10. La última bestia hiperbórea...
La flecha de plata recuperada por los Centinelas había sido colocada en una sala especialmente fortificada y runificada en las profundidades de la Fortaleza de Oricalco. La maleta de titanio en la que la habían transportado estaba corroída e irradiada, resultado de las emisiones de rayos gama que se produjeron durante la catastrófica mutación de los lobos, por lo que fue cuidadosamente extraída y colocada en un cofre de piedra.
Durante las pocas horas que los ancianos erkianos tuvieron para analizar la reliquia, el consenso era que la flecha formaba una sola unidad espectral con el Arco de Artemisa, lo que significaba que su poder estaba sellado también. Pero tal sello estaba a punto de romperse.
Casi era el mediodía cuando unos ruidos similares a los de fierros retorciéndose empezaron a oírse desde el interior del cofre. Los guardias, confundidos y alarmados, avisaron de inmediato a Broud quien no tardó en convocar a Rhupay y los otros Centinelas. Ellos tampoco supieron explicarse la causa ni el origen de aquellos ruidos. Examinaron el cofre sin atreverse a abrirlo aún. Aunque era indudable que deberían ver el contenido para resolver el misterio.
Luego de meditarlo un poco, los Centinelas tomaron la decisión de abrir el cofre. Pero para hacerlo le pidieron a Broud que los encerrara en la recámara y que la sellara rúnicamente. Solo se habían quedado Rocío, Gabriel, Rhupay y Valya en la gran construcción lítica. Cada uno fue a una esquina del cofre y con mucho cuidado deslizaron la pesada tapa de piedra. Adentro únicamente estaba la flecha de plata, imperturbable. Pero cuando parecía que nada excepcional ocurriría, la flecha se encendió en viva luz argenta de forma repentina y una onda de choque empujó a los muchachos contra las paredes, cayendo al suelo después.La saeta empezó a levitar por los aires. Una aurora con forma de luna rodeó al objeto y poco a poco se fue transformando en la inconfundible imagen de un águila. Los Centinelas estaban aún más confundidos que a un inicio, todos menos Gabriel, que en su ceguera no podía ver el espectáculo de luces y había fijado su atención en otro aspecto del fenómeno.
El águila de energía abrió sus enormes alas y se posó sobre el cofre de piedra. La flecha de plata flotaba sobre la bestia, y más arriba, la figura de una luna menguante lo iluminaba todo. Rocío se puso de pie y, sin dejar de mirar al águila, se aproximó con los ojos muy abiertos. La bestia la ignoraba al inicio, pero cuando estuvo lo bastante cerca para tocarla, el águila fijó sus negros y gigantes ojos sobre los de Rocío. Ella tragó saliva y elevó su espectro para tratar de comunicarse con la bestia. Un halo de luz amarilla rodeó a la muchacha y de aquella luz se desprendió la figura de un halcón etéreo. Ambas aves, una frente a la otra, se observaron algunos instantes. El águila dio una mirada a los demás Centinelas presentes y luego un resplandor muy fuerte cegó a todos, seguido de una onda de choque que los volvió a tirar al piso.
Cuando el fenómeno se estabilizó, los cuatro Centinelas se incorporaron y descubrieron que la flecha de plata había regresado al cofre, aunque había cambiado. Su tamaño era mucho mayor que cuando la recuperaron de aquel mundo helado. Además que parecía hecha de metal pulido, lucía más bruñida y preciosa que antes.
—Qué significa esto —dijo Valya, confusa y asombrada.
Rocío empezó a acercarse lentamente a la flecha, luego Gabriel la siguió. Rhupay y Valya observaban a una mayor distancia. Cuando el chico ciego y la ojosa estuvieron lo bastante cerca de la flecha, ambos la tocaron casi al unísono. Acto seguido Rocío volteó y se sentó sobre el piso, apoyando su espada en el cofre. Gabriel la imitó. Rhupay y Valya los observaron, como esperando alguna explicación. Ellos también se acercaron y se sentaron al lado de sus amigos.
—¿No era el Arco de Artemisa, cierto? —dedujo Rhupay.
—No, no lo era —respondió Gabriel.
—Qué era entonces —Rhupay replicó.
—El tótem faltante, el águila —respondió Rocío—. Se trata de Selene, el Espíritu de la luna. Es un guardián Hiperbóreo muy cercano a la diosa Artemisa y su Arco. Despertó porque sintió que el Arco de la diosa ha llegado al universo creado.
—¿Cómo sabes todo eso? —cuestionó Valya.
—Se lo dijo a mi tótem hiperbóreo —respondió la ojosa.
—Pero hay más —intervino Gabriel—. La flecha quiere reunirse con su arco. No había ningún elegido ni casta de sangre pura para el águila porque el tótem del águila no es un Espíritu guía. Es un arma, la flecha definitiva especialmente hecha para ser disparada con el Arco de Artemisa por el avatar de la diosa. La única que podrá disparar esta flecha es la Diana, y ella ahora mismo está destrozada, con sus circuitos espectrales colapsados.
—Qué vamos a hacer ahora —murmuró Rocío, cubriendo su cabeza con sus manos—. Sin la Diana todo es inútil.
—No hay que perder la esperanza —dijo Valya con un tono optimista—. Debemos confiar en Berkana y Akinos. ellos lograrán traer a los Centinelas caídos una vez más a la vida. La muerte en batalla aún nos espera en otro futuro. No ocurrirá ahora.
—Un momento —interrumpió Rhupay—. Si la flecha es el tótem del águila que despertó al sentir la presencia del Arco. Entonces, ¿dónde está el Arco?
Gabriel se puso de pie y fijó su mirada ciega hacia el cofre. Parecía que podía "ver" algo dentro de él.
—Alguien de la familia de la Diana trajo el Arco a nuestro mundo —un gesto de dolor se dibujó en el rostro del Centinela ciego que se apresuró en continuar—. Pero siento que hubo y habrá mucho sufrimiento y sacrificio por lograrlo. Un dolor tan grande, que llega a mí como un solo grito. Lo siento en mi sangre y mi corazón.
Rhupay y Valya se miraron extrañados. Existía un vaticinio oscuro y macabro tras las palabras de Gabriel, por lo que decidieron no preguntar más. Ellos entendían que el Centinela ciego era capaz de ver más allá de lo evidente. Pero aquel macabro augurio traía consigo la peste del martirio, que se asomaba sobre la Fortaleza de Oricalco en ese mismo instante como guadaña amenazante e ignota. Si ellos pudieron ver y sentir al águila hiperbórea, seguramente el enemigo también pudo hacerlo. Una sombra se aproximaba.
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