6. El Calvario de Rocío....
Por alguna razón las personas confunden al amor con la posesión, al cariño con la equidad y a la entrega con la ingenuidad. No puedo imaginar un mundo sin amor, pero el amor parece algo tan raro en el mundo que casi nadie ya puede sentirlo. Ojalá las personas entendiesen que el amor no es poseer o pretender ser retribuido. El amor es honor, el amor es frío, el amor es eterno; y el amor no es humano.
Del diario de Rocío, 2002
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Hoy es 10 de abril. Cuando el mes inició parecía que sería muy entretenido, pero pasaron cosas horribles.
Durante la primera semana el colegio se puso difícil por los exámenes. Mi mente estaba muy enfocada en el Concurso Intercolegial de Piano, será el 30 de abril. Mi mayor angustia era ganar ese concurso, estaba preocupado de que Diana me volviera a ganar. Puse mis cinco sentidos para sacar el Segundo Movimiento del Concierto No 1, Opus.11 en Mi Menor, de Frederic Chopin y una composición mía que titulé "El Retrato de Diana"; estoy seguro que mi técnica ha mejorado mucho al igual que mi velocidad, mi digitación y mi lectura de partituras. A pesar de ello es ya casi una tradición tener a Diana muy por encima mío en cuanto a habilidades musicales se refiere. Aparte, las exigentes prácticas con el equipo de natación me dejaron muy ocupado como para preocuparme de los exámenes, creo que no me fue bien. Sin embargo, todo aquello dejó de angustiarme tanto luego de los eventos que pasaron los últimos días.
Todo ocurrió hace tres días, era martes. Ese día Lucio llamó a las siete de la mañana para decirme que el entrenador había decidido que haya práctica extra de natación después de clases. Preparé mis cosas tan rápido como pude y, a las siete y media, estaba esperando el micro del cole; tenía un sueño terrible y una flojera única. Para variar, el micro de mierda llegó puntual. Las ansias me carcomían por ver a Diana. La encontré muy feliz, le saludé con un beso en la mejilla y me senté a su lado. Mientras esperábamos el toque del timbre, me contaba que su madre le había dado todo el apoyo para empezar una carrera como modelo. A ella le gusta mucho estar frente a las cámaras, además, es tan hermosa que seguro tendría un éxito rotundo. Me preocupaba, y aún me preocupa, que su padre se enoje al enterarse lo que Diana decidió hacer. Ella aún no se atrevió a contarle sobre el asunto y él está de viaje.
Gabriel llegó pocos minutos después de mí, faltaba Rocío. La mañana empezó y las horas se consumían de forma acelerada. Nuestra amiga no llegaba. Luego del recreo ingresaron los atrasados, pero Rocío no estaba entre ellos, empezábamos a angustiarnos. Aunque Rocío no es puntual, jamás suele faltar a clases a no ser que algo grave le haya pasado. Llegada la salida decidimos ir a su casa, para saber si todo estaba bien. Aunque tenía práctica de natación, no se me ocurría nada como pretexto.
Salimos del colegio con un nudo de preocupación en el ombligo, nadie contestó el teléfono en casa de Rocío cuando la llamamos, sonaba y sonaba. Me despedí de Diana y Gabriel con la promesa de estar puntual para averiguar si algo malo le pasó a nuestra amiga. Tomé rumbo a la piscina y empecé a elaborar mi excusa para lograr zafarme del entrenamiento. Cuando llegué me acerqué al entrenador y traté de hablarle, pero estaba muy ocupado. Luego nos pidió ir a los vestuarios y prepararnos, había mucho ajetreo por la cercanía de los campeonatos de natación. A pesar de mis muchos intentos, al final no logré pedir permiso y tuve que quedarme a la práctica. Estaba muy distraído, preso de la ansiedad, pero, extrañamente, aumenté mi velocidad en el agua. Angustiosos pensamientos me absorbían mientras nadaba, mi mente me hacía parte de un juego macabro, el cual no quería continuar. Tenía mucho miedo por Rocío.
La práctica se hizo muy larga, más de lo normal. Salí de la piscina a las cuatro y media de la tarde, estaba nublado y era muy tarde. Diana, Gabriel y yo habíamos acordado vernos a las dos de la tarde en la Plaza del Estudiante para ir a la casa de Rocío, vive cerca de la Terminal de Buses. Llamé a casa de Diana para saber si estaba allí. Jhoanna contestó y me dijo que su hermana había salido a la una y media, aún no había regresado.
Corrí a tomar una movilidad. Llegué a la Avenida Montes y emprendí la carrera hacia la Terminal de Buses hasta llegar a la Avenida Perú, donde tomé la calle que sube hasta la casa de Rocío. Doblé la esquina, crucé al otro frente. No, mis ojos me estaban engañando. Retrocedí y me apoyé en un huesudo poste, tratando de entender la escena que tenía frente a mis ojos. No, estaba delirando, debí nadar tanto que me hice faltar el oxígeno. Mis pies me llevaron un par de metros más atrás, un árbol de copa frondosa me saludó, camuflándome. Me debía estar equivocando, ¡debí estar alucinando! Mis ojos tomaron una foto de lo que pasaba frente a ellos, no me atrevía a pensar en voz alta. Las bóvedas del cielo se abrieron, las nubes grises se condensaron y dejaron que la lluvia maltrate la fotografía. Nada parecía real. Gota a gota, el agua empezó a mojar mis confundidos recuerdos, estaba empapado y no me atrevía a moverme un milímetro de mi lugar.
El árbol que me camuflaba parecía relatarme la historia que tenía en frente, lo que veía cruzando la calle, lo que no me atrevía a creer. Estaban arrumados, totalmente empapados, hacían una pareja muy linda, se abrazaban bajo la lluvia con las miradas entrelazadas. Ella observaba a su acompañante de una manera muy especial, le dio un beso en la mejilla tan cerca de los labios que casi se besaban. No me atreví a interrumpirlos, él la tomó de la cintura y se puso a explorar su espalda empapada, como arqueólogo en busca de la Atlántida. Ella parecía ronronear como una gatita, pegando su rostro al cuello de su acompañante. Luego ambos se detuvieron para mirarse fijamente. Se devoraban el uno al otro con la mirada, yo no podía creer lo veía. Ella no se atrevió a besarlo y se dedicó a jugar con los cabellos de su nuevo novio, mientras él jugaba con la espalda de aquella chica de angustiosa mirada.
Si, era real, todo lo era. Gabriel parecía haber encontrado, al fin, alivio a su soledad. Me sentía feliz por él, no, no es cierto, no lo estaba. Me hubiera alegrado mucho, pero no era así. Y no era por envidia, sino que, en ese momento, comprendí lo cobarde que soy. Fui incapaz de abrir los ojos, aún lo soy, y me la quitaron. No lo comprendía, y dolió entender. Mi pequeña hermanita había crecido, encontró un novio y no era yo. Diana y Gabriel hacían una linda pareja.
Me mordí el labio superior, tratando de mitigar las ganas de gritar que tenía. Desvié la mirada y retrocedí de a poco, doblé la calle y me apoyé en una pared. Estaba celoso, silenciosamente celoso, celoso de mi hermana. ¡Era mi hermana, por Dios! No, no lo era, quería creer que lo era, pero me equivoqué. Empecé a caminar hasta llegar a la Avenida Perú, miré gente apresurada entrar y salir de la Terminal. Aceleré mi paso hasta llegar a la Avenida Montes y comencé a correr. Crucé el Prado y la Plaza del Estudiante. Llegué hasta el Parque de los Monos y detuve el paso al llegar al Parque Laikakota. Me senté en las gradas de la entrada, totalmente exhausto. Poco a poco estaba oscureciendo, el cielo nublado se tiñó de un color rojizo por unos instantes. Miré las nubes, buscando no sentir; pero no tenía caso, las lágrimas fluyeron, dejándome llorar en aquel parque, celoso, herido, sin consuelo.
Mi mente hervía en pensamientos contradictorios, angustiantes. Estaba un poco preocupado por los regaños que mi mamá estaría preparando, era ya muy tarde. Empezó a llover de nuevo, ni siquiera me molesté en refugiarme, era como un poeta vagando en la oscuridad, al momento que el agua iba marcando un surco asesino en mi mente. Lo sabía, era mi culpa, debí haber aclarado mis sentimientos hacia Diana cuando tuve la oportunidad. Solo me quedé con el arrepentimiento y la espeluznante sensación de que algo me faltaba. Algo, sí, un recuerdo que parecía surgir, pero no lo hacía; no sabía de qué se trataba, aún no lo sé.
Mientras me lamentaba, un paraguas se posó sobre mi cuerpo mojado, elevé la mirada un poco.
—Si lo que buscas es enfermarte, pues lo estás consiguiendo bien de lo lindo.
—¿Sergio? —pregunté, sorprendido.
—Vamos a mi casa, queda cerca y necesitas secarte.
Mi amigo me llevó a su casa. Llamé a mamá, estaba furiosa, dijo que me castigaría hasta que tuviera veinte años. Con toda honestidad, no presté mucha atención a sus amenazas, mi pena y confusión eran mucho mayores que el miedo a las amenazas de mi madre.
—Ya Rodri, mi mamá te llevará más un cacho a tu casa, ¿ahora, podrías decirme qué siempre te ha pasado? —me preguntó Sergio. El humo de una taza de té caliente empañaba mis recuerdos, y la curiosidad de mi amigo parecía sacarme del abismo, no quería contestarle.
—Primero quiero que tú me respondas algo —repliqué, tiritando de frío. Sergio me miró expectante— ¿Cómo fue que me encontraste? —sonrió.
—Casualidad nomás, estaba volviendo de la casa de mi hermana, y te vi.
—¿Hermana?, jamás dijiste que tuvieras una —el rostro de mi amigo se oscureció al oírme.
—Esa es otra joda que te contaré un buen día. ¿Ahora sí me dirás que te pasó?
—No tiene caso hablar de eso —suspiré, conteniendo el llanto a mi vez.
—Llorar no es de maricas —dijo, al ver mi esfuerzo.
—No jodas, Sergio, en serio que no quiero saber nada —fue lo único que pude argumentar.
—Ya, ya, tranquis, tampoco te me alteres.
—Disculpá man, es que, es que... —quería completar la frase, pero no podía.
—Todo es por la Diana, ¿nové? —me sorprendí y el muy desgraciado lo notó.
—Y, según vos, ¿qué tiene que ver la Diana?
—Te he oído murmurar su nombre por lo menos cien veces desde que nos encontramos.
—No tiene caso —traté de sonreír. Él sonrió por mi estúpido esfuerzo.
—Rodri, hasta cuándo seguirás pensando que la Di es tu hermana. Todos en el curso saben que le gustas, pero vos no haces más que seguir emperrado en que es tu hermanita.
—No sé, chango... no sé... la quiero, pero no así —apenas me salía la voz.
—¿Será verdad?, a mí no me parece.
No respondí, agaché la cabeza.
—Más bien —continuó Sergio— ¿has ido a verla a la Rocío? Creo que vos, el Gabo y la Di iban a ir a su casa para ver qué ondas, como no vino a clases hoy, pues...
Rocío... ¡Rocío! Cierto, tenía que encontrarme con Gabriel y Diana para saber porqué Chío no vino a clases. Mi memoria poco a poco se estaba reconstruyendo, ordenando la escena que vi en aquella calle. La fotografía mental se iba rehaciendo hasta que, por fin, empecé a ver los detalles del momento. Gabriel y Diana abrazados bajo la lluvia, pero mi amigo no estaba feliz, todo lo contrario: se veía desesperado. Diana también lucía agobiada por algo, y mientras ellos se abrazaban, yo me ahogaba de celos. ¿Y si hubiera malinterpretado las cosas? ¿Y si solo se estaban consolando mutuamente? ¡Oh no! Al parecer había cometido un grave error.
—Rod, ¿estás bien? —consultó Sergio, su rostro mostraba algo de preocupación.
—¿Qué hora es? —pregunté, con la mirada inmersa en el vacío.
—Casi las siete. Pucha brother, ¿qué ha pasado? Pálido estás —replicó mi amigo, alarmado.
—Es que mi mamá jodido me va a reñir por llegar tan tarde —respondí con una evasiva para no tener que explicarle la verdadera razón de mi angustia; aunque tampoco dejaba de ser inquietante el tremendo regaño que mi madre tendría para mí.
—Yaps viejo, tranquis nomás. Ahorita le digo a mi viejita que te lleve a tu casa —dijo y se fue a buscar a su madre. Estaba empezando a sentir congoja al pensar cómo estaría Rocío.
Tarde me di cuenta que soy un imbécil, no se me ocurrió pensar en Gabriel ni en Rocío, ni por un instante. ¡Qué estúpido fui! Mi mente me torturaba con una pregunta culposa: "¿Y si realmente Diana estaba consolando a Gabriel porque algo grave ocurrió con Rocío?" Mientras los celos me atormentaban y mis pensamientos se dispersaban, mis amigos podían estar pasando un momento realmente duro, y yo ni siquiera pude pensar en otra cosa que no fuesen mis estúpidas paranoias.
La madre de Sergio me llevó hasta mi casa. Cuando llegué, mi mamá me esperaba con la reprimenda del siglo, y mientras me regañaba, solo había en mi cabeza un nombre, un temor, un presentimiento: Rocío.
Luego del sermón de mamá y sus insistentes preguntas de saber si estaba bien, llamé a casa de Diana. Al cabo de unos segundos escuché la voz de Jhoanna del otro lado:
—Hola Joisy, ¿está la Diana?
—No, te cuento que no ha llegado, ¿no estás con ella?
—No, es que tuve unos líos por acá, ¿a dónde se fue?
—Nové que salió por la tarde, hace rato le llamó a mi mamá para que la acompañara. Dice que está en la clínica del seguro, una de tus amigas está mal dice —en cuanto oí que estaba aún en la clínica, un alud de angustia me tomó por rehén—; papito, ¿estás ahí, Rodri...?
—Sí, sí, gracias Joisy, luego hablamos —colgué sin decir más.
Rogué y rogué a mamá para que me diera permiso de salir, creo que sintió pena al ver mi desesperación. Al final me dijo que le pidiera a Oscar que me acompañara. Convencer a mi primo de salir conmigo tampoco fue fácil, pero aceptó luego de mucha insistencia. En el camino, Oscar trataba de calmarme un poco. No lo logró.
Llegamos a la clínica particular donde los empleados bancarios y sus familias tienen afiliación de seguro médico. Ni bien entramos, me encontré con la siguiente escena: Por un lado, Gabriel y Diana sentados y abrazados a mi tía Mery —la mamá de Diana—, con los ojos hinchados y la vista en el vacío. Por otro lado, la mamá de Rocío con un ojo verde, el labio partido, ahogada en lágrimas y abrazada a la mamá de Gabriel. Me aproximé a mis amigos, que me miraron llenos de angustia. Diana elevó la mirada a su mamá y le habló.
—Mami. ¿Podemos ir al parque de en frente?
—Vayan hijitos, tranquilitos nomás y no se vayan muy lejos —tía Mery dio su permiso, se levantó y se me acercó, me hizo un cariño en la cabeza y sonrió preocupada; luego se fue con las otras mamás. Gabriel y Diana se levantaron y se me acercaron.
—Vamos afuera a hablar —me dijo Gabriel.
Ni bien salimos, empecé a sentir la desesperación calarme el pecho. Diana y Gabriel se veían muy angustiados, rara vez suelen verse así. No dijeron palabra alguna hasta llegar al parque. Nos sentamos en los columpios.
—¿Podrían decirme qué diablos ha pasado? —pedí, al borde de la histeria. Diana me miró y un par de lágrimas se le escaparon, luego otras más le siguieron.
—La Rocío está mal —me dijo.
—¿Qué siempre le ha dado?
—Su papá..., él..., él..., le había pegado feísimo —respondió Diana con esfuerzo.
—Un golpe en la cabeza —sentenció Gabriel con la mirada clavada en el cielo—, le ha dado un golpe en la cabeza que la dejó muy mal. Parece que sus viejos estaban peleando y la Rocío se metió para defender a su mamá.
En ese momento lo comprendí todo: todas las piezas de este drama al fin encajaban en su lugar. Desde que vi a Diana y Gabriel abrazados, hasta ahora, todo tenía sentido.
—En serio, cuán mal está —apenas pregunté, ambos me miraron.
—No sabemos, pero los médicos temen que haya daño cerebral —respondió Gabriel, mordiéndose los labios. Sentí mi mundo caerse en cuanto me lo dijo.
—No jodas... —se me cortó el habla. Hubo unos segundos de silencio.
—¡Ese viejo es un hijo de...! —gritaba Gabriel, sin poder contener más las lágrimas, su rabia—, les juro que no voy a descansar hasta vengarme por lo que le hizo a la Rocío —no me atrevía a refutarlo, menos Diana— juro que me vengaré, ¡lo juro!
—Gabito... —Diana trató de hablarle.
—¡Maldito desgraciado de...! —Gabriel no completó su frase, cayó arrodillado, derramando sobre la arena una devastadora tormenta de llanto. Diana se lanzó a abrazarlo, yo le seguí y los tres quedamos abrazados, arrodillados sobre el suelo, llorando de impotencia, de rabia.
La angustiosa espera se hizo traumática. A las diez de la noche los médicos dieron su diagnóstico final. Por milagro no hubo daño cerebral, pero estaba muy lastimada y asustada. Debía quedarse en la clínica unos días.
Con el pasar del tiempo fui comprendiendo mejor lo que había pasado. Tal cual lo pensé después, Diana y Gabriel se habían enterado de la desgracia de Rocío unos minutos antes que yo llegara. Los vi abrazados no porque estuviesen haciendo otras cosas, sino porque buscaban consuelo. Me sentí horriblemente culpable por lo que pensé en un principio.
Los días que vinieron no fueron mejores, visitamos casi a diario a Rocío en la clínica, pero fue muy difícil hacer que se calmara. Más que las heridas del cuerpo, le dolían las del corazón. Y mientras ella lidia con su infierno en la clínica, Gabriel lidia con su infierno personal. Cada vez que visitamos a Rocío, él sale totalmente devastado, enojándose con violenta rapidez, para simular fortaleza. Él es el más indignado por la forma en que el padre de Rocío la trató. Lo único que Diana y yo podemos hacer por él es seguirle la corriente. Al final, nuestro mejor consuelo es saber que nada dura para siempre, tampoco los malos momentos.
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https://youtu.be/DFGKExyFdUo
Título: El Tema de Rocío
Género: Instrumental para piano, banda sonora
Autor: Gaburah L. Michel
Álbum: El Arco de Artemisa, Leitmotiv musical
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