32. Erks bajo asedio...
La noche había caído sobre Erks. En el cielo refulgían cientos de estrellas misteriosas y de diversos colores. Las plantas bioluminicentes brillaban como tenues luces de neón incrustadas en medio de las tinieblas nocturnas. Algunas libélulas revoloteaban entre los matorrales, esparciendo el brillo de sus alas encendidas, como luciérnagas multicolor. El viento se hallaba calmo, los ríos proseguían su curso manso por las fértiles praderas del valle. No había una sola nube en el cielo, ni siquiera cubriendo el gran monte Illimani que montaba guardia a la ciudad. Sus nieves perpetuas refractaban de algún modo la luz de las estrellas y la descomponía en sus colores primos. Mientras eso ocurría la montaña se llenaba de colores ante los ojos de los erkianos quienes adoraban ese espectáculo.
La ciudadela se había llenado de personas quienes, motivados por la aurora de montaña, habían organizado un improvisado festival. Habían helados, baile y vino. La luz de estrellas en la montaña era un acontecimiento no muy común y los erkianos gustaban festejarlo. Decían que esos colores sobre la nieve les traían recuerdos de su Aldea Original, de Agartha.
Parados junto a un puesto de helados, con la mirada en el cielo y raspadillo de manzana con vino en las manos, Rhupay y Valya observaban fascinados el espectáculo. Ambos se habían quedado en Erks a montar guardia mientras los demás Centinelas iban por el Arco de Artemisa. Rhupay abrazaba a Valya por los hombros y sonreía con las luces, con esa aurora de montaña sobre el glaciar eterno. Eran casi como fuegos artificiales, tan magníficos que surcaban el cielo entre la montaña y las estrellas.
—Adoro esas luces —dijo Valya a Rhupay, hipnotizada por el bello espectáculo—, me reconfortan el Espíritu.
—A mí también me gustan mucho, me hace recuerdo cuando éramos pequeños aprendices.
—Solías sacar las gemas de entrenamiento y tratar de capturar las luces con ellas.
—Y a ti te gustaba creer que algún día lo lograría —respondió Rhupay, suspirando con nostalgia. Hubo un breve silencio que Valya interrumpió:
—En momentos como estos realmente siento que hay esperanzas —afirmó la chica rubia bajo la mirada de su acompañante y cerró los ojos, imaginando mil situaciones a la vez—. El Arco de Artemisa pronto estará en Erks y eso nos pondrá un paso más cerca de la victoria en esta fase de la Guerra Esencial.
—La victoria es morir con honor, Valya.
—Eso ya lo sé, pero será más gloriosa si sacamos a tantos Espíritus de estos mundos de ilusión como sea posible. No sería honroso irnos y dejar a tantos cautivos a su suerte, presos de la materia.
—Los liberaremos, tenlo por seguro.
Valya sonrió levemente y cerró los ojos por un instante. Su mente recordaba muchas cosas, memorias con miles, quizá millones de años de antigüedad, resumidas en un cuerpo joven.
El fenómeno de las luces de montaña había finalizado, unos nubarrones habían tapado el cielo dando por acabado el espectáculo. La noche rusticana invitaba al sueño, a la intimidad, a la cama y a los viajes oníricos; pero también era propicia para los esposos, enamorados y amantes. La oscuridad era algo apreciado por los erkianos, aún más luego de tan soberbio espectáculo como la aurora de montaña. Los niños dormían, los esposos se amaban, los ancianos bebían y los soldados montaban guardia.
Valya y Rhupay se habían juntado esa noche para realizar uno de los ejercicios más satisfactorios para ellos: amar y recordar. Casi de forma intuitiva ambos se habían dado cuenta que sus memorias alcanzaban a muchos siglos de antigüedad y que juntos podían recordar cosas mucho más completas y profundas que por separado. Para ello, habían explorado una especie de tantra en la Vía Húmeda de la Sabiduría Hiperbórea, que consistía en usar la energía del orgasmo para realizar la anamnesis onírica. Ellos se buscaban en noches especiales y ocasionales, como aquellas en las que la aurora de montaña invitaba al romance, y se amaban bajo el velo de la noche. La interacción sexual, el placer y el orgasmo se convertía en energía espectral, y ese espectro, fluyendo entre sus cuerpos, estimulaba recuerdos arcanos entre ambos Centinelas. Era un auténtico Transe Hiperbóreo en un acto sensual de amor, placer y entrega bajo la premisa de encontrar juntos, el hilo a las más viejas memorias de sus Espíritus.
Luego de horas húmedas e inspiradas, ambos habían quedado dormidos. Él aún permanecía encima de ella, absolutamente dormido, profundamente dentro de Valya. Ella también estaba dormida, casi desmayada, con las manos sosteniendo los brazos de Rhupay y con el alma profundamente incrustada en su espinazo. Los vidrios de la cabaña estaban empañados, los amantes estaban empapados, desnudos, descubiertos, con sus pieles brillando acuosamente a la luz de la chimenea. Nadie podría despertarlos, nadie osaría separarlos. Entonces ambos vieron al unísono una imagen horrorosa, eran varios demonios emergiendo de algún lugar del valle y destruyendo Erks, destruyéndolo todo. La visión fue tan vívida que ambos despertaron al mismo tiempo con un sobresalto. Se habían quedado con los ojos muy abiertos, mirándose el uno al otro.
—¿Viste eso? —preguntó Rhupay.
—¿Acaso fue un recuerdo?
—No, eso parecía muy cercano para ser un recuerdo.
—Debemos ir al puesto de vigilancia.
Se vistieron tan rápidamente como pudieron, cogieron sus armas y salieron a los muros exteriores de Erks. Los soldados que montaban guardia jugaban con los dados y fumaban tabaco. Cuando vieron a Rhupay y Valya aproximarse, se pararon y se cuadraron rápidamente.
—Descansen soldados —ordenó Rhupay—. ¿Nada extraordinario ha ocurrido esta noche?
—No, mi señor Rhupay —replicó uno de ellos—, la noche ha estado serena.
Ambos, Rhupay y Valya se miraron.
—Debió ser un mal sueño —dijo Valya.
—Eso no pudo ser un sueño, fue demasiado cercano.
En ese momento llegó un soldado, corriendo y sin un brazo. Tenía heridas terribles y el cuerpo totalmente ensangrentado. Los soldados de guardia corrieron en su auxilio y lo cargaron hasta la sala para heridos. Rhupay y Valya lo interrogaron de inmediato, el hombre apenas pudo dar su informe:
—Han fracturado el cerco —decía el herido—. Son un ejército con Estrella de David, viene con ellos un sacerdote, un demonio y un arcángel... ya... vienen —sentenció y murió sin que nadie pudiera hacer algo.
Rhupay meditó unos segundos y luego salió corriendo a los muros de la ciudad. Se paró en uno de sus extremos más altos y respiró profundamente. Desde el Oeste, el viento traía una peste a carne podrida. Hacia el occidente varias luces se habían prendido, eran del color del fuego. Una sombra sin nombre se aproximaba, Rhupay pudo presentirlo. Subió a la torre principal y de inmediato echó a sonar la alarma.
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