● 𝔖𝔢𝔤𝔲𝔫𝔡𝔬 𝔐𝔦𝔰𝔱𝔢𝔯𝔦𝔬 ●
Segundo Misterio, La Alegoría del Prisionero
Versión del Mito Hiperbóreo por Felipe Moyano; adaptación del Círculo de Amatista
Comenzaré a presentar el mito fijando la atención en un hombre a quien han tomado prisionero y condenado, de manera incuestionable, a cadena perpetua. Él desconoce esta sentencia, así como cualquier información del mundo exterior luego de su captura, pues se ha decidido mantenerlo indefinidamente incomunicado. Para ello ha sido encerrado en una torre inaccesible la cual se halla rodeada de murallas, abismos y fosos, y donde resulta, aparentemente, imposible todo intento de fuga. Una escuadra de soldados enemigos, con los cuales no es posible hablar sin recibir algún castigo, se encarga de vigilar permanentemente la torre; son despiadados y crueles, pero terriblemente eficientes y fieles a sus amos: ni pensar en comprarlos o engañarlos. En estas condiciones no parecen existir muchas esperanzas de que el prisionero recobre alguna vez la libertad; pero la situación real es muy diferente. Si bien hacia afuera de la Torre la salida está cortada por murallas, fosos y soldados, desde adentro es posible salir directamente al exterior, sin tropezar con ningún obstáculo. ¿Cómo? Por medio de una salida secreta cuyo acceso se encuentra hábilmente escondido en el piso de la celda. Obviamente, el prisionero ignora la existencia de este pasadizo como tampoco lo conocen sus carceleros.
Ahora bien, el prisionero no muestra predisposición para la fuga, ya sea porque se le ha convencido que es imposible escapar, o porque desconoce que está prisionero, o por cualquier otro motivo; en todo caso, él no manifiesta ni valor ni arrojo y, por supuesto, no busca la salida secreta; simplemente se ha resignado a su precaria situación. Indudablemente es su propia actitud negativa el peor enemigo ya que, de mantener vivo el deseo de escapar, o aún, si experimentase la nostalgia por la libertad perdida, se revolvería en su celda donde existe, al menos, una posibilidad en un millón de dar con la salida secreta por casualidad. Pero no es así y el prisionero, en su confusión, ha adoptado una conducta perdedora que, a medida que transcurren los meses y los años, se torna cada vez más patética e idiota.
Habiéndose entregado a su suerte, solo se podría esperar para el cautivo una ayuda exterior, la cual solo puede consistir en la revelación de la salida secreta. Pero no es tan simple exponer el problema ya que el prisionero no lo desea o no sabe que puede huir, según se ha dicho. Se deben, pues, cumplir dos cosas: 1ro- lograr que descubra su condición de prisionero, de persona a quien le han quitado su libertad, y, en lo posible, que recuerde los días dorados donde no existían celdas ni cadenas y vivía en su Aldea Natal, Original. Es necesario que tome conciencia de su miserable situación y desee ardientemente salir, antes de relevarle la existencia de una salida. 2do- revelarle la existencia de la única posibilidad de huir. Porque bastaría, ahora que el prisionero desease huir, solo con que sepa de la existencia de la salida secreta; a ésta la buscaría y la hallaría por sí mismo.
Planteado así, el problema parece muy difícil de resolver: es necesario ayudarlo, despertarlo de su sueño, orientarlo, y luego revelarle el secreto. Por eso es hora ya de preguntarse: ¿hay alguien dispuesto a ayudar al miserable prisionero? Y si lo hubiese ¿cómo se las arreglaría para cumplir las dos condiciones del problema?
Debo declarar que, afortunadamente, hay otras personas que aman y procuran ayudar al prisionero. Son aquellos que participan de su raza y habitan un país muy, pero muy, lejano, el cual se encuentra en guerra con la Nación que lo aprisionó. Pero no pueden intentar ninguna acción militar para liberarlo debido a las represalias que el Enemigo podría tomar sobre los incontables cautivos que, además del de la torre, mantienen en sus terribles prisiones. Se trata, pues, de dirigir la ayuda de la manera prevista: despertarlo, orientarlo y revelarle el secreto.
Para ello es preciso llegar hasta él, pero ¿cómo hacerlo si ha sido encerrado en el corazón de una ciudadela fortificada, saturada de enemigos en permanente alerta? Hay que descartar la posibilidad de infiltrar un espía debido a las diferencias raciales insuperables: un alemán no podría infiltrarse como espía en el ejército chino del mismo modo que un chino no podría espiar en el Comando Alemán sin ser notado. Sin poder entrar en la prisión y sin posibilidad de comprar o engañar a los guardianes solo queda el recurso de hacer llegar un mensaje al prisionero.
Sin embargo, enviar un mensaje parece ser tan difícil como introducir un espía. En efecto; en el improbable caso de que una gestión diplomática consiguiese la autorización para presentar el mensaje y la promesa de que éste sería entregado al prisionero, no serviría de nada porque el solo hecho que tenga que atravesar siete niveles de seguridad, donde sería censurado y cortado, torna completamente inútil esta posibilidad. Además, por tal vía legal (previa autorización), se impondría la condición que el mensaje fuese escrito en un lenguaje claro y accesible al Enemigo, quien luego censuraría parte de su contenido y cambiaría las palabras para evitar un posible segundo mensaje oculto. Y no nos olvidemos que el secreto de la salida oculta no debe ser revelado al Enemigo, solo al prisionero. Y lo primero: ¿qué decir en un mero mensaje para lograr que el prisionero despierte, se oriente, comprenda que debe escapar? Por mucho que lo pensemos se hará evidente al final que el mensaje debe ser clandestino y que el mismo no puede ser escrito. Tampoco puede ser óptico debido a que la pequeña ventana de su celda permite observar solamente uno de los patios interiores, hasta donde no suelen llegar señales desde el exterior de la prisión.
En las condiciones expuestas, no parece haber forma que sus Camaradas puedan dar solución al problema y ayudar al prisionero a escapar. Tal vez se haga la luz si se tiene presente que, pese a todas las precauciones tomadas por el Enemigo para mantener al cautivo desconectado del mundo exterior, no lograron aislarlo de los sonidos. —Para ello hubiesen debido tenerlo en una celda a prueba de sonidos—.
Mostraré ahora, como final, el modo elegido por los camaradas para brindar efectiva ayuda; una ayuda tal que 1ro: despierte y 2do: revele el secreto, al prisionero, orientándolo hacia la libertad.
Al decidirse por una vía sonora para hacer llegar el mensaje, los camaradas comprendieron que contaban con una gran ventaja: el Enemigo ignora la lengua original del prisionero. Es posible entonces transmitir el mensaje de forma simple, sin doble sentido, aprovechando que el mismo no será comprendido por el Enemigo. Con esta convicción los camaradas hicieron lo siguiente: varios de ellos treparon a una montaña cercana y, con una enorme caracola, la cual permite amplificar muchísimo el sonido de la voz, comenzaron a emitir el mensaje. Lo hicieron sin parar durante años, pues habían jurado no abandonar el intento mientras el prisionero no estuviese nuevamente libre —Juraron no abandonarlo y cumplirían su palabra—. Y el mensaje descendió de la montaña, cruzó los campos y los ríos, atravesó las murallas e invadió hasta el último rincón de la prisión. Los enemigos al principio se sorprendieron, pero, como ese lenguaje para ellos no significaba nada, tomaron el musical sonido por el canto de algún ave fabulosa y lejana, y al final acabaron por acostumbrarse a él y le olvidaron. Pero, ¿qué decía el mensaje?
Constaba de dos partes. Primero los camaradas cantaban una canción infantil. Era una canción que el prisionero había oído muchas veces durante su niñez, allá, en la Aldea Dorada, la Aldea Original; cuando estaban aún lejanos los días negros de la guerra y el cautiverio perpetuo solo podía ser una pesadilla imposible de soñar. ¡Oh, qué dulces recuerdos evocaba aquella melodía! ¿qué Espíritu, por más dormido que estuviese, no despertaría, sintiéndose eternamente joven, niño, al oír nuevamente las canciones de la infancia, aquellas que escuchó feliz en los días dorados de la niñez, y que, sin saber cómo, se transformaron en un sueño antiguo y misterioso? Sí; el prisionero, por muy dormido que estuviese en su Espíritu, por más que el olvido hubiese cerrado sus sentidos, ¡acabaría por despertar y recordar! Sentiría la nostalgia de la patria, la aldea lejana, comprobaría su situación humillante, y comprendería que solo quien cuente con un valor infinito, con una voluntad sin límites, podría lanzarse a la fuga.
Si tal fuera el sentir del prisionero, entonces la segunda parte del mensaje le daría la clave para hallar la salida secreta.
Observe que he dicho la clave y no la salida secreta. Porque sucede que mediante la clave el prisionero deberá buscar la salida secreta, tarea que no ha de ser tan difícil considerando las reducidas dimensiones de la celda. Pero, luego que la encuentre, habrá de completar su hazaña descendiendo hasta profundidades increíbles, atravesando corredores sumidos en tinieblas impenetrables y subiendo, finalmente, a cumbres remotas: tal el complicado trayecto de la enigmática salida secreta. Sin embargo, ya está salvado, en el mismo momento en que inicia el regreso, y nada ni nadie logrará detenerlo.
Solo nos falta, para completar el final del misterio, decir una palabra sobre la segunda parte del mensaje sonoro, esa que tenía la clave del secreto. Era también una canción. Una curiosa canción que narraba la historia de un amor prohibido y hermoso entre un Caballero y una Dama ya casada. Consumido por una pasión sin esperanza el Caballero había emprendido un largo y peligroso viaje por países lejanos y desconocidos, durante el cual se fue haciendo hábil en el Arte de la Guerra. Al principio trató de olvidar a su amada, pero pasados muchos años, y habiendo comprobado que el recuerdo se mantenía siempre vivo en su corazón, comprendió que debería vivir eternamente esclavo del amor imposible. Entonces se hizo una promesa: no importarían las aventuras que tuviese que correr en su largo camino, ni las alegrías y tristezas que ellas significarían; interiormente él se mantendría fiel a su amor sin esperanzas con eterna devoción, y ninguna circunstancia lograría apartarlo de su firme determinación.
Y así terminaba la canción: recordando que en algún lugar de la Tierra, convertido ahora en un guerrero de piedra enamorado, marcha el Caballero valeroso, provisto de poderosa espada y hermoso caballo, pero llevando colgada del cuello una bolsa que contiene la prueba de su drama, la clave de su secreto de amor, amor perpetuo, ETERNO AMOR: el Anillo de Bodas que jamás entregó a su Dama.
Contrariamente a la canción infantil de la primera parte del mensaje, ésta no producía una inmediata nostalgia sino un sentimiento de vergonzosa curiosidad en el prisionero. Al escuchar, viniendo quién sabe de dónde, en su antigua lengua natal, la historia del galante Caballero, tan fuerte y valeroso, tan completo en la batalla, y sin embargo tan dulce y melancólico, tan desgarrado interiormente por el Recuerdo de A-mort y amor; el cautivo se sentía presa de esa curiosidad vergonzosa que sienten los niños cuando presienten las promesas del sexo o intuyen los misterios del amor. ¡Podemos imaginar al prisionero meditando y pensando, sorprendido por el enigma de la canción romántica! Y podemos suponer, también, que finalmente hallará una clave en aquel Anillo de Bodas... que según la canción jamás sería usado en boda alguna. Por deducción, la idea del anillo le llevará a buscar y encontrar la salida secreta. La buscará por ese recuerdo de la Aldea Original, recuerdo de amor, eterno recuerdo de A-mort.
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