20. El Tótem ausente...
Solo a dos cosas le debes temer: a sufrir la indiferencia de los Dioses y a perder tu única oportunidad de regresar al Origen.
Qhawaq Yupanki
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Qhawaq Yupanki era un hombre anciano de cabellera plateada, cejas espesas y barbas grises. Su frente estaba marcada por profundas arrugas que dileaban su ceño. Su cuerpo estaba totalmente imbricado de numerosas cicatrices causadas en guerras sin determinar y en otras que eran motivo de polémica incluso entre los escribas de Erks. Sus ojos carecían totalmente de pupila o iris, eran solo una esclerótica en blanco cuya eterna expresión era la nada de una mirada sin brillo. Nadie sabía cómo había perdido Qhawaq la vista, pero todos lo conocieron invidente desde un principio.
En algunos registros apócrifos de historia boliviana se habla a menudo de un "indio blanco" que en reiteradas ocasiones adquirió notoriedad por sus intervenciones en el curso de los eventos históricos no solo de Bolivia, sino de todo el continente sudamericano. Algunos estudiosos de Erks e historiadores del Colegio Militar de Bolivia, pertenecientes al Escuadrón Inti, aseveraban que Qhawaq Yupanki era ese "indio blanco". Eso, contra toda lógica, implicaba que la edad del anciano era de unos 300 años o más. Sin embargo la vida de Qhawaq era un misterio sin resolver, él mismo jamás hablaba de su juventud.
Aunque nadie podía determinar la edad exacta del anciano, lo cierto era que el viejo Qhawaq había vagado por diversos rumbos a lo largo de su vida, interviniendo en cada momento importante de la historia. Algunos anales identificaban al "indio blanco" durante la retoma de La Paz en la Batalla de Ingavi de 1841. Otros documentos hablaban de un "indígena blanco" que combatió al lado del teniente boliviano Germán Busch Becerra, trazando estrategias para la RC-6 "Castrillo", durante los años de la Guerra del Chaco. Producto de la guía del "indígena blanco", Busch preparó un asalto muy bien planeado para derrocar a David Toro y tomar el poder bajo un gobierno Nacionalista que, sin duda, habría logrado importantes reformas nacionales. También se conoció de varios acercamientos de Busch con el Gobierno Alemán del III Reich; esta relación fue lo último que las Potencias de la Masonería tolerarían a Busch. Era un secreto a voces que el presidente boliviano tenía una relación con la Germanenorden y la Thulegesellschaft, mismas que eran las órdenes rivales más temidas de la Francmasonería y la Golden Dawn británica, ambas organizaciones a cargo de manejar a todos los países de América Latina en sus dimensiones políticas, económicas y militares, y protagonistas junto al bolchevismo en las Batallas Gnósticas durante la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, un líder nacional imbuído en los círculos alemanes y nacionalistas, y directamente relacionado con la peligrosa figura de Qhawaq era una amenaza inaceptable para las Potencias de la Materia. Fue de ese modo que se ordenó el asesinato de Germán Busch, siendo éste ocultado tras el velo de un supuesto y misterioso "suicidio".
El anciano era descendiente de la ancestral Casa de Skiold. Sus antepasados eran conocidos como Atumurunas y procedían de la región de Schleswig, en el Sur de Dinamarca. En el siglo X existía allí el Reino de Skioldland, que tenía ocho siglos de antigüedad y había resistido a la invasión cristiana de Carlomagno ciento cincuenta años antes.
Los skioldanos eran conocidos por conservar su lealtad a Odín, o Navután, incluso durante la cristianización de Escandinavia; y habían logrado preservar su Piedra del Origen como herencia de los Atlantes blancos. Todo aquello derivó en que Jehovah, la Sinarquía y las huestes celestiales declararan la guerra a la Casa de Skiold. No obstante los continuos ataques de los demonios del cielo, los skioldanos consiguieron mantenerse libres hasta los tiempos del Rey de Alemania Enrique I. En el siglo X, este Rey, que era también Iniciado Hiperbóreo, derrotó al Rey de Dinamarca, Germondo, y conquistó Schleswig; según su costumbre, estableció una marca fronteriza en la región y para tal fin nombró Margrave al Rey de Skioldland, sin importarle si sus súbditos eran o no cristianos. Pero el Reino alemán sí lo era y los Golen no tardaron en iniciar una campaña de agitación para forzar la conversión en masa de los vikingos y obligar a su Rey a entregar "los instrumentos del Culto pagano", entre ellos la Corona que tenía la Piedra del Origen. Sin embargo, nada consiguieron en vida de Enrique I.
Muerto el Rey en el año 936, le sucedió su hijo Otón, quien, a pesar de descender del legendario Vitikind por parte de su madre Matilde, tenía el cerebro lavado por obra de sus instructores Golen benedictinos. Otón I deseaba en todo imitar a Carlomagno y comenzó por hacerse coronar Rey en Aquisgrán por el Arzobispo de Maguncia, a lo que seguirían luego varias expediciones a Italia para conocer a los Papas y su investidura imperial en Roma, en el 962.
En el 965, las intrigas de los Golen y los demonios celestiales surtieron efecto y una expedición marchó sobre Schleswig: la componían tropas imperiales al mando del General Zähringer y llevaban la misión de convertir al Reino pagano al cristianismo o destruirlo, y, de cualquier modo, secuestrar la Corona real. No había salvación para los vikingos y es así que su Rey, Kollman, les propone abandonar ese país que pronto caería en poder de los Demonios: "¡Odín guió a nuestros abuelos y les entregó estas tierras; y Él nos manda ahora partir hacia otro Reino allende los mares!"
El setenta por ciento de la población aceptó la oferta y se hizo a la vela en 220 drakkares, quienes se quedaron fueron pasados a cuchillo por los enfurecidos evangelizadores. La numerosa flota cruzó el Mar Tenebroso y llegó hasta el Golfo de México. Allí florecía la civilización de los toltecas, una sociedad avanzada con el recuerdo de sangre muy presente. Ellos recibieron a los vikingos como "hijos de los Dioses", es decir, como descendientes de los Atlantes del Pacto de Sangre.
Los vikingos establecieron una relación con los toltecas y contribuyeron profundamente a mejorar su civilización, en retribución, los toltecas le dieron conocimiento a los vikingos sobre las tierras más australes, allá donde las montañas y el mar se funden en un solo abrazo pacífico. Diez años después el pueblo de Kollman continuó viaje hacia el sur, quedándose con los toltecas aquellos que habían contraído matrimonio con las mujeres locales. Abandonando México, los Señores de Skiold navegaron hasta Venezuela. Luego marcharon en dirección al Oeste, atravesando Colombia y Ecuador, y llegarían hasta Quito, desde donde navegarían nuevamente rumbo al Sur. Desembarcaron en Tacna y subieron las montañas del Este, hasta ganar la meseta del altiplano boliviano y encontrarse en Tiwanaku y el lago Titicaca. Era ése el lugar que indicaba la Piedra del Origen como lugar de destino.
En Tiwanaku los skioldanos encontraron una ciudad de piedra a medio destruir, una especie de obra maestra de los Atlantes del Pacto de Sangre. Junto a las ruinas edificaron una población que sería cabeza de un Imperio. Y en la Isla del Sol, levantaron un Templo a la Deidad local, ya que ellos mismos se habían presentado a los collas, pukinas y otros nativos como "Hijos del Sol". El Imperio vikingo de Tiwanaku prosperó y se expandió hasta el siglo XIV, fecha en que se desató la segunda parte del drama de la Casa de Skiold.
En aquel siglo los skioldanos ya tenían la fama de "Atumurunas", debido al color de su piel que era blanca y su predilección por la Luna Fría. Habían dominado a todos los pueblos de nativos que habitaban en las cercanías. Uno solo se resistía y no por sus propios méritos sino porque los Atumurunas dudaban entre saberlos libres y lejos, o someterlos a vasallaje y tener que tratar con ellos. Ese pueblo era el de los Diaguitas y la aprehensión de los vikingos procedía de un rechazo casi bioquímico, esencial a las costumbres y cultura de aquéllos. El caso era que si bien la masa de nativos pertenecía efectivamente a las culturas americanas, la casta noble y sacerdotal que los regía tenía una unión poderosa con los demonios del cielo y sus señoríos de ascendencia mediterránea, prácticamente hebrea, misma que cruzó el Pacífico de forma infiltrada junto a varios grupos de asiáticos, turcos, filipinos y japoneses.
Los skioldanos no tardaron en descubrir que la nobleza diaguita ostentaba el más rancio linaje hebreo y sus Sacerdotes se consideraban como los más celosos defensores del Pacto con Jehovah. Profesaban un odio mortal contra los vikingos y los quechuas, y vivían permanentemente hostilizando las fronteras del Imperio de los Ingas Vikingos e Incas Quechuas. Pero siempre se los había controlado; por lo menos hasta el fatídico año de 1315. Aquel año un alzamiento generalizado de tribus diaguitas, al mando de los propios caciques aymaras, se produjo desde la Quebrada de Humauaca hasta Atacama, en Chile, sin que hubiese un motivo justificable por parte del Imperio.
Las noticias que llegaban indicaban que el Gran Cacique Cari había recibido la visita de dos enviados de Jehovah conocidos como Berhaj y Birchaj, quienes los incitaron a la guerra contra Tiwanaku y Cuzco. Ellos le aseguraron el triunfo porque los Diaguitas, decían, pertenecían al Pueblo Elegido por Él y no podían perder. Motivados por esa promesa de victoria los feroces diaguitas y aymaras avanzaron irresistiblemente tras los límites del Imperio, sitiaron Tiwanaku e infiltraron la nobleza Inca mediante intrigas entre los señores de Cuzco y los señoríos tiwanacotas; la infiltración fue tal que, décadas después, los complots generarían la fractura del imperio por la traición de Atahuallpa hacia Huáscar, su hermano. El culto sacerdotal del sacrificio de la llama sería esencial en los siglos venideros para mantener el Ande dividido y al quechuario, debilitado. Después, las tribus aymaras se alzarían con una avanzada cultura para dominar los Pactos de Sangre, misma que se desplegaría desde las ruinas de Tiwanaku y se sostendría mediante una poderosa economía de la coca, la especulación económica y el populismo. Todo su patrimonio cultural estaría orientado al alcohol, las pasiones, la fe ciega y las fuerzas de la materia; iniciaría la Era de Ekeko.
En aquellos años turbios de tribulación, los vikingos finalmente buscaron refugio en la Isla del Sol y se internaron en el Camino de los Dioses. Algunos fueron a Erks para evitar que los demonios del cielo los persiguieran mientras que los Atumurunas Iniciados se introdujeron en la Caverna Secreta Atlante de la Isla de la Luna, Koaty. Donde esperarían a los Señores de Tharsis para poner a buen recaudo su linaje y, muchos años más tarde y por medio de su último descendiente, Qhawaq Yupanki, entrenarían a los guerreros elegidos de las Casas Michelle, Luchnik, Bakari, Horkheimer y otras nobles para enfrentar a los demonios del cielo hacia el primer año del siglo XXI, que era el 2000.
Quizás por la larga tradición de los antepasados de Qhawaq, los Señores de Skiold, es que muchas cosas se decían sobre él. Todos sabían que el anciano tuvo un papel clave durante las guerras ocultas contra los intraterrenos abisales; su sabia guía fue vital en la defensa de la Cuidad del Vaticano. Otros incluso especulaban que Qhawaq podría ser el mismísimo Rey Kollman y no una reencarnación, sino, literalmente, el propio Rey en persona; lo que aumentaría varios siglos a la edad del anciano. Sin embargo, aquello no eran más que especulaciones. Respecto a los misterios del viejo maestro, el único evento comprobable y con testigos vivos de su inmenso poder fue durante el asedio de los demonios de Urantía en la batalla del Atlántico, conflicto bélico que enfrentó a varias tropas de diablos submarinos contra las escuadras defensivas de hierofantes islandeses, en las costas volcánicas de Islandia. Todos los sobrevivientes vieron como un rayo letal se desprendía de los ojos del anciano y calcinaba a las huestes demoniacas que trataban de invadir el Círculo Polar Ártico.
En 1984 el único hijo conocido de Qhawaq en la era moderna fue asesinado por el sacerdote Héxabor, dejando en la orfandad a un niño cuya madre había muerto al darle a luz. Sin nadie más en el mundo, el niño cayó bajo la protección de su abuelo quien pronto le convirtió en su aprendiz en la Sabiduría Hiperbórea. Seis años más tarde, en 1990, el viejo Qhawaq volvió a atestiguar la crueldad de Héxabor quien, en complicidad con el demonio Golab, asesinó a un matrimonio islandés de gnósticos muy cercano a él, tan cercano que Qhawaq fue nombrado padrino y mentor hiperbóreo de la única hija de la pareja.
Con sus padres muertos, la responsabilidad del bien de la niña también recayó en los hombros del anciano que se decidió a adoptarla y llevársela de Islandia para siempre, criándola junto a su nieto en las ciudades de Sucre y Oruro hasta que fue tiempo de llevar a ambos a la Ciudadela de Erks. Cuando los niños alcanzaron la edad suficiente fueron entrenados para emplear su espectro al máximo nivel posible y tener control de él. A esta extraña familia compuesta de abuelo, nieto y ahijada se la denominó como "Primer Cultivo" puesto que los dos niños habían sido señalados por los Dioses durante el Solsticio de Invierno como Centinelas de la Diosa, heredándose así a los Tótems Hiperbóreos de la luna: cóndor y scorpio. Habían entrado a un círculo de doce miembros elegidos que serían los guerreros más poderosos de su Umbral. Desde entonces Qhawaq Yupanki junto a su nieto, Rhupay Yupanki, y su ahijada, Valya Willhelmsson, se dedicaron a reunir a los restantes Centinelas con el fin de enfrentar la batalla que se avecinaba.
El viejo Qhawaq yacía sentado a la cabecera de una larga mesa rectangular, aguardando pacientemente a que se estableciera quórum para la reunión del comité de entrenamiento seleccionado. Debido a sus conocimientos y sabiduría, el anciano había sido nombrado hierofante de Erks y entre sus múltiples responsabilidades estaba organizar el entrenamiento de los doce Centinelas. Qhawaq había meditado largas noches en la mejor manera de llevar a cabo su tarea. Hasta había mandado abrir actas de registro con los nombres de cada uno de los chicos elegidos en el ayuntamiento de Erks, su archivo incluía los nombres con los que habían sido bautizados en La Paz, y los nombres hiperbóreos revelados mediante la lectura de las runas. Sin embargo la razón de aquella junta no era para ordenar el método y forma de entrenar a los chicos, sino para discutir un problema mayor.
La primera en llegar fue Rowena Von Kaisser. Estaba evidentemente agotada pues no había descansado un solo minuto desde que llegara a Erks con su caravana. Ni bien arribaron a la ciudadela fue con sus pupilos al perímetro de entrenamiento y allá los acomodó. Esos eran los términos bajo los cuales Qhawaq y Rowena pactaron la distribución de espacios. Erks no era un lugar que recibiera visitas y la comida estaba medida. Tenían que ser muy selectivos a la hora de recibir nuevos miembros en la comunidad.
—Maestro —dijo Rowena, haciendo una leve reverencia al anciano.
—Bienvenida nuevamente, Rowena Von Kaisser —respondió Qhawaq—. Es una alegría tenerte de nuevo en esta ciudad.
—Ha sido un camino largo.
—El Camino de los Dioses siempre es largo. Pero descuida, en cuanto tus muchachos aprendan a congelar su propio tiempo ya no necesitarán ir por esa vía para regresar a su mundo; podrán viajar, ir y venir, rompiendo directamente la dimensión espacial y temporal del ilusorio mundo de la materia.
Mientras conversaban llegó otro miembro de la comitiva. Vestía un largo gabán oscuro sobre su camisa y pantalón negros. Rowena miró fijamente al recién llegado y esbozó una lobuna sonrisa de satisfacción.
—Aldrick Du Ruelant —dijo Rowena—. Has llegado puntual.
—Por fortuna llegué sin mayores contratiempos.
—Es extraño volver a verte luego de tanto tiempo.
—Lo mismo digo, mi señora Rowena.
—El camarada Aldrick —intervino Qhawaq— llegó hace ya unos días. Estuvo preparando todo para empezar a entrenar a sus discípulos.
Rowena miró al Cruzado de reojo.
—Siempre precavido y disciplinado, Aldrick.
—Il suffit de faire mon devoir —replicó el Cruzado.
—Vous toujours —contestó Rowena, también en francés.
En aquel momento llegó el cuarto componente del comité. Aquella mujer cuya presencia en Erks se había institucionalizado hace años; acompañada del misterio que la caracterizaba. Miró a todos, asintiendo levemente, y luego Qhawaq hizo una seña a todos para que se sentaran.
—Arika de Turdes —saludó Rowena a la recién llegada—. Es un gusto verla de nuevo.
—Igualmente Rowena —contestó la gitana—. Tendremos mucho trabajo por aquí —miró al Cruzado—. Aldrick, espero esté listo.
—Siempre lo estoy, señora Arika.
—Empecemos —dijo Qhawaq a tiempo de sacar varios pergaminos y ponerlos sobre la mesa—. Estas son las actas de los muchachos en Erks. Las he preparado cuidadosamente para su respectivo archivo. Como verán hemos distribuido ya los grupos de entrenamiento. El Primer Cultivo, que yo dirijo, seguirá siendo compuesto por mi nieto y ahijada. La camarada Arika ha creado su propio círculo de entrenamiento compuesto por Vairon, Berkana y Akinos. Ellos han sido designados como el Cuarto Cultivo —hizo una pausa y agregó—: El Segundo Cultivo será compuesto por Lycanon, conocido como Rodrigo en su otro mundo; Dianara, antes Diana; Rit, que es Rocío; y Gorkhan, Gabriel. Rowena Von Kaisser será la mentora de ese grupo; si es que no objeta en contra —dijo Qhawaq, mirando a la rubia mujer.
—Estoy familiarizada con ellos —dijo Rowena—. Por mí estará bien.
—Perfecto —replicó Qhawaq—. En cuanto al Tercer Cultivo, que Aldrick Du Ruelant entrenará, estará compuesto por los más grandes: Ninurtske, conocido como Edwin entre los suyos; Hagal, antes Oscar; y Debla, a la que llaman Jhoanna.
—Ninurtske, el Tauro, es el que detenta el eje carismático del grupo, ¿cierto? —dijo Aldrick; el anciano asintió.
—Él ya tiene entrenamiento militar y es un líder nato. Los demás lo seguirán sin importar a dónde vaya. Por eso, camarada Aldrick, es importante que sea cuidadoso en el entrenamiento de estos chicos. Sé que son sus primeros discípulos, pero estoy plenamente seguro que será un gran mentor hiperbóreo.
El anciano hizo rodar los pergaminos de sus respectivos discípulos a cada maestro.
—Guarden bien esos documentos, les servirán incluso como salvoconductos ante las instancias estatales del mundo del que vienen —dijo Qhawaq, movió levemente su cuello contracturado para liberar algo de presión y continuó—: Ahora a lo que vinimos. Tengo que informarles que ha surgido un grave problema a nuestros planes, algo que temíamos podía ser lo peor que podría ocurrir y que, desgraciadamente, hemos confirmado. Arika les explicará.
Cedió el anciano la palabra, fijando sus ojos invidentes en dirección a la gitana. El viejo se expresaba como si pudiera ver; sin embargo, aquello no era porque realmente viese algo, sino que podía percibir las energías de quienes le rodeaban. Arika empezó su explicación:
—Los números cuadran a la perfección. Los doce elegidos se encuentran en Erks y, tal como fue encomendado, el Hajime de Plata vino con ellos, en manos de Lycanon y Dianara. El Arco de Artemisa sigue sin manifestarse, pero tenemos indicios para estar seguros de su pronta manifestación. Según el mito, cuando el lobo y la osa se juntan en frío amor y unen las dos piezas del Hajime de Plata, el sello que mantiene encerrado el poder del Arco se rompe y la Piedra del Origen que lleva incrustado se activa ante en poder de la Sangre Pura de su portador; que en esta era, será Dianara. Pero para manejar ese poder es necesario que las doce bestias hiperbóreas estén reunidas y, aunque tenemos doce elegidos, no tenemos doce bestias.
Aldrick y Rowena fruncieron el ceño, extrañados.
—¿Podría explicarnos? —pidió el Cruzado.
—Lo que ocurre —continuó Arika— es que el lobo fue partido y su espíritu fragmentado en dos mitades durante su encarnación. El pasado año, conforme una revelación óntica, fui a buscar a los posibles portadores elegidos por los Dioses para tener el Hajime de Plata. Me disfracé como adivina en una feria de Navidad que se celebraba en la ciudad de La Paz, Bolivia. Me quedé varios días esperando que la profecía de mis antepasados se cumpliera y llegaran a mi tienda esos elegidos. Cuando perdía las esperanzas Dianara y Lycanon entraron a la tienda. Casi de inmediato supe que eran ellos, pero preferí asegurarme mediante la lectura de las runas. Entonces noté que el lobo estaba incompleto, Lycanon yacía fragmentado en dos. Tiempo después Qhawaq me corroboró esa lectura. Días previos había seguido la pista a Héxabor que, como ya saben, anda merodeando por La Paz. Asesinó cruelmente a una pareja de esposos, con un único hijo, al que apenas rescaté; Héxabor quería matar al muchacho. Yo no comprendía la razón, él parecía ser un niño normal, dormido, como todos los habitantes de aquel mundo. Sin embargo, sopresivamente descubrí que aquel chico tenía Sangre Pura, un largo linaje con tradición cátara y un Espíritu guardián que, coincidencia o no, era Gery, el lobo gemelo de Freky, guardián de Lycanon.
—¿Qué pretende insinuar? —interrumpió Rowena.
—Lo que estoy diciendo es que, de algún modo, el Tótem del lobo está fragmentado al igual que su portador. En este momento existen dos Centinelas lobo: Lycanon y Vairon, pero debería haber tan solo uno. No tenemos una idea clara de cómo sucedió esta calamidad, pero eso pone en riesgo toda la operación. Sin duda esta fue una acción ofensiva del enemigo, pero es imposible datar la antigüedad de tal fractura. Podría ser que el Tótem del lobo estuvo millones de años en condición de géminis. Eso no lo sabremos debido a que la última vez que el poder lunar se manifestó en campo de batalla, únicamente lo tenemos registrado en la era del mito. Desde entonces no hemos sabido nada más de los Tótems lunares hasta ahora.
—Pero —intervino Aldrick—, si tenemos a dos niños llevando dos mitades de una misma bestia hiperbórea, y los elegidos son doce, significa que solo tenemos once bestias. ¿Dónde esta la doceava bestia, el doceavo tótem?
—No encarnó en esta era —respondió Qhawaq—. La bestia faltante es el águila.
—No podremos usar El Arco de Artemisa con once bestias —dijo Rowena—, el cerco estratégico no cerrará sin no las reunimos todas, ni el Arco estará al máximo de su poder.
—Sin embargo tenemos una oportunidad —agregó la gitana—. Si encontramos a una persona de Sangre Pura que lleve vigilancia de Espíritu Guardián y lo entrenamos, el tótem de Águila podría manifestarse espontáneamente. Después de todo, es el plan de los dioses que existan doce Tótems, doce bestias y doce Centinelas para expresar el poder del Arco.
—¿Y qué ocurrirá con los niños que comparten el tótem del Lobo? —preguntó Aldrick.
—Uno de ellos se convertirá en doppelgänger —respondió Qhawaq. La sola palabra había provocado escalofríos en los demás maestros. Era una situación indeciblemente cruel. El anciano suspiró y agregó—: Es una lástima que tenga que ser así, pero no pueden existir dos portadores del lobo. Eso es tanto como decir que exista un Espíritu partido en dos, con cada mitad viviendo media vida. Ese Espíritu debe reunificarse de nuevo.
—¿Y cuál de ellos asumirá el sacrificio? —volvió a preguntar el Cruzado.
—El que sea menos Puro de Sangre o... —el anciano hizo una pausa— o aquel que se encuentre direcetamente con el soñante. Eso revelará la naturaleza holográfica del multiverso y el fin habrá llegado. Por ahora no tenemos más remedio que aguardar y entrenar a ambos chicos del lobo hasta que solo uno quede en posesión del Tótem. Por ahora solo hay que preocuparse de que los elegidos presentes en Erks despierten su poder. Si ellos despiertan, aunque la doceava bestia esté ausente, aún podremos oponer batalla; al menos hasta lograr la unión del lobo y la manifestación del águila. Quizá tengamos un treceavo elegido que será el portador del tótem faltante, o quizá haya una solución distinta a este dilema, eso aún no lo sabemos.
—En verdad —intervino Arika—, el Demiurgo y sus demonios del cielo han mostrado toda su crueldad en esta acción sin nombre. No sé mediante qué clase de magia maldita pudieron capturar y partir al Lobo y su Espíritu portador, pero cuando el último lobo despierte, la venganza será expedita.
—Y mientras tanto —dijo Rowena—. Solo podemos hacer el trabajo que los Dioses nos asignaron y esperar la ayuda de Odín. Señores, enfrentamos el peor escenario de acción que podríamos imaginar, el resto será solo por fuerza de voluntad o designio divino. Que Artemisa y Atena nos guíen.
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