la umbra entre la Cuarta Vertical y Horizontal. El evento: reconocimiento de las anclas rúnicas que rodean la fortaleza de Tiwanaku en la Umbra.
Ambos exploradores avanzaban a 90 kilómetros por hora, saltando cual pulgas de un punto al otro con ingrávida facilidad. Uno de ellos era Edwin Cuellar Luchnienko. Llevaba la barba levemente crecida y el cabello con corte militar. Detrás de él estaba Oscar Higgs Michelle, con su cabellera bastante crecida, casi llegándole a los hombros. Una gran cicatriz excoriada resaltaba en uno de sus ojos, partiendo su ceja a la mitad. Los dos vestían la indumentaria oficial de Centinela para aquella clase de exploraciones: Trajes de Vantablack; botas militares Mil-Tec 9000; correajes equipados con fundas para pistolas, vainas para armas punzo cortantes, ganchos para granadas, bolsillos y poleas; armaduras de la serie Tizón Mark 3, pintadas conforme el color del espectro de cada usuario (rojo para Oscar y Blanco para Edwin); pistolas FN Five-SeveN Tactical y subfusiles FN P90-TR en sus respectivas fundas; y una espada de osmio-oricalco en la espalda.
El paisaje que los rodeaba no podía ser más tétrico. El suelo estaba totalmente erosionado y enormes torbellinos de polvo aparecían por el horizonte enrojecido. Y la estrella, aquel sol rojo, era lo más tenebroso de todo. Le daba un aspecto de eterno atardecer a aquella meseta durante ese mediodía interminable.
Oscar y Edwin habían dado cuatro vueltas a un perímetro de 20 kilómetros cuadrados, que era el área de influencia del antediluviano cerco rúnico que los atlantes habían dejado en las ruinas tiwanacotas en eras pretéritas. Aquel cerco se desdoblaba desde la Vruna de Oricalco en su centro y ejercía su poderosa influencia en todos los universos paralelos en las que la Tierra y las ruinas de Tiwanaku existen. Ese cerco constituía la única región fuera del control del Pantocrátor del universo y, por lo mismo, la única esperanza de rebelión de los Espíritus dormidos contra la furia del Tetragrámaton y el venidero Holocausto de Fuego. La misión de Oscar y Edwin era verificar la estabilidad del cerco y verificar si existía presencia enemiga cercana.
Estaban por terminar su exploración cuando encontraron un campamento abandonado. Todo había sido dejado tal y como estaba, por lo que ambos Centinelas concordaron en que sus ocupantes debieron dejar el lugar con mucho apuro. Entre los objetos enterrados estaban varias tablas de barro con inscripciones en hebreo y hojas de coca. Encontraron sullus (fetos) de llama listos para quemar como ofrenda en una mesa y otros objetos típicos de los amautas del bonete blanco, aquellos que pactaron con la Sinarquía y el Tetragrámaton.
—¿Qué ocurrió? —murmuró Oscar, observando los objetos que les rodeaban.
Edwin caminó un poco entre los escombros y levantó el casquillo de una bala en el piso. Entornó los ojos y de inmediato la reconoció.
—Eran tropas israelíes —Edwin reconoció y le mostró el casquillo a su compañero—. Proyectiles de fusil Beth Q&R, solo el Mossad los utiliza...
—¿Habrán venido desde nuestro mundo?
—Es posible —dijo Edwin—. Seguramente intentaban abrir el cerco rúnico usando magia de la Cábala y los oscuros poderes de los Amautas de Pacha.
—Pues algo les impidió continuar —dijo Oscar, caminó otro poco por las ruinas de aquel campamento y halló una moneda de oro en el piso. Llevaba grabada la figura de un árbol de granada junto a una Estrella de David y varios caracteres hebreos—. Los atacaron.
—Pero... ¿quién?
Ambos se miraron y luego volcaron sus vistas al cielo.
—Debemos informar de esto —dijo Oscar.
Los dos caminaron lentamente, observando la destrucción que les rodeaba, y se sentaron en el piso con la vista hacia aquel campamento fantasma. Estaban en silencio, solo meditando bajo la luz del cielo anaranjado. Era como si aquel sitio hubiese desenterrado viejos recuerdos en ambos Centinelas, memorias que se rehusaban a perecer.
—Ya pasó más de un año desde aquel día —comentó Oscar con una sonrisa en el rostro. Edwin asintió—. Han pasado muchas cosas en este tiempo.
—Todo cambia, colega.
—¿Y tú has cambiado?
Hubo un breve silencio, Edwin respondió:
—Me adapté a esta vida.
—Entonces ya no guardas rencor contra mí o...
—No, Oscar, ya no. El pasado quedó atrás, ahora solo quiero ser más fuerte, ser mejor de lo que soy ahora, es lo menos que le debo al Akinos y a mi hermana por todo lo que hicieron por nosotros.
Edwin iba invocando la memoria de aquel 1 de septiembre del año 2000. Eran las cinco de la tarde cuando despertó y lo primero que vio fue el rostro de Diana, resplandeciendo como si la luz de la luna se reflejase en él. A su lado estaba su otra hermana, Jhoanna, recostada y observándolo con lágrimas en los ojos. A corta distancia yacía Oscar, sentado sobre un catre. Segundos más tarde volvió a quedar dormido. Despertó a la mañana siguiente con un terrible engarrotamiento en el cuello. Su último recuerdo se remitía a la expedición en Sorata que terminó con el terrible enfrentamiento entre Rodrigo y Alan, y la posterior erupción de plasma que casi los mata. Recordó que su prioridad era salvar a su padre y sus hombres, lo que felizmente logró. Su siguiente recuerdo era un dolor como jamás había creído posible. Sintió como si todo en su interior hubiese sido fulminado por un rayo. Luego recordó sentirse flotando en agua y una voz conocida pidiéndole que tuviera calma. Aquella voz lo relajaba. Cualquier otro evento posterior constituía una laguna en su memoria, puntualmente lo ocurrido entre el 20 de agosto en Sorata y su traslado a la Fortaleza de Oricalco aquel 1 de septiembre.
Lo segundo que Edwin supo fue una buena noticia pues casi no podía caber de contento cuando vio que su maestro, Aldrick du Ruelant, estaba vivo. Lógicamente no solo él reaccionó con infinita alegría al despertar, Oscar también se sintió muy feliz de volver a verlo. Jhoanna se emocionó tanto que se lanzó a abrazarlo con todas sus fuerzas. Aldrick se sintió muy conmovido por los fuertes sentimientos de sus estudiantes, pero su alegría no duraría. Ese mismo día el Cruzado juntó a sus tres discípulos y empezó a ponerlos al día con la asistencia de Ursus de la Vega. Habían demasiadas cosas que debían saber y no sería fácil revelárselas.
Se les explicó a los tres que la flecha de plata que hallaron en aquel mundo helado, por la cual Diana y Artemisa combatieron tan fieramente, era el doceavo Tótem Hiperbóreo, Selene, el águila, que en lugar de encarnar en un cuerpo humano, se convierte en la flecha definitiva que deberá ser disparada por el Arco de Artemisa.
Tras hallar la flecha y ser trasladada a Sorata, el ataque de Metratón y Moisés al campamento dejó claro que debían llevar el objeto a un lugar seguro. Incluso cuando Vairon y Lycanon empezaron a luchar, surgió la necesidad de aferrarse a aquella flecha de plata con la esperanza que su presencia haga al Arco de Artemisa manifestarse. Entonces fue trasladada a la Fortaleza de Oricalco.
Un día, sin aviso alguno, el sello que tenía encerrado a Selene se rompió y la flecha de plata se convirtió en la Ságitta Luminis, repositorio del tótem del águila y complemento del Arco de Artemisa. Eso solo podía significar que el Arco se había manifestado finalmente en algún lugar del mundo de la Tercera Vertical, y en ese mismo momento del devenir del tiempo. Sin embargo, el paradero exacto del Arco era aún un misterio por aquellos días.
Breve tiempo después, los erkianos de la Fortaleza de Oricalco supieron que el arma de la diosa estaba bajo custodia del Circulus Dominicanis dado que su manifestación física había ocurrido dentro del convento de Santo Domingo, y fue en ese momento que las circunstancias mostraron su aspecto más traumático.
La revelación de la llegada del Arco de Artemisa llevaba consigo la horrible muerte de María Luchnienko, madre de Diana, Edwin y Jhoanna; y esposa del Mayor Orlando Cuellar. Ursus y Aldrick tuvieron que relatar con mucho tacto los eventos relativos al parto de María y su transmutación metanatural.
Aquel 23 de agosto, la señora Luchnienko empezó a mutar hacia su verdadera forma bajo la influencia de un alumbramiento virginal. Desde luego que Ursus, ni ninguno de los testigos de aquel día, tuvo el mal gusto de decirle a los chicos que no había mucho de su madre para enterrar y velar. La mujer, luego de horas de terribles dolores de parto, simplemente se hinchó y explotó, adoptando la forma del Arco de Artemisa. A su alrededor, todo lo que había quedado de la humana era una masa tumefacta de sangre y carne esparcida por las paredes, el techo, el piso...; e incluso sobre los presentes en aquel cuarto que, llenos de horror, quedaron congelados ante tan violento nacimiento.
Para Edwin, Jhoanna y Diana, la muerte de su madre significaba más de lo que eran capaces de soportar. Sufrieron, durante días enteros sufrieron horriblemente, llevados por un duelo demencial cuyo final quedó marcado el día que los tres vieron el Arco de Artemisa por primera vez. Desde entonces, el Arco de la diosa está siempre junto a Diana, quien jamás se desprende de él. El Arco es la herencia de su madre.
—Tenemos que irnos —dijo Edwin, interrumpiendo sus recuerdos.
—Creo que las personas que fuimos ya no existen —agregó Oscar, hablando quedamente—, han sido reemplazadas por los Centinelas que somos ahora.
Oscar, Edwin y Jhoanna habían salvado la vida de milagro gracias al sabio oficio de la vraya de Erks y al enorme sacrificio de Akinos, quien curó sus circuitos espectrales asumiendo un alto precio. El Centinela del Kraken había sacrificado mucho por sus camaradas y amigos, esfuerzo que ganó el infinito agradecimiento y lealtad de los tres guerreros heridos hacia su compañero de armas. Y no era para menos, la hazaña médica lograda por Akinos tenía todos los requisitos para convertirse en leyenda. La reparación de circuitos espectrales usando los propios como herramienta de reconstrucción era una técnica arriesgada, a menudo considerada imposible hasta para los más sabios hierofantes hiperbóreos.
Por breves segundos, Oscar y Edwin recordaron aquella voz que los calmaba mientras dormían en aquel mar, esa voz que les decía que no se rindan, que todo saldría bien. Ellos sabían de quién era esa voz, lo supieron en cuanto vieron a su cirujano hiperbóreo tras su recuperación. Ese recuerdo les arrancó una sonrisa cómplice y luego se desplazaron a su próximo destino: el puesto de observación de la umbra establecido por el Escuadrón Inti.
Al llegar al observatorio, Edwin y Oscar se reunieron con Aldrick y Rocío quienes ya los estaban esperando. Había gran actividad en el lugar, varios soldados habían sido trasladados desde Bolivia en la Cuarta Vertical para apoyar el trabajo de los Centinelas en la umbra.
—¿Encontraron algo? —preguntó Rocío.
Oscar sacó la moneda que halló y se la entregó a Aldrick.
—Hay ruinas de un campamento como a 45 kilómetros de aquí, en la mano derecha del cerco rúnico. Parece que los Amautas de Pacha y los Cabalistas del Mossad israelí han estado aquí tratando de dañar el cerco.
—¿Y los vieron? —dijo Aldrick. Los dos exploradores negaron con la cabeza.
—Algo o alguien debió ahuyentarlos —respondió Edwin—. Todo el emplazamiento ha sido abandonado con mucha prisa. Pero no vimos cadáveres.
—Qué extraño —murmuró Rocío.
—Informemos al Comando de esto —dijo Aldrick—. Rit, por favor ponte en contacto con Gorkhan y dale tu informe.
Rocío asintió y empezó a elevar su espectro.
Luego del conflicto de Sorata, Rocío y Gabriel habían descubierto un viejo y misterioso vínculo que los unía. Tenían la capacidad de comunicarse a la velocidad de los sentimientos, desarrollando así una especie de telepatía que les permitía estar en contacto sin importar las barreras de tiempo y espacio. En cuanto se dieron cuenta de aquella extraordinaria capacidad ambos se ofrecieron como personal de comunicaciones para las misiones del Escuadrón Inti. Alternando, uno de ellos acompañaba las expediciones a la umbra mientras que el otro se quedaba en el puesto de vigilancia permanente al Camino de los Dioses, en la Cuarta Vertical. Los mensajes eran transmitidos desde la umbra y llegaban instantáneamente al Comando del Escuadrón Inti donde el Mayor Cuellar, junto a Ursus, Arika y Aldrick, tomaban las decisiones. Ese procedimiento de exploración había sido llevado exitosamente durante un año, tiempo en el cual el Mayor Cuellar y los maestros hiperbóreos se prepararon para la batalla decisiva. El curso de la Guerra Esencial entre los Dioses Leales y los Traidores dependía del resultado de la defensa de Tiwanaku.
Promediaba el medio día y hacía un calor abrasador en el puesto de vigilancia. El verano austral estaba casi a su pleno y la ausencia de lluvias había dejado seco el ambiente. Orlando Cuellar se hallaba junto a Rhupay y los maestros hiperbóreos en el centro de mando, revisando los planos cartográficos obtenidos en la Umbra durante las últimas exploraciones.
A diferencia de las ruinas de Tiwanaku de la Cuarta Vertical y Horizontal, cuya ubicación se halla en pleno altiplano sin mayores elevaciones de tierra a la vista, las ruinas en la umbra estaban cercadas por una elevación de tierra artificial de más de 20 metros de altura. Más allá de aquella barrera se desplegaba un altiplano rojizo, carente de vegetación, y 41 kilómetros más lejos estaba el cráter humeante de un volcán. Entre el volcán y las ruinas yacía el profundo cañón dentro del cual se despeñaba la ciudad de La Paz umbral. Aquella urbe fantasma, previamente explorada por Aldrick durante su primera estancia allí, era verdaderamente una copia fiel de las ciudades paceñas situadas en la Cuarta Vertical y Horizontal. La diferencia estribaba en el abandono absoluto en que estaba la ciudad umbral y las salvajes condiciones de fauna y flora que se habían apoderado de ella.
El objetivo de Cuellar y sus estrategas militares era colocar sus defensas en aquella ciudad pues el único lugar por el cual podían hacer su ingreso las tropas enemigas era por el volcán que estaba al sur de la ciudad umbral. Sin embargo, había el problema de los nativos del lugar, ellos no les dejarían establecer sus defensas allí y tampoco deseaban instalarse por la fuerza.
El plan consistía en buscar alcanzar un trato con los locales de la umbra para establecer las defensas. Una vez logrado esto debían formar un cuello de botella planetario para obligar al enemigo a pasar por la ciudad fantasma, de esa forma la ventaja numérica del enemigo no tendría valor alguno y podrían contenerlos hasta que los Centinelas tengan la oportunidad de cerrar la puerta inducida del volcán haciendo uso del Arco de Artemisa. Era un plan osado, pero podía funcionar. Aunque había una cuestión lógica que representaba la mayor incertidumbre de todas: ¿Qué aseguraba que el enemigo trataría de tomar las ruinas por esa umbra en concreto? ¿Qué evidencias había de ello? ¿Quién podía afirmar que el enemigo no trataría de asediar Tiwanaku por los mundos de la Cuarta Vertical u Horizontal? O quizá más perturbador era pensar que el enemigo podía escoger cualquiera de los miles de universos, de las miles de Tierras, de los miles de Tiwanakus que coexisten como fotocopias en realidades paralelas, e invadir por allí. ¿Qué garantía había de que las tropas enemigas tratarían de tomar Tiwanaku precisamente por la umbra del cruce entre la Cuarta Vertical y la Cuarta Horizontal? ¿Qué impedía que intentasen atacar por otras umbras? La única seguridad que tenían los Centinelas era el especial interés que habían mostrado los enemigos justamente en esa umbra, en esas ruinas y en ese momento del devenir del tiempo.
Al ser Tiwanaku el eje carismático y mágico de todo el continente americano, era lógico que el Tetragrámaton intentaría apoderarse de las ruinas para eliminar cualquier resistencia al futuro Holocausto de Fuego. Respecto a tal amenaza a las ruinas, los Centinelas contaban con la ventaja de la naturaleza real de las mismas. Tiwanaku como tal no era lo realmente importante, sino la gema de luz increada depositada en sus predios.
Aquella gema existe en un universo ajeno a los miles de universos creados por Jehovah-Satanás. No puede ser secuestrada pues se halla en un lugar al que el enemigo jamás tendrá acceso. Su luz, como reflejo en la piedra central de la pirámide del Puma Punku, es el reflejo del Signo del Origen en la Vruna de Oricalco. Esta no existe persé, sino que se refleja desde el lugar donde se halla depositada. Y ese reflejo, inmerso en las entrañas de las ruinas tiwanakotas, era lo que el enemigo deseaba destruir y empañar. Esa luz reflejada era lo que los Centinelas debían proteger. Si el eje carismático sigue brillando, la puerta a Hiperbórea permanecerá abierta para las tropas de los Dioses Leales que harán su ingreso durante la Batalla Final en la Guerra Esencial. Fallar en su defensa significaría que los hombres del Pacto de Sangre no tendrían refuerzos de los Dioses Leales y no es necesario mencionar lo que les ocurriría si no son asistidos. Esa la importancia estratégica de Tiwanaku.
Tratando de garantizar la defensa de las ruinas, el Mayor Cuellar había enviado a los Centinelas a explorar un perímetro de 550 kilómetros cúbicos, incluyendo el subsuelo y la ionosfera. Cartografiaron cada milímetro del emplazamiento y buscaron signos de presencia enemiga durante todo el año de preparación táctica. Ahora estaban empezando la segunda parte del plan que consistía en colocar las defensas en la ciudad fantasma.
—Tenemos la ladera oeste como referencia —dijo Cuellar mientras indicaba las zonas con su índice—. Debemos aprovechar la igualdad de esta ciudad con la nuestra para situarnos. Como verán, la primera zona de ingreso se halla en Ovejuyo, el enemigo es rápido así que no tardarán mucho en abarcar la distancia entre el volcán y la Zona Sur. Por ello les cortaremos el paso aquí, en la cuenca seca del Río Irpavi, y aquí, la cuenca del Choqueyapu. Colocaremos minas BF4 a lo largo de Calacoto, Obrajes, la ladera Este y Següencoma. En la zona de Llojeta instalaremos un primer puesto de avanzada.
—No, no —interrumpió Ursus—. Llojeta es demasiado bajo. Coloquemos el puesto de avanzada en Alto Pasankeri. Así podremos ubicar la artillería en la Avenida Cívica, con la magnífica vista de la ciudad a merced del mirador.
Cuellar asintió y prosiguió mientras colocaba pequeñas figuras sobre el mapa, indicando la clase de unidad y su ubicación:
—Los restantes puestos de avanzada deben estar en Faro Murillo, Unión Tejar, Alto Sagrado Corazón de Jesús, Bajo Pacajes, Villa Antofagasta, Bosquecillo, Alto Pura-Pura, Ciudadela Ferroviaria y Limanipata. En la zona Gran Poder y Alto San Pedro debemos tener los tanques y la tercera línea de baterías antiaéreas, el enemigo atacará con muchos Hiwa Anakim y debemos prever un posible bombardeo. Las anclas rúnicas de la ladera oeste deben colocarse en Bajo Llojeta y El Dorado, en la ladera este deben colocarse en Kupini y San Isidro. Eso obligará al enemigo a cruzar la ciudad por la Avenida de los Leones, la Kantutani y la Avenida del Poeta. La segunda línea de artillería y primera de infantería estará aquí, cerrando los accesos de Miraflores, el Stadium, la plaza Abaroa y la Batallón Colorados. No podemos pedirle a nuestros hombres que resistan demasiado, haremos todo el daño que podamos y retiraremos las líneas hasta la Mariscal Santa Cruz. El cuello de botella será más estrecho ahí y los retendremos colocando durante la batalla un cerco rúnico con sus anclas en el atrio de San Francisco, la calle Potosí y Socabaya, y la calle Sagárnaga y Murillo. Apuntalaremos el cerco con un anclaje en la final Huyustus. Los retendremos en la ciudad todo el tiempo que podamos. Mientras tanto los Centinelas deberán desplazarse desde Achocalla hasta Aranjuez, bordearán el cerco rúnico hasta El Pedregal y se acercarán al volcán por Ovejuyo para asestar el tiro de gracia.
—Es un buen plan —dijo Rhupay—, pero aún está el problema de los locales.
Arika contestó mientras miraba el mapa de operaciones:
—El maestro Aldrick y yo partiremos en una misión para convencerlos.
En ese momento ingresó Gabriel al centro de mando.
—La Rocío se ha puesto en contacto conmigo, me dio el informe de la exploración.
Entretanto, en la Fortaleza de Oricalco, un sujeto canoso y avejentado se hallaba en la torre más alta, observando los cultivos que se expandían a las afueras del muro. Sus ojos eran opacos, totalmente carentes de brillo y con una expresión de profundo pesar. Tenía el rostro arrugado, pero la distribución ósea de su cara y su formato corporal no correspondían con su demacración. Tenía canas en el cabello y las cejas, pero se contradecían con la postura de su cuerpo. Era como ver a un joven muchacho que drásticamente había llegado al ocaso de su vida. No llevaba las típicas deformaciones que puede causar la vejez, tales como el engrosamiento de los huesos, la reducción de masa muscular, el crecimiento de orejas y nariz, el desprendimiento de pellejo que queda colgando como bolsas sobre el rostro o la espalda encorvada. Visto de espaldas uno podía suponer que se trataba de tan solo un muchacho, pero bastaba con que él se voltee para notar que no era tan joven. ¿O sí lo era?
—Que magnífica vista —interrumpió una voz femenina la contemplación del misterioso viejo/joven.
Jhoanna había aparecido. Estuvo en la Fortaleza de Oricalco desde que despertó, ayudando a su hermana y a los demás a recuperar la moral. Se sentía especialmente en deuda con el viejo/joven pues de no ser por su intervención ella, su hermano y su novio estarían muertos.
—Debla —replicó el viejo/joven, nombrando a Jhoanna por su nombre hiperbóreo—. Pensé que estabas en la bóveda inferior. ¿Qué hacés aquí?
—Vine a tomar algo de aire —replicó Joisy, respirando profundamente y abriendo los brazos con una gran sonrisa en el rostro—. ¡Qué buen aire se respira aquí! ¿No lo crees, Akinos?
El viejo/joven frunció un poco en ceño y desvió la mirada. Se sentía algo avergonzado de su estado. Había consumido casi todos los años de su vida al reparar los circuitos espectrales de sus camaradas heridos y su aspecto ya no era el de antes. Sus circuitos y su cuerpo habían canalizado tal cantidad de espectro durante el procedimiento que al final todo su ser terminó en una nada indeterminada conocida como "mar de Dirac". En ese lapso toda su vida, su juventud y su cuerpo, se marchitaron. En 12 días Akinos había envejecido 83 años. Pero su esfuerzo no había sido vano, sino que gracias a la ayuda de la vraya de Erks había salvado a sus pacientes.
—Me gusta la vista desde aquí —dijo Akinos—. Me trae recuerdos.
—¿De tu entrenamiento?
Akinos asintió.
—Mi hermana, el Alan y yo nos divertíamos entrenando juntos. Ese Alan era todo un colla opa, pero era un buen amigo.
Jhoanna bajó la mirada vista y la dirigió a los campos de verduras a las afueras.
—Entiendo como te sientes. A menudo yo me siento igual recordando los días cuando mis hermanos y mis amigos podíamos vivir sin peligros.
—Casi no puedo creer que ya pasó más de un año redondingo. Pero mi hermana no despierta.
Jhoanna se acercó a Akinos y lo abrazó por la espalda.
—Despertará, yo lo sé. Ella regresará igual como nosotros lo hicimos.
—¿Por cierto, viste a la Diana hoy? —preguntó Akinos, a lo que Jhoanna negó batiendo su cabeza suavemente y respondió:
—Se la pasa todo el día vagando por los campos. Ha estado muy silenciosa últimamente. Ha cambiado mucho, a veces se pone tan inexpresiva que me cuesta reconocerla, me preocupa.
Suspirando, Joisy pegó su rostro al hombro de Akinos y él dedicó algunas palabras para reconfortarla.
—No te preocupés por tu hermana, es más fuerte de lo que te imaginás.
El viejo/joven sonrió y envolvió con sus brazos a Jhoanna. Por un instante se dejó llevar por el místico encanto y la calidez que las mujeres de la dinastía Luchnik poseían. La presencia de Joisy lo llenaba de calma, aún los momentos más oscuros su sola presencia le hacía sentir mejor. Durante el largo año que estuvieron juntos tuvieron el tiempo suficiente para conocerse a fondo y un poderoso vínculo se había establecido entre ambos Centinelas.
En ese mismo momento, en la bóveda baja de la Fortaleza de Oricalco, Valya y Broud Zimer se hallaban pasando revista a las células de plasma donde tenían a "ellos dos" bajo animación suspendida. Valya miraba hacia aquella cápsula trasparente mientras su habitante flotaba. Broud le dio una leve ojeada y lanzó un suspiro lastimero.
—¿Ha habido algún cambio? —Valya preguntó.
—Su espectro sigue ausente. Aunque sus señales de vida son estables, no tenemos idea de cuándo despertará o qué ocurrirá cuando despierte.
—Me preocupa "el otro".
—¿Nuestro prisionero? —preguntó Broud, mirando a Valya, que no dejaba de observar al individuo dormido en la célula de plasma.
—No, el otro lobo.
—Oh, Lycanon —farfulló Broud—. Hemos rastreado varios miles de universos usando los cristales de oricalco, pero no hay rastro de su espectro aún.
—Es misterioso. Me pregunto qué habrá pasado entre estos dos —dijo Valya y palpó con las yemas de sus dedos el cristal que dividía el fluido de la célula de plasma del ambiente exterior, seco y caliente, que reinaba en la bóveda inferior.
Dentro de la célula estaba Alan, suspendido en el gel de plasma y con una mascarilla de oxígeno prendida a su boca. Se hallaba dormido.
—La última lectura de su espectro —prosiguió Broud a tiempo que observaba una libreta con anotaciones— la recibimos el día que Ursus lo halló, el 20 de septiembre del año pasado. Ya ha transcurrido más de un año y no ha habido indicios de que despierte. Pero Arika nos ha confirmado que sus circuitos espectrales están relativamente íntegros. Nadie creería que estuvo en una batalla tan feroz, desgarrando universos enteros en el proceso.
—Me pregunto a dónde se habrá ido Lycanon —dijo Valya—. Ya es un hecho extraño que Vairon haya aparecido en la Gruta de San Pedro un mes después de su lucha con su Géminis.
—Y ni hablar de lo que costó curar sus heridas —agregó Broud. Valya asintió.
—Estaba desnudo —continuó la rubia—, herido e inconsciente. No entiendo qué pudo haber ocurrido.
—Según el maestro Aldrick —prosiguió Broud—, Vairon y Lycanon estaban destruyendo todo a su paso durante su lucha entre ellos y contra Golab. Seguramente su lucha culminó en cuanto entraron a la umbra, tal y como Aldrick pronosticó.
—Es cierto, pero eso no nos da indicios del paradero de Lycanon, o de dónde estaba Vairon antes de su hallazgo. Además Golab —Valya murmuró—... Vamos a ver a nuestro prisionero.
Mientras los dos hiperbóreos se desplazaban a la otra bóveda, Valya no pudo evitar sentirse muy inquieta por los eventos ocurridos; aunque lo que más le inquietaba era la total calma y silencio del enemigo durante más de un año. No hubo más ataques, ni siquiera un susurro. Los padres de Rodrigo y los demás Centinelas habían sido llevados a la Fortaleza de Oricalco, pero ante tal cese de las hostilidades parecía una medida innecesaria. Algo muy sospechoso estaba ocurriendo y Valya no podía dejar de pensar en ello.
En la bóveda contigua había otra célula de plasma con un habitante en animación suspendida yaciendo en su interior. Estaba congelado dentro de un ataúd de hielo grasiento. Aquel ser tenía el aspecto de un rubio muchacho de no más de 17 años. Sus patrones corporales eran normales, pero solo en principio pues de su espalda sobresalían dos enormes alas tan negras como el carbón. Si no fuera por aquellas alas, el prisionero parecería un chico como cualquier otro.
—Golab —dijo Valya—. Es increíble que lo tengamos como prisionero.
—Ciertamente, pero es un alivio tenerlo aquí, bien vigilado.
—Sin duda, Broud. Es tan extraño, no entiendo por qué este diablo se quedó dormido durante la batalla contra Lycanon y Vairon. Aunque Arika y Aldrick lo encontraron congelado, aún no me explico cómo pudo helarse a este extremo.
—Según los maestros, este no es Golab sino Halyón; el hermano de Lycanon y Vairon antes de ser divididos.
—Pero la presencia del demonio aún sigue en su interior. No tenemos forma de saber si cuando despierte lo hará como Golab o como Halyón.
—Es cierto, señorita Valya.
—Y además está este silencio. No hemos sabido nada concreto del enemigo desde el conflicto de Sorata hace más de un año. Me pregunto qué estarán planeando.
—Sea lo que sea, lo enfrentaremos victoriosos.
Ambos quedaron en silencio unos breves instantes y Valya retomó la charla.
—¿Ha habido cambios con este bastardo?
—Ninguno. Él también se halla hibernando —respondió Broud y agregó, mirando sus anotaciones en la libreta—. El hielo que lo contiene sigue sin mostrar cambios, parece que jamás se derretirá. Su traza espectral sigue siendo increíblemente inestable. Aunque los cristales de oricalco pudieron revelar la presencia del demonio dormido, hay una emisión de espectro paralela que aún no hemos podido confirmar si corresponde a Golab o a otro ser cohabitando en su cuerpo. Sus circuitos espectrales son terriblemente extraños. Quizá sea la presencia de Halyón lo que provoca sus patrones erráticos.
Valya llevó su mano al mentón, pensando unos momentos.
—Si lo que Dianara nos dijo es cierto, el alma de Halyón debería estar en algún lugar de su oscuro espíritu demoníaco. Pero aún si se manifiesta como Halyón en lugar de Golab, este sujeto sigue siendo un peligro. Golab es un monstruo y Halyón, un traidor.
—No tenemos forma de saber cómo despertará, señorita Valya. Pero es posible que jamás despierte.
—Lo hará, Broud. Puedes estar seguro —Valya contestó mientras repasaba con las yemas de sus dedos el cristal helado de la célula. El habitante del tubo se mostraba totalmente dormido, pero existía una tensión en el ambiente que provocaba la angustia de la rubia—. La existencia de Halyón por fin le da sentido al odio del Tetragrámaton hacia los lobos.
—El maestro Aldrick está seguro que Asmodius estaba persiguiendo varios objetivos al clavetear el alma de Halyón al cuerpo de Golab. Con Tsadkiel y Asmodius muertos ahora debemos enfocarnos en la defensa de Tiwanaku.
—Esta historia es tan absurda, Broud. Odio la incertidumbre.
Mientras Valya palpaba la prisión de hielo, de su interior podía sentir los latidos de una presencia oscura y terrible. El hermoso y apacible rostro del chico dormido también poseía una maléfica y tenebrosa aura de oscuridad. Pero las tinieblas de su presencia iban incluso más allá del fuego del Foso, más allá de la maldad de Golab. Había algo más poderoso y mortal durmiendo bajo ese cuerpo. ¿Sería acaso Halyón? ¿Quién era verdaderamente Halyón? ¿Quién era Golab? Había muchas dudas trastornando la mente de Valya ante el misterioso prisionero. Entonces la voz de Broud interrumpió los pensamientos de la Centinela.
—Aún queda la amenaza de Moisés, Héxabor y Bálaham.
Valya sacudió un poco la cabeza y asintió.
—Es cierto, Broud. Pero tendremos que confiar en el poder de Gabriel, Rocío y Diana. En este momento ellos son los más aptos para enfrentarlos. Mientras tanto, debemos asegurarnos que nuestro prisionero no huya si es que despierta. Refuercen la barrera rúnica de su celda, no quiero recibir malas sorpresas si este maldito recobra la consciencia.
En ese momento, cuando Valya y Broud ya se retiraban, ingresó un soldado corriendo a la bóveda.
—¡Señor Broud, señorita Valya!
Ambos vieron al soldado. En su rostro había emoción y ansiedad.
—Habla —dijo Broud.
—¡La señorita Berkana está despertando!
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