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34. Hiperbatalla...


Los muros de Erks estaban atestados de arqueros con sus flechas apuntando al frente. Todos los granjeros habían abandonado los campos y se habían refugiado en el interior de la ciudadela; todo aquel que pudiera levantar una espada fue reclutado al instante y llevado a defender los muros. Qhawaq había ordenado levantar una barrera de plasma que lucía como un tenue vidrio amarillo y fosforescente cubriendo, como una campana, toda la ciudadela. Qhawaq y Rhupay se hallaban junto a los generales de más alto rango de Erks, revisando los puestos de defensa de sus soldados.

—Estamos listos para defendernos, señor Qhawaq —informó uno de los generales.

—La barrera no durará mucho —replicó el anciano—. Que los jinetes de cóndores estén listos para el contraataque. Si no estoy equivocado, los sinarcas de Shambalá nos golpearán con todo lo que tienen y descuidarán sus líneas.

—No lo comprendo, abuelo —intervino Rhupay, tenía angustia en los ojos—. Cómo pudo ser posible que estos demonios malditos hayan roto nuestro cerco. En siglos ellos jamás habían podido ingresar a este mundo.

—Los arcángeles son capaces de ir y venir donde quieran. Uno de ellos ha venido con el invasor y ha traído sus tropas. El cerco debió ceder por causa de este arcángel, no olvides que ellos también son dioses, aunque traidores.

—¿Resistiremos?

Qhawaq sonrió ante la pregunta de su nieto y lo abrazó.

—Erks no nos pertenece, Rhupay. Su existencia se debe únicamente a la función que desempeña en este universo. Nosotros haremos lo que sea necesario para que nuestra prioridad, que es el Arco, no se vea afectada. Así que ve y abre los conductos subterráneos que salen a la montaña, deja la ruta lista hasta la Fortaleza de Oricalco y no dejes que nadie te vea.

Rhupay empezaba a creer que su abuelo iba a entregar la ciudad; él no estaba de acuerdo, pero jamás había desconfiado de las decisiones de Qhawaq y esa no sería la primera vez.

Mientras tanto, del otro lado de los muros de Erks, el ejército de Tsadkiel arcángel estaba alistando los últimos preparativos. Ellos veían la ciudadela con odio infinito y ansiaban iniciar el asedio. Junto al arcángel estaba Héxabor y el demonio Bálaham. En su posición de avanzada habían acampado 4000 soldados de infantería: 500 de ellos eran marines estadounidenses, 1000 eran soldados de las Fuerzas Especiales Sionistas del Estado de Israel y los 2500 restantes eran Hiwa Anakim, ángeles caníbales entrenados para la guerra. Habían traído tanques Sabre, camiones blindados y tanques de asedio Isherman. Sus tropas aéreas estaban básicamente compuestas por 20 jinetes de dragón, 25 aviones IAI Lavi, 15 aviones F-18 y 5 helicópteros Apache. Durante las horas de preparación del teatro de operaciones, las tropas de Tsadkiel tendieron una red de comunicaciones, ocuparon puestos clave en los flancos de la ciudadela y alistaron varios explosivos en cercanías de la barrera de plasma, incluyendo un dispositivo nuclear de 25 ojivas.

—Amo Tsadkiel —ingresó un hombre con uniforme camuflado y agachando la cabeza ante el enorme arcángel—. Ya hemos tomado posiciones en los flancos y analizado su barrera de plasma. Es sumamente dura, mi señor, y parece emitir alguna clase de radiación mortal; pero la romperemos.

—Radiación —masculló Tsadkiel.

—Magia Hiperbórea, mi señor —dijo Héxabor—. Ellos pretenden detenernos con su magia.

—Eso está por verse —respondió Tsadkiel y empezó a dar órdenes—. Quiero que bombardeéis su barrera con lo más poderoso que tengáis en vuestro armamento humano, haced lo que mejor sabéis: destruir. Yo os estaré observando.

El soldado asintió y salió de inmediato. Entre tanto Tsadkiel se elevó volando para ver el ataque. Héxabor y Bálaham fueron junto al soldado de mayor rango para dirigir el asedio. Todos estaban listos para empezar, las ansias de sangre se sentían como una energía palpable. Pronto iniciaría el combate.

Entre tanto, dentro los muros de Erks, Valya se hallaba en un punto alto de la torre central de la ciudadela, dentro una recamara con una vista completa de los territorios adyacentes a los muros de la fortaleza. Su cuerpo estaba rodeado por un halo de tonos naranjas y con la forma de un escorpión que la protegía bajo su cuerpo. Sus ojos se habían prendido de un resplandor amarillo y su cabello flotaba como si estuviera sumergido bajo el agua, brillando como el sol. Estaba parada, erguida y con la vista fija en el campo invadido. Ella había levantado la berrera de plasma una hora antes de la llegada de los enemigos y la sostenía con el poder de su espectro. Como medida de seguridad Valya había impregnado la barrera con el mortal veneno de su Tótem de Scorpio; eso dificultaría aún más el asedio enemigo. Su misión era resistir tanto como le fuese posible, pero aquello podría tener terribles consecuencias para ella; y los erkianos lo sabían, no exigirían más de ella de lo que podía dar.

El General israelita, mando superior de las tropas humanas, dio la orden de fuego. Los rifles de vanguardia invasora vaciaron sus cargadores sobre la barrera, pero las balas salieron rebotadas como si se tratasen de pelotas de goma. Luego de un par más de rociadas, el General ordenó a los tanques disparar. Los disparos de artillería pesada también rebotaban contra la barrera. Ésta resplandecía levemente en cada lugar donde una bala de tanque impactaba. Valya resistía, pero sabía que esos primeros ataques eran solo una prueba del enemigo a su poder; entonces ella elevó tanto como pudo su espectro y materializó en el interior de la barrera a un gigante escorpión hecho de energía. Cuando los humanos vieron a la bestia ectoplasmática formarse ante sus ojos, empezaron a retroceder levemente, Valya no esperó más y soltó al monstruoso escorpión contra el enemigo. El arácnido de energía salió de la barrera, como si ésta fuera hecha de gelatina, y embistió a los soldados de la primera línea. Los marines le dispararon con todo lo que pudieron, pero las balas atravesaban al monstruo sin tocarlo. En cambio, los soldados no eran invulnerables a la bestia que se dedicó a cercenar y destripar a cuanto hombre se le ponía en frente. En un punto alejado Tsadkiel lo miraba todo. El arcángel elevó su espectro y creó una barrera de energía entre sus tropas y el escorpión, dejando a los pobres infortunados de la vanguardia a merced de la ira de Valya.

—No eres nada para nosotros —dijo Tsadkiel con el pensamiento, dirigiéndose directamente a la mente de Valya—. Tu poder menguará tarde o temprano.

¡Silencio demonio! —lo retó la chica enardecida por el Transe Hiperbóreo—, no vas a tocar un solo muro de esta ciudad mientras viva.

—Podemos resolver eso, pequeña niña impetuosa.

En aquel momento Tsadkiel dio la orden de retirada a sus tropas, replegándolas hacia el puesto de avanzada. Fortaleció su barrera de energía para proteger a sus hombres y luego disparó un rayo de plasma al lugar donde el explosivo nuclear había sido instalado. El plasma empezó a corroer la cobertura de plomo y ésta pronto entró en contacto con el explosivo. La deflagración nuclear, encapsulada entre las barreras de Valya y Tsadkiel, solo pudo hallar lugar de escape por la parte superior de las barreras, combinándose en mortal erupción con el plasma de Tsadkiel. En la torre de Erks, Valya había sufrido el atroz daño del golpe; una gigante cortada que casi le cortaba el hueso se abrió desde su cadera hasta el hombro, seguida de una monstruosa hemorragia que bañó las paredes de la recamara con su sangre. El escudo de Valya se debilitaba y la chica apenas podía respirar. Haciendo terribles muecas de dolor, la guerrera se puso de pie.

—¡Vamos Tsadkiel, todavía estoy viva!

—Pero no por mucho.

El arcángel excretó de la piel de su palma una sustancia arquetípica azul que, como esponja, recogió toda la radiación de la explosión nuclear. Luego envolvió el gel con una capa de plasma solar ardiente y lo catapultó contra la berrera de Valya. Una fuerte luz azul golpeó el campo de fuerza y luego la torre donde la guerrera se encontraba explotó. La inmensa estructura, que se perdía a insondables alturas, empezó a desmoronarse sobre el campamento invadido. La barrera de plasma había desaparecido por completo y los muros de Erks estaban al alcance de su enemigo. Tsadkiel generó un campo gravitatorio y desvió los escombros de la torre, que se desmoronaba sobre él, y los empujó hacia la ciudadela. Los arqueros, viendo como la gigantesca estructura se caía sobre ellos, empezaron a alejarse de los muros de la fortaleza. Pero entonces otro campo gravitatorio evitó que las ruinas cayeran sobre la ciudadela. Un cóndor de energía, resplandeciente de luz verde, sostuvo los escombros y los aventó por los alrededores de Erks.

—Son listos —murmuró Tsadkiel

Cuando estuvo lo bastante alto para no ser alcanzado por los próximos ataques, el arcángel llamó a su druida:

—¡Héxabor!

El druida cáster sintió la voz de Tsadkiel hablándole directamente a su mente.

—Escucho, mi señor.

—Manda todas nuestras tropas, absolutamente todo, contra Erks; manda a Bálaham. Pero tú no vayas, quédate lejos, lo más lejos del puesto de avanzada.

—¿Va ocurrir algo, mi señor?

—La furia del cóndor va desencadenarse y lo venceremos usando su propia ira. "Contra los perros, la ilusión de la rabia". Héxabor, jamás olvides ese principio.

El druida obedeció y dio la orden de atacar con todo. Del otro lado de los muros, un ente rodeado de un aura verde con forma de cóndor y armadura plateada dirigía la contraofensiva.

—¡Fuego! —ordenó Rhupay, orden que todos lo generales de la barricada replicaron.

Docenas de catapultas detrás de los muros habían sido cargadas con balas de paja, brea y núcleo de lino con petróleo. Los artilleros encendieron las balas, soltaron los ganchos de los arneses y los onagros dispararon. Las medievales balas explosivas cayeron sobre varios soldados que de inmediato empezaron a arder, regando de alaridos los campos de batalla irradiados. La segunda carga fue disparada desde las torres frontales de la ciudad, allí habían varias ballestas cargadas con flechas negras eléctricas. Rhupay levitó por los aires y dio orden de disparar. De inmediato las ballestas, que apuntaban a los tanques, dispararon sus flechas y perforaron el fuselaje de los blindados como si fueran de mantequilla. Luego una poderosa descarga eléctrica frió los circuitos de los artefactos y a sus infortunados pilotos. Los tanques que no fueron alcanzados dispararon sus balas de grueso calibre contra los muros de Erks. Varios arqueros volaron por los aires, expulsados por las deflagraciones. Los soldados restantes empezaron a descargar sus rifles contra los arqueros de base. Estos respondieron con sus flechas, matando a buen tanto de la infantería enemiga. Cuando las flechas y municiones se terminaron empezó el combate entre espadas y bayonetas.

Entre tanto Bálaham, que se había convertido en demonio, iba a toda velocidad entre los combatientes que se aglutinaban y masacraba a todo erkiano en el campo de muerte. De Erks, como un cometa verde, Rhupay salió disparado con su lanza en mortal vanguardia, aniquilando a los soldados israelitas de docena en docena. Ambos, el oscuro demonio y el iracundo hiperbóreo, chocaron en un letal y encarnizado combate. Esta vez el muchacho peleaba con todo su poder, sin reservar ni un poco. Los movimientos de ambos, que lidiaban en el cielo y en la tierra, eran tan veloces que resultaba casi imposible seguirles la pista. Los dos bandos en combate, al ver a sus campeones en lucha, sintieron hervir la sed de guerra en sus venas. Como Aquiles entre los griegos y Héctor entre los troyanos, el poderoso Bálaham de la Sinarquía y el enfurecido Rhupay de Erks combatían como no se había visto en cientos de años. Provocaban temblores cada vez que garras y lanza chocaban. El halo de un cóndor verde rodeaba al chico y este también hería a Bálaham; mientras que el demonio, con su aliento de muerte, había salpicado ácido sobre Rhupay.

En el cielo, Tsadkiel observaba todo. Veía como los humanos luchaban fieramente contra los erkianos. Balas, flechas, granadas, cuchillos, bayonetas y espadas chocaban y sacaban chispas a las armaduras. El tenebroso arcángel sabía muy bien que los humanos no tenían la menor oportunidad de vencer a los erkianos, pero también había notado que la vanguardia erkiana, en lugar de avanzar al puesto de avanzada de Héxabor, más bien retrocedía: eso confundía mucho a Tsadkiel.

Mientras las balas rebotaban en sus escudos y las explosiones eran contenidas por el poder espectral de los Hiperbóreos, los humanos eran mutilados y destripados por las espadas erkianas. Todo el valle estaba regado de sangre, vísceras y fluidos sobre los que ambos ejércitos combatían. El fango sanguinolento hacía resbalar a la infantería y enfangaba los tanques. El momento de la arremetida aérea había llegado. Héxabor dio la orden y entonces aviones, helicópteros, ángeles y jinetes de dragón se alzaron a los cielos. En medio de su mortal combate, Rhupay vio las fuerzas aéreas aproximarse y entonces lanzó un disparo de plasma al aire que iluminó con su brillo verde todo el valle; esa era la señal, los jinetes de cóndor, cientos de ellos, alzaron vuelo. Sin embargo Rhupay se distrajo al momento de dar la señal y Bálaham aprovechó su distracción para clavarle sus garras. La herida mortal entró por el estómago y salió casi a la altura del hombro, desgarrando el tracto digestivo, pulmones y arterias. Un gran chorro de sangre salió por la boca de Rhupay quien cayó pesadamente al suelo. Los erkianos vieron como el cuerpo de su campeón caía y sentían como si su descenso hubiera durado horas. En el piso, Rhupay agonizaba en un charco de sangre. Bálaham descendió con sus garras listas para decapitar a su rival vencido, la muerte del valiente guerrero erkiano era inminente.

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