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(Tyr)

Doceavo Misterio, El Secreto del Sol de Noche

Tomado de la Mitología Andina; adaptación del Círculo de Amatista

En los perdidos aquelarres andinos aún conservados por miembros de los pueblos Pukina y Urus existe una leyenda de olvido, calamidad y aprendizaje.

Erase los inicios de los tiempos cuando los Dioses vivían en la Tierra junto a los humanos y les enseñaban a dominar el mundo. En tal convivencia pacífica, era difícil imaginar que algún día habría de terminar la armonía. Mas ésta es esquiva y la Tierra fue asediada por conflictos. Los Dioses entraron en guerra entre ellos y el resultado habría de destruir al mundo. Por piedad a sus hijos, Wiracocha les ordenó retirarse a la parte más occidental del lago Titicaca en cinco gigantescas barcas de totora que él mismo les hizo construir. Les dijo que pronto las aguas cubrirían la Tierra, el Sol se escondería tras las nubes y la lluvia recorrería el mundo entero. Por instrucción de Wiracocha, los hombres deberían navegar rumbo a la orilla oriental, solo cuando los primeros rayos del Sol fuesen visibles. Entonces desembarcarían para reconstruir todo lo que habría sido destruido por las aguas.

Los días oscuros llegaron con temblores y terremotos. La gran ciudad de piedra de los Dioses en el Lago Titicaca se hundió ante la mirada de espanto de los hombres que navegaban. Grandes fracturas destruyeron sus muros, las torres cayeron al agua provocando inmensas olas y la tierra se abrió tragando grandes pedazos de la ciudad lítica. Luego la lluvia empezó a caer y no cesó durante varios años. Los habitantes de las barcas de totora sobrevivieron gracias a su dieta de pescado y juncos del lago Titicaca que los mantuvo vivos durante sus años de peregrinación sobre las aguas y bajo la lluvia incesante.

A los primeros rayos del Sol el júbilo estalló entre los hombres que, siguiendo las instrucciones de Wiracocha, se hicieron a la orilla oriental del lago. Tal cual fue la promesa, la tierra firme era visible y la gente de las barcas atracó en una orilla llena de juncos y delicada arena blanca. Hicieron chozas de totora y empezaron a examinar la tierra para saber si sería posible cultivarla. Sin embargo, su vida acuática había afectado de tal forma su memoria que ya casi no recordaban nada de lo aprendido de los Dioses. No recordaban cómo cultivar, cómo construir ciudades de piedra y, lo más importante, no recordaban el objeto de su existencia.

Debido a la amnesia irresistible que sufrían, los hombres no tuvieron más remedio que hacer islas flotantes y regresar a las aguas para vivir como lo habían hecho desde el día que inició la inundación; pero los peces eran cada vez más escasos. El hambre empezó a asolar a los hombres que poco o nada recordaban de su vida sobre tierra firme. Entonces, una noche, una serie de luces en el cielo iluminaron las tinieblas insondables e imbricadas de estrellas pálidas. Una de esas luces, brillante como la más esplendorosa estrella que jamás hubieran visto, empezó a aproximarse a la aldea de la playa que los hombres habían levantado. Pronto aquella luz empezó a tomar formas más claras y definidas hasta proyectar la inconfundible silueta de un círculo sobre otro, en forma de disco. Cuando el resplandor estuvo finalmente en tierra los hombres vieron una figura con forma humana emerger de él. Era una mujer inmensa, desnuda, de grandes pechos y largos pabellones en las orejas. Por su tamaño, forma del cuerpo y color de piel los habitantes de la aldea supieron que ella participaba de la raza de los Dioses y se sintieron nuevamente rescatados de la desolación que los rodeaba.

"La Orejona", como llamaron los hombres a la Diosa, les enseñó nuevamente a hacer dar fruto a la tierra, a trabajar con la piedra, a manejar el fuego y los metales y a dominar a la naturaleza. Les instruyó que jamás debían olvidar el Origen de su Existencia, que eran hijos de los dioses y que por mandato de éstos, tenían que volver al sendero de retorno a su Aldea de Origen. Les explicó con infinita paciencia que su hogar estaba más allá de las estrellas y que algún día ellos debían hallar la forma de partir hacia allí algún día. Les ordenó no olvidar que la tierra que habían dominado no les pertenecía, sino que esa tierra era propiedad del tiempo, de Pacha, y que solo la habían tomado prestada. Les mandó construir enormes monolitos de piedra, en varias regiones del altiplano conquistado. Esas piedras llamadas "Hatun Runas" cumplirían la función de comunicadores con los Dioses y señaladores del espacio prestado por Pacha.

Faltaban pocas lunas para la partida de la Orejona. Ella ya les había explicado casi todo lo que debían saber así que solo le faltaba la explicación final. La Diosa les dijo a los hombres que el Sol no solo es un Sol. Existiese entonces el Sol de Inti y el Sol de Noche. El Sol de Noche siempre aparecería cuando el lucero del alba se hiciese visible, antes de cada amanecer y mostraría la dirección en la cual estaba la Aldea de Origen del hombre; mientras que el Sol de Inti era un reflejo de la luz del universo y su calor formador, era una luz prestada. No habrían los hombres de olvidar jamás esa enseñanza pues era su única vía de retorno al Origen anhelado. Antes de irse les dejó una piedra triangular en cuyo interior se hallaba labrada la figura de la cabeza de una mujer con serpientes en lugar de cabellos. La Orejona les dijo que jamás le temieran a la mujer con cabellos de serpiente, pues era ella misma que quedaba plasmada en la piedra como testimonio de su visita a los hombres. Ellos, por instrucción de la Orejona, fueron a una de las playas del lago Titicaca y pusieron la piedra negra dentro de una estructura cavernosa natural en el interior de una montaña, cerca de una vertiente natural subterránea. Como la recámara era alta, por una de sus paredes era visible una extensa área de la playa que había por debajo. El techo, al tener varios agujeros, permitía tanto el ingreso de la luz del Sol como de la luz de Luna. Ese lugar, que luego llamaron la Pakarina, fue dispuesto como templo y era visitado por toda la comunidad.

Así, con su misión cumplida, la Orejona partió de la Tierra y regresó a su Aldea. Gracias a ella, entre los hombres había aparecido una casta de viejos hombres sabios cuya misión era no olvidar todo lo aprendido de la Orejona y de ese modo siguieron cumpliendo su misión. Construyeron grandes Hatun Runas de piedra, se adentraron al altiplano e hicieron apachetas. Pero la memoria es demasiado frágil.

Un día Inti se apareció ante los hombres con su deslumbrante luz y cubrió en la mente de éstos el recuerdo del Sol de Noche. Fue así que olvidaron de nuevo la Orientación hacia el Origen que se refleja en cada aparición del lucero del alba. Habían olvidado su única manera de regresar a su Aldea Original. La luz del sol fue tal que los pobladores se entregaron de lleno a ella y llenaron sus corazones del calor de aquel sol. Manó entonces de Inti la aparición de dos figuras en el lago Titicaca a quienes los llamó Manco Kapac y Mama Okllo. Los dos soberanos, hijos de los Dioses, se elevaron a los cielos y señalaron un lugar distante al Titicaca y al altiplano, mostrando el lugar donde una ciudad de piedra debía ser construida.

Llamóse Cuzco a aquella ciudad, donde el Inca Maco Kapac enseñaba a los hombres a conquistar nuevas tierras; pero en él no se perdió el recuerdo del Sol de Noche y, cubierto a la luz de Luna, diseñó y construyó un templo dedicado a ella. Llevó entonces al sur a una casta de hombres sabios que debían resguardar el secreto del Sol de Noche y no permitir a extranjero alguno revelar su significado. Solo de ese modo podría soportar el Imperio las tribulaciones que se alzarían contra él. Quedaba así, entonces, la élite de sabios al Norte y su conocimiento del Sol de Inti, y la élite de sabios al Sur y su secreto del Sol de Noche y del templo edificado a la luz de Plata; el templo de la Luna Fría. 


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