40. Letargo...
Ciudad de La Paz, zona de Miraflores, una casa abandonada que no mostraba nada extraordinario, al menos no por fuera, contenía en su interior el magma de los demonios que bullía con furia. Dentro, esa casa era una verdadera caverna del infierno. Allí, Golab yacía dormido, en su crisálida de magma. Estaba esperando que su cuerpo tomase su definitiva forma, pero el fuego trajo consigo una visión. Golab vio a Diana, desmayada, y mucha lava cerca de ella.
—Dianara —murmuró el demonio—. No, no quiero que esto te ocurra ahora.
La crisálida empezó a brillar con un resplandor rojizo y entonces Golab empezó a manipular el fuego, deseaba que Diana se salve. La anhelaba, quería su cuerpo, quería estar con ella. Golab, demonio Señor del Foso, había caído en desgracia por traición de uno de sus propios compañeros demoníacos del Bafometh. En las profundas oquedades de su alma yacía un secreto terrible, una presencia sombría y atormentada que largos milenios atrás había caído en los abismos de la demencia. Por un acto de deslealtad, esa presencia cayó al mundo de los hombres, por una traición quedó encerrada dentro del alma de Golab, y por una felonía monstruosa se subyugó en las profundas capas ardientes del Señor del Foso. Esa sombra oculta en el interior de Golab lo hacía hervir de amor y pasión por Dianara. Podía recordarla, desearla, necesitarla profundamente.
—Volverás, Dianara. Oh Danae, mi bella Diosa Ultravioleta, volverás a mí. Y esta vez me darás más placer del que jamás nadie ha sentido. Tú eres mi placer, tú eres lo exquisito y dulce de la Creación. Ven a mí de nuevo.
Poco a poco la crisálida se fue rompiendo, dos alas vampíricas salieron de ella, luego se vieron garras y cuernos brotando del interior. El fuego rugió con ira en esa cueva del infierno y la forma definitiva de Golab se iba estabilizando. Finalmente aquel terrible diablo, el terrorífico Señor del Foso, Golab, había despertado de su hibernación y la ciudad de La Paz estaba completamente indefensa a su presencia. El demonio esbozó una sonrisa en sus adentros y extendió las alas para que se secaran, pronto saldría de aquella casa y tomaría su lugar en el ataque definitivo contra los hiperbóreos en Bolivia.
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