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43. Reunión...

Cuando Moisés sintió la bala a sus espaldas, elevó su espectro para detenerla. Había puesto a Diana y los demás Centinelas en estado de animación suspendida y ya estaba a punto de ejecutar a Rocío, directa descendiente de los generales al servicio del Faraón Ramsés, cuando Orlando Cuellar le interrumpió. El Mayor estaba francamente impresionado, aquel sujeto había detenido una bala directamente yendo a su cráneo sin tener que mover un dedo. Ni siquiera volteó para ver al que intentó asesinarlo.

—¿Cuándo aprenderéis, estúpidos mortales, que la gracia del gran Dios de Israel nos protege en estos mundos de abominación? —dijo Moisés.

—Te vas a la mierda —respondió el mayor Cuellar y vació las doce balas restantes de su arma sobre la nuca de Moisés. Sin embargo, las balas se detenían a pocos centímetros de su objetivo.

Cuando se quedó sin balas, Cuellar sacó un enorme cuchillo de su bota y tacleó a Moisés con todas sus fueras. El inesperado acto del Mayor hizo que el sacerdote de Israel perdiera su concentración y los Centinelas volvieran en sí.

—¡Suéltalo! ¡Papá! —advirtió Jhoanna, pero no a tiempo.

Utilizando su poder telequinético el israelita hizo que el Mayor saliera expulsado por los aires. Ver aquello provocó la furia de Edwin y sus hermanas que de inmediato lanzaron una poderosa emanación de plasma contra el israelita; pero éste no tuvo que hacer más que levantar su cayado dorado para detener el plasma. De algún modo Rocío, al ver el cayado, sintió en sus venas hervir las maldiciones contra su gente. El dolor la hizo retorcer, Gabriel quiso sostenerla pero en ese momento Moisés respondió con otra emanación de plasma que catapultó a los siete Centinelas en todas direcciones. Rhupay y Valya vieron la explosión y acudieron en segundos. Ni bien vieron al sacerdote, Valya le disparó una flecha y Rhupay le aventó una lanza. Moisés estaba listo para rechazar el ataque de sus dos nuevos atacantes cuando un mensaje de San Miguel le llegó telepáticamente.

Vete de ahí, Moisés. Toma a Metratón y largaos. En este momento los doce Centinelas están reunidos en el mismo lugar y en el mismo tiempo. No nos podemos arriesgar a que despierten por causa de una imprudencia nuestra. No provoquéis su furia.

—¿Pero y el Arco?

¡El Arco no está allí, idiota! Regresa cuanto antes.

—Como ordene su Santidad.

Confundido, el israelita se envolvió en un resplandor dorado. Rhupay y Valya quedaron temporalmente cegados por la luz y cuando recuperaron la visual, Moisés ya no estaba allí.

Entre tanto, Berkana y Akinos habían emprendido vuelo y estaban masacrando a los invasores estadounidenses. Llevando sus espadas en mano, habían repartido muerte y horror, decapitado a la mayoría de los infantes de marina y con disparos de plasma habían derribado a los helicópteros. Con ayuda de los soldados bolivianos, ambos Centinelas terminaron de exterminar hasta el último invasor, no hubo prisioneros. Los hombres de Cuellar, que aún no podían comprender qué clase de seres eran aquellos que les habían salvado, lucharon junto a ellos y acataron sus órdenes durante el transcurso de la batalla. Metratón vio todo desde el lugar en el que había caído y a pesar de sus deseos de volver al combate, se envolvió en sus alas y se retiró, obedeciendo la orden de San Miguel.

Al terminar el combate, Berkana y Akinos se sumaron a Rhupay y Valya para buscar a los Centinelas que se habían desperdigado por el poder de Moisés. Los encontraron en diferentes lugares del bosque, desmayados, pero ninguno tenía heridas graves, solo se habían desvanecido por el plasma que Moisés les había lanzado.

Tan rápido como pudieron, los hombres de Cuellar rehabilitaron las instalaciones de sanidad y la enfermería, y rápidamente empezaron a llevar a sus heridos; que eran muchos. Los Centinelas recuperados también fueron llevados a la enfermería. Cuando despertaron se encontraron muy sorprendidos al ver a Rhupay y Valya allí, pero mayor fue su sorpresa cuando al fin conocieron a Berkana y Akinos. Éstos relataron su historia a Rodrigo y los demás, y viceversa.

Mientras los soldados reconstruían el campamento, los Centinelas trataban de conocer a los nuevos miembros. Edwin estaba gratamente sorprendido de ver de nuevo a aquella hermosa chica que les había dado la bienvenida la primera vez que llegaron a Erks. Saber que era una Centinela le causaba muchas expectativas.

Sin embargo, las malas nuevas tenían que comunicarse y no era simple. Había mucho dolor pululando en los corazones de los Centinelas quienes defendieron, sin éxito, la Ciudadela de Erks. Por esa misma razón, Rhupay sintió que era su deber comunicar la tragedia. Tratando de no hacer ni una mueca de tristeza, contó lo ocurrido en Erks a Diana y sus amigos.

Al finalizar el relato, todos los Centinelas tenían el rostro arrasado por las lágrimas. Rodrigo y sus amigos comprendieron que no solo habían perdido a sus maestros hiperbóreos, sino también al último lugar al que podían llamar "hogar". Rhupay se agachó en el piso, golpeando el suelo; la impotencia por la derrota le corroía las entrañas, Valya se agachó con él y lo abrazó. Berkana y Akinos lloraban por no haber hecho nada para evitar la caída de Erks. Quizá pudieron hacerlo, si no hubiera sido por... "aquella misión". Todos estaban desconsolados menos Edwin, quien mantuvo una severa expresión durante todo el relato hasta el final.

—¡Basta de lágrimas! —gritó Edwin. Los demás muchachos lo miraron, compungidos—. ¿Realmente creen que nuestros maestros nos hubieran permitido que se echen a llorar? Nosotros somo guerreros hiperbóreos, Centinelas de Artemisa. Lo mejor de las castas de Sangre Pura corre por nuestras venas. Nuestros maestros lo sabían y por eso lucharon por todos nosotros hasta el final. Ellos querían protegernos y guiarnos hasta que fuésemos lo bastante fuertes para enfrentar al enemigo. Así que si quieren honrar a los caídos de Erks, vengar a nuestros maestros hiperbóreos y redimir cualquier culpa, solo háganse más fuertes a partir de hoy.

La duras palabras de Edwin lograban consolar a los muchachos, de alguna manera muy estoica lo lograban. Todos se frotaron sus lágrimas y trataron de recuperar la compostura.

—Nos haremos más fuertes —dijo Rhupay—, vengaremos Erks y nuestros maestros.

Con algo más de optimismo, los Centinelas empezaron a evaluar su situación. Hicieron el recuento de guerreros y tótems. Lo primero que saltó a la vista es que habían once guerreros presentes en aquel lugar y uno ausente, Vairon, que había tomado otro camino. En total habían doce elegidos, por lo que los muchachos supusieron que los Doce Tótems Hiperbóreos ya se habían manifestado. Lo que ellos no sabían es que dos de ellos eran géminis con un mismo Tótem.

Por otra parte tenían una flecha que, según pensaban, se convertiría en el Arco de Artemisa ni bien Diana estuviera lista. Era una conclusión que ninguno de los demás Centinelas se atrevía a cuestionar. Ese hecho incluido a tener doce guerreros hacía prevalecer cierto optimismo entre los chicos. Sin embargo. ¿Y a dónde se fue Alan? Había llegado hasta Sorata junto a los miembros del Primer y Cuarto Cultivo, pero se separó de ellos sin decir nada. Berkana y Akinos sabían que el Tótem de Alan era el lobo, pero desconocían su verdadera relación con Rodrigo. Por lo mismo, no podían imaginar lo que estaba a punto de ocurrir, nadie pudo haberlo imaginado.

La tarde pronto se convirtió en alba. La carpa de enfermería estaba llena de soldados heridos y se habían consumido las horas en salvar a los desahuciados. Luego de la junta de Centinelas, todos ellos enfocaron su poder en salvar vidas y al caer la noche estaban tan agotados que apenas podían seguir en pie; sin embargo, los esfuerzos de los chicos habían salvado a más de 30 soldados sin esperanzas. Este acto generó un agradecimiento y admiración sin límites hacia los Centinelas que dieron todo para rescatar a los heridos de la muerte. El propio Orlando Cuellar sintió algo más que orgullo cuando vio como sus hijos se esforzaban por curar a sus hombres, ello impregnó su corazón de respeto hacia ellos, hacia cada uno de los Centinelas que por horas lucharon por sus soldados

Eran casi las ocho de la noche. Los heridos dormían y se recuperaban mientras los demás soldados montaban guardia. Otros se habían quedado despiertos para arreglar su armamento y darle mantenimiento. En el centro del campamento el brillo de una hoguera le daba calor a los Centinelas que, exhaustos, habían formado un círculo alrededor del fuego. Descansaban, conversaban y trataban de combatir la creciente pena de las pérdidas.

El cumpleaños de Rodrigo era al día siguiente, ese 21 de agosto, cumpliría 14 años. El comentario salió de boca de Diana quien empezó a contar a Rhupay, Valya, Berkana y Akinos todo lo que habían hecho en esa misma fecha el año anterior. Les habló de la fiesta, el baile, los desencuentros y la pelea con Gabriel. El chico ciego atinó a sonreír levemente cuando rememoró aquellos eventos que parecían tan lejanos, tan prehistóricos. Rocío lo abrazó y empezó a acariciar sus manos mientras Diana relataba todo aquello. Oscar y Edwin también sonrieron para sus adentros, el relato de Diana les recordaba sus propias vivencias. Jhoanna también estaba embargada por la nostalgia, pero un abrazo de Oscar la reconfortó. La melancolía reinó entre los muchachos. Empezaron a hablar de sus padres, sus familias, sobre aquellos a los que jamás volvieron a ver, pero que extrañaban.

Promediaban las once de la noche y los Centinelas continuaban en vela, pero la conversación casi había terminado. Todos miraban el fuego de la hoguera y perdían su mente en las formas que tomaban las llamas. El silencio impregnado por el crepitar de la fogata era casi ritual, fúnebre. El viento soplaba, silbaba entre los árboles. En silencio, sin expresión en los rostros, algunos de los chicos empezaron a derramar lágrimas. Existía una tristeza insondable entre ellos pues recién empezaban a caer de la enormidad en que estaban inmersos. Qhawaq, Rowena y Aldrick ya no existían. Erks había desaparecido. El padre de Gabriel había sido asesinado y el destino de todos ellos era incierto. La muerte era lo único innegable, pero todos tenían el deseo de no morir aún, antes debían resolver todas las cosas que dejaron pendientes, en vida.

Algunos gimoteos dejaron de ser silenciosos, Rocío fue la primera en quebrarse y luego la siguió Jhoanna. Así, sucesivamente, cada uno de ellos, los once Centinelas que estaban sentados alrededor del fuego, se quebraron y se abandonaron al llanto y al dolor por unos momentos. Al menos esa licencia, por breve que fuera, tenían que darse. Al menos un momento.

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