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27. La prueba de Vairon...

Arika de Turdes, junto a dos de sus estudiantes, Berkana y Akinos, esperaban el retorno de Vairon de la Cueva de Pyrena. Estaban en la entrada y aunque eran Espíritus templados, totalmente fríos a la emoción, no podían evitar sentir ansiedad. Vairon había llegado al máximo punto de su instrucción y en pocos meses había perfeccionado la mayoría de las técnicas hiperbóreas de combate. Sus circuitos espectrales estaban totalmente desencadenados luego del brutal y visceralmente sangriento entrenamiento. Ya dominaba las emanaciones de plasma, la lucha con armas y la lucha cuerpo a cuerpo. Podía desafiar la gravedad, las leyes físicas del Universo, destruir montañas con el poder de su Espectro, partir placas tectónicas enteras con la fuerza de sus puños e incluso salir del planeta Tierra y surcar el espacio sin más protección que su propia energía. Sin embargo, aún no era capaz de invocar a su Tótem Hiperbóreo. Algo le faltaba para manifestar todo su poder, una última prueba.

El Espíritu Guardián de Vairon, Gery, uno de los lobos de Odín, le había señalado que el tiempo de su prueba final había llegado. Tenía que someterse al Culto del Fuego Frío de Pyrena y si no era capaz de superar la prueba, una muerte irremediable sería el costo de su intento fallido. Si fracasaba, no regresaría jamás de la Cueva de Pyrena. Pero si superaba la prueba regresaría convertido en un hombre de piedra, un Centinela.

El joven muchacho, cuyos 13 años habían sido suficientes para superar duras pruebas que incluso hombres maduros fallarían, tenía un solo pensamiento en su mente: ser un Centinela.

El interior de la cueva estaba pintado con un esmalte verde de resina de caña, todas las paredes y el techo estaban cincelados con runas e incrustados con esmeraldas. Vairon caminó cuidadosamente por el interior de la cueva, por experiencia había aprendido que los ciclópeos lugares construidos por los hiperbóreos estaban resguardados por mortales trampas para proteger sus tesoros y reliquias de los intrusos, aunque en el mundo donde Erks había sido edificado, era complicado imaginar más intrusos que los animales, pues en esa réplica de la Tierra jamás se desarrolló la especie humana.

A pesar de todas las precauciones del joven guerrero, ninguna trampa amenazó su ingreso a la cueva. El camino estaba llano y expedito y Vairon lo surcó a la luz tenue de una antorcha para iluminar sus pasos. Allí por donde caminaba se iban descubriendo escalones que subían y bajaban por enredados caminos que confundían la mente. Vairon sabía que se estaba internando en las profundidades de la tierra, pero no tenía miedo, solo sentía una leve inquietud, como la que sienten los cazadores cuando están a punto de atrapar una presa.

Varios pasillos más tarde el joven expedicionario dio con una gigantesca recámara construida por ingenios y arquitectos totalmente desconocidos, no humanos. Cuatro grandes columnas con forma serpenteada sostenían el techo que se perdía a alturas insondables, quedando cubierto entre las tinieblas de la infinitud. Las cuatro columnas eran de piedra verde, como cuatro descomunales piezas de esmeralda talladas y trabajadas para aparentar la piel de una serpiente y cuya procedencia no podía ser la Tierra. Sin duda las columnas eran de esmeralda. Las paredes de la recámara tampoco eran observables. El ambiente estaba dominado por la oscuridad y las paredes se extendían a tales distancias que la tenue luz de la antorcha no llegaba iluminarlas bien. El piso era de piedra y tenía runas labradas marcando una especie de sendero que parecía llevar al centro de la recámara. Vairon siguió las runas aún temiendo encontrarse con alguna clase de trampa.

Cuando llegó a la parte central del salón se encontró con un agujero pequeño poco profundo en cuyo interior reposaban dos piedras perfectamente entalladas, como si fueran compuertas. A un metro de las compuertas de piedra se levantaba una especie de altar cuya apariencia era más la de una consola con botones hechos de gemas preciosas, que de lugar de adoración de alguna civilización arcana. Vairon observó un momento los botones pétreos que tenía en frente y le llamó la atención uno en particular que tenía la forma de una letra "A" con una extención que terminaba en una esfera: . El joven guerrero meditó unos instantes y luego empezó a rozar el botón con sus dedos. Se dio cuenta que se hundía cuando hacía presión sobre él y oprimió la piedra levemente. Un ruido maquinal de tuercas y engranajes invadió la recamara y luego, de forma repentina, incontables antorchas se prendieron en las paredes, iluminando la recamara y revelando sus verdaderas dimensiones. Era tan grande como una cancha de fútbol y su techo estaba a varios cientos de metros por encima de Vairon. El muchacho se quedó pasmado cuando vio la inmensidad del salón en el que se hallaba.

Luego, convencido que lo que tenía en frente era en efecto una consola de controles, Vairon observó con cuidado los botones y notó que había una piedra con la forma de una serpiente; aquella era la única piedra que no mostraba formas angulares sino espiraladas. Vairon meditó unos segundos y oprimió ese botón. Transcurridos unos breves instantes otro ruido mecánico se escuchó, pero este venía del suelo. Las compuertas de piedra se abrieron y empezó a emerger una figura desde el hueco que se formó en su interior. El objeto era un busto de piedra, la cabeza de una Gorgona, tallada con un realismo impresionante. Las serpientes que conformaban su cabello parecían tan reales que casi daban la ilusión de movimiento. La cabeza tenía los ojos cerrados y una expresión fría, carente de emoción o sensaciones, como si estuviese dormida.

Frente a ti, Vairon Hombre Hecho Lobo, se encuentra Pyrena —escuchó el muchacho una voz que hablaba dentro su cabeza. Él sabía que se trataba de su Espíritu protector, Gery, uno de los lobos de Odín. El lobo Gery fue el protector de toda su estirpe durante siglos y su presencia daba mayor seguridad a Vairon—. Tú, hijo de los Dioses, habrás de despertarla y ver directo a sus ojos.

—¿Y cómo haré eso?

Mira en tu sangre y las respuestas ahí hallarás —sentenció el lobo y se desvaneció.

Y así lo hizo Vairon. Tal cual Arika le enseñó, se remitió a su memoria genética, a los archivos almacenados en su sangre por medio del legado de sus ancestros. Con gran esfuerzo volvió sobre su propia edad, reviviendo todos los agónicos acontecimientos que lo llevaron a Erks: la muerte de sus padres, sus cuerpos convertidos en jirones de carne, le hacía estremecer. Luego la recordó a ella, la doncella ultravioleta del piano con su dulce aroma de frutas; recordó su belleza infinita y su talento increíble, aquella muchacha que lo había enloquecido de amor y pasión incluso antes de su nacimiento. Recordó los lápices y el papel, la suave textura de la blanca superficie de sus sueños, su pasión por dibujar y perfeccionar su técnica. Recordó profundos dolores y extrañas sensaciones que atormentaban su ser. Finalmente llegó a la fecha de su nacimiento y recordó algo que hacía tiempo había olvidado desde que llegó a Erks, y es que no recordaba cómo lo llamaban antes de la muerte de sus padres. Pero esa memoria seguía allí y vino a su mente. Vairon, el Hombre Hecho Lobo, también se llamaba Alan. No, más que eso, él era Alan Amaury Durán Reveillere. Por parte de su madre él era miembro de una familia de sangre pura, del Pacto de Sangre con los Atlantes Leales.

Por siglos, el destino de los Reveillere estuvo ligado a sus compatriotas del norte, los Michelle. La estirpe de Alan provenía de una de las familias más viejas de Francia y Europa. En el siglo V a.C., los ancestros de Alan, galos nativos unidos por convenios políticos y raciales con los tartesios hispanos y a los silenciosos espartanos de Laconia, se establecieron a orillas del río Sena y formaron un Clan cuya procedencia parecía ser de alguna isla perdida en el Atlántico Sur. Su llegada estuvo marcada por las continuas batallas que sostuvieron con las tribus de galos y vikingos que habitaban el norte de Francia, provenientes de Bretaña, y que algún día habrían de convertirse en los Señores Michelle de Normandía. Sin embargo, las invasiones cesaron cuando los romanos tomaron la península de Bretaña por asalto y dieron a los hombres del Clan del río Sena la oportunidad de avanzar en las tareas que los Dioses les habían impuesto. Así fue durante casi doscientos años hasta que, a mediados del siglo III a.C., los parisii, un pueblo celta, se establecieron en el río Sena casi a la fuerza. Los nativos sostuvieron feroces combates con los celtas hasta que lograron exterminar la casta druídica que vino con ellos y tomaron a sus mujeres por esposas para asimilar su cultura a la suya. Textualmente los celtas invasores fueron sometidos hasta que la gran mayoría de sus costumbres sacralizantes fueron erradicadas de sus mentes. Entonces el Clan fortificó la isla de la Cité y la bautizó como Lutecia.

En el 52 a.C. los parisii del Clan quemaron la fortificación de la isla y abandonaron Lutecia a los romanos, que más tarde la ampliaron hasta el margen izquierdo del Sena donde construyeron baños, un foro y señalaron el trazado de la mayoría de las calles parisinas. En la Galia romana, Lutecia empezó a conocerse como la ciudad de los parisinos, o París, ciudad entonces de escasa importancia. Según la tradición medieval, San Dionisio, primer obispo de la ciudad, llevó el cristianismo a la población, a mediados del siglo III d.C. Sin embargo, la gente del Clan asimiló el cristianismo de otra forma, emergiendo de su memoria genética la figura de Navután como representación del Cristo de la Cruz. Otra leyenda cuenta que Santa Genoveva, patrona de París, ayudó en el 451 d.C. a la defensa de la ciudad en su lucha contra los hunos que más tarde se verían avasallados por la presencia de la mística del Clan.

Cuando el Ducado de Normandía se estableció, convirtiendo a los Señores Michelle en amos de la península de Bretaña, el Clan reclamó al Rey Felipe II la oportunidad de administrar la Cité. De ese modo, en el siglo IX y tras las incursiones vikingas que convirtieron a París en capital de un nuevo imperio —el Imperio de Francia—, los Señores Reveillere de París se convirtieron en regentes del reino bajo el título de Caballeros de Saint Germain, convirtiendo a toda la familia en un auténtico avatar de París. En contraparte, naturales rivales de París serían aquellos que dominaban del Langedoc hasta Britania, el avatar de Nantes y Rennes, los Señores Michelle de Normandía. Ambas escuderías, forjadoras de Francia, habían adoptado al Lobo como símbolo y debido a las incontables similitudes entre ambas, el pueblo francés los tenía como "hermanos gemelos en discordia".

Ambas escuderías limaron asperezas y se dieron la mano durante el reinado de Felipe IV para enfrentar a los Papas Golen de la Sinarquía. De ese modo los Cátaros y Gibelinos, dirigidos desde Normandía; y los Valones, Galos, Flamencos y Frisones belgas, dirigidos desde París; se alinearon a las reformas reales que el Imperio de Francia tomó para enfrentar las iniquidades del Papa Bonifacio VIII. Luego de la caída papal, los Reveillere de París y los Michelle de Normandía vieron sus diferencias aún más acentuadas cuando se estableció la Sede Pontificia de Aviñón y cayó la Peste Negra en toda Europa. La definitiva ruptura entre ambas escuderías se originó luego que Moncast Reveillere empezara una pugna legal contra Alou Claude Michelle debido a que ambos nobles pidieran la mano de una de las princesas Luchnik de la Corte Rusa, Alexandra Kisterskaya Luchnienko. El escándalo cundió en Versalles, confiriendo a las princesas rusas Luchnik la fama de "mujeres que pierden a los hombres".

Alan había recordado perfectamente todo aquello y entendía profundamente la razón de su natural antagonismo hacia quien había sido su amigo del colegio y rival más íntimo. Lo recordó a él, Rodrigo Torrico Michelle, descendiente de los Michelle de Normandía. A ella, Diana Cuellar Luchnienko, descendiente de los Luchniks Rusos. Y él mismo, Alan Durán Reveillere, el último de los regentes de Francia, de los Reveillere de París. En su mente y corazón se proyectó el drama que los tres habían protagonizado a lo largo de los milenios y supo que los tres tenían un destino que se enlazaba y se separaba continuamente.

Entonces, buscando en su memoria genética como un hombre del Clan, identificó el recuerdo que estaba buscando. Miró al busto de la Gorgona dormida con sus cabellos de serpiente y leyó sus memorias: todos los que llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir. A morir, sí, porque ésa era la condición de la Promesa, el requisito de Su Gracia: como todos sus adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de convertir al hombre en un Dios, de elevarlo al Cielo de los Dioses; mas, como todos también sabían, los raros Elegidos que Ella aceptaba debían pasar previamente por la Prueba del Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su Mirada Mortal; y esta experiencia generalmente acababa con la muerte física del Elegido. De acuerdo con lo que sabían sus adeptos, y sin que tal certeza afectase un ápice la fascinación por Ella, muchos más eran los Elegidos que habían muerto que los comprobadamente renacidos; los que recibían Su Mirada Mortal de cierto que caían; y muchos, la mayoría, jamás se levantaban. Alan cerró los ojos unos momentos y se invocó a sí mismo, se rehízo, se convirtió nuevamente en Vairon, el guerrero implacable protegido por Gery, el último Regente de París, el Hombre Hecho Lobo.

¡Oh Pyrena! —dijo Vairon en voz alta—,

Los instantes de aparente quietud se quebraron con un estruendo estremecedor que resonaba desde las profundidades de la tierra. Vairon retrocedió unos pasos, sentía que una amenaza se aproximaba velozmente a él. Sacó su espada de la vaina y aguardó a que el peligro se mostrara.

Una sombra pasó cerca de Vairon, él volteó velozmente pero no logró ver nada. Una vez más las tinieblas le rozaron, Vairon descargó su espada contra la pesada oscuridad que serpenteaba en derredor suyo, pero no hacía más que cortar el aire. Entonces la oscuridad se fue espesando cada vez más hasta que empezó a tomar la forma de una gigantesca serpiente. Las tinieblas se corporizaron y solo entonces Vairon pudo ver la verdadera forma de la amenaza que lo acechaba. Era una monstruosa y gigante víbora con ojos verdes y colmillos afilados.

El enorme reptil se lanzó contra Vairon, el guerrero saltó diez metros por encima de ella y luego cayó con todas sus fuerzas y con la punta de su espada sobre el cuerpo de su atacante. La hoja fila de su arma penetró la dura piel escamosa e ingresó a su cuerpo, un líquido verde manó de la herida. La serpiente se sacudió con fuerza varias veces hasta que en un sacudón titánico logró quitarse a Vairon de encima. El cuerpo del chico salió volando por los aires y golpeó una de las paredes de piedra con tal fuerza que se hundió un par de metros en el muro, levantando polvo y escombros. Su cuerpo inerte cayó pesadamente al suelo, el golpe había sido atroz y Vairon estaba casi inconsciente. Apenas se estaba levantando cuando vio a la serpiente dirigirse a mortífera velocidad hacia él, no pudo esquivar su embestida y con sus manos desnudas frenó al monstruo sosteniendo sus afilados colmillos. En un acto de esfuerzo supremo Vairon sacudió al reptil y lo aventó contra uno de los muros de la recamara. El impacto levantó las piedras de la pared, dejando el cuerpo de la serpiente marcado. Vairon aprovechó que la bestia estaba mareada para saltar a varios metros de altura y disparar una potente ráfaga de plasma verde-azulado que generó una fuerte explosión.

Cuando el polvo se fue disipando, Vairon vio que la bestia estaba en el suelo, inerte.

Las emanaciones de plasma que los Centinelas usan, consisten en disparos de ondas de campo quántico que detienen el movimiento de las partículas en cada átomo. Asimismo, esas emanaciones están recubiertas de microondas que cocinan por dentro al objetivo. El plasma en su uso como arma es un compuesto energía oscura, envuelto en un capullo que emana una poderosa luz cuyo color depende del carácter quántico del espectro del origen de la energía. Es explosivo y la clave de su eficacia radica en el brusco cambio de temperaturas a las que somete al objetivo, ese cambio de micras de segundos puede variar entre los 1675,22 Cº y los 273,15 Cº bajo cero, —cero absoluto—. En un segundo, el objetivo es sometido al cambio de temperatura unas mil veces, lo que produce su muerte y/o destrucción del objetivo por entropía absoluta; al ser un arma atómica y quántica es eficaz incluso contra criaturas de energía, como la serpiente que Vairon había destruido.

Vairon lentamente se acercó al cuerpo aún humeante de la bestia. Poco a poco su forma física se fue volatilizando hasta convertirse en tinieblas que regresaron al lugar de donde habían venido: la nada. Solo entonces el muchacho sintió un punzante dolor en el hombro, lo tenía sangrante y roto; había sido rasmillado por uno de los colmillos de la serpiente. Vairon se sintió envenenado por una toxina terrible e indescifrable. Elevó su espectro todo lo que pudo y centró sus pensamientos en la herida y su sangre, solo de esa forma podría contrarrestar el veneno, o al menos eso es lo que había aprendido de Arika. Entonces, mientras trataba de curarse a sí mismo, el busto de la Gorgona empezó a abrir los ojos lentamente.

El muchacho herido se incorporó, fijando su vista en aquella pieza de piedra tallada. Conforme sus ojos se abrían, una tenue luz verde se iba desprendiendo de esos ojos.

¿Qué buscas, tú, protegido de Gery? —escuchó Vairon una voz que provenía del busto de piedra.

—Superar la prueba, el Culto del Fuego Frío.

¿Acaso piensas que estás preparado?

—Sí, y si fallo al menos quiero morir intentándolo.

Los ojos de la Gorgona iban abriéndose más y más. Vairon la miraba completamente hipnotizado por su luz verde. Era el momento de la verdad, vería los ojos de la medusa y moriría, o viviría y regresaría como un Centinela despierto. En ese último momento pensó en sus padres, en cuánto los extrañaba y sus profundos deseos de venganza. Pensó en Arika, su maestra, y sus amigos y camaradas Berkana y Akinos. Pensó en Rodrigo, que finalmente había llegado a Erks. Pero más que nada pensó en Diana, el gran amor de su vida, su Eterno Amor. Si iba a morir quería hacerlo con la imagen de la sonrisa de Diana en su mente. Y entonces la Gorgona abrió completamente los ojos, un resplandor verde cegó instantáneamente a Vairon y entonces tuvo que enfrentarse a sí mismo y a la Serpiente que habita en el interior de todos los hombres. Vairon tuvo que luchar a muerte y no sabía si vencería o sería vencido.

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https://youtu.be/cdhyB_1uOgw

Título: El Tema de Alan

Género: Instrumental para piano, banda sonora

Autor: Gaburah L. Michel

Álbum: El Arco de Artemisa OST

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