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2. Batalla titánica...

Aquel en verdad era un mundo desolado, un tercer planeta del Sistema Solar cuya extrema vulcanización había ahogado cualquier forma de vida a no ser las bacterias extremófilas que constituían sus únicos habitantes. La atmósfera estaba principalmente compuesta por dióxido de carbono y azufre, cubriendo el cielo con siniestras nubes cuyos resplandores eléctricos eran causados por infinidad de partículas y rayos espaciales que se plegaron a la atmósfera. Carente de capa de ozono, aquel extraño mundo no tenía más protección contra los rayos cósmicos y solares que no sea la capa de nubes generada por la ceniza volcánica de miles de chimeneas en constante erupción. Enormes ríos de lava surcaban continentes enteros de tierra tan negra como el carbón. Los mares de agua líquida, evaporados hacia eones, habían sido sustituidos por inmensos océanos de lava. Aquel mundo era la Tierra, sin duda, pero era radicalmente diferente a la Tierra de la Cuarta Vertical. La razón era que en aquel universo, un fragmento de una estrella enana negra impactó contra la Luna y la desestabilizó de su órbita hasta llevarla a chocar contra la Tierra, extinguiendo casi toda la vida durante el pérmico inferior. Luego de la catástrofe, el planeta se convirtió en un volcán inmenso.

Débil pero consiente, Arika de Turdes se refugió dentro de una caverna y empezó de inmediato a generar oxígeno dentro de su escudo de plasma, empleando el dióxido de carbono que saturaba el aire del lugar. Había empleado casi toda su energía para el traslado dimensional de los lobos, pero los había perdido de vista. Pudo enviar a uno de los Centinelas a un universo totalmente distinto, perdiéndolo entre los miles de mundos de ilusión. Ambos lobos tenían que haber coincidido en aquel lugar que, según cálculos previos de la gitana, era el sitio ideal para su combate. Pero no podía percibir a ninguna de las bestias. Empezaba a preocuparse de que su plan haya fracasado. Emplear piedras mágicas para los viajes dimensionales es muy arriesgado.

Aunque abatida por la duda y exhausta por el esfuerzo realizado, Arika salió de su temporal refugio y se elevó por el aire. Rastreó toda el área que la rodeaba pero los lobos no estaban al alcance de sus sentidos. Todo lo que podía ver eran gigantescas montañas vomitando lava y ríos de fuego que se perdían en el horizonte. Por un segundo una idea siniestra surcó su mente y casi la envuelve de horror: estaban en un mundo ideal para que Golab inicie hostilidades. La gitana sabía que el oscuro Señor de Foso se hallaba en algún lugar de la existencia, acechando. Arika había calculado llegar a un páramo helado, pero jamás imaginó encontrarse con una Tierra tan vulcanizada como aquella. Alguien intervino durante la transportación y la raptó, llevándose, seguramente, a los lobos también.

No terminaba de descubrir su situación, cuando un aliento ardiente a su espalda confirmó sus temores. Quiso voltear pero un atroz impacto la catapultó contra el piso, hundiéndola hasta la capa inferior de la corteza. Viéndose en peligro, la gitana se convirtió en la Gorgona. El magma no tardó en inundar el cráter donde estaba. Salió volando y entonces...

—Otro error —la voz de aquel ente era como el rechinar de un tronco viejo.

Ella lo miró y comprendió que su aparición en ese mundo volcánico no era coincidencia. La bestia tenía dos pares de alas negras, como membranas colocadas sobre un esqueleto al rojo vivo. Su piel grasienta la tenía totalmente llena de cicatrices y excoriaciones que formaban los símbolos más odiados y malditos que cualquier ser hiperbóreo pudiese imaginar. La cuenca de sus ojos estaba rellena de dos superficies rojas cuya luminosidad hacia evocar un par de focos instalados allí, cual si fueran globos oculares. El tamaño de su cuerpo era colosal, de una altura de al menos siete metros. Tenía garras en sus dedos. Desde la base de su cadera se extendía un monstruoso aguijón relleno de carne y piel viscosa, plagada de corrupción. Sus miembros inferiores eran como patas de cabra, envueltas por piel humana y rematadas en pezuñas. Su cabellera roja brillaba como carbones prendidos dentro de una hoguera, y por sobre sus cabellos de fuego, dos cuernos redondeados como los de un carnero se elevaban sobre su cráneo. Su rostro estaba dibujado por varias cicatrices. Su nariz emitía vapores amarillentos. Encima de su cuerpo desnudo, llevaba una pequeña armadura de oro que le cubría las articulaciones, su región pélvica y los huesos de sus alas.

Arika retrocedió un poco al verlo, la figura de aquella bestia era imponente y parecía inundar con su terror el universo. Por un segundo la Gorgona sintió que la hora de la gloria de morir en combate había llegado.

—Al fin muestras tu verdadera forma, Golab.

—Y tú la tuya, mujer.

—Vamos a terminar con todo aquí mismo.

El monstruo esbozó una sonrisa. Era una sonrisa horrible.

—No durarás mucho y lo sabes.

—Poco me importa durar, no te irás ileso de este combate.

La Gorgona expandió los brazos y un halo de luz verde y cristales de hielo la envolvieron. Arika tenía un poder extraordinario, aunque fuese poco en comparación al inmenso poder del Señor del Foso, Golab. El demonio se alistó para atacar a su odiada oponente cuando un estruendoso aullar canino hizo retumbar los cimientos de la tierra volcánica. Los volcanes, que vomitaban lava en todo momento, se congelaron de forma repentina. La Tierra que era escenario del encuentro entre Golab y Arika empezó a ser sacudida por sismos que agrietaron la superficie. Los volcanes se convirtieron en geiseres de hielo y la atmósfera, cubierta de nubes de azufre, se heló y empezó a nevar dióxido de azufre.

Golab no podía entender qué estaba ocurriendo, de repente sintió un poder tan inmenso como el suyo. Era un espectro que competía con su poder por cubrir el universo entero, un espectro tan grande como el del Arcángel Miguel. Era frío y terrible, pero totalmente deforme. Entonces, en una emanación monstruosa de plasma que, literalmente, atravesó el planeta, dos figuras emergieron a la superficie. Una de ellas, envuelta por un halo cian y la otra, por uno lapislázuli. Sin duda eran los lobos extraviados y estaban luchando ferozmente entre ellos. Por un segundo el Señor del Foso sintió que se le helaron las venas ardientes. La repentina ventisca de hielo que empezó a azotar el planeta lo había dejado congelado desde el tuétano de sus placas tectónicas. Arika también estaba abrumada por el poder de aquel espectro, le costaba mantener su barrera de plasma ante el infinito frío que invadió el escenario.

—Fascinante —murmuró Golab—. Al fin adversarios dignos.

Los lobos seguían peleando, ignoraban por completo a Golab y Arika. El Señor del Foso se lanzó, entonces, al asalto de los lobos; si uno moría, no habría forma de invocar el último lobo, los Centinelas jamás serían doce, el Arco de Artemisa no abriría el sello de su poder y la victoria del Bafometh estaría garantizada, incluso por encima de las decisiones del Tetragrámaton.

La Gorgona de inmediato supo que los Centinelas corrían un grave riesgo y lanzó una poderosa ráfaga de plasma contra Golab. El demonio se cubrió con las alas, pero la onda expansiva dejó un gigante agujero en el planeta y una gran estela de luz, lo bastante fuerte para llamar la atención de los desbocados lobos en conflicto. Ambos dejaron de luchar entre sí y fijaron su vista en la figura demoníaca que tenían frente a ellos. Golab, que estaba de espaldas a los lobos, abrió las alas y lanzó un aliento de fuego contra Arika. La Gorgona se retiró a tiempo, pero el disparo terminó de agrietar el planeta. En medio de la confusión, sea por un acto de instinto supremo u odio esencial hacia la presencia del Señor del Foso, ambos lobos se lanzaron al unísono al ataque de Golab. Uno le mordió un ala, el otro cánido logró enterrar su zarpa diestra en la garganta del Señor del Foso.

Un grito profundo y grave se escuchó por doquier. Golab se envolvió de fuego, forzando a los lobos a detener el asedio por un segundo. Otro aliento de fuego maligno salió expulsado de la boca del demonio; uno de los lobos, Vairon, fue alcanzado y salió expulsado hacia el espacio exterior. Lycanon continuó el ataque lanzando zarpazos descomunales. Zarpa contra aguijón, ambos enemigos ancestrales combatían a muerte sobre la magullada superficie del planeta en crisis. Golab quiso terminar el pleito rápidamente y atropelló a Lycanon con todo su poder. Lo empujó contra la corteza terrestre, atravesaron el manto y el núcleo, que se hallaban helados, y perforaron el otro extremo del manto para salir por la corteza del otro lado del planeta. La consecuencia inmediata de esa acción devastadora fue la detonación total de aquella Tierra. Trozos de roca se desperdigaron en medio del fuego y la gravedad en estado crítico. A falta de un medio, el sonido se detuvo por completo, solo se veía un caos mudo en el espacio.

Arika se alejó lo más que pudo de la explosión, protegiendo su biología del espacio exterior tras un escudo espectral, y entonces otro destello llamó su atención. Esta vez venía de otra dirección y estaba muy distante. Se teletransportó usando una de sus piedras mágicas y descubrió que Marte ya no existía, lo único que encontró fueron estelas de una terrible explosión y muchas rocas chocando unas contra las otras. Entonces varias trazas de luz empezaron a emerger en diferentes lugares del espacio, como explosiones que se aproximaban cada vez más al Sol. Durante una breve visión pudo notar que Golab estaba combatiendo vehementemente contra los dos lobos al mismo tiempo. Aunque Vairon y Lycanon se seguían haciendo daño entre sí, también atacaban a Golab. Era un combate de siderales proporciones convertido en una triple amenaza.

Las tres entidades habían superado cualquier expectativa de Arika, lo que la llevó a concluir que no debía preocuparse de Lycanon y de Vairon, sino de ella misma. Se sintió como una hormiga en medio de una pelea de toros. Cuando notó que la titánica lucha se aproximaba cada vez más al Sol supo que tenía que irse lo más rápidamente posible de aquella dimensión. Tomó una piedra negra y la tiró al espacio, abriendo un portal. Estaba por cruzar cuando una luz atroz casi le destroza los ojos. Los gladiadores habían alcanzado el Sol, haciéndolo colapsar y convirtiéndolo en una supernova. Haciendo uso de sus últimos retazos de espectro, Arika se impulsó con un disparo de plasma y logró alcanzar el portal antes que la explosión a ella.

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