● 𝔗𝔢𝔯𝔠𝔢𝔯 𝔐𝔦𝔰𝔱𝔢𝔯𝔦𝔬 ●
Tercer Misterio, El Pacto de Sangre
Versión del Mito Atlante por Felipe Moyano; adaptación del Círculo de Amatista
Cuenta la leyenda que cuando la Atlántida se hundió, como resultado de la guerra entre sus razas, los Atlantes leales a los Dioses Liberadores del Espíritu realizaron un Pacto de Sangre con los hombres de diversos pueblos guerreros. Mientras que los Atlantes fieles a los Dioses Forjadores del Alma hicieron un Pacto Cultural con hombres de diversos pueblos comerciantes.
El Pacto de Sangre consistía en que los Atlantes leales del Espíritu mezclaron su sangre con los representantes de los pueblos nativos, generando las primeras dinastías de Reyes Guerreros de Origen Divino. Se afirmaron como grandes gobernantes porque descendían de los Atlantes leales, quienes a su vez sostenían ser Hijos de los Dioses. Pero los Reyes Guerreros debían preservar esa herencia Divina apoyándose en una Aristocracia de la Sangre y el Espíritu, protegiendo su pureza racial. Y así lo harían fielmente durante milenios hasta que la Estrategia enemiga, de los que pactaron culturalmente con los Atlantes fieles del Alma, los llevó a quebrar el Pacto de Sangre operando a través de las Culturas extranjeras, cegándolos y enloqueciéndolos por medio del amor ardiente y las pasiones. Aquella falta al compromiso con los Hijos de los Dioses fue causa de grandes males.
El Pacto de Sangre incluía algo más que la herencia genética, desde luego. En primer lugar estaba la promesa de la Sabiduría: los Atlantes leales al Espíritu habían asegurado a sus descendientes, y futuros representantes, que la lealtad a la misión sería recompensada por los Dioses Liberadores con la Más Alta Sabiduría, aquella que permitía al Espíritu regresar al Origen, más allá de las estrellas. Vale decir que los Reyes Guerreros y los miembros de la Aristocracia de la Sangre se convertirían también en Guerreros Sabios, en Hombres de Piedra, como los Atlantes leales al Espíritu, con solo cumplir la misión y respetar el Pacto de Sangre; por el contrario, el olvido de la misión o la traición al Pacto de Sangre traerían graves consecuencias: no se trataba de un "castigo de los Dioses" ni de nada semejante, sino de perder la Eternidad, es decir, de una caída espiritual irreversible, más terrible aún que la que había encadenado el Espíritu a la Materia. "Los Dioses Liberadores, según la particular descripción que los Atlantes leales al Espíritu hacían a los pueblos nativos, no perdonaban ni castigaban por sus actos; ni siquiera juzgaban pues estaban más allá de toda Ley; sus miradas solo reparaban en el Espíritu del hombre, o en lo que había en él de espiritual, en su voluntad de abandonar la materia; quienes amaban la Creación, quienes deseaban permanecer sujetos al dolor y al sufrimiento de la vida animal, aquellos que, por sostener estas ilusiones u otras similares, olvidaban la misión o traicionaban el Pacto de Sangre, no afrontarían ¡no! ningún castigo: solo era segura la pérdida de la eternidad; a menos que se considerase un 'castigo' la implacable indiferencia que los Dioses Liberadores exhiben hacia todos los traidores".
Respecto a la Sabiduría, dice la leyenda que los pueblos nativos recibían en todos los casos una prueba directa de que podían adquirir un conocimiento superior, una evidencia concreta que hablaba más que las incomprensibles artes empleadas en las construcciones megalíticas: y esta prueba innegable, que situaba a los pueblos nativos por encima de cualquier otro que no hubiese hecho tratos con los Atlantes, consistía en la comprensión de la Agricultura y de la forma de domesticar y gobernar a las poblaciones animales útiles al hombre. En efecto, a la partida de los Atlantes leales al Espíritu, los pueblos nativos contaban, para sostenerse en su sitio y cumplir la misión, con la poderosa ayuda de la agricultura y de la ganadería, sin importar qué hubiesen sido antes: recolectores, cazadores o simples guerreros saqueadores.
El cercado mágico de los campos y el trazado de las ciudades amuralladas, debía realizarse en la tierra por medio de un arado de piedra que los Atlantes leales al Espíritu legaban a los pueblos nativos para tal efecto. Se trataba de un instrumento lítico, totalmente de piedra, diseñado y construido por Ellos, del que no tenían que desprenderse nunca y al que solo emplearían para fundar los sectores agrícolas y urbanos en la tierra ocupada. Naturalmente, ésta era una prueba de la Sabiduría pero no la Sabiduría en sí. ¿Y qué de la Sabiduría?, ¿cuándo se obtendría el conocimiento que permitía al Espíritu viajar más allá de las estrellas? Individualmente dependía de la voluntad puesta en regresar al Origen y de la orientación con que esa voluntad se dirigiese hacia el Origen. Cada uno podría irse en cualquier momento y desde cualquier lugar si adquiría la Sabiduría procedente de la voluntad de regresar y de la Orientación hacia el Origen. El combate contra las Potencias de la Materia tendría que ser resuelto, en este caso, personalmente; ello constituiría una hazaña del Espíritu y sería considerado en alta estima por los Dioses Liberadores.
Colectivamente, en cambio, la Sabiduría de la Liberación del Espíritu, la que haría posible la partida de todos los Guerreros Sabios hacia K'Taagar y, desde allí, hacia el Origen, solo se obtendría cuando el teatro de operaciones de la Guerra Esencial se trasladase nuevamente a la Tierra. Entonces los Dioses Liberadores volverían a manifestarse a los hombres para conducir a las Fuerzas del Espíritu en la Batalla Final contra las Potencias de la Materia. Hasta entonces, los Guerreros Sabios deberían cumplir eficazmente con la misión y prepararse para la Batalla Final. Y en ese entonces, cuando fuesen convocados por los Dioses para ocupar su puesto en la Batalla, les tocaría a los Guerreros Sabios en conjunto, demostrar la Sabiduría del Espíritu. Tal como afirmaban los Atlantes leales al Espíritu, ello sería inevitable si los pueblos nativos cumplían su misión y respetaban el Pacto de Sangre pues, entonces, la máxima Sabiduría coincidiría con la más fuerte voluntad de regresar al Origen, con la mayor orientación hacia el Origen, con el más alto valor resuelto a combatir contra las Potencias de la Materia, y con la máxima hostilidad espiritual hacia lo no espiritual.
Colectivamente, pues, la máxima Sabiduría se revelaría al final, durante la Batalla Final, en un momento que todos los Guerreros Sabios reconocerían simultáneamente ¿Cómo? la oportunidad sería reconocida directamente con la Sangre Pura, en una percepción interior, o mediante la "Piedra de Venus".
A los Reyes Guerreros de cada pueblo aliado, es decir, a sus descendientes, los Atlantes leales al Espíritu legaban también una Piedra de Venus, gema semejante a una esmeralda del tamaño del puño de un niño. Aquella piedra, que había sido traída a la Tierra por los Dioses Liberadores, no estaba facetada en modo alguno sino finamente pulida, mostrando sobre un sector de la superficie una ligera concavidad en cuyo centro se observaba el Signo del Origen. De acuerdo con lo que los Atlantes leales al Espíritu revelaron a los Reyes Guerreros, antes de la caída del Espíritu extraterrestre en la Materia, existía en la Tierra un animal-hombre extremadamente primitivo, hijo del Dios Creador de todas las formas materiales. Tal animal-hombre poseía esencia anímica, es decir, un Alma capaz de alcanzar la inmortalidad, pero carecía del Espíritu eterno que caracterizaba a los Dioses Liberadores o al propio Dios Creador. Sin embargo, el animal-hombre estaba destinado a obtener evolutivamente un alto grado de conocimiento sobre la Obra del Creador, conocimiento que se resumía en el Signo de la Serpiente; con otras palabras, la serpiente representaba el más alto conocimiento para el animal-hombre. Luego de protagonizar la caída en la materia, el Espíritu vino a quedar incorporado al animal-hombre, prisionero de la Materia, y surgió la necesidad de su liberación. Los Dioses Liberadores, que en ésto se mostraron tan terribles como el maldito Dios Creador Cautivador de los Espíritus, solo atendían, como se dijo, a quienes disponían de voluntad de regresar al Origen y exhibían orientación hacia el Origen; a esos Espíritus valientes, los Dioses decían: "has perdido el Origen y eres prisionero de la serpiente: ¡con el Signo del Origen, comprende a la serpiente, y serás nuevamente libre en el Origen!".
Así, pues, la Sabiduría consistía en comprender a la serpiente con el Signo del Origen. De aquí la importancia del legado que los Atlantes leales al Espíritu concedían por el Pacto de Sangre: la Sangre Pura, sangre de los Dioses, y la Piedra de Venus, en cuya concavidad se observaba el Signo del Origen. Esa herencia, sin duda alguna, podía salvar al Espíritu si "con el Signo del Origen se comprendía a la serpiente", tal como ordenaban los Dioses. Pero concretar la Sabiduría de la Liberación del Espíritu no sería tarea fácil pues en la Piedra de Venus no estaba plasmado de ningún modo el Signo del Origen. Sobre ella, en su concavidad, solo se lo podía "observar". Y lo veía allí solamente quien respetaba el Pacto de Sangre pues, en verdad, lo que existía como herencia Divina de los Dioses era un Símbolo del Origen en la Sangre Pura. El Signo del Origen, observado en la Piedra de Venus, era solo el reflejo del Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura de los Reyes Guerreros, de los Guerreros Sabios, de los Hijos de los Dioses, de los Hombres Semidivinos que, junto a un cuerpo animal y a un Alma material, poseían un Espíritu Eterno. Si se traicionaba el Pacto de Sangre, si la sangre se tornaba impura, entonces el Símbolo del Origen se debilitaría y ya no podría ser visto el Signo del Origen sobre la Piedra de Venus. Se perdería así la posibilidad de "comprender a la serpiente", la máxima Sabiduría, y con ello la oportunidad, la última oportunidad, de incorporarse a la Guerra Esencial. Por el contrario, si se respetaba el Pacto de Sangre, si se conservaba la Sangre Pura, entonces la Piedra de Venus podría ser denominada con justeza "espejo de la Sangre Pura" y quienes observasen sobre ella el Signo del Origen serían "Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura", verdaderos Guerreros Sabios.
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